Una vez que terminamos de hablar de nuestra victoria en el torneo de kubb y la habilidad extraordinaria de la señora Patel para pintar tan bien a Brian Dawkins en el autobús, elijo el asiento negro y le digo a Cliff que estoy un poco deprimido.
—¿Qué sucede? —me pregunta mientras se levanta el reposapiés.
—Terrell Owens.
Cliff asiente, como si esperara que sacase el tema del receptor.
No había querido hablar de esto antes, pero se supo que el 26 de septiembre de 2006 trato de suicidarse. Nuevas noticias decían que Owens (o T.O.) había ingerido una sobredosis de una medicación prescrita por un doctor. Ese mismo día T.O. había abandonado el hospital y en una rueda de prensa había negado que hubiera tratado de suicidarse, lo que provocó mucha controversia en lo referente a su salud mental.
Yo recordaba que T.O. era el número 49, pero cuando vi el partido hace unas semanas contra el San Francisco no era el número 49. Me enteré por la sección de deportes de que T.O. jugaba en los Eagles cuando yo estaba en el lugar malo y que los llevó a la Super Bowl XXXIX, lo cual yo no recuerdo (aunque quizá sea mejor porque los Eagles perdieron y eso hace que me enfade). Aparentemente, T.O. pidió más dinero para la siguiente temporada, criticó públicamente al quarterback de los Eagles, Donovan McNabb, y luego lo apartaron del equipo a mitad de temporada para, al final, firmar por el equipo que los aficionados más odian, los Cowboys. Y por eso, todo el mundo en Filadelfia odia a T.O. más que a ninguna otra persona del mundo.
—No te preocupes por él —dice Cliff—. Dawkins le golpeará tan fuerte que Owens no se atreverá a hacer ninguna parada en el Linc.
—No estoy preocupado por que haga paradas y marque touchdowns.
Cliff me mira durante un instante como si no me comprendiera y luego dice:
—Dime lo que te preocupa.
—Mi padre dice que T.O. es un psicópata de las pastillas. Jake también me gastó bromas por teléfono sobre lo de las pastillas y llamó a Owens chalado.
—¿Por qué te molesta eso?
—Bueno, por lo que leí en la sección de deporte decían que T.O. podría estar pasando una depresión.
—Sí.
—Bueno —digo—, quizá necesite terapia.
—¿Y?
—Si Terrell Owens realmente está deprimido o mentalmente inestable, ¿por qué la gente a la que quiero lo utiliza como excusa para criticarlo?
Cliff respira hondo.
—Ya.
—¿Es que mi padre no entiende que yo también soy un psicópata de las pastillas?
—Como terapeuta te confirmo que tú no eres psicópata, Pat.
—Pero tomo todo tipo de pastillas.
—Y, aun así, no abusas de tu medicación.
Entiendo lo que Cliff quiere decir, pero él no puede entender cómo me siento (es una mezcla muy complicada de sentimientos y emociones), así que dejo el tema.
Cuando los Dallas Cowboys llegan a Filadelfia, los hombres gordos y la Invasión Asiática se unen para organizar una superfiesta que incluye campeonatos de kubb sobre césped artificial, televisión por satélite, comida india y mucha cerveza. Pero yo no puedo concentrarme en la diversión porque todo lo que me rodea es odio.
De lo primero que me percato es de que hay muchas camisetas nuevas y la gente que está allí las está comprando. Hay diferentes eslóganes e imágenes. Una tiene el dibujo de un niño haciendo pis sobre una estrella de Dallas y el eslogan dice: «Dallas apesta. T.O. toma pastillas». En otra camiseta aparece la prescripción de un medicamento con la típica calavera y los huesos a los lados y debajo está escrito: «Terrel Owens». Otra versión muestra un bote de pastillas en la parte de delante y una pistola en la parte de detrás, y pone: «T.O., si a la primera no lo consigues, cómprate una pistola». Otra persona ha hecho una cruz con un montón de camisetas viejas de Owens de cuando jugaba en los Eagles y la ha cubierto con botes de pastillas naranjas que se parecen mucho a los míos. Hay gente quemando sus viejas camisetas en el aparcamiento y también hay muñecos gigantes que representan a T.O. y la gente los golpea con bates. Aunque no me gustan los Dallas Cowboys, me siento mal por Terrell Owens, ya que es un tipo triste que tiene problemas mentales. Quién sabe si trató realmente de suicidarse. Aun así, todo el mundo se burla de él, como si su salud mental fuera una broma (o quizá quieran empujarlo al abismo porque nada les gustaría más que ver a T.O. muerto).
Como estoy lanzando mal, Cliff y yo quedamos eliminados del torneo de kubb y pierdo los cinco pavos que mi hermano había puesto por mí. En ese momento, Cliff me pide que le ayude a sacar cerveza India Pole Ale del autobús de la Invasión Asiática. Cuando estamos dentro del autobús me pregunta:
—¿Qué te pasa?
—Nada —respondo.
—Ni siquiera estabas mirando a ver dónde caían los bastones; has estado muy distraído durante los partidos.
No digo nada.
—¿Qué pasa?
—No estás en tu sillón de piel.
Cliff se sienta, toca el asiento del autobús y dice:
—Tendremos que conformarnos con polipiel.
Me siento junto a Cliff y digo:
—Es solo que me siento mal por T.O., eso es todo.
—Gana millones de dólares para soportar las críticas. Y lo sobrelleva. Lo hace con sus bailes cuando marca touchdowns. Esta gente no quiere que T.O. se muera, lo único que quieren es que no haga un buen partido. Es parte de la diversión.
Sé a lo que Cliff se refiere, pero a mí no me parece divertido. No me importa que sea millonario o no, unas camisetas que animan a la gente a volarse la cabeza no deberían ser aprobadas por mi terapeuta. Pero no digo nada.
Fuera del autobús de nuevo, veo que Jake y Ashwini han llegado a la final del torneo de kubb, así que me pongo a animarlos para olvidarme de todo el odio que hay a mi alrededor.
Dentro del Linc, la gente canta durante toda la primera parte: «S.D., S.D., S.D., S.D., S.D., S.D.». Jake me explica que antes le cantaban: «T.O., T.O., T.O., T.O., T.O., T.O.», cuando era un Eagle. Veo que Owens, aunque hoy aún no ha hecho muchas paradas, baila al ritmo de la música. Me pregunto si realmente es inmune a setenta mil personas burlándose de su sobredosis o si en su interior se siente mal. Yo no puedo evitar sentirme mal por él. Me pregunto cómo me sentiría yo si setenta mil personas se burlasen de mí por no recordar los últimos años de mi vida.
En el medio tiempo, Hank Baskett ha hecho dos paradas de 25 yardas, pero los Eagles pierden 21-17.
En el tercer cuarto, el Lincoln Financial Field hierve. Los aficionados de los Eagles sabemos que nos jugamos el primer puesto de la liga NFC Este. Cuando solo faltan ocho minutos para terminar el tercer cuarto todo cambia.
McNabb lanza el balón hacia la izquierda del campo. Todo el mundo de mi sección se pone en pie para ver lo que pasa. El número 84 coge la bola en la línea de la yarda 46 de los de Dallas, esquiva a un defensa, se dirige hacia la zona final y de repente estoy en el aire. Scott y Jake me llevan a hombros. Todo el mundo choca las manos conmigo porque finalmente Hank Baskett ha marcado su primer touchdown en la NFL, uno de 87 yardas, y yo llevo su jersey. Los Eagles van ganando y estoy tan feliz que pienso en papá, en que estará viendo el partido en su tele gigante y pienso que quizá las cámaras me han enfocado cuando Jake y Scott me han llevado a hombros. Puede que papá me viera en tamaño real por la tele y hasta esté orgulloso de mí.
El momento tenso llega al final del último cuarto, cuando vamos 31-24. Leto Sheppard intercepta a Bledsoe, que se dispone a marcarnos un touchdown, y todo el estadio entona el cántico de la lucha; la victoria es nuestra.
Cuando el reloj marca el final del partido busco a T.O. y veo que se dirige rápidamente a los vestuarios sin siquiera darles la mano a los del equipo contrario. Me siento mal por él.
Jake, Scott y yo salimos del Linc y nos dirigimos hacia la Invasión Asiática. Resultan fáciles de encontrar porque son cincuenta hombres indios vestidos con camisetas de Brian Dawkins.
—Solo hay que buscar cincuenta camisetas con el número «20» —dicen Jake y Scott.
Cliff y yo nos reunimos, chocamos las manos, chillamos y gritamos y los indios comienzan a cantar:
—¡Baskett, Baskett, Baskett!
Estoy tan feliz que cojo a Cliff en brazos y lo llevo a hombros hasta el autobús de la Invasión Asiática, como si él fuera Yoda y yo fuera Luke Skywalker entrenando en el Sistema Dagobah en la película El imperio contraataca (que como ya he dicho antes es una de mis películas favoritas). Mientras buscamos el lugar en el que aparcamos, cantamos una y otra vez el cántico de la lucha. Cuando llegamos a nuestro sitio en el Centro Wachovia, los hombres gordos nos esperan con cervezas heladas para celebrarlo. Yo no paro de abrazar a mi hermano, de chocar palmas con Cliff, de golpearme con el pecho contra los hombres gordos y de cantar con los indios. Me siento muy feliz. Me siento inmensamente feliz.
Cuando la Invasión Asiática me deja en casa es muy tarde, así que le pido a Ashwini que no toque la bocina y él accede, pero cuando doy la vuelta a la esquina escucho el sonido de las voces de cincuenta indios cantando: «¡E! ¡A! ¡G! ¡L! ¡E! ¡S! ¡EAGLES!», y no puedo evitar sonreír mientras entro en casa de mis padres.
Estoy listo para ver a papá. Después de una victoria como esta, que coloca a los Eagles en el primer puesto de la liga, seguro que querrá hablarme. Pero al entrar en la salita no hay nadie. No hay botellas en el suelo ni platos en la pila; en realidad, toda la casa está impecable.
—¿Papá? ¿Mamá?
Pero nadie responde. He visto que sus coches estaban fuera cuando he llegado, así que estoy muy confuso. Empiezo a subir la escalera. La casa está muy silenciosa. Entro en mi habitación y mi cama está vacía. Así que llamo a la puerta del cuarto de mis padres, pero nadie contesta. Abro la puerta e inmediatamente deseo no haberlo hecho.
—Tu padre y yo hemos hecho las paces después de que ganasen los Eagles —dice mamá con una sonrisa divertida—; dice que es un hombre nuevo.
Están tapados hasta el cuello con la sábana, pero sé que debajo de la sábana mis padres están desnudos.
—Tu chico, Baskett, ha unido a la familia —dice mi padre—, ha sido un auténtico Dios hoy en el campo. Con una victoria así de los Eagles he pensado: ¿por qué no hacer las paces con Jeanie?
Soy incapaz de responder.
—Pat, quizá te gustaría salir a correr —dice mamá—. Quizá una media horita…
Cierro la puerta de su habitación.
Mientras me pongo el chándal oigo el sonido del crujido de la cama de mis padres. Así que me pongo las zapatillas, bajo la escalera y salgo por la puerta principal. Corro por el parque, me acerco a la casa de los Webster y llamo a la puerta de la casa de Tiffany. Cuando responde, lleva puesto una especie de camisón y parece confundida.
—¿Pat? ¿Qué estás ha…?
—Mis padres están practicando sexo —explico—, ahora mismo.
Sus ojos se abren, sonríe y a continuación se ríe.
—Deja que me cambie —dice, y luego cierra la puerta.
Caminamos durante horas por todo Collingswood. Primero hablo de T.O., de Baskett, de mis padres, de Jake, de la Invasión Asiática, de las fotos de mi boda, del ultimátum que mi madre le ha dado a mi padre y que de hecho está funcionando, en fin, de todo, pero Tiffany no dice nada a modo de respuesta. Cuando ya no tengo nada más que decir simplemente caminamos y caminamos hasta que finalmente llegamos de nuevo a casa de los Webster y es hora de despedirnos. Le ofrezco la mano y le digo:
—Gracias por escuchar. —Cuando me doy cuenta de que ella no va a darme la mano comienzo a alejarme.
—Mírame —dice Tiffany como si cantase, lo cual es algo extraño puesto que no ha dicho nada en toda la noche, pero yo me doy la vuelta y la miro—. Voy a darte algo que te confundirá, puede que incluso te cabree, así que no quiero que lo abras hasta que estés muy relajado. Hoy ni hablar. Espera un par de días y cuando estés contento abre la carta.
Al decir esto saca un sobre del bolsillo de su chaqueta y me lo entrega.
—Guárdatelo en el bolsillo —dice, y hago lo que me pide porque se está poniendo muy seria—. No volveré a correr contigo hasta que me des una respuesta, te dejaré solo para que pienses. Decidas lo que decidas, no puedes contarle a nadie el contenido de la carta, ¿comprendido? Si se lo dices a alguien (incluido tu terapeuta), nunca te volveré a hablar. Te advierto que lo sabré por tu mirada. Es mejor que simplemente sigas mis directrices.
Mi corazón late muy fuerte. ¿De qué habla Tiffany? Ahora lo único que quiero hacer es abrir el sobre.
—Tienes que esperar al menos cuarenta y ocho horas antes de abrirlo. Asegúrate de que estás de buen humor cuando abras la carta. Piénsalo y luego dame una respuesta. Recuerda, Pat, puedo ser muy buena amiga, pero no te gustaría tenerme como enemiga.
Recuerdo la historia que Ronnie me contó sobre cómo Tiffany perdió su trabajo y empiezo a sentirme muy asustado.