Capítulo 7

NO —negó Nick, con inquietud, bruscamente alerta. Quiere estar conmigo, pensó, esos dos días—. Oye —continuó en voz alta—, te llevaré a un motel, uno que elegiré al azar, donde él nunca te encontrará. Pagaré por dos noches.

—Diablo —se angustió Charley—, tienen el centro de control y el contador maestro de ubicación, que procesa los nombres de cuantos se inscriben en los moteles y hoteles de Norteamérica; por dos pops, Denny podría utilizarlos con sólo telefonear.

—Usaremos un nombre falso —propuso Nick.

—No —se obstinó ella, moviendo la cabeza.

—¿Por qué no?

La inquietud de Nick iba en aumento; de repente, le parecía estar atrapado en una especie de papel cazamoscas; no podía librarse de Charley.

—No quiero estar sola —declaró ella—, porque si me descubre en la habitación de algún motel, sola, me pegará como ni tan siquiera puede imaginarse. He de estar con alguien, he de tener a mi alrededor alguna persona que…

—Yo no podría impedir que te pegase… —reflexionó Nick.

Ni siquiera Zeta, con toda su fuerza, había logrado detener a Denny más de unos minutos.

—Él no luchará contra usted. No quiere que nadie, ninguna tercera persona, vea lo que hace conmigo. Pero… —calló un instante—. No debería mezclarle a usted en esto. No es justo, podría producirse una pelea en su casa. Acudirían los de la Seguridad Pública y si encuentran el folleto que nos ha comprado… Bueno, ya conoce cuál es el castigo.

—Lo tiraré —respondió Nick—. Ahora mismo.

Bajó la ventanilla del autocohete y buscó en su chaqueta el librito.

—O sea que Eric Cordon ocupa el segundo lugar —estableció ella con una voz neutral, una voz sin censura—. Lo primero es protegerme contra Denny. Es divertido, ¿eh? Francamente divertido…

—Un individuo es más importante que una teoría…

—Cariño, todavía no está enganchado. No ha leído a Cordon; si lo lee pensará de otro modo. Además, aún tengo dos folletos en el bolso, de modo que aunque usted arroje el suyo…

—Tíralos también.

—No.

Bueno, pensó Nick, ese material ha hecho fanáticos. No quiere tirar los folletos ni quiere que la lleve a un motel. ¿Qué puedo hacer? ¿Dar vueltas y más vueltas entre el tráfico de esta maldita ciudad hasta que me quede sin combustible? Siempre cabe la posibilidad de que aparezca el Schellingberg 8 y ponga fin a todo esto; probablemente, Denny volaría hacia nosotros y nos mataría. A menos que a estas horas ya se hayan disipado en él los efectos del alcohol.

—Tengo una esposa —explicó llanamente—. Y un hijo. No puedo hacer algo que…

—Ya lo hizo, al decirle a Zeta que deseaba comprar un folleto. Se metió en un lío en el mismo instante en que usted y Zeta llamaron a la puerta de nuestro apartamento.

—Incluso mucho antes —asintió Nick, sabiendo que era verdad.

Tan de prisa, pensó. Un compromiso efectuado en un abrir y cerrar de ojos, aunque venía de lejos. La verdad era que la noticia de la próxima ejecución de Cordon había desencadenado su deseo, y ahora, en aquel momento, Kleo y Bobby ya estaban en peligro.

Por otra parte, la Seguridad Pública acababa de ponerle a prueba, utilizando a Darby Shire como cebo. Él y Kleo habían superado la prueba. De modo que, desde el punto de vista de las probabilidades estadísticas, existía la posibilidad de que no volvieran a investigarle tan pronto.

Pero no podía engañarse. Probablemente vigilaban a Zeta. Y estaban enterados de lo de los dos apartamentos. Saben todo lo que hay que saber; sólo es cuestión de prever cuándo efectuarán su próximo movimiento.

En ese caso, realmente era demasiado tarde. Bien, podía comprometerse un poco más: ocultar a Charley en su casa, con él y con Kleo, un par de días. El sofá del salón era convertible, y ya habían tenido amigos durmiendo una noche.

Aunque esta situación era muy distinta de aquéllas.

—Puedes quedarte conmigo y con mi mujer —gruñó—, si te deshaces de los folletos que llevas. No tienes por qué destruirlos, sino simplemente tirarlos en algún lugar que conozcas.

Charley, sin responder, cogió uno de sus folletos, lo abrió y leyó en voz alta:

«La medida de un hombre no es su inteligencia. No es la altura a la que se eleva en este terrible Estado. La medida de un hombre es ésta: ¿con qué rapidez sabe reaccionar ante las necesidades ajenas? ¿Y cuánto es capaz de dar de sí mismo? Darse a sí mismo es una verdadera donación, sin recibir nada a cambio, o al menos…».

—Seguro —razonó Nick—, dar siempre te da algo a cambio. Tú le das algo a alguien y, más tarde, ese alguien te devuelve el favor dándote algo a cambio. Eso está claro.

—Eso no es dar, sino traficar. Escuche esto: «Dios nos dice…».

Dios ha muerto —la interrumpió Nick—. Encontraron su cadáver en 2019, flotando en el espacio cerca de Alfa.

—Encontraron los restos de un organismo avanzado varias miles de veces a nosotros —explicó Charley—. Evidentemente, podía crear mundos habitables y poblarlos con organismos vivos, derivados de él mismo. Pero esto no demuestra que fuese Dios.

—Creo que era Dios.

—Puedo quedarme en su casa esta noche —dijo Charley—, en caso necesario, tal vez mañana por la noche, ¿de acuerdo? —Le miró con su radiante sonrisa bañada con la luz de la inocencia. Como si, igual que una gatita, pidiese un platito de leche, nada más. Añadió—: No tenga miedo de Denny, no le hará daño. Si ha de pegar a alguien, será a mí, pero no podrá descubrir su apartamento, ¿verdad? Ni siquiera sabe cómo se llama, ni sabe…

—Sabe que trabajo para Zeta.

—Zeta no le teme. Zeta podría convertirlo en papilla…

—Te estás contradiciendo —la atajó Nick.

Al menos así se lo parecía a él. ¿O todavía le afectaba el alcohol? ¿Cuánto tardaban en desaparecer sus efectos, una hora? ¿Dos? Sin embargo, conducía el autocohete correctamente, al menos ningún occífero le había parado ni captado con los rayos rastreadores.

—Teme lo que dirá su mujer —le reprochó Charley—, si me lleva a su casa. Sí, pensará muchas cosas raras.

—Pues sí —concedió Nick—. Y también, temo a lo que la ley califica de violencia estatutoria. Todavía no tienes los veintiuno, ¿verdad?

—Tengo dieciséis.

—Bueno, ya ves…

—Está bien —exclamó ella, alegremente—. Aterriza y déjame salir de aquí.

—¿Tienes dinero?

—No.

—Pero ¿podrás arreglártelas?

—Sí, siempre me las apaño.

Hablaba sin rencor, sin reprocharle su vacilación. Tal vez esa clase de cosas ya hubiese existido antes entre ellos, reflexionó Nick. Y otros, como él mismo, hubiesen estado mezclados en el asunto. Con las mejores intenciones, claro.

—Le diré lo que podría ocurrirle si me llevara a su casa —murmuró Charley—. Podría ser acusado de poseer material cordonita, por violación estatutoria. Su esposa, que también sería detenida por vivir en una casa donde hay material cordonita, le abandonaría y jamás le comprendería ni le perdonaría. Y, no obstante, a pesar de no conocerme casi, no puede abandonarme porque soy una chica y no tengo adónde ir…

—Amigos —casi gritó él—. Debes de tener amigos a los que recurrir. ¿O también les asusta Denny? —Hizo una pausa—. Sí, tienes razón, no puedo abandonarte.

Un secuestro, pensó. También podían acusarme de secuestro, si Denny llama a la Seguridad Pública. Pero, no podía llamarles, no podía hacerlo porque él sería acusado, a su vez, de traficar con material cordonita. No podía correr ese riesgo.

—Eres una chiquilla extraña —le dijo a Charley—. En ciertos aspectos eres ingenua y, en otros, eres dura como una rata de almacén.

¿Acaso lo es por vender ese material?, se preguntó. ¿O es al revés, se ha endurecido al crecer y por eso gravitó hacia esa clase de trabajo?

La miró, examinando sus ropas. Iba incluso demasiado bien vestida, con prendas muy caras. Tal vez fuese ambiciosa, y vender ese material fuese la manera más fácil de ganar los pops que necesitaba para satisfacer esa ambición. Para ella las ropas, para Denny el Schellingberg 8. Sin esto, simplemente serían unos adolescentes que irían a la escuela con tejanos y suéteres anchos.

El mal, se dijo, al servicio del bien. ¿O eran buenos los escritos de Cordon? Nunca había visto un folleto auténtico de Cordon, y ahora, presumiblemente, tenía uno y era libre de leerlo y decidir. ¿Y dejarla quedarse en su casa si el folleto era bueno? Y si no lo era, arrojarla a los lobos, a Denny y a los coches de patrulla con los Inusuales telepáticos escuchando constantemente.

—Yo soy la vida —declaró ella.

—¿Qué? —dijo sobresaltado.

—Para usted, yo soy la vida. ¿Cuántos años tiene, treinta y ocho, treinta y nueve? ¿Cuarenta? ¿Y qué ha aprendido? ¿Ha hecho algo? Míreme, fíjese en mí. Yo soy la vida, y estando conmigo, parte de ella pasa a usted. Estando aquí, en el autocohete, conmigo, ya no se siente tan viejo, ¿verdad?

—Tengo treinta y cuatro años —aclaró Nick—, y no me siento viejo. En realidad, estar sentado a tu lado sí que hace que me sienta más viejo, no más joven. Y nada pasa a mi cuerpo ni a mi espíritu.

—Ya pasará.

—Lo sabes por experiencia ¿eh? Con hombres más viejos. Antes de mí.

Charley abrió el bolso y sacó un espejito y el colorete, y empezó a trazar unas complicadas líneas desde los ojos, a través de los pómulos, y hasta el borde de su barbilla.

—Usas demasiado maquillaje —le recriminó Nick.

—Está bien, llámame una puta de dos pops.

—¿Cómo? —exclamó él, mirándola, con la atención momentáneamente desviada del tráfico de media mañana.

—Nada —gruñó Charley. Se dedicó a maquillarse, y después cerró la cajita del colorete, metiéndola en el bolso junto con el espejito—. ¿Quiere un poco de alcohol? —le preguntó—. Denny y yo tenemos muchos contactos para conseguirlo. Podría darle… ¿Cómo se llama?… Oh, sí, whisky escocés.

—Fabricado en alguna destilería, de noche, de sabe Dios dónde —comentó Nick—. Sí, volando de noche de un sitio a otro.

Charley empezó a reír sin poder remediarlo; estaba sentada, con la cabeza baja y la mano derecha sobre los ojos.

—No me imagino una destilería aleteando por el cielo nocturno. En busca de un nuevo sitio donde no pueda localizarla la Seguridad Pública.

Continuó riendo, como si la idea que se le había ocurrido se negara a abandonara.

—Uno puede quedarse ciego por el alcohol —afirmó Nick.

—Por el tabaco. El whisky es alcohol de madera.

—¿Cómo estás tan segura?

—¿Acaso es posible estar seguro de nada? Denny puede descubrirnos en cualquier momento y matarnos, o tal vez nos mate la Seguridad Pública… No es probable y hay que vivir con lo que lo es, no con lo que es posible, puesto que todo es posible —le sonrió—. Y eso es bueno, ¿no lo entiende? Significa que siempre hay esperanzas; lo dice Cordon, me acuerdo bien. Cordon lo repite una y otra vez. En realidad, no da muchos mensajes, eso también es cierto. Usted y yo podríamos enamorarnos, usted abandonar a su esposa y yo a Denny, y entonces él se volvería loco, bebería en exceso, nos mataría a todos y luego se suicidaría. —Volvió a reír, bailoteándole los ojos—. ¿No sería estupendo? ¿No ve cuán estupendo sería?

Nick no lo veía.

—Pues ya lo verá —le aseguró Charley—. Mientras tanto, le agradecería que durante los diez próximos minutos no me hablara, he de pensar qué le diremos a su esposa.

—Seré yo quien se lo diga —observó Nick.

—Usted lo estropearía todo, se lo diré yo.

Cerró los ojos en honda concentración. Nick siguió atento al timón del autocohete, poniéndolo en dirección a su apartamento.