AL sonido de su llamada especial, Kleo abrió la puerta del apartamento. ¿En casa a mediodía? Algo debía de haberle ocurrido.
Y entonces le vio, con una chica bajita, una adolescente, bien vestida, muy maquillada y con una sonrisa que mostraba sus blancos dientes como en agradecimiento.
—Usted debe de ser Kleo —dijo la chica, sin dejar de sonreír—. Encantada de conocerla, sobre todo después de lo que Nick me ha contado sobre usted.
Ella y Nick entraron en el apartamento, y la jovencita examinó los muebles, el color de las paredes, apreció como una experta la puerta, mirándolo todo. Esto puso a Kleo nerviosa, consciente de que, en realidad, tenía que haber sido al revés.
¿Quién será esa chica?, se preguntó.
—Sí —asintió—. Soy la señora Appleton.
Nick cerró la puerta.
—Se esconde de su novio —explicó Nick—. Intentó pegarle y ella huyó. Él no puede encontrarla aquí porque ignora quién soy y dónde vivo, de manera que en nuestra casa está a salvo.
—¿Café? —ofreció Kleo.
—¿Café? —repitió Nick.
—Haré un poco de café —decidió Kleo.
Miró a la muchacha, viendo cuán bonita era a pesar de su maquillaje. Y muy bajita. Probablemente, tendría alguna dificultad en encontrar ropas que le sentaran bien; aquélla era una dificultad que a ella le hubiese gustado tener.
—Me llamo Charlotte —dijo la joven.
Se había sentado en el sofá del salón, y se había desabrochado las rodilleras. Nunca dejaba de sonreír, y las miradas que le dirigía a Kleo iban cargadas de algo parecido al amor. ¡Amor! Amor hacia alguien a quien no había visto en su vida.
—Le dije que podía quedarse aquí a pasar la noche —explicó Nick.
—Sí —consintió Kleo—. Ese sofá se convierte en cama.
Se dirigió a la cocina y preparó tres tazas de café.
—¿Con qué quiere el café? —le preguntó a la chica.
—Por favor —dijo ésta, levantándose y dirigiéndose a la cocina—. No quiero que se moleste por mí, de verdad. Lo único que necesito es un sitio donde pasar un par de días, un sitio que Denny no conozca. Ya le perdimos en medio del tráfico, de manera que no creo que tenga la menor probabilidad de… —gesticuló—, de hacer ninguna escena. Lo prometo.
—Todavía no ha dicho con qué quiere el café.
—Solo.
Kleo le dio una taza.
—Es un café estupendo —alabó Charley.
Kleo regresó al salón con dos tazas más. Le dio una a Nick, y luego se sentó en una butaca de plástico negro. Nick y la joven, como dos personas que están en el cine en dos butacas contiguas, se instalaron en el sofá.
—¿Ha llamado a la Policía? —se interesó Kleo.
—¿Llamar a la Policía? —repitió Charlotte, con expresión intrigada—. Oh, no, claro que no. Denny siempre se comporta así. Y yo me largo y espero… Sé el tiempo que le dura. Cuando se le pasa, vuelvo. ¿La Policía? ¿Para que le detengan? Se moriría en la cárcel. Ha de ser libre. Tiene que surcar los grandes espacios, a gran velocidad, en su autocohete, la Morsa Púrpura, como lo llama.
Tomó un sorbo de café.
Kleo estaba reflexionando. Tenía los sentimientos mezclados, unos sentimientos caóticos. Es una desconocida, pensó. No la conocemos, ni siquiera sabemos si dice la verdad acerca de su novio. Supongamos que es otra cosa… Supongamos que la policía la persigue… Claro que Nick parece conocerla, le gusta, confía en ella. Y si dice la verdad, tiene que quedarse… De pronto, Kleo también pensó que verdaderamente era muy bonita. Tal vez es por eso que Nick desea que se quede, tal vez siente por ella un… Buscó la palabra. Un interés especial. Si no fuese tan bonita, ¿desearía que se quedara en casa? Claro que eso no era propio de Nick. A menos que él no se diese cuenta de sus sentimientos; sabía que la chica necesitaba ayuda, pero no sabía realmente por qué.
Supongo que debemos correr el riesgo, decidió Kleo.
—Nos alegraremos mucho de tenerte con nosotros —dijo en voz alta y tuteando a la joven—, mientras nos necesites.
Al oír estas palabras, el rostro de Charlotte se puso radiante de alegría.
—Te ayudaré a quitarte la chaqueta —continuó Kleo, al ver que la chica trataba de desembarazarse de la misma.
Nick la ayudó, galantemente.
—No, por favor, muchas gracias —murmuró Charlotte.
—Si te vas a quedar con nosotros —Kleo le cogió la prenda—, será mejor colgarla.
La llevó hacia el único armario del apartamento, abrió la puerta, cogió un colgador y vio, en uno de los bolsillos de la chaqueta, un folleto descuidadamente enrollado.
—Un escrito cordonita —exclamó en voz alta, sacándolo del bolsillo—. Conque eres un Subhombre.
Charlotte dejó de sonreír; ahora parecía ansiosa, y era obvio que trataba de encontrar rápidamente algo que decir.
—O sea que la historia de tu novio es mentira —razonó Kleo—. La persigue la Policía, y por eso tú deseas esconderla aquí. —Cogió la chaqueta y el folleto y se lo entregó a Charlotte—. Pues no puedes quedarte.
—Te lo habría dicho —tartamudeó Nick—, pero sabía que ésta sería tu reacción. Y no me equivoqué.
—Lo de Denny es cierto —afirmó Charlotte, con voz segura pero baja—. Es de él de quien me escondo. La Policía no me persigue. Y, según me dijo Nick, no hace mucho que les investigaron. No volverán a este apartamento en varios meses. Tal vez años.
Kleo continuaba tendiéndole la chaqueta a Charlotte.
—Si ella se va —amenazó Nick—, yo me iré con ella.
—Ojalá —exclamó Kleo.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, lo digo en serio.
Charlotte se puso de pie.
—No quiero separarlos. No sería justo… —Se volvió hacia Nick—. De todos modos, gracias.
Cogió la chaqueta de las manos de Kleo, se la puso y fue hacia la puerta.
—Entiendo lo que siente, Kleo —dijo al abrir la puerta, sonriendo ahora con una sonrisa helada—. Adiós.
Nick se movió velozmente, yendo detrás de ella. La detuvo en el umbral, asiéndola por los hombros.
—No —casi gritó Charlotte y, con una fuerza extraña en una mujer, se soltó—. Hasta la vista, Nick. Al fin y al cabo, hemos despistado a la Morsa Púrpura. Y eso fue muy divertido. Eres un buen conductor; muchos tipos han tratado de despistar a Denny yendo en su aparato, y tú eres el único que lo ha conseguido.
Le acarició el brazo y salió al pasillo.
Tal vez es verdad lo de su novio, pensó Kleo. Tal vez intentó pegarle; quizá debería haber dejado que se quedase. Sin embargo, ellos no me contaron nada, ni ella ni Nick; eso significa una mentira por omisión. Y Nick jamás había hecho eso. En cambio, esta vez nos ha puesto a todos en peligro y no ha dicho nada… Afortunadamente, vi el folleto en la chaqueta.
También pensó que Nick podía irse con Charlotte, lo que significaría que estaba liado con ella. Kleo estaba segura de que no acababan de conocerse, porque no es natural que se ayude tanto a una persona casi desconocida… Salvo que, en este caso, la desconocida era bonita, frágil y estaba indefensa. Y los hombres son así… En su estructura hay una debilidad que sale a relucir en situaciones como ésta. No piensan ni actúan razonablemente, sino que se comportan conforme a lo que creen que es un acto caballeresco. Les cueste lo que les cueste; en este caso, su esposa y su hijo.
—Puedes quedarte —le dijo a Charlotte, saliendo al pasillo, mientras la muchacha estaba acabando de ponerse bien la chaqueta.
Nick no cambió de expresión, como si no pudiese seguir y, por tanto, participar en la situación.
—No —rechazó Charlotte—. Adiós.
Echó a correr por el corredor, a plena luz, como un pájaro en el bosque.
—Maldita seas —gruñó Nick, dirigiéndose a Kleo.
—Maldito seas tú —replicó Kleo—, por intentar traerla aquí y fastidiarnos a todos. Maldito seas tú por no decirme nada.
—Te lo habría contado cuando se presentara la oportunidad.
—¿No la sigues? —le azuzó Kleo—. Dijiste que lo harías.
Nick la miró fijamente, moviendo sus facciones rabiosamente, empequeñecidos sus ojos y llenos de negrura.
—La has sentenciado a cuarenta años en un Campo de Concentración de la Luna; a rondar por las calles sin dinero ni sitio adónde ir y a que algún coche de patrulla la detenga para interrogarla.
—Es una chica lista y sabrá deshacerse de los folletos —replicó Kleo.
—Pero tarde o temprano la atraparán por alguna cosa.
—Entonces ve y asegúrate de que no le sucede nada. Olvídanos, olvídate de mí y de Bobby y procura que no le ocurra nada. Vamos, lárgate.
Kleo pensó que Nick iba a pegarle al observar cómo se retraía la mandíbula del hombre. Era esto lo que había aprendido ya de su nueva amiguita: brutalidad.
Sin embargo, Nick no le pegó, sino que, dando media vuelta, echó a correr por el corredor detrás de Charlotte.
—¡Maldito bastardo! —le gritó Kleo, sin importarle que los demás vecinos la oyeran.
Después, volvió a su apartamento, cerró y atrancó la puerta, colocando la cadena en su sitio, a fin de que Nick no pudiera entrar usando la llave.
Anduvieron por las calles, cogidos de la mano, por entre el denso tráfico de las aceras, y contemplando los escaparates, sin hablar.
—He estropeado su matrimonio —dijo de pronto Charley.
—Oh, no —replicó Nick.
Era verdad. Su huida con aquella chiquilla no había hecho más que sacar a la superficie lo que ya existía. Nick y Kleo llevaban una existencia de miedos, de preocupaciones, de temores. Miedo de que Bobby no aprobara los exámenes, miedo a la Policía… Y, ahora, miedo a la Morsa Púrpura. Lo único que tenemos que hacer es preocuparnos de que no nos aplaste. Al pensar esto se echó a reír.
—¿Porqué se ríe? —quiso saber Charley.
—Me imaginaba a Denny bombardeándonos, como si llevase uno de aquellos viejos Stukas que utilizaron en la Segunda Guerra Mundial. Todo el mundo huía para no morir bajo las bombas, pensando que la guerra destrozaría la Alemania del noroeste.
Andaban cogidos de la mano, cada uno rodeado por sus propios pensamientos.
—No tienes por qué venir conmigo, Nick —exclamó de pronto Charley, tuteándole por primera vez—. Cortemos la cuerda; vuelve junto a Kleo, se alegrará de verte. Yo conozco a las mujeres, y sé que se sobreponen muy de prisa a su enfado, especialmente por algo como esto, cuando lo que las amenaza, en este caso yo, ha desaparecido, ¿de acuerdo?
Probablemente fuese verdad, pero Nick no respondió; todavía no había puesto en claro sus pensamientos. Hizo un repaso mental a todo lo que había sucedido aquel día. Había descubierto que su jefe, Earl Zeta, era un Subhombre; había bebido alcohol con él; los dos habían ido al apartamento de Charley, o de Denny; habían presenciado una pelea, y él había salido de allí con Charley, salvándola, a una chica que era una desconocida, con la ayuda de su corpulento y forzudo jefe. Y ahora este asunto de Kleo.
—¿Estás segura de que los de la Seguridad Pública no están enterados de la existencia de tu apartamento? —le preguntó a Charley.
Dicho de otro modo, pensó, ¿no me habrán ya tildado de sospechoso?
—Hemos tenido mucha prudencia —contestó Charley.
—¿De verdad? Dejaste el folleto en tu chaqueta y Kleo lo descubrió. Eso no fue muy prudente.
—El hecho de haber tenido que despistar a la Morsa Púrpura me había dejado bastante aturdida. Esto no suele ocurrirme nunca.
—¿Llevas algunos más? ¿En el bolso, tal vez?
—No.
Nick le cogió el bolso y lo inspeccionó. Era verdad. Después, mientras seguían andando, registró los bolsillos de la chaqueta de Charley. Tampoco había nada en la chaqueta. Pero los escritos de Cordon también circulaban en forma de micro puntos, y ella podía llevar varios encima, y si la atrapaban, los fulanos de la Seguridad Pública los encontrarían.
Supongo que después de lo ocurrido con Kleo no me fío de ella, pensó. Obviamente, si lo hizo ya una vez…
De pronto pensó también que los policías podían estar vigilando el apartamento, escudriñándole de alguna manera. Sabiendo quién iba y quién venía. Yo entré; yo salí. De manera que si era así estaría ya en la lista. Con toda seguridad, ya era demasiado tarde para volver al lado de Kleo y Bobby.
—Estás muy deprimido —comentó Charley, con tono alegre.
—Diantre —exclamó él—, he cruzado la línea.
—Sí, ya eres un Subhombre.
—¿No es suficiente esto para que uno esté triste?
—Más bien debería llenarte de júbilo —respondió Charley.
—No quiero ir a un Campo de Concentración donde…
—No acabarás de esa manera, Nick. Provoni volverá y todo irá estupendamente bien. —Cogida de su mano, la joven ladeó la cabeza y le miró como un pájaro curioso—. ¡Anímate y endereza la espalda! ¡Alégrate y sé feliz!
Nick pensó que era ella la que había roto su familia. No tenemos ningún sitio adonde ir. Nos pillarán fácilmente en un motel.
Zeta, volvió a pensar. Él puede ayudarnos. Y, hasta cierto punto, la responsabilidad es suya: Zeta es el culpable de todo lo que me está ocurriendo.
—¡Eh! —exclamó Charley, al ver que Nick la llevaba hacia un paso elevado de peatones—. ¿Adónde vamos?
—Al solar del Frente Unido de Autocohetes Ligeramente Usados —explicó.
—Ah, te refieres a Earl Zeta. Tal vez haya vuelto al apartamento, luchando con Denny. No, supongo que en estos momentos Denny ya ha huido; además, eso es lo que creímos cuando tú conducías, ya que le vimos en el tejado. Bueno, ahora me gustaría volver a disfrutar de tu destreza como conductor. Eres mejor que Denny, y eso que él es estupendo. ¿No te lo había dicho ya? Sí, creo que sí.
Parecía muy contenta. Y, de repente, relajada. Pero su humor cambió y otra vez se mostró inquieta.
—¿Qué te pasa? —quiso saber Nick, cuando entraban en la rampa elevada que les conduciría al nivel cincuenta donde Nick había estacionado su autocohete.
—Bueno —murmuró ella—, temo que Denny esté mirando por ahí. Dando vueltas, acechando. Vigilando. —Soltó salvajemente la palabra, y Nick se sobresaltó, ya que hasta entonces no había observado aquella faceta del carácter de Charley—. No, no puedo ir ahí, ve tú solo. Déjame en cualquier parte, o bien iré por la rampa descendente —hizo un gesto expresivo con la mano— y saldré de tu vida para siempre. —Una vez más se echó a reír—. Claro que continuaremos siendo amigos. Podremos comunicarnos por postales. Aunque no volvamos a vernos, seremos buenos conocidos. Nuestras almas se han fundido, y cuando unas almas se funden entre sí, no es posible destruir una sin que muera la otra. —Ahora reía a carcajadas, sin poder dominarse, virtualmente histérica; se llevó las manos a la cara, y siguió riendo a través de sus dedos algo separados—. Esto es lo que enseña Cordon, esto es lo más divertido de todo… ¡Oh, sí, lo más divertido!
Nick le cogió ambas manos y se las apartó de la cara. A Charley le brillaban las pupilas, que estaban, como estrellas, fijas en las de él, escrutándole profundamente, como tratando de encontrar la respuesta, no a lo que él había dicho, sino a lo que mostraban sus ojos.
—Piensas que estoy loca —musitó ella.
—Sin duda alguna.
—Sí, los dos estamos en esta terrible situación, van a ejecutar a Cordon, y todo lo que hago es reír. —Aunque con un visible esfuerzo, había conseguido dejar de reír, y la boca le temblaba como conteniendo la risa—. Conozco un sitio en el que podremos conseguir algo de alcohol —añadió—. Vamos allá, y nos emborracharemos.
—No, ya estoy bastante borracho.
—Por eso hiciste lo que hiciste, irte conmigo y abandonar a Kleo. A causa del alcohol que te dio Zeta.
—¿De veras? —preguntó Nick.
Tal vez fuese cierto. Nick sabía positivamente que el alcohol producía cambios de personalidad, y también era cierto que él no estaba actuando de acuerdo con sus hábitos. Pero era una situación inhabitual, y ¿cuál habría sido su reacción normal a lo que le había sucedido durante aquel día?
He de dominar esta situación, se dijo. He de controlar a esa chica, o abandonarla.
—No me gusta que me manden —exclamó ella de repente—. Veo que deseas dominarme, decirme qué debo y qué no debo hacer. Lo mismo que hace Denny, lo mismo que hacía mi padre. Algún día te contaré las cosas que me ordenaba mi padre y, entonces, me comprenderás mejor. Algunas de las cosas que me obligaba a hacer, cosas terribles, cosas sexuales.
—¡Oh! —se horrorizó Nick.
Eso explicaría sus tendencias lesbianas, si Denny estuvo acertado al describirla.
—Creo que lo que haré —continuó Charley— será llevarte a un Centro de Imprenta cordonita.
—¿Sabes dónde hay uno? —inquirió él incrédulamente—. Entonces, los policías darían cualquier cosa por saber…
—Lo sé. Les gustaría atraparme. Lo sé gracias a Denny. Es un traficante más importante de lo que te imaginas.
—¿Puede ir él también a ese lugar?
—No sabe que yo lo conozco. Una vez le seguí, pensaba que dormía con otra chica, aunque descubrí que no era eso: estaba en un centro de impresión. Regresé al apartamento y fingí estar dormida. —Le cogió una mano y se la acarició—. Es un centro especialmente interesante porque imprimen material cordonita para los niños. Cosas como, por ejemplo: «Exacto. ¡Esto es un caballo! ¡Y cuando los hombres eran libres, montaban a caballo!». Cosas como ésta.
—Baja la voz —le suplicó Nick.
Había otras personas que ascendían por la rampa y la vibrante voz juvenil de Charley se veía aumentada por su entusiasmo.
—Está bien —obedeció ella.
—¿No hay un centro cordonita en lo alto de la Organización? —se interesó él.
—No existe ninguna Organización, solamente lazos mutuos de fraternidad. No, no está en lo alto la planta de impresión; lo que está en lo alto es la Estación Receptora.
—¿La Estación Receptora? ¿Y qué recibe?
—Los mensajes de Cordon.
—¿Desde la cárcel de Brightforth?
—Cordon —explicó Charley— tiene un transmisor cosido a su cuerpo que todavía no han descubierto, ni siquiera después de haber pasado por los rayos X. Encontraron dos, pero no este, y gracias a él obtenemos sus meditaciones cotidianas, sus ideas, sus pensamientos, que las plantas impresoras se encargan de imprimir lo antes posible. Desde allí, el material se distribuye, los traficantes lo recogen y lo venden a la gente —añadió—. Como puedes suponer, el índice de mortalidad entre los distribuidores es muy alto.
—¿Cuántas plantas impresoras tenéis?
—No lo sé. No muchas.
—¿Y las autoridades no…?
—Los meones… Oh, perdón, los de la Seguridad Pública localizan una de vez en cuando. Pero instalamos otra, de manera que el número sigue siendo el mismo. —Calló unos momentos, meditando—. Creo que será mejor coger un taxi y no tu autocohete. ¿Qué opinas?
—¿Por algún motivo en especial?
—No estoy segura. Tal vez hayan averiguado tu número de licencia; nosotros acostumbramos a dirigirnos a las plantas impresoras en coches alquilados. Los taxis son preferibles a…
—¿Está muy lejos?
—¿Te refieres a kilómetros? No, se halla en el centro de la ciudad, en la parte más ajetreada. Vamos.
Charley saltó a la rampa descendente y él la siguió. Unos instantes más tarde se hallaban a nivel de la calle; la muchacha empezó a buscar un taxi.