La mañana de Navidad me despierto antes del amanecer y empiezo mi rutina de levantar pesas. Estoy nervioso por encontrarme con Nikki hoy, así que doblo el tiempo de mis ejercicios en un intento de trabajar mi ansiedad. Me doy cuenta de que la nota que Tiffany me dio anoche sugiere que puede que Nikki no esté interesada en reunirse conmigo en aquel lugar tan especial una vez que anochezca, pero también sé que en las películas, justo cuando el personaje principal está a punto de tirar la toalla, ocurre algo sorprendente que lleva a un final feliz. Estoy bastante convencido de que esta es la parte de mi película en la que algo sorprendente ocurrirá, así que confío en Dios, quien sé que no me dejará de lado. Si tengo fe, si voy a aquel lugar especial, algo bonito ocurrirá cuando el sol se ponga, lo sé.
Cuando oigo la música navideña, dejo las pesas y voy abajo. Mi madre está cocinando huevos y beicon, y el café está haciéndose.
—Feliz Navidad —dice mamá, y me da un besito en la mejilla—. No olvides tus pastillas.
Cojo los frascos de color naranja del armario y los abrazo. Mientras trago mi última píldora, mi padre entra en la cocina y tira el plástico que cubre el periódico al cubo de la basura. Cuando se da la vuelta y se dirige a la sala de estar, mi madre dice:
—Feliz Navidad, Patrick.
—Feliz Navidad —murmura papá.
Comemos huevos, beicon y tostadas juntos, como una familia, pero nadie habla mucho.
En la sala de estar nos sentamos alrededor del árbol. Mamá abre el regalo de papá. Es un collar de diamantes de grandes almacenes, pequeños diamantes con forma de corazón en una fina cadena de oro. Sé que mamá tiene un collar parecido porque lo lleva casi todos los días. Probablemente, mi padre le regaló lo mismo el año pasado, pero mamá actúa como si estuviera realmente sorprendida, y dice: «Patrick, no deberías», antes de besarlo en los labios y abrazarlo. A pesar de que papá no le devuelve el abrazo a mamá, sé que está feliz porque esboza una especie de sonrisa.
Luego, le damos a papá su regalo, que es de mamá y mío. Rasga el papel de envolver y sujeta una auténtica camiseta de los Eagles, no una de esas con calcomanías pegadas con la plancha.
—¿Por qué no tiene ningún número o un nombre? —pregunta.
—Como McNabb se lesionó, pensamos que te gustaría escoger un nuevo jugador favorito —dice mamá—, así que cuando lo hagas, pondremos el número y el nombre correcto cosido en el jersey.
—No malgastéis vuestro dinero —dice papá poniendo el jersey de nuevo en la caja—. No ganarán hoy sin McNabb. No van a jugar los playoffs. Ya me he cansado de ver a ese pésimo equipo de fútbol.
Mamá sonríe hacia mí porque ya le dije que papá diría todo eso, aunque los Eagles hubieran jugado bastante bien. Pero mamá y yo sabemos que papá verá el partido de los Eagles contra los Cowboys más tarde y que elegirá un nuevo jugador favorito a finales del próximo verano, después de haber visto uno o dos partidos de pretemporada, y en ese momento dirá algo así como: «Jeanie, ¿dónde está mi auténtica camiseta de los Eagles? Quiero que me cosan esos números antes de que empiece la temporada».
Una docena de regalos son para mí, todos ellos comprados y envueltos por mamá. Tengo una nueva sudadera de los Eagles, unas zapatillas para correr, ropa para hacer ejercicio, ropa de vestir, unas cuantas corbatas, una nueva chaqueta de piel de marca y un reloj especial para correr que me ayudará a cronometrar mis carreras e incluso a calcular las calorías que quemo mientras corro. Y…
—¡Dios santo, Jeanie! ¿Cuántos regalos le has comprado al chico? —exclama papá, pero lo dice de un modo que nos hace saber que no le parece mal del todo.
Después de comer, me doy una ducha, me pongo desodorante en las axilas, algo de la colonia de mi padre y uno de mis nuevos conjuntos para correr.
—Voy a probar mi reloj nuevo —le digo a mamá.
—Caitlin y tu hermano llegarán dentro de una hora —dice mamá—. Así que no tardes mucho.
—No lo haré —digo justo antes de salir de casa.
En el garaje me cambio y me pongo la ropa de vestir que escondí ahí a principios de semana: pantalones de tweed, camisa negra con botones en el cuello, zapatos de piel y un abrigo caro de mi padre que hace tiempo que no usa. Después, camino hacia la parada del PATCO de Collingswood y me subo al tren de las 13.45 hacia Filadelfia.
Empieza a chispear.
Me bajo en la estación de Eight con Market, camino a través de la llovizna hacia el ayuntamiento y tomo el tren de la línea naranja con dirección al norte.
No hay mucha gente en el tren, y en el metro no parece que sea Navidad. Pero ni el vapor del olor de la basura que entra en la parada cada vez que se abren las puertas, ni el chico que hace pintadas sentado en el asiento naranja al otro lado del mío o la hamburguesa medio comida que hay en el pasillo me derrumban, porque voy a reunirme con Nikki; el período de separación está a punto de acabar.
Me bajo en Broad con Olney y subo los escalones hacia Filadelfia Norte, donde llueve un poco más fuerte. Aunque recuerdo que me atracaron dos veces cerca de esta parada de metro cuando iba al instituto, no me preocupa, principalmente porque es Navidad y soy mucho más fuerte de lo que era cuando era un estudiante. En Broad Street veo a unas cuantas personas de color, lo que me hace pensar en Danny y en cómo siempre solía hablar de ir a vivir con su tía a Filadelfia Norte cuando saliera del lugar malo, especialmente cada vez que le mencionaba que me había graduado en la Universidad de La Salle, que parece ser que está cerca de donde vive la tía de Danny. Me pregunto si Danny ya habrá salido del lugar malo. Pensar que él pueda estar el día de Navidad en una institución mental me pone muy triste, porque Danny fue un buen amigo conmigo.
Mientras camino por Olney, meto las manos en los bolsillos del abrigo de papá, ya que, debido a la lluvia, hace bastante frío. Pronto veo las banderas azules y amarillas que flanquean las calles de la ciudad universitaria, y esto hace que me sienta triste y a la vez alegre de estar otra vez en La Salle, al igual que cuando veo fotos antiguas de gente que ha muerto o con la que he perdido el contacto.
Cuando llego a la biblioteca, giro a la izquierda y camino dejando atrás las pistas de tenis, donde tomo un atajo pasando por la derecha el edificio de seguridad.
Mas allá de las pistas de tenis hay una colina tapiada con tantos árboles que uno nunca creería que está en Filadelfia Norte si alguien lo llevase hasta allí con los ojos vendados y luego le quitara la venda y le preguntara: «¿Dónde crees que estás?».
A los pies de la colina hay una casa de té japonesa, tan pintoresca como fuera de lugar en Filadelfia Norte, aunque nunca he estado dentro tomándome un café (se trata de una casa de té privada), así que tal vez en el interior tiene un aire de ciudad; no lo sé. Nikki y yo solíamos encontrarnos en esta colina, detrás del viejo roble, y nos sentábamos en la hierba durante horas. Sorprendentemente, no había muchos estudiantes que merodeasen por este sitio. Quizá no sabían que estaba ahí. Quizá nadie más pensaba que era un lugar bonito. Pero a Nikki le encantaba sentarse sobre la verde colina y mirar hacia la casa de té japonesa, sentir como si estuviera en algún otro lugar del mundo, algún otro lugar que no fuera Filadelfia Norte. Y si no fuera por las ocasionales bocinas de coches o los disparos en la distancia, habría creído que estaba en Japón mientras me encontraba sentado en aquella colina, a pesar de que nunca he estado en Japón y de que no tengo ni idea de cómo será estar en ese país tan particular.
Me siento bajo un árbol enorme, en un trozo de hierba seca, y espero.
Las nubes de lluvia han ocultado el sol hace rato, pero cuando miro mi reloj, los números marcan oficialmente el atardecer.
Mi pecho empieza a encogerse, me doy cuenta de que estoy temblando y respirando más de lo normal. Me sujeto la mano para ver lo fuertes que son los temblores y mi mano se agita como el ala de un pájaro, o tal vez es como si tuviera calor e intentara abanicarme a mí mismo con los dedos. Trato de pararlo pero no puedo; meto las dos manos en los bolsillos del abrigo de mi padre esperando que Nikki no se dé cuenta de lo nervioso que estoy cuando aparezca.
Se hace oscuro, y luego más oscuro.
Finalmente, cierro los ojos y empiezo a rezar:
Querido Dios, si he hecho algo mal, por favor, por favor, dime qué es para que pueda enmendarlo. Mientras busco en mis recuerdos, no puedo pensar en nada que pueda haberte hecho enfadar, excepto por el puñetazo al aficionado de los Giants hace unos meses, pero ya pedí perdón por ese asunto, y pensé que habíamos pasado a otra cosa. Por favor, haz que Nikki aparezca. Cuando abra los ojos, por favor, haz que ella esté aquí. Puede que haya tráfico o… ¿habrá olvidado cómo llegar a La Salle? Siempre solía perderse en la ciudad. No pasa nada si no se presenta exactamente al atardecer, pero, por favor, hazle saber que aún estoy aquí esperándola, y que la esperaré toda la noche si es necesario. Por favor, Dios. Haré cualquier cosa. Si hicieras que apareciera cuando abra los ojos…
Huelo un perfume de mujer.
Reconozco ese olor.
Respiro profundamente para estar preparado.
Abro los ojos.
—Lo siento, ¿vale? —dice, pero no es Nikki—. Nunca pensé que esto te llevaría hasta aquí. Así que voy a ser honesta contigo. Mi terapeuta piensa que estás atascado en un constante estado de negación porque nunca permites poner un punto final, y pensé que podrías pasar página si me hacía pasar por Nikki. Así que inventé todo lo de hacer de enlace en un esfuerzo por proporcionarte un fin, esperando que acabaras con ese desánimo y pudieras seguir adelante con tu vida una vez que entendieras que reunirte con tu ex mujer era imposible. Yo escribí todas las cartas, ¿vale? Nunca llegué a contactar con Nikki. Ella ni siquiera sabe que estás sentado aquí. Probablemente, ni siquiera sabe que saliste de la unidad de neurología. No va a venir, Pat. Lo siento.
Estoy mirando la empapadísima cara de Tíffany (pelo mojado, maquillaje corrido) y casi no puedo creer que no sea Nikki. En un primer momento no registro sus palabras, pero cuando lo hago siento que el pecho me arde, y un episodio parece ser inevitable. Mis ojos echan fuego. La cara se me enrojece. De repente, me doy cuenta de que los últimos dos meses han sido completamente ilusorios. Nikki nunca va a volver, y el período de separación va a durar para siempre.
Nikki.
Nunca.
Va.
A.
Volver.
Nunca.
Quiero golpear a Tiffany.
Quiero machacarle la cara con los nudillos hasta que los huesos de las manos se me hagan añicos y Tiffany esté completamente irreconocible, hasta que no tenga una cara con la que poder escupir mentiras.
—Pero todo lo que te dije en las cartas es cierto. Nikki se divorció de ti y se volvió a casar, e incluso interpuso una orden de alejamiento en tu contra. Saqué toda la información de…
—¡Mentirosa! —digo, a la vez que me doy cuenta de que estoy llorando otra vez—. Ronnie me dijo que no debía confiar en ti. Que no eras más que una…
—Por favor, escúchame. Sé que ahora sufres una gran conmoción, pero debes enfrentarte a la realidad. ¡Te has estado mintiendo a ti mismo durante años! Necesitaba hacer algo drástico para ayudarte. Pero nunca pensé que…
—¿Por qué? —digo, sintiendo como si fuera a vomitar, como si mis manos fueran a apretar el cuello de Tiffany en cualquier momento—. ¿Por qué me has hecho esto?
Tiffany me mira a los ojos durante lo que parece ser un largo rato, y luego su voz se entrecorta igual que la de mamá cuando quiere decir algo que realmente siente de verdad.
—Porque estoy enamorada de ti —dice Tiffany.
Y entonces me levanto y me pongo a correr.
Al principio Tiffany me sigue pero, a pesar de que llevo los zapatos de piel y de que ahora está lloviendo bastante fuerte, me las arreglo para encontrar la velocidad masculina que ella no tiene, corro más rápido de lo que nunca antes había corrido, después de girar las suficientes esquinas y zigzaguear por en medio del tráfico, miro atrás y Tiffany se ha ido, así que bajo el ritmo un poco y hago footing durante lo que parecen ser horas. Sudo bajo la lluvia y el abrigo de mi padre empieza a pesar mucho. Ni siquiera puedo pensar lo que esto significa.
Traicionado por Tiffany. Traicionado por Dios. Traicionado por mi propia película. Aún estoy llorando, y tengo pensamientos horrorosos. Podría lanzar mi cuerpo bajo un autobús o un vagón de metro; podría, mientras estoy de camino, darle un puñetazo a la ventana de algún coche hasta que la sangre de mis muñecas dejara de salir; podría dejarme caer al suelo y golpearme el cráneo contra el hormigón hasta que mis sesos se esparciesen por toda la acera y el pensamiento parase. Pero en lugar de eso, sigo haciendo footing.
Dios, no te pedí un millón de dólares. No te pedí ser famoso o poderoso. Ni siquiera te pedí que Nikki volviera conmigo. Solo te pedí un encuentro. Una simple conversación cara a cara. Todo lo que he hecho desde que dejé el lugar malo ha sido mejorar para convertirme exactamente en lo que Tú dices a todo el mundo que sea: una buena persona. Y aquí estoy, corriendo a través de Filadelfia Norte en un lluvioso día de Navidad, solo. ¿Por qué nos contaste tantas historias acerca de los milagros? ¿Por qué enviaste a tu Hijo para que bajase desde el cielo? ¿Por qué nos das películas si la vida nunca acaba bien? ¿Qué clase de mierda de Dios eres tú? ¿Quieres que sea un miserable el resto de mi vida? ¿Qué…?
Algo golpea con fuerza mi espinilla y entonces las palmas de mis manos se deslizan a través del mojado cemento. Siento patadas en la espalda, en las piernas y en los brazos. Me hago una bola intentando protegerme a mí mismo, pero las patadas continúan. Cuando siento como si mis riñones fueran a explotar, miro hacia arriba para ver quién está haciéndome esto, pero solo veo la suela de una zapatilla antes de que esta me golpee en la cara.