—¡Ahhhhhhhhh!
Me incorporo con el corazón latiéndome a toda velocidad. Cuando consigo abrir los ojos veo a mi padre al lado de la cama con las manos por encima de la cabeza. Lleva puesto el jersey de McNabb con el número 5.
—¡Ahhhhhhhhh!
Continúa gritando hasta que salgo de la cama, levanto las manos y digo:
—¡Ahhhhhhhhh!
Hacemos el cántico y representamos las letras con los brazos y las piernas.
—¡E! ¡A! ¡G! ¡L! ¡E! ¡S! ¡EAGLES!
Cuando terminamos, en vez de decirme buenos días o alguna otra cosa, mi padre simplemente sale de la habitación.
Miro el reloj y veo que son las 5.59 de la mañana. El partido empieza a las 13.00. Le prometí a Jake reunirme con él a las 10.00, lo que me deja dos horas para hacer pesas y una para correr. Así que hago pesas y a las 8.00 de la mañana Tiffany me está esperando fuera como dijo que haría.
No corremos demasiado rato, solamente unos diez u once kilómetros.
Después me doy una ducha, me pongo mi camiseta de Baskett y le digo a mamá que si me puede llevar a la estación del PATCO, pero dice:
—Tu conductor te está esperando fuera. —Mamá me da un beso en la mejilla y me entrega algo de dinero—. Pásalo bien y no dejes que tu hermano beba demasiado.
Fuera veo a papá en su coche con el motor en marcha. Me meto en el coche y pregunto:
—Papá, ¿vas a venir al partido?
—Ojalá pudiera —dice, y nos dirigimos hacia la autopista.
La verdad es que mi padre sigue obedeciendo una prohibición autoimpuesta y por eso no asiste a los partidos de los Eagles. A principios de los años ochenta, cuando papá tenía unos veintitantos años, tuvo una pelea con un hincha de los Dallas Cowboys que se atrevió a sentarse en el nivel 700, lugar en el que se vendían los asientos más baratos del estadio de los Vet y donde se sentaban los ultras de los Eagles.
La historia la escuché de mi ya fallecido tío y decía lo siguiente:
Cuando los Cowboys marcaron un touchdown, ese aficionado de los Dallas empezó a saltar y a vitorear en voz muy alta, así que la gente comenzó a tirarle cervezas y perritos calientes. El problema era que mi padre estaba sentado en la fila de delante de ese aficionado de los Dallas, con lo cual a él también le empezó a caer cerveza, mostaza y comida.
Por lo visto, papá perdió el control y atacó al aficionado de los Dallas hasta dejarlo al borde de la muerte. De hecho, arrestaron a mi padre por agresión y estuvo tres meses en la cárcel. Si mi tío no hubiese pagado la hipoteca esos meses, habríamos perdido la casa. Papá perdió su pase de temporada y desde entonces no ha vuelto a ver un partido de los Eagles en el campo.
Jake dice que podríamos meter a papá en el campo, pues ya nadie comprueba los carnets en la entrada, pero él repite que no irá.
—Mientras dejen entrar a los del equipo contrario en nuestra casa, yo no sé si podré dominarme.
En cierto modo esto es gracioso, pues han pasado casi veinticinco años desde que papá pegara a ese aficionado de los Dallas, y ahora solo es un hombre viejo y gordo que no creo que fuera a pegar a otro hombre viejo y gordo como él. Aunque mi padre me pegó bastante fuerte hace unas semanas en la buhardilla, así que quizá sí es sabio por su parte permanecer alejado del campo.
Mientras cruzamos el puente Walt Whitman, mi padre dice que puede que este sea un día importante en la historia de los Eagles, especialmente puesto que los Giants ganaron los dos partidos del año pasado.
—¡Venganza! —grita una y otra vez indiscriminadamente.
Me dice también que he de gritar y pitarle a Eli Manning (que gracias a la sección de deportes sé que es el quarterback de los Giants) para que no pueda hablar o escuchar durante los corrillos.
—Grita con todas tus fuerzas, porque tú eres el decimosegundo hombre —dice papá. La manera en que papá me habla, casi sin hacer pausas y sin dejarme responder, hace que parezca un loco, aunque ya sé que la mayoría de la gente cree que yo soy el loco de la familia.
Cuando al fin llegamos, papá cesa su charla sobre los Eagles el tiempo suficiente para decir:
—Es bueno que vengas a ver los partidos con Jake otra vez. Tu hermano te ha echado mucho de menos. ¿Te das cuenta? Necesitas dedicar tiempo a tu familia, no importa lo que pase en las otras facetas de tu vida, porque Jake y tu madre te necesitan.
Esto es muy irónico, pues él casi no me ha hablado desde que volví a casa y prácticamente no pasa nada de tiempo conmigo, con mi madre o con Jake, pero al menos mi padre por fin me está hablando. Todo el tiempo que yo he pasado con Jake o con él ha estado relacionado con los deportes (especialmente con los Eagles) y sé que esto es todo lo que se puede permitir emocionalmente, así que lo acepto con agrado y le digo:
—Ojalá tú también vinieras a ver el partido, papá.
—A mí también me gustaría —responde.
Me deja a unas diez manzanas del nuevo estadio, donde puede dar media vuelta y así evitar el tráfico.
—Tendrás que apañártelas para volver a casa —dice—, no voy a conducir hasta este zoo de nuevo.
Le doy las gracias por haberme traído y justo antes de que cierre la puerta, levanta las manos en el aire y grita:
—¡Ahhhhhhhhh!
Yo también levanto las manos y grito:
—¡Ahhhhhhhhh!
Hay un grupo de hombres tomando cerveza en una furgoneta cercana a nosotros; ellos también levantan las manos y gritan. Somos hombres unidos por un equipo. Hacemos juntos el cántico y me siento feliz; ahora recuerdo lo divertido que era estar en South Philly un día de partido.
Mientras camino por la calle Once de camino al aparcamiento del Lincoln Financial Field (siguiendo las directrices que me dio mi hermano por teléfono la noche anterior) me cruzo con un montón de gente que lleva camisetas de los Eagles. Por todas partes puede verse el color verde. Hay mucha gente bebiendo cerveza en vasos de plástico, jugando con balones y escuchando el programa previo al partido de la WIP 610 por la radio. Cuando me ven pasar me saludan, chocan las manos con las mías, me pasan el balón y gritan: «¡Adelante, Pajarracos!», solo porque llevo puesta una camiseta de los Eagles. Veo a niños con sus padres y ancianos con sus hijos mayores. Hombres gritando, cantando y sonriendo como si fueran niños de nuevo. Entonces me doy cuenta de cuánto lo he echado de menos.
Aunque no quiero, no puedo evitar buscar el estadio de los Vet y solamente encuentro el aparcamiento. Hay un nuevo estadio para los Phillies también, se llama Citizens Bank Park. En la entrada hay un cartel gigantesco de un nuevo jugador llamado Ryan Howard. Todo esto parece sugerirme que papá y Jake no me mentían cuando me dijeron que el estadio había sido demolido. Trato de no pensar en las fechas que mencionaron y me centro en disfrutar del partido y de pasar tiempo con mi hermano.
Encuentro el aparcamiento de la derecha y empiezo a buscar la tienda de campaña verde con la bandera negra de los Eagles arriba. El aparcamiento está lleno (de tiendas de campaña, barbacoas y fiestas por todas partes), pero tras diez minutos de búsqueda encuentro a mi hermano.
Jake lleva una camiseta en recuerdo de Jerome Brown con el número 99 (Jerome Brown fue designado dos veces el mejor jugador de defensa y placajes de la liga, y murió en un accidente de coche en 1992). Mi hermano está bebiendo cerveza de una copa verde; está de pie junto a su amigo Scott, que se está ocupando de la comida. A Jake se le ve feliz y por un instante simplemente disfruto viendo cómo sonríe y cómo rodea a Scott con el brazo. Yo no había visto a Scott desde la última vez que estuve en South Philly. Jake tiene la cara roja y parece que ya va un poco borracho, pero no me preocupo, Jake siempre ha sido un borracho alegre. Como a mi padre, nada hace a Jake más feliz que un partido de los Eagles.
Cuando Jake me ve, grita:
—¡Hank Baskett de fiesta con nosotros! —Luego echa a correr hacia mí, chocamos las manos y también el pecho.
—¿Qué hay, tío? —me dice Scott mientras chocamos los cinco. La gigantesca sonrisa de su boca sugiere que se alegra de verme—. Tío, estás realmente tremendo. ¿Qué has estado levantando, coches?
Yo sonrío orgulloso mientras me pega un golpecito en el hombro, como hacen todos los hombres que son colegas.
—Hace años, quiero decir, hum… ¿Cuántos meses han pasado? —Él y mi hermano intercambian una mirada que no me pasa desapercibida, pero antes de que yo pueda decir nada, Scott grita—: ¡Eh, culos gordos de dentro de la tienda! Quiero presentaros a mi chico, Pat, el hermano de Jake.
La tienda es del tamaño de una pequeña casa. Al entrar, veo que en un lado hay un gigantesco televisor de pantalla plana y que cinco tipos realmente gordos están viendo las imágenes previas al partido. Todos llevan camisetas de los Eagles. Scott me dice sus nombres y cuando pronuncia el mío los hombres asienten, me saludan y siguen mirando el espectáculo previo al partido. Todos ellos llevan agendas electrónicas y sus ojos se mueven rápidamente de las pequeñas pantallas que tienen en las manos a la gran pantalla que hay en el otro extremo de la tienda. Casi todos llevan puestos unos auriculares que, imagino, están conectados a sus teléfonos móviles.
Mientras salimos de la tienda, Scott dice:
—No te preocupes. Están tratando de obtener información de última hora. Serán un poco más amistosos cuando ya hayan hecho sus apuestas.
—¿Quiénes son? —pregunto.
—Chicos del trabajo. Soy técnico informático y trabajo en Digital Cross Health. Hacemos páginas web para médicos de familia.
—¿Cómo pueden mirar la televisión aquí en el aparcamiento? —pregunto.
Mi hermano me lleva de vuelta a la tienda y señala un pequeño motor que hay en una cajita metálica.
—Un generador de energía. —Luego señala la parte de arriba de la tienda, donde hay colgado un pequeño platillo gris—. Y una antena para verla por satélite.
—¿Qué hacen con todo esto cuando entran en el campo? —pregunto.
—Oh —dice Scott con una risita—, ellos no tienen entradas.
Jake me pone Yuengling Lager en un vaso de plástico y me lo da. Me percato de que hay tres neveritas llenas de latas y botellas de cerveza, probablemente cuatro o cinco cajas. Sé que el vaso de plástico es para mantener a la policía alejada, pues pueden arrestarte si tienes una lata de cerveza en la mano, pero no pueden hacer lo mismo si lo que sujetas es un vaso de plástico. Las bolsas vacías que hay fuera de la tienda me indican que Jake y Scott ya me llevan ventaja.
Mientras Scott termina de preparar el desayuno (salchichas y huevos revueltos que cocina en una sartén que ha colocado sobre las llamas de una barbacoa de gas) no me hace muchas preguntas sobre lo que he estado haciendo. Y yo lo aprecio. Estoy seguro de que mi hermano ya le ha contado a Scott lo de mi estancia en el lugar malo y lo de mi separación de Nikki, pero aun así aprecio que Scott me permita reintegrarme en el mundo futbolístico de los Eagles sin interrogarme.
Scott me cuenta cosas de su vida. Resulta que mientras yo estaba en el lugar malo se casó con una chica llamada Willow y ahora tienen unas gemelas de tres años llamadas Tami y Jeri-Lyn. Scott me enseña una foto que guarda en su cartera en la que las niñas están vestidas con trajes de ballet (tutús y medias) con los brazos estirados por encima de la cabeza (en la que llevan diademas plateadas) señalando al cielo.
—Mis pequeñas bailarinas. Ahora vivimos en la parte de Pensilvania. En Drexel Hill —dice Scott mientras coloca media docena de salchichas en la parte superior de la barbacoa para que se mantengan calientes mientras cocina la siguiente tanda. Pienso en Emily, en cómo ella y yo flotábamos el día anterior sobre las olas, y me prometo a mí mismo ponerme las pilas para tener una hija en cuanto el período de separación haya terminado.
Trato de no hacer cálculos en mi cabeza, pero no puedo evitarlo. Si es padre de unas gemelas que tienen tres años y se casó un tiempo después de la última vez que lo vi pero antes de que su mujer se quedase embarazada… eso quiere decir que por lo menos no he visto a Scott en los últimos cuatro años. Aunque puede que dejase a su novia embarazada y luego se casase con ella, pero claro, no puedo preguntar eso. Aun así, como sus hijas tienen tres años, eso sigue queriendo decir que no he hablado con él desde hace tres o cuatro años.
Mi último recuerdo de Scott es en el estadio de los Vet. Hacía una temporada o dos que le había vendido mi pase de temporada a Chris, el hermano de Scott, pero Chris viajaba a menudo para asistir a reuniones de trabajo y me permitía comprar mi asiento para esos pocos partidos que el equipo jugaba en casa mientras él estaba fuera. Recuerdo que vine de Baltimore para ver un partido contra los Dallas. No recuerdo quién ganó o cuál fue el resultado, lo que sí recuerdo es estar sentado entre Jake y Scott en el nivel 700 cuando los Dallas marcaron un touchdown. Algún payaso que estaba detrás de nosotros se levantó y empezó a vitorear mientras se desabrochaba la chaqueta y mostraba una camiseta de Tony Dorsett. Todas las personas de nuestra sección empezaron a abuchear y a lanzar comida al aficionado de los Dallas, que sonreía y sonreía.
Jake estaba muy borracho y casi no podía ponerse en pie, pero corrió tras ese aficionado de los Dallas trepando por tres hileras de personas. El sobrio aficionado de los Dallas se deshizo fácilmente de Jake, pero cuando Jake cayó en los brazos de un hincha borracho de los Eagles se oyó un lamento y vimos que las fuerzas de seguridad reducían al tipo de la camiseta de Tony Dorsett.
A Jake no lo expulsaron del campo.
Scott y yo nos las apañamos para sacar a Jake del tumulto, y para cuando llegaron las fuerzas de seguridad nosotros estábamos en el lavabo de hombres echando agua a la cara a Jake y tratando de despejarlo.
En mi mente, esto sucedió el año pasado, quizá hace once meses. Pero sé que si saco el tema ahora que estamos enfrente del Linc me dirán que eso sucedió hace más de tres o cuatro años, así que decido no sacar el tema, a pesar de que quiero hacerlo, pues sé que la respuesta de Jake y de Scott me hará saber lo que el resto del mundo piensa del tiempo. Aun así, no saber lo que piensa el resto del mundo de lo que ha pasado entre entonces y ahora es aterrador. Es mejor no pensar mucho en esto.
—Bebe —me dice Jake—, tómate unas cervezas. Sonríe. ¡Es día de partido!
Así que empiezo a beber, a pesar de que los pequeños frascos de color naranja en los que vienen mis pastillas llevan unas pegatinas en las que dice que está prohibido tomar alcohol.
Una vez que los chicos de la tienda de campaña han comido, tiramos los platos de papel y Scott, Jake y yo empezamos a jugar con el balón.
En el aparcamiento hay mucha gente. Además de los que vamos a ver el partido, hay gente vagabundeando: tipos vendiendo cosas robadas o camisetas hechas a mano; madres que pasean con sus hijas vestidas con trajes de animadoras y que harán algún paso de animadora por un dólar para su club de animadoras; vagabundos deseosos de contarte chistes verdes por un poco de comida y bebida; bailarinas de striptease que llevan pantalones cortos y chaquetas de raso y que reparten entradas gratuitas para sus locales; grupos de críos vestidos con cascos y hombreras recaudando dinero para su equipo; chicos universitarios repartiendo propaganda y muestras de nuevos tipos de soda, bebidas deportivas, caramelos o comida basura; y, por supuesto, otros setenta mil aficionados de los Eagles como nosotros. Básicamente, es un carnaval verde de fútbol americano.
Para el momento en el que decidimos jugar con el balón un rato ya me he tomado dos o tres cervezas, y apostaría que Jake y Scott se han tomado al menos diez, así que nuestros pases no son muy buenos. Damos golpes a coches que están aparcados, tiramos algunas mesas de comida, les damos a algunos tipos en la espalda… pero a nadie le importa ya que somos aficionados de los Eagles, llevamos camisetas de los Eagles y estamos animando a los Pajarracos. De vez en cuando, algún hombre intercepta un pase o dos, pero siempre nos devuelve el balón con una sonrisa.
Me gusta pasarme el balón con Jake y Scott, me hace sentir un niño, y cuando era un niño, era la persona de la que Nikki se enamoró.
Pero entonces sucede algo malo.
Jake lo ve primero, lo señala y dice:
—¡Eh, mirad a ese capullo!
Me vuelvo y veo a un hombre grandullón con una camiseta de los Giants no muy lejos de nuestra tienda. Lleva un casco rojo, azul y blanco, y lo peor es que lo acompaña un niño que también lleva una camiseta de los Giants. El tipo se dirige hacia un grupo de aficionados que al principio se lo hace pasar mal pero que al final le dan una cerveza.
De repente, mi hermano se dirige hacia el aficionado de los Giants, así que Scott y yo lo seguimos. Mi hermano empieza a cantar al tiempo que camina.
—¡Capuuuuuullo! ¡Capuuuuuullo! ¡Capuuuuuullo! —canta mientras señala el casco. Scott hace lo mismo. Antes de que pueda darme cuenta, estamos rodeados por veinte personas o más que llevan camisetas de los Eagles y que también están cantando y señalándolo.
He de admitir que en cierto modo es emocionante formar parte de esta multitud unida por su odio al aficionado del equipo contrario.
Cuando llegamos a donde está el aficionado de los Giants, sus amigos (todos aficionados de los Eagles) ríen. Sus caras parecen decir: «Te dijimos que esto sucedería». Pero en vez de sentirse arrepentido, el aficionado levanta las manos en el aire como si acabara de hacer un truco de magia o algo así, sonríe y asiente como si le gustara que le llamaran capullo. Incluso se pone la mano en la oreja como si dijera: «No puedo oíros». El niño que va con él (tiene el mismo tono pálido de piel y la misma nariz chata, probablemente sea su hijo) está aterrorizado. La camiseta del pequeño le llega hasta las rodillas y según el canto de «capullo» se intensifica el chiquillo se abraza a la pierna de su padre y trata de esconderse detrás de él.
Mi hermano consigue que las masas canten «Los Giants apestan» y más aficionados de los Eagles se nos unen. Ahora seremos unos cincuenta. Es en este momento cuando el crío empieza a llorar; cuando los aficionados ven que el niño está llorando, la masa ahoga unas risitas y se dispersa.
Jake y Scott se están riendo de vuelta a la tienda de campaña, pero yo no me siento bien por haber hecho llorar al niño. Sé que ha sido estúpido que el aficionado de los Giants viniera con una camiseta de los Giants al campo de los Eagles, y realmente ha sido culpa suya que hicieran llorar a su hijo, pero también sé que no ha sido muy amable lo que hemos hecho. Este es el comportamiento que Nikki odia y que estoy tratando de…
Noto que unas manos me cogen por la espalda y me inclino hacia delante hasta el punto de que casi me caigo. Cuando me doy la vuelta, veo al aficionado de los Giants. Ya no lleva el casco y su hijo ya no está con él.
—¿Te gusta hacer llorar a los críos? —me dice.
Estoy demasiado sorprendido para responder. Había unas cincuenta personas cantando, ¿por qué la toma conmigo? ¿Por qué? Yo ni siquiera estaba cantando, ni siquiera estaba señalándolo. Quiero decirle esto, pero mi boca no funciona y me quedo ahí quieto moviendo la cabeza.
—Si no quieres tener problemas, no vengas a un partido de los Eagles con una camiseta de los Giants —dice Scott.
—Un buen padre no traería a su hijo aquí vestido de esa manera —añade Jake.
La masa se forma de nuevo rápidamente. Un círculo verde nos rodea y yo pienso que este aficionado de los Giants debe de estar loco. Uno de sus amigos ha venido a hablar con él y a calmarle.
—Vamos, Kenny, déjale. No querían hacer nada malo. Solo era una broma.
—¿Cuál es tu jodido problema? —dice Kenny mientras me sacude.
Es en este punto cuando los aficionados de los Eagles empiezan a cantar:
—¡Capuuuuuullo! ¡Capuuuuuullo! ¡Capuuuuuullo!
Kenny me mira a los ojos, le chirrían los dientes y tiene las venas del cuello marcadas. Él también levanta pesas. Sus brazos parecen más grandes que los míos y es más alto que yo.
Miro a Jake en busca de ayuda y me doy cuenta de que él también parece un poco preocupado.
Jake da un paso frente a mí, levanta las manos en el aire indicando que no quiere hacerle daño a nadie, pero antes de que pueda decir nada el aficionado de los Giants coge a mi hermano por la camiseta de Jerome Brown y lo tira al suelo.
Veo a mi hermano en el suelo (su mano derrapando por el asfalto) y luego veo cómo empieza a brotar sangre de entre sus dedos. Jake está asustado y aturdido.
Mi hermano está herido.
Mi hermano está herido.
MI HERMANO ESTÁ HERIDO.
Entonces exploto.
El mal sentimiento que tengo en mi estómago me sube por el pecho hasta que llega a mis manos y no puedo parar. Me muevo hacia delante como si fuera un camión Mac. Le pego con la izquierda en la mejilla y luego con la derecha en la barbilla, tan fuerte que lo levanto del suelo. Lo veo volar por los aires como si se hubiera lanzado de espaldas a la piscina. Su espalda golpea contra el suelo, y sus pies y manos se quedan quietos. En ese instante estoy seguro de que el aficionado de los Giants está muerto. No se mueve y la masa se ha callado.
Alguien grita:
—¡Llamad a una ambulancia!
Otro grita:
—¡Decidles que traigan una bolsa roja y azul!
—Lo siento —susurro, pues me cuesta hablar y me encuentro muy mal—, lo siento mucho.
Y entonces echo a correr.
Deambulo entre las masas de gente, cruzo calles, rodeo los coches y puedo oír los pitidos y a los conductores maldiciéndome. De repente me entran náuseas y cuando me doy cuenta estoy vomitando en la acera (los huevos, la salchicha y la cerveza). La gente me grita, me dice que soy un borracho y un capullo, y entonces vuelvo a echar a correr calle abajo alejándome de los estadios.
Cuando siento que estoy a punto de vomitar me paro y descubro que me he quedado solo. Ya no hay más aficionados de los Eagles por donde estoy yo. Hay una alambrada de tela metálica y un almacén que parece abandonado.
Vomito otra vez.
En la acera, al lado del charco que estoy haciendo, hay pedazos de un cristal roto que brillan al sol.
Lloro.
Me siento fatal.
Caigo en la cuenta de que voy a ir a la cárcel (he matado a un hombre y ahora Nikki nunca volverá conmigo); sigo llorando; soy solo un desperdicio, una jodida mala persona.
Camino una manzana más y me detengo.
Miro al cielo.
Veo pasar una nube bajo el sol.
La parte de arriba se ve de color blanco y brillante.
Entonces lo recuerdo.
No te rindas, pienso. Todavía no.
—¡Pat! ¡Pat! ¡Espera!
Me doy la vuelta, miro hacia donde están los estadios y veo que mi hermano viene hacia mí. Durante el siguiente minuto, Jake cada vez se hace más y más grande hasta que está frente a mí y se inclina mientras empieza a resoplar y a coger aire.
—Quiero entregarme —digo—, a la policía. Quiero entregarme.
—¿Por qué?
—Por haber matado a ese aficionado de los Giants.
Jake se ríe.
—Le has dado su merecido. Pero no lo has matado, Pat.
—¿Cómo lo sabes?
Jake sonríe, saca su teléfono móvil, marca un número y se acerca el teléfono a la oreja.
—Lo he encontrado —dice Jake—; sí, díselo.
Jake me da el teléfono. Me lo acerco a la oreja.
—¿Hablo con Rocky Balboa? —Reconozco la voz de Scott—. Escucha, el capullo al que has golpeado está muy cabreado; mejor que no vuelvas a la tienda.
—¿No está muerto? —pregunto.
—No, pero tú podrías estarlo si vuelves aquí.
Me invade una oleada de alivio y por un segundo me siento bien.
Scott me explica que él y los chicos gordos de la tienda de campaña se han ocupado de que no me encontraran y que nadie había sido capaz de identificarnos a Jake o a mí cuando ha llegado la policía.
—Puede que al aficionado de los Giants le hagan falta unos cuantos puntos —dice Scott—, pero por lo demás está bien.
Le devuelvo el teléfono a Jake, algo aliviado al saber que no he herido seriamente a Kenny, pero sintiéndome tonto por haber perdido el control de nuevo.
—Entonces ¿nos vamos a casa ahora? —le digo a Jake cuando termina de hablar con Scott.
—¿A casa? ¿Estás de broma? —pregunta, y empezamos a caminar hacia el Linc.
Como no decimos nada durante mucho rato, mi hermano me pregunta si estoy bien.
No estoy bien, pero no se lo digo.
—Escucha, ese tipo te ha atacado y me ha tirado al suelo. Solamente has defendido a tu familia —dice Jake—. Deberías estar orgulloso. Has sido un héroe.
A pesar de que estaba defendiendo a mi hermano, a pesar de que no he matado al aficionado de los Giants, no me siento en absoluto orgulloso. Estoy arrepentido. Deberían encerrarme de nuevo en el lugar malo. Siento que el doctor Timbers tenía razón respecto a mí, respecto a que no pertenezco al mundo real porque no puedo controlarme y soy peligroso. Pero, claro, no le digo esto a Jake ya que él nunca ha estado encerrado y no sabe qué se siente al perder el control. Lo único que quiere es ver el partido. Sé que esto no significa nada para él, ya que nunca ha estado casado y no ha perdido a nadie como Nikki. Además, él no tiene que tratar de mejorar porque no sufre la lucha interna que yo tengo que librar cada día contra las explosiones que siento y que son como las del Cuatro de Julio, contra mis terribles necesidades e impulsos…
Fuera del Linc hay masas de gente haciendo cola y, junto a cientos de aficionados, esperamos a que nos cacheen. Yo no recuerdo que nos cacheasen en el estadio de los Vet. Me pregunto cuándo se hizo necesario cachear a la gente en los partidos de la liga NFL, pero no se lo pregunto a Jake, pues él ahora está cantando «Volad, Eagles, volad», junto a cientos de aficionados borrachos de los Eagles.
Nos cachean, subimos los escalones, escanean las entradas y ya estamos dentro del Lincoln Financial Field. Hay gente por todas partes, es como un nido de abejas verdes y el zumbido es ensordecedor.
A menudo tenemos que apretujarnos entre la gente para abrirnos paso hacia nuestra sección. Sigo a Jake, preocupado por perderlo de vista, pues sé que me perdería seguro.
Cuando llegamos a los lavabos de caballeros, Jake consigue que todos los que están ahí dentro entonen el cántico de los Eagles. La línea de los urinarios es larga y me sorprendo al ver que nadie mea en los lavabos, pues en los Vet (al menos en el nivel 700) todos los lavabos se utilizaban como urinarios extra.
Cuando llegamos a los asientos estamos en la zona final este, solamente a unas veinte filas del campo.
—¿Cómo conseguiste localidades tan buenas? —le pregunto a Jake.
—Conozco a un tipo —responde mientras sonríe orgulloso.
Scott ya está sentado y me da la enhorabuena por la pelea.
—Le diste a ese aficionado de los Giants su merecido.
Eso me hace sentir mal otra vez.
Jake y Scott chocan las manos con casi todas las personas de la sección. Cuando veo que los otros aficionados llaman a Scott y a mi hermano por su nombre, me doy cuenta de que son bastante populares aquí.
Cuando pasa el vendedor de cerveza, Scott nos compra una ronda y me sorprende descubrir que tengo un hueco especial para dejar el vaso en el asiento. Nunca se había visto algo tan lujoso en el campo de los Vet.
Justo antes de que anuncien los nombres de los jugadores de los Eagles, en las pantallas gigantes que hay en los extremos del campo empiezan a poner imágenes de películas de Rocky, y Jake y Scott no dejan de decir:
—Ese eres tú. Ese eres tú.
Yo me preocupo y tengo miedo de que alguien los escuche, se dé cuenta de que yo golpeé al aficionado de los Giants y le diga a la policía que me arreste.
Cuando anuncian la alineación de los Eagles hay unos fuegos artificiales y las animadoras empiezan a bailar, todo el mundo está en pie y Jake no para de darme golpecitos en la espalda. De repente dejo de pensar en la pelea del aparcamiento. Empiezo a pensar en que mi padre estará en casa viendo el partido en la salita, mi madre le estará sirviendo alitas de pollo, pizza y cerveza y esperando que los Eagles ganen para que esa semana esté de buen humor. También me pregunto si papá volverá a hablarme esta noche si ganan los Eagles y, de repente, ha empezado el partido y yo estoy chillando con todas mis fuerzas, como si me fuera la vida en ello, como si todo dependiera del resultado del partido.
Los Giants marcan primero, pero los Eagles reaccionan con un touchdown ante el cual todo el estadio entona el cántico de la lucha con gran orgullo, rematado con el cántico de los Eagles.
Al final del primer cuarto, Hank Baskett hace la primera parada de su carrera en la NFL. Todo el mundo choca las manos conmigo y me da golpecitos en la espalda porque llevo la camiseta oficial de Hank Baskett, y le sonrío a mi hermano por haberme hecho un regalo tan bueno.
Desde ese instante dominan los Eagles, y al comienzo del último cuarto los Eagles van 24-7. Jake y Scott están muy contentos y yo ya comienzo a imaginarme la charla que tendré con mi padre cuando llegue a casa, y lo orgulloso que estará de que le haya estado pitando a Eli Manning cada vez que cogía el balón.
Pero entonces la defensa de los Eagles baja la guardia y los Giants nos marcan 17 puntos inesperados en el último cuarto. Los aficionados de Filadelfia están muy sorprendidos.
En el tiempo de descuento, Plaxico Burress supera a Sheldon Brown y al final los Giants se marchan de Filadelfia con una victoria.
Es terrible verlo.
Al salir del Linc, Scott dice:
—Será mejor que no volváis a donde está la tienda en el aparcamiento. Seguro que ese capullo os espera allí.
Así que le decimos adiós a Scott y seguimos a las masas hasta la entrada del metro.
Jake tiene billetes, así que pasamos los torniquetes, descendemos y nos abrimos paso para meternos en uno de los vagones. La gente grita: «¡Ya no hay sitio!», pero Jake se apretuja contra la gente y luego me empuja a mí hacia dentro. Tengo el pecho de mi hermano completamente pegado a la espalda y noto los cuerpos de extraños tocando mis brazos. Cuando finalmente se cierran las puertas, tengo la nariz pegada al cristal de la ventana.
El olor a cerveza surge a través del sudor que desprendemos y resulta amargo.
No me gusta estar tan pegado a tantos extraños, pero no digo nada y pronto llegamos al ayuntamiento.
Cuando salimos del tren giramos por otro torniquete, nos dirigimos al centro de la ciudad y vamos caminando por Market Street, pasamos por las viejas tiendas, los nuevos hoteles y el museo.
—¿Quieres ver mi apartamento? —dice Jake cuando llegamos a la estación del PATCO en Eighth con Market, que es donde puedo tomar un metro hacia el puente Ben Franklin para ir a Collingswood.
Sí que quiero ver el apartamento de Jake, pero estoy cansado y ansioso por llegar a casa para hacer unas pesas antes de ir a la cama, así que le pregunto si lo puedo ver otro día.
—Claro —dice—, me gusta tenerte de vuelta, hermano. Hoy has sido un auténtico aficionado de los Eagles.
Asiento con la cabeza.
—Dile a papá que los Pajarracos remontarán la semana que viene contra San Fran.
Asiento de nuevo.
Mi hermano me sorprende cuando me rodea con sus brazos, me da un abrazo y dice:
—Te quiero, hermano, gracias por dar la cara por mí en el aparcamiento.
Le digo que yo también le quiero y él se va cantando por la calle Market Street la canción «Volad, Eagles, volad», tan alto como le permiten sus pulmones.
Yo me meto en el metro, inserto los cinco dólares que me ha dado mi madre en la máquina de cambio, compro un billete, paso por el torniquete, bajo más escalones y llego al andén. Allí empiezo a pensar en el pequeño que llevaba la camiseta de los Giants. «¿Lloraría mucho cuando vio la sangrienta barbilla de su padre? ¿Llegaría a ver el partido?» Hay más tipos con camisetas de los Eagles en los bancos del andén; todos asienten con miradas compasivas cuando ven mi camiseta de Hank Baskett.
En una esquina de la plataforma un hombre grita:
—¡Jodidos malditos Pajarracos! —Luego patea una papelera.
Otro hombre que está junto a mí sacude la cabeza y susurra:
—Jodidos malditos Pajarracos.
Cuando llega el tren decido quedarme de pie junto a la puerta. Mientras el tren cruza el río Delaware y el puente Ben Franklin, yo miro el cielo recortado de edificios de la ciudad y de nuevo vuelvo a pensar en el crío llorando. Me siento muy mal cuando pienso en el niño.
Me bajo del tren en Collingswood, camino por la plataforma, paso mi billete por el torniquete y camino de vuelta a casa.
Mi madre está sentada en la salita tomándose un té.
—¿Cómo está papá? —pregunto.
Sacude la cabeza y señala el televisor.
El cristal está roto y parece que haya una telaraña.
—¿Qué ha pasado?
—Tu padre ha estampado la lamparita contra la pantalla.
—¿Porque los Eagles han perdido?
—En realidad no. Lo ha hecho cuando los Giants han empatado al final del último cuarto. Tu padre ha tenido que ver cómo los Eagles perdían el partido en la tele del dormitorio —dice mi madre—. ¿Cómo está tu hermano?
—Bien —digo—. ¿Dónde está papá?
—En su despacho.
—Oh.
—Siento que tu equipo perdiera —dice mamá, aunque sé que solo lo dice para ser amable.
—No pasa nada —respondo, y bajo al sótano, donde me dedico a levantar pesas durante horas tratando de olvidar lo del pequeño aficionado de los Giants, pero no consigo sacarme al niño de la cabeza.
Por algún motivo me quedo dormido sobre la alfombra que hay en el suelo del sótano. En mis sueños reproduzco la pelea una y otra vez, solo que en vez de que el aficionado de los Giants traiga a un niño, en el sueño el aficionado trae a Nikki al partido y ella también lleva una camiseta de los Giants. Cada vez que golpeo al tío grande, aparece Nikki de entre las masas, acuna la cabeza de Kenny en sus brazos, lo besa en la frente y luego me mira.
Justo antes de que eche a correr me dice:
—Pat, eres un animal y nunca más volveré a quererte.
En mis sueños lloro y trato de no pegarle al aficionado de los Giants cada vez que reproduzco la escena en mi mente, pero no puedo controlarme en sueños más de lo que lo hago en la realidad y de lo que lo hice al ver la sangre en las manos de Jake.
Me despierto con el sonido que hace la puerta del sótano al cerrarse y veo la luz que entra por las pequeñas ventanas y que se refleja en la lavadora y la secadora. Subo los escalones y no puedo creerme que la sección de deportes esté ahí.
Estoy muy enfadado por el sueño que he tenido, pero me doy cuenta de que solo ha sido eso, un sueño, y a pesar de todo mi padre aún sigue dejándome la sección de deportes después de uno de los peores partidos de los Eagles en toda su historia.
Así que respiro hondo, eso me permite sentirme esperanzado otra vez, y empiezo con mis ejercicios.