EL aeropuerto del tejado del Edificio Federal era un hervidero de luces de los vehículos que iban y venían. Sin embargo, sólo se veían autocohetes oficiales, ya que el aeropuerto estaba cerrado al público, seguramente por mucho tiempo.
—Tengo permiso de aterrizaje —murmuró el occífero, señalando una luz pulsátil del intrincado tablero de mandos del autocohete.
Aterrizaron y Nick, ayudado por el occífero, saltó a tierra, donde se mantuvo inciertamente.
—Buena suerte, camarada —le deseó el occífero.
Un segundo después había desaparecido, y su autocohete era ya invisible en el cielo, con su luz roja parpadeando entre las estrellas.
En la rampa de entrada, al extremo del tejado, una hilera de policías negros le cortaron el paso. Todos llevaban carabinas con arcos emplumados, y todos le miraban como si fuera un despojo.
—El Presidente del Consejo Gram… —empezó.
—Piérdete —le dijo uno de los policías.
—… me pidió que viniese a verle —añadió Nick.
—Entonces, ¿no sabes que hay un alienígena que pesa cuarenta mil toneladas y…?
—Estoy aquí por esa emergencia.
Uno de los policías habló por un micrófono de muñeca, aguardó en silencio, escuchando a su interlocutor y luego asintió.
—Puedes entrar —dijo.
—Yo te acompañaré —se ofreció otro—. Todo está alborotado.
Abrió la marcha y Nick le siguió lo mejor que pudo.
—¿Qué te pasa? —se extrañó el occífero—. ¿Has sufrido un accidente?
—Estoy bien —mintió Nick.
Pasaron junto a un Nuevo Hombre que tenía un anuario en la mano, obviamente intentando leerlo. Cierto sentido residual le decía que debía leerlo, pero no había comprensión en sus pupilas, sólo una estremecedora confusión.
—Por aquí —indicó el policía de la Seguridad Pública, conduciéndole por una serie de cubículos.
Nick distinguió a varios Nuevos Hombres, unos sentados en el suelo, otros tratando de hacer algo, manejando objetos, algunos sentados o tumbados, mirando al frente sin ver nada. También vio que algunos sufrían violentos ataques de rabia; evidentemente, llamados para la emergencia, los empleados Antiguos intentaban mantenerlos bajo control.
Se abrió la puerta del fondo del pasillo. El occífero se hizo a un lado.
—Es aquí —señaló, y se fue por donde habían venido.
Willis Gram no estaba en su monumental cama, se hallaba sentado en una butaca en el otro extremo de la habitación, evidentemente en paz consigo mismo. Su rostro estaba tranquilo, sosegado.
—Charlotte Boyer —dijo Nick sin más preámbulo— ha muerto.
—¿Quién? —parpadeó Gram, centrando su atención en Nick—. Ah, sí —levantó las manos, palmas arriba—. Me quitaron mi habilidad telepática, ahora sólo soy un Antiguo.
—Presidente del Consejo —dijeron bruscamente por el intercomunicador del escritorio—, hemos instalado el segundo sistema láser sobre el tejado del Edificio Transportador, y dentro de unos veinte segundos tendremos enfocado el rayo sobre el mismo objetivo que el de Baltimore.
—¿Sigue allí Provoni? —se interesó Gram.
—Sí. El láser Baltimore lo enfoca directamente. Cuando añadamos el rayo de la ciudad de Kansas, habremos doblado virtualmente el poder a nivel de funcionamiento.
—Manténganme informado —ordenó Gram—. Gracias.
Se volvió hacia Nick. Gram estaba completamente vestido: pantalón oscuro, blusa de seda con mangas rizadas, zapatos planos. Se había peinado y estaba elegante y tranquilo.
—Siento lo de esa joven —murmuró—. Lo siento, aunque en realidad, no lo siento. Yendo al fondo de la cuestión, no lo siento como lo sentiría de haberla conocido mejor. —Cansinamente, se pasó una mano por la cara. Se había empolvado el rostro cuidadosamente, y una blanca capa de polvos le cayó en la mano. Se la limpió, golpeándola contra la otra, con irritación—. No quiero malgastar ni una lágrima por los Nuevos Hombres —añadió, torciendo los labios—. Es culpa suya. ¿Conoce a un tipo, un Nuevo Hombre, llamado Amos Ild?
—Claro.
—Un verdadero cretino —le dijo Gram—. Dijo que Provoni no traía a ningún alienígena. Los neutrológicos, lo mismo que nosotros los Inusuales y los Nuevos Hombres, no han entendido nada. Claro que no hay nada que entender. Amos Ild era un excéntrico que trabajaba con millones de componentes en su proyecto del Gran Oído. Sí, estaba chiflado.
—¿Dónde está ahora? —quiso saber Nick.
—Jugando por ahí con pisapapeles. Tratando de inventar unos intrincados sistemas de equilibrio para ellos, y usando reglas como soportes. —Gram sonrió—. Esto es lo que hará durante el resto de su vida.
—Geográficamente hablando, ¿se ha extendido mucho la destrucción del tejido neurológico? —se interesó Nick—. ¿Por todo el Planeta? ¿Hasta la Luna y Marte?
—No lo sé. Casi todos los circuitos de comunicación están sin mandos. No hay nadie, absolutamente nadie, al otro extremo. Lo cual es fantástico y terrible.
—¿Ha llamado a Pekín? ¿A Moscú? ¿A Sumatra?
—Le diré a quién he llamado: al Comité Extraordinario de la Seguridad Pública.
—Que ya no existe, claro.
Gram asintió.
—Él, esa cosa, los ha matado. Les abrió el cráneo y lo vació. Excepto, por algún motivo que desconozco, el diencéfalo. Sí, les ha dejado eso.
—Las funciones vegetativas —observó Nick.
—Sí, pudimos dejarlos vivir como vegetales, pero no valía la pena. Tan pronto como conocí la magnitud del daño cerebral, ordené a varios médicos que los matasen. Sin embargo, esto sólo concierne a los Nuevos Hombres. En el Comité de Seguridad Pública hay dos Inusuales, un precognitor y un telépata. Naturalmente, sus habilidades han desaparecido, como las mías. Pero por ahora viven.
—A ustedes ya no les harán nada —manifestó Nick—. Ahora que usted es un Antiguo, no corre más peligro que el que yo mismo corro.
—¿Para qué quería verme? —preguntó de pronto Gram—. ¿Para hablarme de Charlotte? ¿Para hacerme sentir culpable? Diantre, hay un millón de zorras como ella en el mundo; dentro de media hora puede tener otra en sus brazos.
—Usted envió a tres meones negros para matarme. En lugar de eso, liquidaron a Denny Strong, y a causa de esa muerte nosotros no pudimos manejar debidamente el autocohete y se produjo el accidente. Y ella murió. Usted activó esa serie de circunstancias; todo emanó de usted.
—Llamaré a los soldados negros —amenazó Gram.
—No me importa.
El intercomunicador cobró vida.
—Presidente del Consejo, los dos sistemas láser están apuntando al objetivo: Thors Provoni.
—¿Y el resultado? —preguntó Gram, de pie, apoyando su enorme mole en el escritorio.
—Ahora me lo comunican.
Gram esperó en silencio.
—Ningún cambio visible. Sin cambio alguno, señor.
—Tres sistemas láser —voceó Gram, roncamente—. Si traemos el de Detroit…
—Señor, en realidad no podemos manejar debidamente los que ahora tenemos. Debido a la enfermedad mental que aqueja a los Nuevos Hombres…
—Gracias —le interrumpió Gram, cerrando el intercomunicador—. ¡Enfermedad mental! —gruñó, terriblemente feroz—. Si sólo fuese eso, algo que curarse en un sanatorio… ¿Cómo lo llaman, psicogenia?
—Me gustaría ver a Amos Ild —pidió Nick—. Equilibrando los pisapapeles.
Era el mayor intelecto producido por la raza humana. Neanderthal, Homo Sapiens, Nuevos Hombres…, evolución. Y usando la neutrología de los Nuevos Hombres, Amos Ild había triunfado; había logrado el 000. Aunque tal vez Gram estuviese en lo cierto, quizá Amos Ild estuviera loco, pero no había forma alguna de medir un cerebro como el suyo, puesto que no existía un prototipo de comparación.
Era agradable saber que se habían librado de Ild. Saber que se habían librado de todos ellos era una buena cosa. Era muy posible que, hasta cierto punto, todos los Nuevos Hombres estuvieran locos. Era cuestión de grados. Y su neutrología, la lógica de los locos.
—Parece usted un poco abatido —observó Gram—. Debe buscar ayuda médica. Ya veo que tiene el brazo roto.
—¿En su enfermería? —se burló Nick—. ¿No es así como la llama?
—Hay médicos muy competentes —objetó Gram—. Es extraño —añadió, casi para sí mismo—, trato de escuchar sus pensamientos y no los oigo. Solamente oigo sus palabras… —Inclinando la cabeza hacia él, estudió a Nick—. ¿Ha venido para…?
—Quería que supiese lo de Charlotte —le atajó el joven.
—Está desarmado, así que no intenta aniquilarme. Lo registraron; sin enterarse pasó por cinco controles.
Con una rapidez inesperada en un individuo de su corpulencia, giró sobre sí mismo y tocó un botón del escritorio. Al momento, entraron en la habitación cinco soldados negros. Apenas parecía que hubiesen entrado; simplemente, estaban allí.
—Miren si está armado —les ordenó Gram—. Busquen algo pequeño, como un cuchillo de plástico o un micromarbete de gérmenes.
Dos soldados registraron concienzudamente a Nick.
—Nada, señor —dijo uno de ellos.
—Quédense donde están —les ordenó Gram—. Mantengan sus tubos apuntándole y, si se mueve, mátenle. Ese hombre es peligroso.
—¿Yo peligroso? —se asombró Nick—. ¿Es peligroso 3XX24J? Entonces, también son peligrosos seis mil millones de Antiguos, y sus meones negros no podrán contenerlos. Ahora, todos son Subhombres; han visto a Provoni; saben que, tal como prometió, ha vuelto, saben que sus armas no pueden herirle; saben que su amigo, el Frolikan, sí puede hacerles daño, ya se lo ha hecho, al menos a los Nuevos Hombres. Tengo el brazo roto, paralizado, no podría apretar un gatillo. ¿Por qué no nos quedamos solos? ¿Por qué no pudo dejar que ella se marchase conmigo? ¿Por qué envió a esos meones negros detrás de nosotros? ¿Por qué?
—Por celos.
—¿Piensa dimitir como Presidente del Consejo? —le preguntó Nick—. Ya no posee calificaciones especiales. ¿Dejará que gobierne Provoni? ¿Provoni y su amigo de Frolik 8?
—No —denegó Gram tras una pausa.
—Entonces, le matarán. Lo harán los Subhombres. Tan pronto como comprendan lo que sucede, vendrán aquí. Y esos tanques, esos autocohetes equipados con armas y sus Escuadrones Negros no detendrán más que a unos cuantos miles de ellos. ¡Seis mil millones, Gram! ¿Podrán los Militares y los Meones Negros matar a seis mil millones de hombres? ¿Además de Provoni y su amigo Frolikan? ¿Cree que existe la más remota probabilidad? ¿No va siendo hora ya de que renuncie al Gobierno, de que ceda todo el aparato gubernamental a otra persona? Usted ya es viejo y está cansado. Y no ha realizado una buena labor. Mató a Cordon… Sólo por eso, un tribunal constitucional le colgaría.
Por eso, pensó, y por otras decisiones adoptadas por Gram durante su mandato.
—Iré a hablar con Provoni —dijo Gram, Se volvió hacia los soldados—. Que preparen un autocohete Policial. Señorita Knight —añadió, pulsando un botón del escritorio—, pida comunicación para establecer un contacto oral entre Thors Provoni y yo. Dígales que se trata de una prioridad.
Colgó y se volvió hacia Nick.
—Quiero… —vaciló y continuó— ¿Ha probado el whisky escocés?
—No.
—Tengo un escocés de hace veinticuatro años, una botella que nunca abrí, una botella para una ocasión especial. ¿No le parece que ésta es una ocasión especial?
—Eso creo, Presidente del Consejo.
Gram se dirigió a una anaquelería del muro, sacó varios volúmenes, y al final sacó una botella llena de un líquido ambarino.
—¿De acuerdo? —le dijo a Nick.
—De acuerdo.
Gram se sentó encima del escritorio, arrancó el sello metálico de la botella, sacó el corcho, miró a su alrededor, por entre los objetos de la mesa hasta que halló dos vasos de papel. Vació lo que contenían en la papelera, y vertió el whisky en ellos.
—¿Por qué brindaremos? —le preguntó luego a Nick.
—¿El brindis forma parte del ritual de beber alcohol?
—Brindaremos —sonrió Gram— por una chica que trató de huir de los policías de metro noventa de estatura. —Calló un momento, sin beber. Nick tampoco levantó el vaso.
—Por un planeta mejor —dijo Gram, tragando el contenido de su vaso—. Por un Planeta en el que no necesitemos a nuestros amigos de Frolik 8.
—Yo no bebo por eso —gruñó Nick, dejando su vaso.
—Bueno, entonces limítese a beber, sin brindar. ¡Saboree el whisky! ¡El mejor de los whiskys! —Gram le miró asombrado y resentido. El resentimiento fue en aumento hasta que su cara adoptó un tono rojo oscuro.
—¿No comprende lo que se le ofrece? Ha perdido la perspectiva de las cosas. —Golpeó coléricamente la superficie de madera de castaño de su enorme escritorio—. ¡Esto le ha hecho perder sus valores! Tenemos que…
—El autocohete especial está dispuesto, Presidente del Consejo —dijo el intercomunicador—. En el muelle cinco del aeropuerto del tejado.
—Gracias. ¿Y la comunicación oral? No puedo irme hasta que se haya establecido esa comunicación, tengo que dejarles bien claro que no voy a causarles ningún daño. Que desconecten los rayos láser. Los dos.
—¿Señor…?
Repitió la orden.
—Sí, señor —asintió la voz del intercomunicador—. Intentaremos establecer el contacto. Mientras tanto, tenemos listo el autocohete.
Gram cogió la botella y se sirvió más whisky.
—No le entiendo, Appleton —masculló—. Viene usted aquí… y, ¿para qué? Está herido y se niega a… ¡En nombre de Dios…!
—Tal vez vine por esto —le atajó Nick—. En nombre de Dios, como dice.
Para mirarte, pensó, hasta que estés listo para morir. Porque tú y los que son como tú debéis morir; debéis dejar sitio a los que suben. Por lo que vamos a hacer, por nuestro proyectos, y no por construcciones semipsicóticas como el Gran Oído.
El Gran Oído, vaya ingenio soberbio para un Gobierno… A fin de tener a todo el pueblo bajo control. Lástima que no estuviese terminado. Tal vez intenten concluirlo, aunque Provoni y su amigo seguramente ya lo habrían intentado. Pero nosotros sí lo acabaremos.
—Hay contacto audiovisual, Presidente del Consejo —anunció el intercomunicador. Añadió—: Línea cinco.
Gram cogió el v-fono rojo.
—Hola, señor Provoni —murmuró.
En la pantalla apareció la arrugada faz de Provoni, con sus surcos, sus huecos, sus manchas… Sus ojos mostraban el vacío absoluto que Nick experimentó cuando le habían sondeado el cerebro. Pero aquellos ojos mostraban algo más: brillaban como los de un animal, eran los ojos de un ser voluntarioso y decidido que buscaba lo que deseaba, lo que anhelaba. Un animal que se había escapado de la jaula. Unos ojos fuertes, en un rostro fuerte, pese a su cansancio.
—Creo que sería deseable que usted viniese aquí —propuso Gram—. Ya ha hecho bastante daño. Miles de hombres y mujeres, importantes en el Gobierno, la industria y la ciencia…
—Nos reuniríamos con usted —aceptó Provoni—, pero creo que a mi amigo le resultaría difícil desplazarse hasta tan lejos.
—Hemos desconectado los rayos láser como un acto de buena fe —le manifestó Gram, tenso, los ojos sin pestañear.
—Sí, gracias por lo de los rayos láser —el rostro duro como una roca de Provoni esbozó una sonrisa—. Sin esa fuente de energía no habríamos podido realizar nuestra tarea. Al menos, no de modo tan inmediato. Dentro de unos meses habría quedado terminada.
—¿Habla en serio? —se asombró Gram—. ¿Se refiere a los rayos láser?
—Sí. El Frolikan convirtió la energía del sistema láser y esto le revitalizó.
Gram dejó de mirar la pantalla un instante, evidentemente para recobrar su dominio.
—¿Se encuentra bien, Presidente del Consejo? —se inquietó Provoni.
—Aquí podría usted bañarse, afeitarse, alimentarse y descansar —propuso Gram—, y luego charlaríamos.
—Usted vendrá aquí.
—Está bien —aceptó Gram, tras una pausa—. Estaré ahí dentro de cuarenta minutos. ¿Me garantiza mi seguridad y la libertad de regresar?
—¿Su seguridad? —repitió Provoni, sacudiendo la cabeza—. Todavía no capta la magnitud de lo que sucede. Sí, claro que puedo garantizarle su seguridad. Se marchará tal como llegue, al menos en lo que se refiere a nuestros actos. Pero si sufre un ataque de coronaria…
—De acuerdo —aceptó finalmente Gram.
En menos de un minuto, Gram había capitulado por completo en su posición, era él quien iría a ver a Provoni y no al contrario. Ni siquiera en un lugar neutral. No obstante, era una decisión necesaria, ya que no tenía otra opción.
—No sufriré ningún ataque de coronaria —objetó Gram. Estoy dispuesto a enfrentarme con lo que sea necesario. Acepto todas las condiciones. Cambio.
Colgó el v-fono.
—¿Sabe lo que me inquieta, Appleton? —preguntó después—. El temor de que vengan otros Frolikanos, que éste sea sólo el primero.
—No necesitamos más —reflexionó Nick.
—Pero si desean conquistar la Tierra…
—No lo desean.
—Ya la han conquistado. Al menos hasta cierto punto.
—Tranquilo. No nos harán más daño. Provoni ha logrado lo que ansiaba.
—Supongamos que no hagan caso de Provoni ni de lo que ansiaba. Supongamos…
—Señor —intervino uno de los soldados negros—, para llegar a Times Square en cuarenta minutos hay que salir ahora mismo.
Llevaba unos galones, era un oficial de alta graduación.
Gruñendo, Gram se colocó sobre los hombros una chaqueta de lanalex, ayudado por uno de sus hombres.
—Llevadlo a la enfermería —dijo, señalando a Nick—, y que le sometan a tratamiento médico.
Inclinó la cabeza y dos soldados se acercaron a Nick, amenazadoramente, los ojos débiles pero intensos.
—Presidente del Consejo —rugió Nick—, tengo que pedirle un favor. ¿No sería posible que viera un momento a Amos Ild antes de ser llevado a la enfermería?
—¿Por qué? —quiso saber Gram, yendo hacia la puerta con dos soldados negros.
—Sólo deseo hablar con él. Verle y tratar de comprender todo lo que les ha sucedido a los Nuevos Hombres. Verle en el nivel en que ahora está…
—Un nivel de cretinismo —masculló Gram—. ¿No desea estar conmigo cuando vea a Provoni? Podría expresarle los deseos de… Barnes dijo que usted era un representante.
—Provoni sabe lo que deseo, lo que deseamos todos. Lo que va a ocurrir entre él y usted está bastante claro: usted dimitirá del cargo y él lo ocupará. El sistema del Servicio Civil será revisado rápidamente; muchos cargos serán electivos y no nombrados a dedo. Se instalarán otros Campos de Concentración para los Nuevos Hombres, donde vivirán dichosos; debemos pensar en ellos, en su indefensión. Por eso deseo ver a Amos Ild.
—Entonces, hágalo. —Gram señaló a dos soldados, los que estaban a cada lado de Nick—. Ya sabéis donde está Ild. Llevadle allí, y cuando haya terminado, a la enfermería.
—Gracias —dijo Nick.
—¿De verdad que está muerta? —preguntó Gram en voz baja.
—Sí.
—Lo siento —Gram alargó la mano, pero Nick rehusó estrechársela—. Era a usted a quien quería ver muerto —añadió Gram—. Bien, eso ya no importa. Bueno, finalmente he separado mi vida personal de la pública; en realidad, mi vida personal ha concluido.
—Como ha dicho hace un momento —manifestó Nick fríamente—, hay más de un millón de zorras arrastrándose por el mundo.
—Exacto, eso fue lo que dije.
Se marchó con los guardias. Se cerró la puerta a sus espaldas.
—Vamos —dijo uno de los soldados.
—Iré cuando me dé la gana —gruñó.
Le dolía mucho el brazo y empezaba a sentir un vacío en el estómago. Gram tenía razón: debía bajar pronto a la enfermería.
Pero no antes de ver a Amos Ild, el intelectual más grande de la raza humana.
—Por aquí —le indicó el guardia, señalando una puerta que también estaba custodiada por un soldado vestido con uniforme verde.
—Hazte a un lado —le dijo el guardia negro.
—No estoy autorizado para…
El negro levantó la pistola, como si tuviera la intención de golpearle con ella.
—Como ordenes —accedió el otro, haciéndose a un lado.
Nicholas Appleton entró en la habitación.