5
Ardides y estratagemas
—¡Ah!, ahí está —dijo Malus mientras escoltaba a Hauclir a la habitación cubierta de alfombras que había en el subsuelo de la casa de placer—. ¡Ya pensaba que te habrías metido en un lío! —El noble cogió una gorda uva tileana de una bandeja que estaba al lado del cojín que ocupaba y le hizo un gesto a su guardia personal para que se sentara—. Toma vino y come algo. No te fijes en los cuerpos.
Hauclir dejó cuidadosamente en el suelo uno de los viejos baúles de Bruglir, y fue mirando, uno tras otro, los cuerpos ensangrentados. Los guardias de Syrclar todavía estaban tendidos donde habían caído, retorcidos en posturas que hablaban de una muerte violenta. El guardia personal señaló con la cabeza el cuerpo que Malus estaba usando como escabel.
—¿Supongo que eso es parte del joven lord Syrclar?
—El mismo —dijo, girándose para escupir una semilla de uva a la cabeza cortada de Syrclar—. Resultó ser un cazador muy hábil, pero al final ocurrió que la presa a la que había acorralado era demasiado para él.
Los hombres que rodeaban a Malus dejaron escapar unas risitas ahogadas. Con la llegada de su señor se habían deshecho de sus vestimentas autarii, dejando a la vista unas armaduras negras esmaltadas y torques plateados de acero en los que estaba grabado el símbolo de un nauglir, la insignia personal de Malus. Bebían vino en copas de oro, jugueteaban con las jóvenes esclavas agachadas junto a ellos y observaban a Hauclir con la mirada depredadora de una manada de lobos.
El noble señaló a sus secuaces con un gesto lánguido de la mano.
—Ya conoces a algunos de estos perros viejos: Silar Sangre de Espinas, mi senescal; Dolthaic el Despiadado, y Arleth Vann. Los demás entraron a mi servicio mientras estábamos en alta mar… Todo lo que puedo decir de estos es que son hábiles con el cuchillo, lo cual hace que mi estima por ellos crezca mucho.
Hauclir asintió con expresión ausente mientras lo asimilaba todo. El secuaz asignado para cuidar de él pasó junto al antiguo capitán de la guardia y ocupó de nuevo su sitio entre alfombras y cojines.
—¿Qué significa todo esto, mi señor? —preguntó, descargando un paquete grande y pesado del hombro y dejándolo junto al baúl.
El noble se encogió de hombros y tomó otra uva del racimo que tenía en la mano izquierda. Había una botella de vino y una copa rebosante en una mesa baja a su derecha. Silar se la había servido hacía horas y todavía no la había tocado.
—Planificación anticipada —explicó, metiéndose otra uva en la boca—. Antes de dejar Hag Graef sabía que si quería regresar vivo a casa, mi ilustre hermano mayor tendría que morir prematuramente, así que lo organicé todo para encontrarme con Silar aquí en vez de ir directamente a casa para comunicarle a mi padre la feliz noticia. —Honró a sus hombres con un gesto de fingida reprobación—. Han estado aquí gastándose mi dinero y viviendo como conquistadores durante más o menos un mes.
La habitación se llenó de sonrisas lobunas y risas contenidas. Dolthaic el Despiadado, un joven druchii con facciones angulosas y una larga coleta recogida en un moño de corsario, levantó su copa en un brindis.
—Si así es como matáis a vuestros parientes —dijo con una risa sepulcral—, ¡entonces doy gracias a la Madre Oscura de que tengáis una familia tan numerosa!
Los demás se unieron a las risas, algunos levantando las copas a su vez, hasta que una voz sonora las cortó como un cuchillo.
—Bebed y actuad como necios mientras podáis —dijo Silar Sangre de Espinas—. Nada será lo mismo después de esto. Será la guerra o el exilio ahora que Malus ha matado al hijo favorito de Lurhan.
Malus se giró ligeramente para mirar a su lugarteniente. Silar era un guerrero joven, alto y bien parecido, con un rostro que milagrosamente no tenía cicatrices de guerra. Era un hombre severo e impertinente, como mínimo, pero leal y honesto, y sobre todo, totalmente carente de ambición o subterfugio. Por sí solo no hubiera durado ni un mes en la sociedad druchii, pero Malus le había dado una posición honorable en una casa influyente, y en gran parte estaba protegido de la crueldad de la vida diaria. Estaba sentado a la derecha de Malus, escrutando con expresión sombría las profundidades de su copa. El noble le escupió una semilla.
—¿Era de extrañar que te dejara en Hag, Silar? —dijo Malus con un gruñido amable—. ¿Qué estás diciendo de una guerra? Bruglir murió en batalla, no por mi espada.
Hauclir dejó escapar un resoplido. Malus lo miró fijamente con expresión furiosa y este bajó la mirada.
—Murió en una batalla a la que vos lo enviasteis —dijo Silar, enérgico—. Bruglir era un héroe de los pies a la cabeza, tanto que incluso el drachau lo envidiaba. Todo lo que le va a importar a Lurhan es que os llevasteis a su hijo mayor y heredero a los mares del norte y dejasteis que lo mataran, junto con la mayor parte de su flota. —Silar meneó la cabeza, mirando su copa como si estuviese llena de veneno—. Vuestro padre intentó mataros una vez y si los rumores en el Hag son ciertos, lo avergonzasteis frente al drachau cuando forzasteis a Uthlan Tyr a daros una cédula real. ¿Qué creéis que hará cuando oiga las últimas noticias? —El joven soldado respiró hondo y echó un largo trago de vino.
El ambiente en la habitación se ensombreció. Incluso la sonrisa avariciosa de Dolthaic se esfumó ante el severo juicio de Silar. Malus frunció el entrecejo, agraviado.
—Hablando de rumores infames, ¿qué otras noticias me traéis del Hag?
Silar se encogió de hombros.
—El Rey Brujo declaró la temporada de campañas una semana antes de lo esperado, ya que el invierno estaba siendo tan suave. La tregua entre Hag Graef y el Arca Negra de Naggor todavía se mantiene, de forma milagrosa. Los drachau incluso llegaron a liberar a su rehén Fuerlan y lo devolvieron al arca. —Silar tomó otro sorbo de vino, evitando juiciosamente hablar del incidente causado por Malus cuando había torturado a Fuerlan hasta casi matarlo por un asunto de etiqueta hacía varios meses—. Sin feudos importantes que conquistar, los nobles de la ciudad que no se han hecho a la mar están en el campo buscando algo que les permita probar sus espadas.
—Antes de que nos fuéramos se decía que vuestro padre estaba reuniendo a sus propios hombres para hacer una expedición al norte —lo interrumpió Dolthaic—. Probablemente se dirigirían a una de las atalayas septentrionales para cazar dragones o algo parecido.
—¿De veras? —dijo Malus, enarcando una ceja—. Eso podría ser casualidad. Pero ¿qué hay de mi hermano Isilvar? Lurhan juró registrar la ciudad en busca de los seguidores de Slaanesh que se reunían en la torre de Nagaira. ¿Descubrieron a Isilvar como su hierofante?
—No —dijo Silar con expresión seria—. Lurhan organizó un espectacular registro de todas las torres de la ciudadela drachau, pero los sirvientes de Isilvar juraron que este había dejado la ciudad hacía días. Por supuesto, ninguno de ellos sabía adonde había ido, y vuestro padre pareció satisfecho dejando las cosas en ese punto.
—¿Y el drachau?
—Lurhan sacó de sus casas a una docena de acólitos y los llevó ante el drachau arrastrándolos por el pelo por toda la ciudad. Algunos de ellos eran nobles de alto rango (todos ellos, ¡qué coincidencia!, eran conocidos enemigos del propio drachau). Uthlan Tyr los mandó empalar en los muros del Hag y dio el asunto por zanjado.
—Estúpido miope —siseó Malus—. Así pues, Isilvar escapó de la ira del drachau. Está claro que tiene más influencia sobre Lurhan de lo que había sospechado, o quizá el vaulkhar teme que si Isilvar está implicado eso empañará la reputación de Bruglir. —Malus hizo una pausa, dándose golpecitos en la boca con una uva redonda y morada, y con expresión pensativa—. Sería interesante ver cómo cambian las cosas una vez que se extienda la noticia de la muerte de Bruglir. De todos modos, Isilvar sigue siendo una amenaza que hay que eliminar.
—¡Parece como si pretendierais volver a Hag Graef cabalgando, sin más, y presidir desde vuestra torre como si nada ocurriera! —dijo con incredulidad Silar.
—Pues, Silar, eso es precisamente lo que pretendo hacer.
—¡Entonces, sois un necio! Vais a meter la cabeza en las fauces del nauglir —exclamó Silar, poniéndose en pie, vacilante. El vino que había en su copa medio vacía se derramó, lo que añadió otra mancha a las que ya había en las alfombras—. Y las nuestras también, llegado el caso. Hasta ahora habíais sido bastante bueno yendo un paso por delante de las consecuencias que vuestros actos irreflexivos habían provocado, pero esto… —La voz de Silar tembló mientras su sentido de la propiedad entraba en conflicto con frustraciones reprimidas—. Esto es algo de lo que no podréis escapar hablando. ¿Acaso no lo veis?
Nadie se movió. Dolthaic le dio la espalda a Silar, ocupándose de rellenar su copa. Los secuaces más nuevos miraban alternativamente a Silar y a Malus con la misma sorpresa y expectativa, esperando ver morir al senescal en cualquier momento. Pero Malus simplemente se quedó mirando a su lugarteniente en silencio durante un tiempo largo, sin que la expresión de su rostro revelara sus pensamientos.
—Silar, me has servido lealmente y bien durante muchos años —dijo por fin. Sin pensar, cogió la copa de la mesa que tenía junto a él e inspeccionó su contenido lánguidamente—. Creo que debes de estar muy, muy borracho para haber hablado de manera tan imprudente, porque normalmente no te atreverías a hablar de lo que no te corresponde, así que no ordenaré a estos hombres que te desollen vivo y le den de comer tus partes íntimas a sus nauglirs, como tendría el derecho de hacer. —Miró fijamente a Silar—. Estás aquí para servir. Nunca jamás lo olvides.
El senescal apretó con fuerza la copa. Los músculos de la mandíbula se tensaron mientras luchaba por reprimir más palabras imprudentes. Finalmente, respiró hondo y tiró la copa a un lado.
—Por supuesto, mi señor —dijo con tono fatalista—. Perdonad mi impertinencia. No volverá a suceder.
Malus esbozó una sonrisa.
—Estoy seguro de ello. Pero —continuó, levantando un dedo para enfatizar— tus preocupaciones son bien acogidas, aunque infundadas, así que déjame explicarte cómo son las cosas.
Se irguió sobre los cojines e hizo una pausa, dándose cuenta de que se había llevado la copa a los labios. El olor del vino oscuro y seco se elevó desde la copa, llenó su nariz e hizo que pensara en la advertencia del demonio. Después de pensarlo un instante, fingió tomar un sorbo, y dejó la copa a un lado deliberadamente.
—Pensemos en la situación tal y como está —les dijo a sus hombres—. Por consideración a Silar, hablaremos sin tapujos: mi padre, el vaulkhar, me odia amargamente y nada le gustaría más que verme muerto. Hasta hace poco se lo han impedido… ciertos acuerdos alcanzados con mi madre, Eldire.
—¿Qué acuerdos? —preguntó Hauclir, al parecer poco consciente de la impertinencia de semejante pregunta.
—No lo sé con certeza —contestó Malus.
Hasta ahí era cierto; tenía sospechas de que Eldire había puesto sus poderes mágicos al servicio de Lurhan a cambio de que le fuera concedido un hijo, pero no tenía pruebas de que fuera así.
—Sin embargo, con Bruglir muerto, Silar tiene la impresión de que Lurhan me acusará de la muerte de su heredero y se verá plenamente justificado en su búsqueda de venganza.
De hecho, se verá obligado a actuar, o se arriesgará a que lo interpreten como un signo de debilidad; así que, como veis, mi lugarteniente ha hablado con algo de sentido común.
Hauclir asintió, pensativo, cruzando los brazos y apoyándose en el baúl. Los demás intercambiaron miradas de preocupación…, todos excepto Silar, que comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación.
—Sería un acontecimiento muy grave si llegara a suceder. —Malus volvió a recostarse, acomodándose sobre los cojines—. No estoy del todo convencido de que así sea. Debemos recordar que, sobre todo, Lurhan, el vaulkhar, es un hombre soberbio y ambicioso que necesita un heredero para cimentar su legado como caudillo de Hag Graef. Ese era Bruglir, pero ahora ya no está. ¿Quién queda? Isilvar ha vivido toda la vida como una rata a la sombra de su hermano mayor y ahora mismo permanece oculto debido a sus ataduras con un culto prohibido. Urial está muy vinculado al templo y al mismo drachau, pero eso no cambia el hecho de que sea un tullido cuya autoridad no aceptaría ninguna de las otras casas.
—El vaulkhar todavía podría encontrar un sucesor a través del matrimonio —señaló Silar.
Estaba claro que el lugarteniente se había pasado mucho tiempo reflexionando acerca de la situación mientras los sirvientes esperaban en Karond Kar.
—Lo hubiera hecho con anterioridad, pero Nagaira fue consumida por la tormenta del Caos que desató en su torre y Yasmir… —Malus hizo una pausa, intentando explicar en qué se había convertido su hermana—. Bueno, ella ha desaparecido. Urial se la llevó y no creo que Lurhan la vaya a ver hasta dentro de mucho.
La mirada del noble buscó a Arleth Vann, que estaba en cuclillas en una esquina de la habitación, apartado de los otros, para vigilar tanto la puerta como a todos los que estaban dentro. Al contrario que los demás, su rostro pálido permanecía oculto bajo la capa y no mostró interés por la comida, el vino o las esclavas. Malus se preguntó, de repente, qué podría saber el antiguo asesino del templo acerca de la profecía de la que había hablado Urial, o adonde conducía la Puerta Bermellón.
«Más tarde —pensó—. Él y yo tendremos una larga charla tras nuestro regreso al Hag».
—¿Así que creéis que vuestro padre se verá obligado a proponeros una tregua porque sois la única esperanza que tiene como heredero? —preguntó Hauclir.
Malus sonrió.
—Exacto. Como puedes ver, los últimos acontecimientos me han situado en una posición bastante ventajosa si lo miras del modo adecuado. —Cambió de postura para mirar a Silar mientras pasaba por detrás de él—. Créeme Silar, no tengo intención de buscar el exilio, y mucho menos de hacerle la guerra a mi padre. Me conoces mejor que nadie. ¿Qué es lo que deseo más que nada en el mundo?
Silar miró fijamente a Malus.
—Ser vaulkhar de Hag Graef.
—Eso mismo —dijo Malus, con un brillo feroz en los ojos—. Y de ahí sólo hay un pequeño paso hasta el trono del drachau. Ese momento se acerca, Silar. Me he abierto camino hacia él con lentitud pero con seguridad durante muchos años. A lo que nos enfrentamos ahora no es a la calamidad, sino a la oportunidad, si tenemos la voluntad de cogerla. —Miró a su alrededor, a los miembros de su guardia personal allí reunidos, y sonrió ampliamente—. Ya os he convertido en hombres ricos. Pronto os convertiré también en hombres poderosos. ¿Estáis conmigo?
—¡Yo estoy con vos! —exclamó Dolthaic, levantando su copa a modo de saludo—. ¡Hacia la Oscuridad Exterior y más allá!
Malus se volvió hacia Hauclir.
—¿Y tú?
El guardia personal se encogió de hombros.
—Es una pregunta sin sentido. Hice mi juramento, así que por supuesto estoy con vos —dijo, y sonrió—. Sin duda, estaré contento de bañarme en riquezas y poder si vos me lo ordenáis.
Los otros hombres rieron, levantando sus copas.
—¡Malus! —exclamaron, y Malus rió con ellos. Sólo Silar los observaba en silencio, con expresión sombría.
—¿Cuál es vuestro plan, mi señor? —preguntó el lugarteniente con expresión seria.
El noble reflexionó sobre la pregunta un instante.
—¿Habéis traído todo lo que os pedí?
Silar asintió.
—Los nauglirs están alojados en los establos de los barracones de la ciudad y Rencor carga vuestros efectos personales.
—Excelente —contestó Malus.
Había aprendido, durante sus numerosos encuentros con bandidos en el trayecto de vuelta desde los Desiertos del Caos, que la mejor manera de proteger las posesiones de uno es cargarlas a lomos de un nauglir hambriento.
—Entonces, comed y bebed mientras podáis, porque todos tendremos que haber dejado Karond Kar por la mañana. Hay cosas que hacer antes de que Lurhan vuelva al Hag. Además —dijo, mirando el cuerpo que tenía bajo los pies—, antes o después, alguien echará de menos a este escabel mío y comenzará a hacer pesquisas.
Malus se puso en pie y se acercó a Hauclir y al baúl. Sus espadas, sacadas del caballo de lord Syrclar, estaban al lado, apoyadas contra la pared.
—Hauclir, tú conducirás a los demás de vuelta al Saqueador esta noche, donde supervisarás el pago a la tripulación. El resto del tesoro se sacará del barco y se llevará a tierra, a Hag Graef. Tú y Dolthaic os quedaréis a bordo y llevaréis el Saqueador a Ciar Karond. Te daré una carta autorizando las reparaciones de los calafates. Con los hombres pagados y el resto del oro trasladado, la tripulación seguramente batirá un récord de velocidad para alcanzar la Ciudad de los Barcos y disfrutar de un permiso en tierra.
—Muy bien, mi señor —dijo Hauclir sin demasiado entusiasmo.
—¿Quién hará de capitán del barco? —preguntó Dolthaic. Malus sonrió.
—Tú podrás tener ese honor. No creo que Hauclir quiera el trabajo aunque le ponga una daga en el cuello.
Le hizo un gesto con la mano a Hauclir para que se apartara del baúl y lo abrió; después comenzó a sacar las piezas de su armadura de placas. Sin pensar, Hauclir empezó a desatar la estropeada cota de malla que cubría el torso del noble.
—Silar, tú y el resto de los hombres llevaréis el oro de vuelta al Hag y esperaréis mi regreso —continuó—. Sin embargo, antes de que partáis mañana, os necesitaré para localizar y contratar a un guía que me lleve a las moradas de los muertos.
—¿Las moradas de los muertos? —preguntó Silar, frunciendo el ceño—. Pero ¿por qué?
Malus encogió exageradamente los hombros, sintiendo la mirada de Hauclir fija en la nuca.
—Es la época de campaña, como dijiste. Si Lurhan me va a ver como un heredero adecuado, tendré que comenzar a ganarme una reputación como algo más que un libertino, ¿no te parece?
—Pero ¿por qué ir solo? Cualquier guía que encontremos por aquí seguramente será un asesino o un ladrón.
—Razón de más para no tentarlos con un suculento botín, ¿no estás de acuerdo?
Malus se quitó la pesada cota de malla y comenzó a abrocharse la armadura. Por primera vez, se dio cuenta de lo bien que sentaba volver a tierra firme y tratar problemas familiares como la traición y la intriga.
—Además —dijo, sonriéndole a Silar por encima del hombro—, si eres capaz de encontrar a un solo druchii en esta ciudad olvidada por la diosa que sea más despiadado y malintencionado que yo, estaré realmente sorprendido.
Hathan Vor tenía una cara que parecía que le hubieran pasado una piedra de afilar.
—Justo aquí, querido señor, justo aquí —dijo Vor, volviéndose para mirar a Malus a través de la intensa lluvia.
Como el resto de sus hermanos, el guía despreciaba el uso de una capa o capucha y su pelo negro caía en mechones empapados a ambos lados de su rostro destrozado.
No había ni un trozo de piel, desde la frente estrecha hasta la barbilla puntiaguda, que no estuviera cubierto de cicatrices. Las orejas y la nariz eran poco más que bultos estragados, como si se las hubieran mordido las ratas. No tenía cejas y las cicatrices en los bordes de los ojos hacían que parecieran siempre entornados. Sus mejillas estaban cruzadas por hileras de cicatrices que parecían llegar hasta el hueso y brillaban como canalillos de agua a la débil luz del atardecer. Una cicatriz particularmente larga y de bordes desiguales tiraba de la comisura izquierda de su boca y le confería una sonrisa sarcástica permanente, dejando entrever una fila de dientes ennegrecidos y puntiagudos. Era una cara que costaba mirar, incluso para Malus; hasta los skinriders llevaban pieles que ocultaban su piel enferma bajo una capucha. El rostro de Vor era el de un compatriota druchii y estaba vivo. Eso inquietaba a Malus quizá más que una banda entera de piratas despellejados y contaminados por el Caos.
Los otros guías, los supuestos hermanos de Vor, no estaban mucho mejor. Todos tenían la cara llena de cicatrices propia de los delincuentes comunes. En Karond Kar, a los druchii cuyos delitos y posición social eran demasiado insignificantes como para merecer los esfuerzos de un torturador en condiciones, simplemente les hacían una cicatriz en la cara para marcarlos como alborotadores. A juicio de Malus, Vor debía de haber estado robando pan o haciendo trampas a las tabas a diario, y seguramente lo habrían marcado cada vez que lo habían pillado.
Malus se volvió a inclinar sobre su silla e intentó enderezar la espalda. Su capa de lana le pesaba más que la armadura de placas que llevaba debajo. La lluvia chorreaba sobre el cuello y los hombros musculosos de Rencor, lo que añadía un extraño brillo a las escamas verde oscuro de aquel gélido. Mientras Malus observaba, la criatura levantó el morro afilado y lleno de dientes hacia el cielo y dejó escapar una fina columna de vapor de la nariz. Nacidos y criados en cavernas oscuras y húmedas, muy por debajo de la tierra, los gélidos prosperaban en ambientes húmedos. En ese mismo momento, Malus envidiaba tanto al nauglir que le causaba dolor.
Habían avanzado por el Camino de los Esclavistas desde Karond Kar durante unas dos semanas, y Malus no conseguía recordar ni un solo momento en todo ese tiempo en el que hubiera dejado de llover. Había aprendido a comer, dormir y cabalgar bajo el agua. No había ni un trozo de su ropa que estuviera seco. Los petates estaban empapados, al igual que la mayor parte de la comida. Después del quinto día de lluvia ininterrumpida, Malus se dio cuenta de que no se había mojado tanto en más de un mes en el mar a bordo del Saqueador. Después de eso, se pasó el resto del tiempo buscando la oportunidad de asesinar a alguien.
El Camino de los Esclavistas recorría la sinuosa costa de dos mares contiguos. Empezaba en Karond Kar y seguía hacia el sur, y después hacia el oeste, primero a lo largo del Mar Frío y luego del Mar Maligno, hasta que finalmente terminaba en las puertas de Naggarond, la fortaleza del Rey Brujo. El viaje duraba muchas semanas a pie, con oscuros bosques y montañas altas y grises al oeste y el ancho mar al este. No había posadas ni tabernas a lo largo de la ruta, sólo fortalezas de recambio que guardaban comida y caballos descansados y listos para llevar mensajes urgentes desde Karond Kar hasta Naggarond y vuelta. Dormían en pequeñas cuevas o en claros del bosque separados de la carretera y se alimentaban de comida húmeda y fría porque no tenían madera seca para hacer fuego. Malus, que no hacía mucho había sido torturado durante una semana sin descanso, pensaba que el trayecto desde la Torre de los Esclavos había sido el momento más miserable de toda su vida.
Vor señaló, orgulloso, hacia el auténtico muro de árboles frondosos y follaje que había a menos de un metro de la carretera. Visto a través de la bruma gris de la lluvia, el bosque parecía una masa sólida.
—¿Qué se supone que tengo que ver? —dijo Malus con brusquedad, pensando que si el tipo intentaba decir algo inteligente, como ver los árboles y no el bosque, lo mataba ahí mismo.
—Aquí dejamos el camino —dijo el guía, hablando en un tono que se impuso al tamborileo de la lluvia—, para ir a las moradas de los muertos, arriba, en las montañas.
Malus observó los árboles con expresión cansada.
—Me habían dicho que había un camino.
—Sí, lo hay. Piedras de basalto negro y estatuas de fieras damas con afilados dientes —dijo Vor, asintiendo con énfasis—. El camino del túmulo. Pero eso son dos leguas al sur y está prohibido viajar por él. Aquí hay una senda de cazadores que nos llevará a donde necesitamos ir.
—¿Prohibido? —Malus frunció el ceño bajo la capucha caída—. ¿Por quién?
—Los autarii, por supuesto —dijo Vor, como si le estuviera explicando algo a un niño pequeño—. Guardan la ciudad contra los intrusos.
—¿Qué? —preguntó Malus. ¡Nadie le había contado aquello!—. ¿Por qué les iban a importar las tumbas de los viejos reyes?
Vor se limitó a encogerse de hombros.
—¿Quién sabe? Son espectros, no hombres normales. Vamos —dijo, haciéndoles señas a sus hombres—. Notaréis menos la lluvia bajo los árboles.
Malus se detuvo un instante mientras Vor y sus siete hombres subían con dificultad cuesta arriba y se adentraban uno a uno en la densa maleza. Un sentimiento de pavor se instaló sobre sus hombros como un manto de hielo.
—Ese hombre espera cortarte la garganta —susurró el demonio.
—Por supuesto —dijo Malus, encogiéndose de hombros—. ¿Quién no lo quiere en Naggaroth?
—Supongo que no creerás en su historia de carreteras prohibidas. Mira las cicatrices de su rostro. Ha sido un proscrito durante muchos años. Sin duda, habrá asesinado a un centenar de nobles crédulos como tú.
—Tienes un extraño sentido del humor, demonio —dijo Malus con amargura—. Esas cicatrices son las marcas de un aficionado. Efectivamente es un proscrito, pero uno muy malo. No le tengo miedo.
Condujo con reticencia a Rencor hacia el bosque, alertado por la repentina tensión en la espalda y en los hombros del reptil. El noble pudo sentirlo también mientras pasaban debajo de las ramas que chorreaban agua.
Los estaban vigilando.