NO PREDICA EL PESIMISMO

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Mi trabajo se ve interrumpido a mediodía cuando mamá baja al sótano y me dice que tengo una cita con el doctor Patel. Le pregunto si puedo ir más tarde, ya que tengo que completar mis ejercicios, pero mamá contesta que tendré que regresar al lugar malo de Baltimore si no voy a las reuniones con el doctor Patel, e incluso cita la sentencia del juez y me dice que puedo leerla si no la creo.

Así que me doy una ducha y mamá me lleva al consultorio del doctor Patel, que está en la primera planta de una gran casa en Voorhees, justo al salir de la carretera Haddonfield-Berlin.

Cuando llegamos me siento en la sala de espera mientras mamá rellena más papeles. Por lo menos se habrán talado diez árboles para poder escribir toda la documentación sobre mi salud mental. Nikki odiaría eso; ella se preocupa mucho por el medio ambiente y cada Navidad me regalaba un árbol de la selva (en realidad era un trozo de papel en el que decía que un árbol era mío). Ahora me siento mal por haberme burlado de esos regalos. Nunca más me burlaré de la destrucción de la selva cuando Nikki regrese.

Mientras me siento ahí, pasando las páginas de la revista Sports Illustrated, al tiempo que escucho el hilo musical de la sala de espera, me doy cuenta de que cuando están sonando esas encantadoras flautas, de repente, sin previo aviso, se oye: «La la laaa… la la laa… la la laaa… la laa la laaa». Es la canción: «My Cherie Amour». Y entonces me levanto del asiento gritando, tirando las sillas, cogiendo montones de revistas que estampo contra la pared, y chillando:

—¡No es justo! ¡No toleraré estos trucos! ¡No soy una cobaya!

Y en ese momento, un pequeño hombre indio (quizá de un metro y medio de altura), que lleva un jersey de punto, pantalones de vestir y zapatillas de tenis blancas y brillantes, me pregunta con mucha calma qué es lo que sucede.

—¡Quite esa música! —grito—. ¡Quítela! ¡Ahora!

El hombre diminuto es el doctor Patel, o al menos esa es la impresión que me da cuando le dice a la secretaria que quite la música y ella obedece. Stevie Wonder sale de mi cabeza y dejo de gritar.

Me tapo la cara con las manos para que nadie me vea llorar y, al cabo de un minuto o dos, mi madre empieza a frotarme la espalda.

Hay mucho silencio. El doctor Patel me pide que vaya con él a su despacho. Lo sigo a regañadientes mientras mamá ayuda a la secretaria a recoger el desastre que he organizado.

Su despacho es extrañamente acogedor. Hay dos sofás reclinables colocados el uno frente al otro, y plantas que parecen arañas (llenas de largas hojas verdes y blancas) cuelgan desde el techo y enmarcan la ventana tras la cual se puede ver un jardín lleno de flores. Pero en la habitación no hay nada más excepto una caja de pañuelos que está en el suelo junto a los sofás. El suelo es de una madera de color amarillo brillante y el techo y las paredes están pintados como si fueran el cielo. Por todo el despacho veo lo que parecen nubes de verdad; lo tomo como una buena señal, pues me encantan las nubes. Hay una sola lámpara colgando del techo, y vista desde abajo parece una tarta de vainilla, pero me doy cuenta de que el trozo de techo que hay alrededor de la lámpara está pintado como si fuera el sol y cálidos rayos salieran del centro.

Tengo que admitir que me tranquilizo en cuanto entro en el despacho del doctor Patel. Ya no me importa haber oído la canción de Stevie Wonder.

El doctor Patel me pregunta en qué sillón reclinable prefiero sentarme. Elijo el negro en vez del marrón e inmediatamente me arrepiento de mi decisión. Haber elegido el negro hará que parezca más deprimido que si hubiera elegido el marrón, y la realidad es que no estoy deprimido en absoluto.

Cuando el doctor Patel se sienta aprieta un mando que tiene en el lateral de su asiento y eso hace que se levante el reposapiés. Se reclina y coloca las manos detrás de la cabeza como si estuviera a punto de ver alguna competición.

—Relájate —dice—. Y no me llames doctor Patel, llámame Cliff. Me gusta que las sesiones sean informales y amistosas, ¿de acuerdo?

Parece bastante agradable, así que yo también cojo el mando, reclino el sofá y trato de relajarme.

—O sea —dice—, que te ha cabreado la canción de Stevie Wonder. No puedo decir que yo sea admirador suyo precisamente, pero…

Cierro los ojos, tarareo unas notas y cuento en silencio hasta diez; luego dejo la mente en blanco.

Cuando abro los ojos dice:

—¿Quieres hablar de Stevie Wonder?

Cierro los ojos, tarareo unas notas y cuento en silencio hasta diez; luego dejo la mente en blanco.

—De acuerdo. ¿Quieres hablar de Nikki?

—¿Por qué quieres hablar de Nikki? —digo demasiado a la defensiva.

—Si voy a ayudarte, Pat, necesito conocerte, ¿no? Tu madre me ha dicho que deseas volver con Nikki, que es tu mayor ilusión en esta vida, así que he pensado que lo mejor será comenzar por ahí.

Empiezo a sentirme mejor, pues no dice que volver con Nikki sea imposible y eso parece significar que el doctor Patel siente que la reconciliación con mi mujer aún es posible.

—¿Nikki? Ella es genial —digo. Luego sonrío recordando el calor que siento en el pecho cuando pronuncio su nombre o veo su cara en mi mente—. Es lo mejor que me ha pasado. La quiero más que a mí mismo. Tengo muchísimas ganas de que acabe el período de separación.

—¿Período de separación?

—Sí. Período de separación.

—¿Qué es el período de separación?

—Hace unos meses decidí darle a Nikki algo de espacio y ella accedió a regresar cuando hubiera solucionado los problemas que nos impedían estar juntos. Así que es como si estuviéramos separados, eso sí, temporalmente.

—¿Por qué os separasteis?

—Sobre todo porque yo no la apreciaba y era adicto al trabajo. Dirigía el Departamento de Historia del Instituto Jefferson y entrenaba tres equipos. Nunca estaba en casa y ella se sentía sola. Y además dejé de cuidar mi apariencia y engordé. Pero también estoy trabajando en eso y deseo ir a un consejero matrimonial, como ella quería, porque ahora soy un hombre nuevo.

—¿Fijasteis una fecha?

—¿Una fecha?

—Sí, una fecha para finalizar el período de separación.

—No.

—O sea, que el período de separación podría seguir indefinidamente.

—En teoría, sí. Especialmente porque no estoy autorizado a ponerme en contacto con Nikki o con su familia.

—¿Cómo es eso?

—Hum… realmente no lo sé. Quiero decir, yo quiero a mi familia política tanto como a Nikki. Pero no importa, porque pienso que Nikki regresará antes o después y entonces lo arreglaré todo con sus padres.

—¿En qué te basas para pensar eso? —me pregunta de manera amable y con una sonrisa en la boca.

—Creo en los finales felices —le digo—, y siento que esta película ya ha avanzado suficiente.

—¿Película? —dice el doctor Patel.

Cuando lo miro pienso que es exactamente igual que Gandhi; solo le falta llevar las mismas gafas que él y la cabeza rapada. Además, estamos allí sentados en los sillones de una habitación alegre y Gandhi está muerto, ¿no?

—Sí —digo—. ¿Nunca te has percatado de que la vida es como una serie de películas?

—No. Explícamelo.

—Bueno, tienes las de aventuras. Todas empiezan con problemas, pero luego los admites y te conviertes en mejor persona, después de trabajar duro. Eso es lo que fertiliza el final feliz y hace que florezca. Como el final de las películas de Rocky, Rudy, Karate Kid, La guerra de las galaxias, la trilogía de Indiana Jones y Los goonies, que son mis películas favoritas. Aunque ahora no voy a ver películas, no lo haré hasta que Nikki regrese porque mi vida es la única película que voy a ver y que siempre está funcionando. Además, ahora sé que es el momento de que llegue el final feliz porque he mejorado mucho gracias al ejercicio, la medicación y la terapia.

—Ya veo —dice el doctor Patel sonriendo—. A mí también me gustan los finales felices.

—Así que estás de acuerdo conmigo. ¿Piensas que mi mujer volverá pronto?

—El tiempo lo dirá —contesta el doctor Patel, y desde ese momento sé que Cliff y yo nos llevaremos bien, porque él no predica el pesimismo como el doctor Timbers o los empleados del lugar malo. Cliff no me dice que debo afrontar la que él cree que es mi realidad.

—Es gracioso, porque todos los otros terapeutas a los que he ido me decían que Nikki no volvería. Incluso después de haberles contado cómo había mejorado y cómo estaba esforzándome, ellos seguían «chafándome», como decía mi amigo negro Danny.

—La gente puede ser cruel —explica con una mirada compasiva que hace que confíe en él todavía más. En ese momento me percato de que no está anotando todo lo que yo digo en una libreta, y eso es algo que aprecio de verdad.

Le digo que me gusta la habitación y charlamos acerca de lo que me gustan las nubes y de cómo la mayoría de la gente pierde la capacidad de ver rayos de luz cuando hay nubes, aunque siempre están ahí, encima de nosotros, casi cada día.

Le pregunto cosas sobre su familia, para ser amable, y descubro que tiene una hija cuyo equipo de hockey sobre hierba va segundo en la liga del sur de Jersey. También descubro que tiene un hijo en primaria que quiere ser ventrílocuo y que incluso practica por las noches con un muñeco de madera llamado Grover Cleveland (quien, por cierto, fue el único presidente de Estados Unidos que ejerció en dos períodos no consecutivos). Realmente, no entiendo por qué el hijo de Cliff ha llamado a su muñeco de madera con el nombre de nuestro presidente número 22 y 24, pero esto no se lo digo. Después, Cliff me dice que tiene una mujer que se llama Sonja, que fue quien pintó esta habitación tan maravillosamente bien. Esto nos lleva a una discusión sobre lo increíbles que son las mujeres y lo importarte que es cuidar a tu mujer mientras la tienes, porque si no lo haces puedes perderla rápidamente, y es que Dios quiere que valoremos a nuestras mujeres. Le digo a Cliff que ojalá nunca tenga que experimentar un período de separación y él me dice que espera que el mío termine pronto, y lo que dice es muy agradable.

Antes de marcharme, Cliff me explica que va a cambiarme la medicación y que eso podría dar lugar a algunos efectos secundarios, por lo que debo informar a mi madre si siento malestar, somnolencia, ansiedad o cualquier otra cosa, porque puede que le lleve algo de tiempo encontrar la combinación adecuada de medicamentos, y yo le prometo que lo haré.

De camino a casa le cuento a mi madre que el doctor Cliff Patel me ha gustado de verdad y que tengo más esperanzas puestas en la terapia. Le doy las gracias por sacarme del lugar malo y le digo que es más probable que Nikki venga a Collingswood que a una institución mental. Al decir esto, mamá se echa a llorar, lo cual me resulta extraño. Incluso coloca el coche en el arcén, apoya la cabeza en el reposacabezas y, con el motor en marcha, llora durante mucho rato (lloriquea, tiembla y hace pequeños ruiditos de lástima). Le froto la espalda, como ella me ha hecho a mí en el despacho del doctor Patel cuando ha sonado cierta canción. Diez minutos después deja de llorar y regresamos a casa.

Para recuperar la hora que he pasado con Cliff me quedo hasta tarde haciendo ejercicio, y cuando me voy a la cama mi padre aún está en su despacho con la puerta cerrada, así que pasa otro día sin que haya hablado con él. Creo que es extraño vivir en la misma casa que otra persona con quien no puedes hablar (especialmente si esa persona es tu padre), y ese pensamiento me entristece.

Como mamá aún no ha ido a la biblioteca no tengo nada para leer. Así que cierro los ojos y pienso en Nikki hasta que aparece conmigo en mis sueños, como siempre.