Después de hacer un poco de ejercicio y de salir a correr (poco tiempo también) con Tiffany me subo al tren que me llevará a Filadelfia. Sigo las indicaciones de Jake y camino por Market Street en dirección al río. Giro a la derecha cuando voy por la segunda manzana y sigo esa calle hasta llegar a su edificio.
Cuando llego a la dirección que Jake me dio me sorprendo al ver que vive en una finca alta con vistas al río Delaware. Tengo que darle mi nombre al portero y decirle a quién voy a visitar antes de que me deje entrar en el edificio. Solo es un hombre viejo con un traje extraño que dice «Arriba, Eagles» al ver mi camiseta de Baskett, pero el hecho de que mi hermano tenga portero es impresionante, a pesar del uniforme del hombre.
Hay otro hombre viejo que lleva un traje extraño en el ascensor (incluso lleva uno de esos sombreros que se les pone a los monitos) y este hombre me lleva al décimo piso después de que le diga el nombre de mi hermano.
La puerta del ascensor se abre y entro en un rellano azul decorado con una alfombra roja. Cuando veo la puerta 1021 llamo tres veces.
—¿Qué hay, Baskett? —dice mi hermano después de abrir la puerta. Él lleva la camiseta en memoria de Jerome Brown porque hoy hay partido otra vez—. Pasa.
Hay una ventana gigantesca en el salón y puedo ver el puente Ben Franklin, el acuario Carden y diminutos barcos flotando en las aguas del Delaware. Es una vista hermosa. Enseguida me doy cuenta de que mi hermano tiene una pantalla plana de televisión, lo suficientemente plana para colgarla de la pared como si fuera un cuadro y aún más grande que la de papá. Pero lo más extraño es el piano de cola que mi hermano tiene en el salón.
—¿Qué es eso? —pregunto.
—Mira esto —dice Jake.
Se sienta en el taburete del piano, quita la tapa y empieza a tocar. Estoy sorprendido de ver que puede tocar «Volad, Eagles, volad». No es una versión muy elaborada, pero reconozco claramente el canto de la lucha de los Eagles. Empieza a cantar y yo me uno a él. Cuando termina de cantar, Jake me cuenta que lleva tres años asistiendo a clases de piano. La siguiente canción que me toca es familiar (sorprendentemente suave, como si fuera un gatito caminando sobre la hierba) y me parece increíble que Jake haya hecho algo tan hermoso. Siento cómo se me llenan de lágrimas los ojos mientras escucho a mi hermano, que toca con los ojos cerrados, moviendo el cuerpo hacia atrás y hacia delante al ritmo de la música. Está gracioso con la camiseta de los Eagles. Comete un par de errores, pero no me importa, está tratando de verdad de tocar la pieza correctamente y eso es lo que cuenta, ¿no?
Cuando termina, aplaudo con fuerza y le pregunto qué es lo que estaba tocando.
—La Sonata para piano número ocho de Beethoven —dice Jake—; ¿te gusta?
—Mucho —digo, porque de verdad estoy sorprendido—. ¿Dónde aprendiste a tocar?
—Cuando Caitlin se mudó conmigo trajo su piano y me ha estado enseñando cosas desde entonces.
Empiezo a sentirme mareado porque nunca había oído hablar de esa tal Caitlin y me parece que mi hermano acaba de decirme que vive aquí con ella, lo cual implica que mi hermano tiene una relación amorosa seria de la cual no sabía nada. Esto no me parece correcto. Uno debería conocer a la pareja de su hermano. Finalmente consigo decir:
—¿Caitlin?
Mi hermano me lleva a su habitación; hay un gran cabecero de madera y dos armarios a juego uno enfrente del otro que parecen guardias que están mirándose a la cara. Coge una foto enmarcada en blanco y negro de la mesita de noche y me la da. En la foto aparece Jake con la mejilla pegada a la mejilla de una mujer muy hermosa. Tiene el cabello corto y rubio, casi tan corto como el de un hombre, y su aspecto es delicado pero muy hermoso. Lleva un vestido blanco y Jake un esmoquin.
—Esta es Caitlin —dice Jake—; toca en la Orquesta de Filadelfia algunas veces y hace muchas grabaciones en Nueva York. Es pianista.
—¿Por qué nunca antes he oído hablar de Caitlin?
Jake me quita el marco de las manos y lo vuelve a colocar en su sitio. Regresamos al salón y nos sentamos en un sofá de piel.
—Sabía que estabas enfadado por lo de Nikki, así que no quería que supieras que, bueno… yo… estaba felizmente casado.
¿Casado? La palabra me golpea como si fuese una ola gigantesca y de repente me siento mareado y empiezo a sudar.
—Mamá trató de sacarte del lugar de Baltimore para la boda, pero no te dejaron salir. Mamá no quería que te contase aún lo de Caitlin, así que al principio no te lo conté, pero eres mi hermano y ahora que has vuelto a casa quiero que lo sepas todo sobre mi vida, y Caitlin es la mejor parte. Le he hablado mucho de ti y, si quieres, puedes conocerla hoy. Le he pedido que saliese un rato para contártelo todo. Puedo llamarla ahora y podemos comer antes de que vayamos al Linc. ¿Quieres conocer a mi mujer?
Un rato después estoy sentando en una ostentosa cafetería de South Street enfrente de una mujer muy hermosa que le coge la mano a mi hermano por debajo de la mesa y que me sonríe sin cesar. Jake y Caitlin llevan el peso de la conversación y me recuerda a cuando estoy con Ronnie y Veronica. Jake responde la mayoría de las preguntas que Caitlin me hace, porque yo no digo casi nada. En todo el tiempo nadie menciona a Nikki, o el tiempo que pasé en el lugar malo, o lo extraño que es que Caitlin y mi hermano lleven años casados y no nos conociéramos. Cuando llega el camarero, digo que no tengo hambre porque no llevo mucho dinero encima (solo los diez pavos que mi madre me ha dado para el metro, y ya me he gastado cinco en el billete del PATCO). Pero mi hermano pide comida para todos y dice que invita él, lo cual está muy bien. Comemos sándwiches de jamón con una especie de pasta de tomate seca. Cuando terminamos le pregunto a Caitlin si la misa fue bonita.
—¿Qué misa? —pregunta. La pillo mirándome la cicatriz de la frente.
—La misa de vuestra boda.
—Oh —dice, y luego mira amorosamente a mi hermano—. Sí, fue preciosa. Celebramos la misa en la catedral de San Patricio en Nueva York y luego dimos una pequeña recepción en el New York Palace.
—¿Cuánto lleváis casados?
Mi hermano le echa una mirada a su mujer que no me pasa desapercibida.
—Ya llevamos un tiempo —dice, y eso hace que me cabree, porque todo el mundo sabe que no recuerdo lo que ha pasado en los últimos años y ella, Caitlin, al ser una mujer, sabe exactamente cuánto tiempo lleva casada con Jake. Es obvio que está tratando de protegerme al darme esa respuesta. Eso me hace sentir muy mal, aunque me doy cuenta de que Caitlin solamente intenta ser amable.
Mi hermano paga la cuenta y acompañamos a Caitlin de vuelta al edificio en el que tienen el apartamento. Jake besa a su mujer cuando llegamos a la entrada y noto que la quiere de verdad. Después Caitlin me besa a mí en la mejilla y con su cara a pocos centímetros de la mía me dice:
—Me alegro mucho de haber podido conocerte, Pat, espero que podamos ser buenos amigos.
Yo asiento y no sé qué más decir. Entonces Caitlin dice:
—¡Adelante, Baker!
—Es Baskett, tontina —dice Jake, y Caitlin enrojece antes de que se vuelvan a besar.
Jake para un taxi y le dice al taxista:
—Al ayuntamiento.
En el taxi le digo a mi hermano que no tengo dinero para pagar el taxi, pero me dice que no tengo que pagar nada cuando esté con él. Es algo bonito lo que me ha dicho, pero me hace sentir extraño.
Una vez que llegamos al ayuntamiento, compramos billetes para el metro, entramos y esperamos que llegue el tren de la línea naranja.
A pesar de que solo es la una y media de la tarde, de que aún faltan varias horas para el partido y de que es lunes (y por tanto mucha gente tiene que trabajar), ya hay muchos hombres vestidos con ropa de los Eagles en el metro. Esto hace que me dé cuenta de que Jake no está trabajando hoy y de que yo no sé de qué trabaja Jake, lo cual me deja helado. Me cuesta recordar qué estudió mi hermano. Al final recuerdo que estudió económicas en la universidad, pero no sé de qué trabaja, así que se lo pregunto.
—Soy agente de bolsa —dice.
—¿Qué es eso?
—Me dedico al mercado bursátil.
—Oh —digo—; ¿para quién trabajas?
—Para mí mismo.
—¿Qué quieres decir?
—Que soy autónomo, hago todo mi trabajo on line. Trabajo para mí mismo.
—¿Por eso hoy has podido dejar de trabajar pronto para salir conmigo?
—Eso es lo mejor de ser autónomo.
Estoy muy impresionado por la habilidad de Jake de mantenerse a sí mismo y a su mujer jugando en la bolsa, pero no quiere hablar de su trabajo. Debe de pensar que no soy lo suficientemente listo para entender lo que hace, ni siquiera se molesta en explicarme su trabajo.
—¿Qué te ha parecido Caitlin? —me pregunta Jake.
Pero el tren llega y nos unimos a la masa de aficionados de los Eagles antes de que pueda responder.
—¿Qué te ha parecido Caitlin? —me vuelve a preguntar cuando encontramos unos asientos libres y el tren empieza a moverse.
—Es genial —digo tratando de no mirar a los ojos a mi hermano.
—Estás enfadado conmigo por no haberte contado antes lo de Caitlin.
—No, no lo estoy.
Quiero contarle lo de que Tiffany me sigue cuando salgo a correr; lo de la caja de «Pat»; lo de que mamá aún está en huelga, que los platos continúan sucios en la pila y que papá se tiñó de rosa las camisas al intentar lavarlas; que mi terapeuta dice que debo mantenerme neutral y no entrometerme en los problemas maritales de mis padres, que debo centrarme en mejorar mi propia salud mental… Aunque ¿cómo voy a hacerlo si papá y mamá duermen en cuartos separados y papá me dice que limpie la porquería y mamá que lo deje todo como está? Si ya me costaba sobrellevarlo todo antes de saber que mi hermano toca el piano, que trabaja en el mercado bursátil, que vive con una música muy hermosa y que me perdí su boda y por tanto nunca veré a mi hermano casarse (lo cual es algo que realmente deseaba ver pues lo quiero mucho), ¿cómo lo haré ahora? Pero en vez de decir esto digo:
—Jake, estoy algo preocupado por si vemos al aficionado de los Giants.
—¿Y por eso estás tan callado hoy? —me pregunta mi hermano como si se hubiera olvidado de lo que sucedió en el último partido en que el equipo jugó en casa—. Dudo que un aficionado de los Giants asista a un partido de los de Green Bay; aun así, vamos a colocarnos en un aparcamiento diferente al de la última vez, solo por si cualquiera de los idiotas de sus amigos nos estuviera buscando. No te preocupes. Los chicos gordos están montando la tienda en el Centro Wachovia. No debes preocuparte por nada.
Cuando llegamos a Broad y Pattison, salimos del metro y volvemos a ver la luz del sol. Sigo a mi hermano a través de las filas de acérrimos aficionados que piensan venir a la fiesta previa al partido nada más y nada menos que un lunes. Entramos en el Centro Wachovia y pronto vemos la tienda de campaña de los hombres gordos, y no puedo creer lo que veo.
Los hombres gordos están fuera de la tienda con Scott y le están gritando a alguien que se ha escondido detrás de sus compañeros. Un gigantesco autobús pintado de verde está dirigiéndose hacia la tienda de campaña. En el lateral del autobús hay un retrato de Brian Dawkins y es increíblemente realista. Cuando nos acercamos, logro leer las palabras INVASIÓN ASIÁTICA en el lateral del autobús, que está lleno de hombres de piel de color marrón. A estas horas hay muchas plazas libres en el aparcamiento, así que no entiendo de qué va la discusión.
Pronto reconozco una voz que está diciendo:
—La Invasión Asiática ha aparcado en este lugar desde que se abrió el Linc. Da buena suerte a los Eagles. Somos aficionados de los Eagles, igual que vosotros. Sea una superstición o no, que aparquemos el autobús de la Invasión Asiática en este lugar es crucial si queremos que los Pajarracos ganen esta noche.
—No vamos a mover la tienda —dice Scott—, de ninguna jodida manera. Haber llegado antes.
Los hombres gordos asienten a lo que dice Scott y las cosas empiezan a calentarse.
Veo a Cliff antes de que él me vea a mí.
—Moved la tienda —digo a nuestros amigos.
Scott y los hombres gordos me miran, sorprendidos por mi orden, casi como si los hubiera traicionado.
Mi hermano y Scott intercambian una mirada y después Scott pregunta:
—¿Hank Baskett, destructor de aficionados de los Giants, dice que movamos la tienda?
—Hank Baskett dice: moved la tienda —digo.
Scott se vuelve hacia Cliff, que está muy sorprendido al verme, y dice:
—Hank Baskett dice que movamos la tienda, así que moveremos la tienda.
Los hombres gordos reniegan, pero empezamos a desmontarlo todo y movemos la tienda, junto con la furgoneta de Scott, tres plazas de aparcamiento más allá al tiempo que el autobús de la Invasión Asiática se mueve y aparca. Cincuenta indios o más (todos ellos llevan un jersey de Dawkins) salen del autobús. Son como un pequeño ejército. Pronto hay en marcha varias barbacoas y el olor del curry nos rodea.
Cliff ha estado guay al no decirme hola, simplemente se ha escabullido entre los demás para que yo no tenga que explicar qué relación me une a él.
Una vez que hemos montado de nuevo la tienda, los hombres gordos van adentro a ver la televisión. Scott me dice:
—Eh, Baskett, ¿por qué has dejado que los de los lunares en la frente se quedaran con nuestra plaza de aparcamiento?
—Ninguno tenía un lunar en la frente —digo.
—¿Conocías al pequeñito? —me pregunta Jake.
—¿Qué pequeñito?
Nos volvemos y veo a Cliff de pie con una bandeja de madera sobre la cual hay porciones de carne y verduras.
—Comida india. Bastante rica. En agradecimiento por permitir que el autobús de la Invasión Asiática ocupe su plaza habitual.
Cliff acerca el plato y todos probamos la comida india. La carne está picante, pero deliciosa, igual que las verduras.
—¿Los chicos de la tienda querrán un poco?
—¡Eh, culos gordos! —grita Scott—, ¡comida!
Los hombres gordos salen y se acercan a la comida. Pronto todos estamos asintiendo y diciendo lo rica que está la comida que ha traído Cliff.
—Siento las molestias —dice Cliff muy amablemente.
Se está portando tan bien, sobre todo después de haber oído que Scott se refería a ellos como «los del lunar en la frente», que no puedo evitar decir que es mi amigo.
—Cliff, este es mi hermano Jake, mi amigo Scott y… —Como he olvidado los nombres de los chicos gordos digo—: Los amigos de Scott.
—Mierda —dice Scott—, habernos dicho que eras amigo de Baskett y no te habríamos ocasionado ningún problema. ¿Quieres una cerveza?
—Claro —dice Cliff dejando la bandeja vacía sobre el asfalto.
Scott les da a todos vasos verdes de plástico y vaciamos en ellos las botellas de Yuengling Lager. Estoy bebiendo con mi terapeuta y tengo miedo de que Cliff me grite por beber mientras estoy tomando medicación, pero no lo hace.
—¿Cómo os habéis conocido vosotros dos? —dice uno de los chicos gordos refiriéndose a Cliff y a mí. Me siento tan feliz de estar bebiendo cervezas con Cliff que no soy capaz de mentir y digo:
—Es mi terapeuta.
—Y también somos amigos —añade rápidamente Cliff, lo cual me sorprende y me hace sentir muy bien, sobre todo porque nadie dice nada por el hecho de que necesite un terapeuta.
—¿Qué estáis haciendo, chicos? —le pregunta Jake a Cliff.
Me vuelvo y veo que diez o más hombres están desenrollando tiras enormes de césped artificial.
—Están desenrollando el campo de kubb.
—¿Qué? —dicen todos.
—Venid, os lo enseñaré.
Y así es como empezamos a jugar a lo que Cliff denomina el juego vikingo mientras esperamos a que empiece el partido de fútbol americano de esta noche.
—¿Qué hacen un puñado de indios jugando a un juego vikingo? —pregunta uno de los hombres gordos.
—Es divertido —responde Cliff de manera muy guay.
Los hombres indios enseguida comparten su comida con nosotros y saben mucho de fútbol americano. Nos explican el juego del kubb: hay que tirar unos bastones de madera para tirar al suelo los kubbs de tu oponente (los kubbs son cubos de madera colocados en la línea de fondo del otro lado). Los kubbs que caen al suelo se lanzan al campo del oponente y se quedan donde caen. A decir verdad, no termino de comprender bien cómo se juega, pero sé que el juego acaba cuando en el campo de tu oponente ya no quedan kubbs y derribas el kubb rey (que es el trozo de madera más grande y que está colocado en el centro del campo de césped artificial).
Cliff me sorprende al preguntarme si quiero ser su pareja de juego. Durante toda la tarde me dice qué bloques debo derribar y ganamos muchos partidos, comemos comida india, bebemos Yuengling Lager y cerveza India Pole Ale de la Invasión Asiática en vasos verdes de plástico. Jake, Scott y los hombres gordos se integran en la fiesta de la Invasión Asiática con facilidad (nosotros tenemos indios en la tienda y ellos tienen caucásicos en sus campos de kubb). Creo que lo único que hace falta para que gente distinta se lleve bien es un interés común y unas cervezas.
Cada poco rato algún indio grita:
—¡Ahhhhhhhhhhhh!
Y cuando todos cantamos, somos cincuenta personas o más cantando, y nuestro cántico de los Eagles es ensordecedor.
Cliff es muy bueno con los bastones de madera. Hace que ganemos a casi todos los grupos de hombres y al final conseguimos un montón de dinero, algo que yo ni siquiera sabía que íbamos a ganar hasta que me lo dan. Uno de los amigos de Cliff me da cincuenta dólares. Cliff me explica que Jake ha pagado mi parte, así que trato de darle a mi hermano mis ganancias pero no me deja. Al final decido pagar unas rondas de cerveza dentro del estadio para dejar de discutir con Jake por el dinero.
Mientras el sol se pone y nos dirigimos al Lincoln Financial Field le pregunto a Cliff si puedo hablar con él a solas. Nos apartamos de la Invasión Asiática y le digo:
—¿Esto está bien?
—¿Esto? —replica. Por el modo en que me mira me doy cuenta de que está un poco borracho.
—Sí, que tú y yo salgamos como amigos. Mi amigo Danny lo llamaría «representar».
—¿Y por qué no?
—Porque eres mi terapeuta.
Cliff sonríe, levanta un dedo y dice:
—¿Qué te dije? Cuando no estoy en el sofá marrón de piel…
—Eres un aficionado de los Eagles.
—Correcto —dice, y me da un golpecito en la espalda.
Después del partido vuelvo a New Jersey en el autobús de la Invasión Asiática, y los indios borrachos y yo cantamos «Volad, Eagles, volad» una y otra vez porque los Eagles han ganado a los Packers por 31-9. Cuando los amigos de Cliff me dejan en casa es más de medianoche, pero el divertido conductor (que se llama Ashwini) toca la bocina del autobús de la Invasión Asiática, con una grabación de los cincuenta miembros gritando: «¡E! ¡A! ¡G! ¡L! ¡E! ¡S! ¡EAGLES!». Me preocupa que quizá hayamos despertado a todo el vecindario, pero no puedo evitar reírme mientras el autobús se aleja.
Mi padre aún está despierto, sentado en la salita viendo la ESPN. Cuando me ve no dice hola, pero empieza a cantar en voz alta «Volad, Eagles, volad», así que yo la canto una vez más con mi padre y cuando terminamos el cántico mi padre aún tararea la canción mientras se va a la cama. Se marcha sin hacerme siquiera una pregunta sobre cómo he pasado el día, que ha sido realmente extraordinario, aunque Baskett solo hiciera dos paradas de 27 yardas y aún deba encontrar la zona final del campo. Pienso en limpiar todo el reguero de botellas que mi padre ha dejado, pero recuerdo lo que me dijo mi madre de mantener la casa hecha una pocilga mientras ella está en huelga.
Bajo al sótano para hacer unas pesas sin tratar de pensar en que me he perdido la boda de Jake, pues eso me ha bajado la moral a pesar de haber ganado el partido. Debo quemar la cerveza que me he bebido y la comida india, así que hago pesas durante varias horas.