Cuando me despierto, la lluvia ha parado, pero estoy temblando; me incorporo y me duele todo el cuerpo. Mi abrigo ha desaparecido. Mis zapatos de piel han desaparecido. Todo el dinero que tenía ha desaparecido. Mi cinturón ha desaparecido. El reloj nuevo que me había regalado mi madre por Navidad ha desaparecido. Con los dedos me toco la cara, y se vuelven rojos.
Al mirar alrededor veo que estoy en una calle estrecha llena de coches aparcados. Hay hileras de casas a ambos lados. Algunas están apuntaladas, muchos de los porches y de las escaleras pegados a las partes delanteras necesitan repararse y las luces de la calle no están encendidas, quizá las rompieron a pedradas, lo que hace que el mundo entero parezca oscuro. No estoy en un vecindario seguro, y voy sin dinero, sin zapatos y sin tener alguna idea de dónde estoy. Una parte de mí quiere tumbarse sobre la acera hasta morir congelado, pero antes de que pueda pensar en algo estoy de pie, cojeando por la manzana.
El músculo del muslo derecho está como bloqueado, no puedo doblar la rodilla derecha muy bien.
Una de las casas del bloque esta decorada con adornos de Navidad. En el porche hay un pesebre con figuritas de plástico de María y José, ambas negras. Camino hacia el Niño Jesús, pensando que es más probable que la gente que celebra la fiesta me ayude que la que no tiene decoraciones navideñas porque, en la Biblia, Jesús dice que debemos ayudar a la gente sin zapatos a la que han robado.
Cuando finalmente llego a la casa decorada, ocurre algo gracioso. En lugar de llamar a la puerta, cojeo hacia las figuras de María y José porque quiero mirar dentro del pesebre y ver si el Niño Jesús también es negro. Mi agarrotada pierna grita de dolor y falla justo cuando llego a la escena de la Natividad. Apoyado en las manos y en una rodilla, veo entre sus padres al Niño Jesús, realmente es negro, y está iluminado; su oscura cara brilla como el ámbar y un chorro de luces blancas rodea su pequeño pecho de bebé.
Al entornar los ojos, bajo la luz del Niño Jesús, instantáneamente me doy cuenta de que me han robado porque maldije a Dios, así que rezo y pido perdón, y entiendo que Dios me está diciendo que necesito trabajar un poco más en mi carácter antes de que me permita llegar el final del período de separación.
Mi pulso late tan fuerte en mis orejas que ni siquiera he oído que la puerta de la entrada se abría y que un hombre caminaba hacia el porche.
—¿Qué estás haciendo con nuestro belén de tía Jasmine? —dice el hombre.
Y cuando vuelvo la cabeza, Dios me hace saber que ha aceptado mis disculpas.
Cuando llevaron a mi amigo negro Danny al lugar malo, no hablaba, como yo, y tenía una gran cicatriz, pero la suya estaba en la parte de atrás de la cabeza, donde una línea rosa sobresalía brillante de su pelo afro. Durante un mes o así, simplemente se sentaba en una silla al lado de la ventana de su habitación, ya que las conversaciones con los terapeutas que lo visitaban lo dejaban frustrado. Los chicos y yo queríamos acabar con esto y le decíamos «Hola», pero Danny, cuando le hablábamos, se limitaba a mirar por la ventana, por lo que llegamos a la conclusión de que era una de esas personas cuyo trauma mental era tan malo que probablemente iba a pasar el resto de su vida siendo un vegetal, más o menos como mi compañero de habitación, Robbie. Pero un mes más tarde, Danny empezó a comer en la cafetería con el resto de nosotros, a asistir a música y a sesiones de terapia en grupo, e incluso a ir a algunas excursiones en grupo a las tiendas por el puerto y a los partidos en Camden Yards. Era obvio que sí entendía las palabras, e incluso era bastante normal, solo que no hablaba.
No recuerdo cuánto tardó pero, después de un tiempo, Danny empezó a hablar de nuevo, y yo fui la primera persona a la que le habló.
Una chica de alguna bonita universidad de Baltimore vino a proporcionarnos lo que nos dijo que eran «tratamientos no tradicionales». Teníamos que presentarnos voluntarios para las sesiones, ya que esa chica aún no era una terapeuta. Al principio desconfiábamos, pero cuando vino a promocionar el programa, pronto nos persuadió con su figura de niña y esa cara de aspecto inocente tan mona. Era una joven muy amable y bastante atractiva, así que hicimos todo lo que ella nos dijo con la esperanza de mantenerla por allí, sobre todo porque no había pacientes mujeres en el lugar malo y las enfermeras eran extremadamente feas.
Durante la primera semana, nuestra estudiante universitaria nos hizo mirarnos mucho en espejos, ya que nos animaba a que nos conociéramos realmente, lo cual era algo bastante extraño allí. Ella decía cosas como:
—Estúdiate la nariz. Mírala hasta que realmente la conozcas. Observa cómo se mueve cuando respiras profundamente. Aprecia el milagro de la respiración. Ahora mírate la lengua. No solo la parte de arriba, sino también la de abajo. Estúdiala. Contempla el milagro de saborear y hablar.
Pero un día nos puso por parejas al azar, nos hizo sentarnos uno frente al otro y nos dijo que miráramos en el ojo del compañero. Nos tuvo haciendo esto durante bastante tiempo, y resultó bastante raro, porque la habitación estaba totalmente en silencio y los hombres no suelen mirar a los ojos de los otros durante largos períodos de tiempo. Entonces empezó a decirnos que imagináramos que nuestra pareja era alguien a quien echábamos de menos, o alguien a quien habíamos hecho daño en el pasado, o un miembro de la familia a quien no veíamos desde hacía muchos años. Nos dijo que viéramos a esa persona a través de los ojos de nuestra pareja, hasta que dicha persona estuviera delante de nosotros.
Mirar en los ojos de otra persona durante un período de tiempo prolongado demostraba ser algo poderoso. Y si no me crees, inténtalo tú mismo.
Por supuesto, empecé a ver a Nikki, lo cual resultaba raro, porque yo estaba mirando a través de los ojos de Danny, y Danny es un hombre negro de 1,92 de altura que no se parece en nada a mi ex mujer.
Incluso aun cuando mis pupilas permanecían fijas en las de Danny, era como si estuviera mirando directamente a los ojos de Nikki. Yo fui el primero que empezó a llorar, pero los otros me siguieron. Nuestra universitaria vino a verme, me dijo que era valiente y luego me abrazó, lo cual fue bonito. Danny no dijo nada.
Aquella noche me desperté por el sonido de los gruñidos de Robbie. Cuando abrí los ojos me llevó un par de segundos fijar mis pupilas, pero cuando lo hice, vi a Danny vigilándome por encima.
—¿Danny? —dije.
—Yo no me llamo Danny.
Su voz me asustó, porque no esperaba que me hablara, en especial porque no le había hablado a nadie desde que llegó.
—Me llamo Chiquillo Loco.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunté—. ¿Por qué estás en nuestra habitación?
—Solo quería decirte mi nombre de calle, así podremos ser colegas. Pero como ahora no estamos en la calle, puedes seguir llamándome Danny.
Y entonces Danny se largó de la habitación y Robbie dejó de gruñir.
Todo el mundo en el lugar malo estaba bastante conmocionado cuando Danny comenzó a hablar de modo normal al día siguiente. Todos los médicos dijeron que estaba experimentando un avance, pero no era así. Simplemente Danny decidió hablar. Realmente nos hicimos colegas y hacíamos todo lo que teníamos que hacer en el lugar malo juntos, incluida nuestra rutina de ejercicios. Y poco a poco descubrí la historia de Danny.
Como Chiquillo Loco, él era un conocido rapero de Filadelfia Norte que había firmado con una pequeña compañía de discos de Nueva York llamada Rougher Trade. Estaba tocando en un club de Baltimore cuando unos muertos de hambre, aún no sé cómo (Danny a menudo cambia los detalles de esta historia, de modo que no puedo decir lo que ocurrió realmente), lo golpearon en la parte de atrás de la cabeza con una llave grande, lo llevaron al puerto y lo echaron al agua.
La mayor parte del tiempo, Danny afirmaba que un grupo de rap de Baltimore, uno que estaba programado que actuara antes que Chiquillo Loco, le preguntó si quería fumar en un callejón detrás del club y, cuando aceptó, empezaron a contarle no sé qué mierda sobre la titularidad en el barrio. Cuando demostró que las ventas de sus discos eran mayores, se apagaron las luces y se despertó muerto, lo cual realmente es cierto, ya que su expediente dice que estuvo muerto durante unos minutos antes de que los servicios de urgencia consiguieran reanimarlo.
Por suerte para Danny, alguien oyó el chapoteo que Chiquillo Loco hizo al caer en el agua y esta persona lo pescó y pidió ayuda justo cuando los otros raperos huían. Danny asegura que la sal del agua mantuvo su mente viva, pero no entiendo cómo pudo pasar eso, puesto que lo lanzaron al puerto mugriento y no al océano. Después de una operación en la que le retiraron pequeñas partes del cráneo del cerebro y de una larga estancia en el hospital, llevaron a Danny al lugar malo. La peor parte fue que perdió su habilidad para rapear, simplemente ya no podía hacer que su boca rapeara, o al menos no a la velocidad a la que lo solía hacer, por lo que Danny hizo un voto de silencio que solo rompió después de estar mirándome a los ojos durante un largo período de tiempo.
Una vez, le pregunté a Dan a quién había visto cuando me miraba a los ojos y me dijo que a su tía Jasmine. Cuando le pregunté que por qué había visto a su tía Jasmine, me dijo que era la mujer que lo había criado y le había hecho ser un hombre.
—¿Danny? —digo, arrodillándome delante del pesebre.
—¿Quién eres?
—Soy Pat Peoples.
—¿Pat el blanco de Baltimore?
—Sí.
—¿Cómo?
—No lo sé.
—Estás sangrando, ¿qué ha pasado?
—Dios me castigó, pero luego me trajo hasta aquí.
—¿Qué hiciste para que Dios se enfadara?
—Lo maldije, pero le dije que lo sentía.
—Si realmente eres Pat Peoples, ¿cómo me llamo?
—Chiquillo Loco, alias Danny.
—¿Ya has tomado la cena de Navidad?
—No.
—¿Te gusta el jamón?
—Sí.
—¿Quieres cenar conmigo y con la tía Jasmine?
—Vale.
Danny me ayuda a levantarme. Mientras cojeo y me dirijo al hogar de la tía Jasmine, huelo a piñas y a jamón asado en salsa de piña. Hay un pequeño árbol de Navidad decorado con tiras de palomitas de maíz de colores y coloridas bombillas intermitentes. Dos calcetines verdes y uno rojo cuelgan de un manto en una falsa chimenea. En la televisión, los Eagles se baten con los Cowboys.
—Siéntate —dice Danny—. Estás en tu casa.
—No quiero ensuciarte el sofá de sangre.
—Tiene una funda de plástico, ¿la ves?
Miro hacia el sofá y realmente está cubierto por un plástico, así que me siento y veo que los Eagles están ganando, algo que me sorprende, ya que Dallas llevaba siete puntos de ventaja.
—Te he echado de menos —dice Danny después de sentarse a mi lado—. Ni siquiera dijiste un maldito adiós cuando te fuiste.
—Mamá vino y me sacó cuando estabas en terapia musical. ¿Cuándo saliste del lugar malo?
—Ayer mismo. Por buen comportamiento.
Miro la cara de mi amigo y veo que está serio.
—¿De modo que saliste ayer del lugar malo, y justamente yo corro por tu vecindario, me roban en tu calle y te encuentro aquí?
—Supongo —dice Danny.
—Es una especie de milagro, ¿no crees?
—Los milagros ocurren en Navidad, Pat. Todo el mundo sabe esa mierda.
Pero antes de que podamos decir nada más, una mujer pequeña con aspecto serio que lleva puestas unas enormes gafas de montura negra camina hacia la sala de estar y empieza a gritar: «¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Jesús!». Intento convencer a la tía Jasmine de que estoy bien, pero ella llama al 911 y seguidamente me encuentro en una ambulancia camino del hospital Germantown.
Cuando llego a la sala de urgencias, la tía Jasmine reza por mí y grita a un montón de gente hasta que me llevan a una habitación privada donde me quitan la ropa, me limpian las heridas y me cosen un corte de la cara.
Me dan un calmante mientras explico al oficial de policía lo ocurrido.
Después de pasar por rayos X, los médicos me dicen que tengo la pierna hecha polvo; mi madre, Caitlin y Jake llegan, y entonces tengo la pierna en una escayola que empieza en el tobillo y acaba justo debajo de la cadera.
Quiero disculparme con Danny y con la tía Jasmine por arruinarles la cena de Navidad, pero mi madre me dice que ellos se han ido enseguida después de que ella llegara, lo cual me entristece por alguna razón.
Cuando finalmente me dan el alta en el hospital, una enfermera me pone un calcetín morado en los dedos desnudos y me da un par de muletas, pero Jake me empuja en una silla de ruedas hasta su BMW. Tengo que sentarme de lado en el asiento de atrás con el pie sobre el regazo de mamá por culpa de la escayola.
Nos dirigimos hacia Filadelfia Norte en silencio, pero cuando salimos de la carretera Schuylkill Expressway, Caitlin dice:
—Bien, al menos nunca olvidaremos esta Navidad.
Lo dice como si fuera un chiste, pero nadie se ríe.
—¿Por qué nadie me pregunta cómo acabé en Filadelfia Norte? —pregunto.
Después de una larga pausa mamá dice:
—Tiffany nos llamó desde una cabina y nos lo contó todo. Estábamos circulando por esa zona, buscándote, cuando han llamado del hospital a tu padre. Él ha llamado al móvil de Jake y aquí estamos.
—¿Así que he arruinado la Navidad de todo el mundo?
—Esa puta loca nos la ha arruinado.
—Jake —dice mamá—. Por favor.
—¿Ganaron los Eagles? —le pregunto a Jake. Recuerdo que iban ganando y tenía la esperanza de que papá estuviera de un humor decente cuando llegara a casa.
—Sí —me dice Jake, de un modo que me deja entrever que está enfadado conmigo.
Los Eagles ganaron a T.O. y a Dallas, en Dallas, el día de Navidad, y Jake, que no se ha perdido un solo partido desde que estábamos en primaria, probablemente se ha perdido el mejor partido de la temporada porque estaba buscando por todo Filadelfia Norte a su hermano mentalmente trastornado. Y ahora caigo en por qué mi padre no estaba con el equipo de búsqueda; no había forma alguna de que se perdiera un partido de los Eagles tan importante, especialmente contra Dallas. No puedo evitar sentirme culpable, ya que probablemente habría sido una bonita Navidad, sobre todo porque mi padre habría estado de un humor increíble. Estoy seguro de que mamá había preparado comida. Incluso Caitlin lleva puesta una camiseta de los Eagles. Y yo continúo complicándole la vida a todo el mundo, y quizá habría sido mejor que los ladrones me hubieran matado, y…
Empiezo a llorar, pero silenciosamente, no quiero que mamá se disguste.
—Siento que te hayas perdido el partido por mi culpa, Jake —digo, pero las palabras me hacen llorar aún más, y enseguida estoy sollozando entre mis manos otra vez, como un bebé.
Mi madre me acaricia la pierna, pero nadie dice nada.
Hacemos el resto del camino a casa en silencio.