Me levanto a las 4.30 de la mañana y empiezo a hacer pesas. Cuando termino y salgo del sótano la casa huele a canapés de cangrejo, a pizza barbacoa y a alitas de pollo.
—Huele bien —le digo a mi madre mientras me preparo para salir a correr dieciséis kilómetros.
Estoy sorprendido de descubrir a Tiffany calentando fuera, pues ayer no corrió tras de mí y hoy estoy corriendo por la mañana, y no suelo hacerlo a estas horas.
Corro hacia el parque y cuando miro por encima del hombro veo que me está siguiendo de nuevo.
—¿Cómo sabías que hoy saldría temprano a correr? —pregunto. Pero ella mantiene la cabeza agachada y no dice nada.
Corremos los dieciséis kilómetros y cuando regreso a casa, Tiffany se va a toda velocidad sin decir nada, como si nunca hubiésemos comido cereales con pasas juntos en el restaurante y como si nada hubiera cambiado.
Veo el BMW plateado de mi hermano aparcado frente a la casa de mis padres, así que entro por la puerta de atrás, subo deprisa la escalera y me meto en la ducha. Cuando termino de ducharme me pongo la camiseta de Hank Baskett (mi madre la ha lavado y ha conseguido quitar las manchas de maquillaje), escucho el sonido de los momentos previos al partido que llega de la salita y me preparo para ver jugar a los Pajarracos.
Mi mejor amigo, Ronnie, está sentado junto a mi hermano y eso me sorprende. Ambos llevan camisetas con el número 18 y el nombre Stallworth escrito en la espalda (la de Ronnie es una de las camisetas baratas pero la de Jake es auténtica). Papá está sentado en su sillón y lleva su camiseta de McNabb con el número 5.
Entro y digo:
—¡Adelante, Pajarracos!
Mi hermano se pone en pie, se vuelve hacia mí, levanta los brazos en el aire y grita:
—¡Ahhhhhhhhh! —Y sigue gritando hasta que Ronnie y mi padre se ponen en pie, me miran, levantan los brazos y gritan también—. ¡Ahhhhhhhhh!
Levanto las manos en el aire y digo:
—¡Ahhhhhhhhh!
Los cuatro hacemos el cántico, deletreando la palabra con nuestros brazos y con nuestros cuerpos.
—¡E! ¡A! ¡G! ¡L! ¡E! ¡S! ¡EAGLES!
Extendemos los dos brazos y una pierna hacia delante para hacer la «E» y continuamos así con todas las letras. Cuando terminamos, mi hermano se dirige hacia el sofá y me rodea por los hombros mientras empieza a entonar la canción de la lucha, la cual recuerdo a la perfección, así que canto con él.
—¡Volad, Eagles, volad! ¡El camino a la victoria! —Estoy tan contento de cantar con mi hermano que no me importa que me ponga el brazo alrededor del hombro. Nos dirigimos al sofá mientras cantamos—. ¡Volad, Eagles, volad! ¡Marcad un touchdown 1, 2, 3!
Miro a mi padre y no solo no aparta la mirada, sino que empieza a cantar con más entusiasmo. Ronnie me pone también su brazo en el hombro. Ahí estoy, entre mi hermano y mi mejor amigo.
—Golpeadles. Golpeadles. ¡Veamos a nuestros Eagles volar! —Descubro que mamá ha venido a mirarnos y que se tapa la boca con la mano como hace siempre que va a llorar o a reír (parece contenta, así que sé que está riendo)—. ¡Volad, Eagles, volad! ¡El camino a la victoria!
Y entonces Ronnie y Jake me sueltan para poder volver a hacer las letras con su cuerpo.
—¡E! ¡A! ¡G! ¡L! ¡E! ¡S! ¡EAGLES! —Tenemos la cara roja y mi padre respira de manera pesada, pero estamos todos muy contentos. Por primera vez realmente me siento en casa.
Mi madre pone la comida en bandejas frente al televisor y el partido comienza.
—Se supone que no debo beber —digo cuando mamá reparte las botellas de Budweiser.
Pero mi padre dice:
—Puedes beber durante los partidos de los Eagles.
Así que mamá se encoge de hombros, sonríe y me da una cerveza fría.
Le pregunto a mi hermano y a Ronnie por qué no llevan también camisetas de Baskett si Baskett es el hombre. Entonces me dicen que los Eagles han podido fichar a Donté Stallworth y que ahora Donté Stallworth es el hombre. Como yo llevo una camiseta de Baskett, insisto en que Baskett es el hombre. Mi padre empieza a bufar como respuesta y el chuleta de mi hermano me dice:
—Pronto lo veremos. —Es raro que él me diga eso, pues fue él quien me regaló la camiseta de Baskett y hace tan solo dos semanas me había asegurado que Baskett era el hombre.
Mi madre mira el partido nerviosa, como hace siempre, porque sabe que si los Eagles pierden papá estará de mal humor toda la semana y le gritará mucho. Ronnie y Jake intercambian datos sobre los distintos jugadores y comprueban las pantallas de sus teléfonos móviles para ver si hay actualizaciones sobre otros jugadores, pues los dos juegan al fútbol americano virtual, un juego de ordenador en el que te dan puntos por elegir jugadores que anotan touchdowns. Yo miro a mi padre de vez en cuando para asegurarme de que ve cómo animo al equipo. Sé que solo quiere sentarse en la misma habitación que su hijo trastornado siempre y cuando esté animando a los Pajarracos con todas sus fuerzas. He de admitir que me siento bien por estar en la misma habitación que mi padre, aunque me odie y aunque aún no le haya perdonado del todo lo de la buhardilla y el puñetazo en la cara.
Los Houston Texans marcan primero y papá empieza a maldecir en voz alta, tan alta que mamá sale del cuarto diciendo que va a traer más cervezas y Ronnie mira la televisión fijamente fingiendo no haber escuchado lo que mi padre está diciendo, que es:
—Defended de una jodida vez, no sois más que mierdas con un sueldo excesivo. Jugáis contra los Texans, no contra las Dallas Cowgirls. ¡Jodidos Texans! ¡Jodido Jesucristo!
—Relájate, papá —dice Jake—, ya los tenemos.
Mamá distribuye las cervezas y durante un rato papá sorbe tranquilamente la suya, pero de repente McNabb pierde la posesión y mi padre señala el televisor con el dedo y comienza a decir cosas sobre McNabb que harían volverse loco a mi amigo Danny, porque él dice que solo las personas negras pueden utilizar la palabra que empieza por «n».
Por suerte, Donté Stallworth sí es el hombre, y gracias a él los Eagles se ponen de nuevo a la cabeza y papá deja de maldecir y sonríe de nuevo.
Durante el medio tiempo, Jake convence a mi padre para que venga un rato a jugar con nosotros al balón, así que los cuatro salimos y empezamos a jugar en medio de la calle. Uno de nuestros vecinos sale con su hijo y dejamos que se unan a nosotros. El niño solamente tiene diez años y no alcanza el balón, pero como lleva una camiseta verde se lo pasamos una y otra vez. Siempre se le cae, pero nosotros le vitoreamos. El niño sonríe orgulloso y su padre asiente agradecido cada vez que capta la mirada de alguno de nosotros.
Jake y yo somos los que más lejos estamos, nos pasamos el balón de una punta a otra de la calle y a veces tenemos que correr bastante para alcanzar el pase. No se nos cae el balón ni una sola vez, pues somos muy buenos atletas.
Papá simplemente está ahí plantado bebiendo cerveza, pero de vez en cuando le lanzamos alguna bola fácil que coge con una sola mano y le pasa a Ronnie, que está a su lado. Ronnie no es tan bueno, pero ni Jake ni yo se lo decimos porque es nuestro amigo, porque todos vamos de verde, porque el sol brilla, porque los Eagles van ganando y porque estamos tan llenos de comida caliente y cerveza fría que realmente no nos importa que las habilidades atléticas de Ronnie no sean iguales a las nuestras.
Cuando mamá anuncia que el medio tiempo está a punto de terminar, Jake va hacia el crío, levanta las manos y hace «¡Ahhhhhhhhh!» hasta que el padre del niño hace lo mismo. Tras unos segundos, el crío lo pilla, levanta los brazos y grita:
—¡Ahhhhhhhhh!
Entonces hacemos el cántico de los Eagles (deletreando la palabra con nuestros brazos y piernas) antes de volver corriendo a nuestras respectivas casas.
Donté Stallworth continúa siendo el hombre en la segunda parte, consigue casi 150 yardas y un touchdown, mientras que Baskett ni siquiera logra hacer una parada. No me enfado en absoluto por esto, ya que al final del partido pasa algo muy gracioso.
Cuando los Eagles van ganando 24-10, todos nos ponemos en pie para hacer juntos el cántico de la lucha, como hacemos siempre que los Pajarracos ganan un partido de la temporada. Mi hermano nos pone los brazos por los hombros a Ronnie y a mí y dice:
—Vamos, papá.
Mi padre está algo borracho debido a toda la cerveza que ha bebido y alegre por la victoria (y por el hecho de que McNabb ha conseguido más de 300 yardas), así que se pone con nosotros y me echa el brazo al hombro (lo que me sorprende al principio, no porque no me guste que me toquen, sino porque hace muchos años que mi padre no me rodea con el brazo). El peso y el calor de su brazo me hacen sentir bien mientras entonamos el cántico de la lucha. Pillo a mi madre mirándonos desde la cocina, donde está lavando los platos. Me sonríe a pesar de que otra vez está llorando, y yo me pregunto el motivo mientras canto y bailo.
Jake le pregunta a Ronnie si necesita que lo lleve a casa, a lo que mi mejor amigo responde:
—No, gracias; Hank Baskett me va a acompañar a casa.
—¿Voy a hacerlo? —pregunto, pues Ronnie y Jake me han llamado Hank Baskett durante todo el partido y sé que se refieren a mí.
—Sí —dice. Antes de salir cogemos el balón de fútbol.
Cuando llegamos al parque Knights jugamos un rato con el balón, pasándonoslo, pero no muy de lejos, pues Ronnie no es demasiado fuerte. Al cabo de unos minutos, mi mejor amigo me pregunta qué pienso de Tiffany.
—Nada —digo—, no pienso nada sobre ella, ¿por qué?
—Veronica me ha dicho que Tiffany te sigue cuando sales a correr. ¿Es cierto?
Cojo el balón que me lanza y digo:
—Sí, es algo extraño. Conoce todos mis horarios.
Le lanzo el balón a Ronnie en una perfecta espiral sobre su hombro derecho para que lo pueda coger mientras corre.
No se vuelve.
No corre.
El balón pasa por encima de su cabeza.
Ronnie recupera el balón, vuelve a su sitio y dice:
—Tiffany es un poco rara. ¿Entiendes lo que quiero decir por rara, Pat?
Vuelvo a cazar el balón a pesar de su flojo pase justo antes de que me dé en la rodillera y digo:
—Supongo. —Sé que Tiffany es diferente a la mayoría de las mujeres, pero también sé lo que se siente cuando te separan de tu cónyuge, y eso es algo que Ronnie no puede entender—. ¿Rara cómo? ¿Como yo?
Se le cae el alma a los pies y dice:
—No. No quería decir… Es solo que Tiffany está yendo a terapia…
—Yo también.
—Ya lo sé, pero…
—¿Ir a terapia me hace ser raro?
—No, escúchame un segundo. Solo trato de ser tu amigo, ¿de acuerdo?
Miro la hierba mientras Ronnie me habla. No quiero escuchar a Ronnie hablando de esto, pero Ronnie es mi único amigo ahora que he dejado el lugar malo, y hemos pasado un día estupendo, los Eagles han ganado, papá me ha rodeado con el brazo y…
—Sé que Tiffany y tú fuisteis a cenar, y es genial. A ambos os vendría bien un amigo que sepa lo que es sufrir una pérdida.
No me gusta la forma en la que usa la palabra pérdida, como si yo ya hubiese perdido a Nikki para siempre; aún estoy en el período de separación y no la he perdido para siempre, pero no le digo nada y le dejo seguir.
—Escucha —dice Ronnie—, quiero contarte por qué despidieron a Tiffany de su trabajo.
—Eso no es de mi incumbencia.
—Lo es si vas a salir a cenar con ella. Escucha, necesitas saber que…
Ronnie me narra lo que él cree que es la historia de cómo despidieron a Tiffany, pero por el modo en que habla me doy cuenta de que no es imparcial. La explica como lo haría el doctor Timbers, relatando los hechos sin siquiera preguntarse qué sucedía dentro de la cabeza de Tiffany. Me dice lo que los compañeros escribieron en los informes, lo que el jefe contó a sus padres y lo que la terapeuta le ha dicho desde entonces a Veronica (que es el apoyo de Tiffany y por eso habla una vez a la semana con su terapeuta). Pero en ningún momento me dice lo que Tiffany siente o lo que se le pasa por la cabeza y el corazón, los terribles sentimientos que experimenta, los impulsos conflictivos, las necesidades, la desesperación, todo lo que la hace diferente de Ronnie y de Veronica, que se tienen el uno al otro y que tienen una hija llamada Emily, un buen sueldo, una casa y todas esas cosas que hacen que la gente no piense que eres raro. Lo que me sorprende es que Ronnie me lo cuenta de manera amistosa, como si tratase de protegerme de Tiffany, como si supiera más de estas cosas que yo, como si yo no hubiese pasado unos meses en una institución mental. No comprende a Tiffany y estoy seguro de que tampoco me comprende a mí, pero no le echo la culpa a Ronnie, pues estoy tratando de ser mejor para que Nikki pueda quererme de nuevo cuando termine el período de separación.
—No te estoy diciendo que seas borde o que cotillees sobre ella, solamente te lo digo para protegerte —dice Ronnie. Yo asiento—. Bueno, será mejor que vaya a casa con Veronica. Puede que venga un día para hacer una sesión de pesas contigo, ¿te parece?
Asiento otra vez y le observo correr mientras se aleja sintiendo que ha cumplido su misión, pues está claro que se le permitió venir a ver el partido porque Veronica quería que me hablase de Tiffany, probablemente porque Veronica pensó que igual me aprovechaba de su hermana ninfómana, lo cual me cabrea mucho y, sin darme cuenta, estoy llamando al timbre de los Websters.
—¿Hola? —me dice la madre de Tiffany cuando abre la puerta. Parece mayor con el pelo canoso y la gruesa chaqueta que lleva a pesar de que estamos en septiembre y ella se encontraba dentro de casa.
—¿Puedo hablar con Tiffany?
—Tú eres el amigo de Ronnie, ¿no? ¿Pat Peoples?
Asiento porque sé que la señora Webster sabe quién soy.
—¿Te importa que te pregunte qué es lo que quieres de nuestra hija?
—¿Quién es? —grita el padre de Tiffany desde otra habitación.
—¡Es solamente el amigo de Ronnie, Pat Peoples! —grita a su vez la señora Webster—. ¿Qué quieres de nuestra Tiffany?
Miro el balón que tengo en las manos y digo:
—Salir a jugar un rato. Hace una tarde preciosa. Pensé que igual quería tomar algo de aire fresco.
—¿Solo jugar con el balón? —dice la señora Webster.
Le muestro mi anillo de casado para que sepa que no quiero tener sexo con su hija y digo:
—Escuche, estoy casado, solo quiero ser amigo de Tiffany, ¿de acuerdo?
La señora Webster parece sorprendida por mi respuesta, lo cual es extraño, pues estoy seguro de que es lo que ella quería escuchar. Pero momentos después dice:
—Da la vuelta a la casa y llama a la puerta.
Llamo a la puerta trasera pero nadie responde.
Llamo tres veces más y me marcho.
Estoy a mitad de camino cuando oigo algo tras de mí. Cuando me vuelvo, veo a Tiffany caminando muy deprisa hacia mí. Lleva un chándal rosa hecho de un material que cuando roza cruje. Cuando se acerca, le paso el balón muy suavemente, pero ella se aparta y el balón cae al suelo.
—¿Qué quieres? —dice.
—¿Quieres jugar con el balón?
—Odio el fútbol americano; ya te lo dije, ¿no?
Como no quiere jugar decido preguntarle simplemente lo que me interesa saber.
—¿Por qué me sigues cuando salgo a correr?
—¿De verdad te importa?
—Sí —respondo.
Entorna los ojos y hace que su expresión parezca borde y dice:
—Te estoy controlando.
—¿Cómo?
—He dicho que te estoy controlando.
—¿Por qué?
—Para ver si estás lo suficientemente en forma.
—¿Lo suficientemente en forma para qué?
Pero en vez de responder a mi pregunta, dice:
—También estoy controlando tu ética de trabajo, tu fortaleza, la manera en la que te desenvuelves ante los problemas, tu habilidad para perseverar cuando no estás seguro de lo que sucede a tu alrededor y…
—¿Por qué?
—Aún no puedo decírtelo —explica.
—¿Por qué no?
—Porque aún no he terminado de observarte.
Ella empieza a caminar y yo la sigo. Pasamos el lago, cruzamos el puente y salimos del parque, pero ya no volvemos a hablar.
Me lleva hacia la avenida Haddon y allí pasamos por las tiendas nuevas, los restaurantes ostentosos y adelantamos a otros peatones, a niños en monopatín y a hombres que levantan las manos en el aire y gritan «¡Adelante, Eagles!» al ver mi camiseta de Hank Baskett.
Tiffany gira en la esquina de la avenida Haddon y se mete por una zona de casas residenciales hasta que llegamos a casa de mis padres. Entonces se para, me mira y (después de haber pasado una hora en silencio) me dice:
—¿Ha ganado tu equipo?
Asiento.
—Sí, 24-10.
—Qué afortunado —dice Tiffany, y luego se marcha.