QUIZÁ UN XILÓFONO DISTANTE

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A las once de la noche mi madre aún no ha vuelto y yo empiezo a preocuparme, porque cada noche a las 10.45 me tomo las pastillas que me ayudan a dormir, y no creo que mamá quiera fastidiarme el horario de las medicinas.

Llamo a la puerta de la habitación de mis padres. Cuando nadie responde abro la puerta. Mi padre está durmiendo con el pequeño televisor de la habitación encendido. El brillo azul que refleja en su piel hace que parezca un extraterrestre (también parece un pez gigante en un acuario iluminado, pero sin las branquias, las escamas y las aletas). Me acerco a papá y lo sacudo con suavidad.

—¿Papá? —Lo sacudo un poco más fuerte—. ¿Papá?

—¿Qué, qué quieres? —dice sin abrir los ojos. Está tumbado de lado y la parte izquierda de su boca está apretujada contra la almohada.

—Mamá aún no ha vuelto a casa, estoy preocupado.

No dice nada.

—¿Dónde está?

Sigue sin responder.

—Estoy preocupado por mamá; ¿crees que deberíamos llamar a la policía?

Espero una respuesta, pero mi padre esta roncando suavemente.

Después de apagar el televisor, salgo de la habitación de mis padres y bajo a la cocina.

Me digo a mí mismo que si papá no está preocupado, yo no debería estarlo. Pero sé que no es propio de mamá dejarme solo sin decirme dónde va a estar, especialmente sin decirme nada de las medicinas.

Abro el armario de la cocina y saco ocho botes de pastillas con mi nombre puesto. En las etiquetas hay nombres deprimentes de medicamentos, pero solo conozco las pastillas por los colores, así que abro los botes para saber cuáles necesito.

Dos blancas y rojas para dormir y también una verde con una raya amarilla, pero no sé qué es lo que hace la verde con la raya amarilla. ¿Quizá para la ansiedad? Me tomo las tres pastillas porque quiero dormir y porque sé que es lo que mamá querría que hiciera. Quizá mamá me está poniendo a prueba. Como mi padre le habló mal antes, yo quiero tener a mamá más contenta que un día normal, aunque no sé muy bien por qué razón.

Me tumbo en la cama preguntándome dónde está mamá. Quiero llamarla al móvil, pero no sé su número. ¿Habrá tenido un accidente de coche? ¿Puede que haya tenido un ataque al corazón o un derrame cerebral? Pero entonces pienso que algún policía o médico nos habría llamado si algo de eso hubiera sucedido, porque ella lleva consigo sus tarjetas de crédito o su carnet de conducir. Quizá se haya perdido con el coche, pero en ese caso habría utilizado el móvil para llamar a casa y decirnos que llegaba tarde. Quizá se ha hartado de papá y se ha marchado. Pienso en esto y me doy cuenta de que, excepto los momentos en los que bromea con lo de que Tiffany es mi «amiga», no he visto reír o sonreír a mi madre en mucho tiempo. De hecho, si lo pienso seriamente, normalmente veo a mamá llorando o a punto de llorar. Quizá se ha cansado de tener que llevar la cuenta de mis pastillas. Quizá alguna mañana se me olvidó tirar de la cadena y al día siguiente vio las pastillas en la taza del váter y está enfadada porque no me tomo las pastillas. Quizá no he sabido apreciar a mamá, igual que no supe apreciar a Nikki, y ahora Dios me castiga llevándose también a mamá. Quizá mamá nunca vuelva a casa y…

Mientras empiezo a sentirme ansioso de verdad, hasta el punto de empezar a tener la necesidad de golpearme la frente contra algo duro, oigo el motor de un coche.

Cuando miro por la ventana veo el sedán de mamá.

Corro escalera abajo.

Estoy en el umbral de la puerta antes incluso de que ella llegue al porche.

—¿Mamá? —digo.

—Solo so… soy yo —dice a través de las sombras de la entrada.

—¿Dónde estabas?

—Fuera. —Cuando la veo a la luz parece como si fuera a caerse, así que me acerco a los escalones, le doy la mano y la cojo por los hombros. Su cabeza se tambalea, pero me mira a los ojos y dice:

—Nikki es… es tonta por ha… haberte dejado esca… escapar.

El hecho de que mencione a Nikki me hace sentir aún más ansioso, especialmente por lo que dice de que ella me dejó escapar, porque yo no me he escapado y porque estoy más que deseoso de volver con Nikki. Además fui yo quien fue un tonto por no apreciar a Nikki por lo que era, y mamá lo sabe muy bien. Pero puedo oler el alcohol en su aliento y probablemente solo dice esas tonterías porque va borracha. Mamá no bebe normalmente, pero esta noche es obvio que va borracha, y esto también me preocupa.

La ayudo a entrar en casa, la siento en el sofá de la salita y en unos minutos está mejor.

No sería buena idea meter a mamá borracha en la misma cama donde duerme mi enfurruñado padre, así que pongo un brazo por debajo de su brazo y otro por debajo de sus rodillas, la levanto y la llevo a mi habitación. Mamá es pequeña y ligera, así que no me cuesta llevarla escalera arriba. La meto en mi cama, le quito los zapatos y la tapo con el edredón. Luego voy a por un vaso de agua a la cocina.

Encuentro un bote de Tylenol y saco dos pastillas blancas.

Cojo a mi madre por la cabeza y la siento; la sacudo un poco hasta que abre los ojos para que se tome las pastillas y se beba el vaso de agua. Primero dice:

—Solo de… déjame dormir.

Pero sé, por mis días de universitario, que tomar medicinas para el dolor de cabeza y agua antes de dormir reduce la resaca al día siguiente. Al final, mi madre se toma las pastillas, se bebe medio vaso de agua y se duerme otra vez enseguida.

La miro descasar durante unos minutos y pienso que aún es muy guapa. También pienso en lo mucho que quiero a mi madre. Me pregunto adónde habrá ido a beber, con quién habrá bebido y qué habrá debido, pero me alegro de que esté sana y salva en casa. Trato de no imaginármela bebiendo en un bar deprimente rodeada de solteros de mediana edad. Trato de no imaginarme a mamá con alguna amiga criticando a papá y luego conduciendo de vuelta a casa borracha. Pero lo único en lo que puedo pensar es que por mi culpa mi madre está bebiendo, y mi padre no está ayudando mucho.

Cojo la foto de Nikki, subo la escalera que lleva a la buhardilla, coloco la foto junto a la almohada y me meto en el saco de dormir. Dejo la luz encendida para poder dormirme mientras admiro la pecosa cara de Nikki.

De repente, me despierta el sonido de ¿un xilófono distante? Cuando abro los ojos veo a Stevie Wonder frente a mí; sus piernas están a ambos lados de mi cuerpo, un pie en cada lado de mi pecho, y está tocando la armónica. Reconozco la canción al instante, es: «I Was Made to Love Her».

La última vez que Stevie visitó la buhardilla de mis padres recuerdo que mi padre me pateó y me golpeó y me amenazó con mandarme de nuevo al lugar malo, así que cierro los ojos, tarareo una nota, cuento en silencio hasta diez y dejo la mente en blanco.

Pero Stevie Wonder permanece impertérrito.

Empieza a cantar:

—«Nací en Collingswood. Tuve un amor de juventud. Siempre íbamos cogidos de la mano».

Sé que está cambiando la letra, está hablando a propósito de mí. Esto es una jugada sucia, hasta para Stevie Wonder, quien ya me ha traicionado de muchas formas. Mantengo los ojos cerrados, tarareo una sola nota, cuento en silencio hasta diez y dejo la mente en blanco, pero él sigue cantando.

—«Yo llevaba camisetas largas y Nikki llevaba trenzas. Ya sabía que la amaba.»

La cicatriz de la frente me empieza a doler. Desesperadamente, quiero golpearme contra algo duro, abrir la cicatriz y dejar que todos esos pensamientos terribles escapen, pero, en cambio, mantengo los ojos cerrados, tarareo una nota, cuento en silencio hasta diez y dejo la mente en blanco.

—«Sabes que mi padre no lo aprobó. Mi madre tampoco. Pero les dije una y otra vez…»

Siete, ocho, nueve, diez.

De repente se hace el silencio.

Cuando abro los ojos, veo la cara pecosa de Nikki y le doy un beso a la foto enmarcada sintiéndome aliviado porque Stevie Wonder ha dejado de cantar. Salgo del saco de dormir y busco por la buhardilla (muevo algunas cajas sucias y algunas otras cosas, busco entre percheros sobre los que cuelga la ropa de otras temporadas, pero Stevie Wonder se ha ido).

—Le he vencido —digo en un susurro—, no me hizo abrirme la cicatriz y…

Veo una caja en la que pone «Pat» y empiezo a tener esa sensación que ya he tenido alguna vez antes de que pase algo desagradable. Siento como si tuviera que ir al baño, pero no sé por qué.

La caja está en la otra punta de la buhardilla y está escondida debajo de una alfombra que he movido al buscar a Stevie Wonder. Tengo que abrirme paso entre otros trastos para llegar, pero pronto encuentro la caja. La abro y lo primero que encuentro es mi cazadora del equipo de fútbol americano del Instituto Collingswood. La saco de la caja y sostengo la polvorienta prenda en alto. Parece pequeña. Probablemente le rompería las mangas amarillas de piel si me la probase ahora. Dejo la reliquia en otra caja cercana. Cuando miro de nuevo en la caja que pone «Pat» me sorprendo y asusto tanto que me dedico a ponerlo todo donde estaba antes de que empezara a buscar a Stevie Wonder.

Cuando la buhardilla está en orden, me tumbo en el saco de dormir. Me siento como si estuviera en un sueño. Varias veces a lo largo de la noche me levanto, muevo la alfombra y miro la caja de «Pat» para asegurarme de que lo que he visto antes no ha sido una alucinación. Y cada vez que miro, el contenido condena a mamá y me hace sentir traicionado.