Capítulo 23

«SE llama —iba diciendo Provoni por el micrófono— Morgo Rahn Wilc. Deseo hablaros de él con todo detalle. Primero os quiero decir que es antiguo, es telépata, es mi amigo».

Nick se apartó del televisor, entró en el cuarto de baño y cogió unas pastillas de fenmetrazina hidroclórica del botiquín; se las tragó y añadió una tableta de veinticinco miligramos de clordiazepóxido hidroclórico. Vio que sus manos le temblaban espantosamente; apenas podía sostener el vaso de agua, e incluso le costó engullir las pastillas.

Charley apareció en la puerta del cuarto de baño.

—Necesito algo —pidió—. ¿Qué me recomiendas?

—Fenmetrazina y clordiazepóxido —le aconsejó—. Cincuenta miligramos de lo primero y veinticinco de lo segundo.

—Tomados al mismo tiempo son animadores y sedantes.

—Una buena combinación. El clordiazepóxido intensifica la capacidad de la corteza cerebral, en tanto que la fenmetrazina estimula el tálamo, dándole impulso a todo el metabolismo cerebral.

Ella asintió y se tragó las pastillas que Nick le había recomendado.

Ed Woodman, sacudiendo la cabeza, entró también en el cuarto de baño y extrajo varias pastillas de los frascos.

—Hum —gruñó—. No pueden matarle, Provoni no morirá. Y esto desgasta las energías. Los muy estúpidos van aumentado sus jugos a cada segundo que pasa. Dentro de media hora será tan grande como Brooklyn; es lo mismo que inflar un globo que no puede estallar.

«No conozco su mundo —continuaba diciendo Provoni por televisión—. Nos encontramos en el espacio profundo; él iba de patrulla y captó las señales automáticas que surgían de mi nave. Allí, en el espacio profundo, reconstruyó la nave, consultando telepáticamente con sus hermanos de Frolik 8, y ellos le concedieron permiso para acompañarme hasta aquí. No es más que uno entre muchos como él. Creo que puede hacer lo que debemos hacer. Si no puede, hay centenares más como él a un año-luz de distancia. Vendrían en naves que pueden pasar el hiperespacio. Si es necesario, llegarán en un plazo muy corto».

—Ahora está mintiendo —comentó Ed—. De haber podido pasar por el hiperespacio, ya lo habría hecho él y esa cosa. En realidad, han venido por el espacio normal, aunque utilizando un impulso supra-C.

—Pero —objetó Nick—, utilizó su nave, el Dinosaurio Gris. Sus naves sí están construidas para el hiperespacio, el Dinosaurio Gris no.

—O sea, que crees lo que dice Provoni —dedujo Elka.

—Sí.

—Yo también —declaró Ed—, aunque no deja de ser un verdadero actor. Esto de presentarse ocho horas antes de lo anunciado… Ha pillado a todo el mundo por sorpresa y no cabe duda de que lo ha hecho deliberadamente. Y se ha puesto de pie junto a la nave dejando que hicieran impacto en él los rayos láser con sus millones de voltios de fuerza. Y su amigo Morgo como se llame se ha hecho visible para impresionarnos. Al menos a mí sí que me ha impresionado.

Charley corrió hacia el ventanal del salón, lo abrió y se asomó.

—¡Eh! —gritó—. ¿Vais a tragaros Nueva York? No lo hagáis, ¿oís?

Cerró el ventanal, su cara inexpresiva.

—Esto debería arrojarlos lejos de aquí —dijo Nick.

—Nueva York es mi ciudad natal —explicó Charley. Bruscamente, se apretó la frente con las manos—. Siento algo… Como una sonda, una escoba… que pasa por mi cuerpo y me abandona al momento.

—Provoni busca Nuevos Hombres —exclamó Nick, en un instante de visión instintiva.

—¡Dios mío! —gimió Elka—. También lo he sentido durante un instante. Sí, busca Nuevos Hombres. ¿Qué hará con ellos? ¿Los eliminará? ¿Se lo merecen? A nosotros jamás nos eliminaron…

—A Denny sí —le recordó Charley—. Y a mí por poco casi me dispararon en el Edificio Federal. Y enviaron asesinos para liquidar a Nick. Si debemos… ¿cómo es la palabra?… extrapolarlo de esto…

—Es un promedio elevado —asintió Nick.

Y Cordon, pensó. Probablemente asesinado. Jamás lo sabremos con total certeza… pero ha muerto. ¿Lo sabrá ya Provoni? Si es así, que Dios nos ayude, Provoni se volverá loco.

«Escuchando las transmisiones de la Tierra —continuaba diciendo Provoni por la televisión—, nos enteramos de la muerte de Eric Cordon —su macizo rostro se contrajo, como retraído por el dolor—. Dentro de una hora conoceremos las circunstancias, las verdaderas circunstancias, no las que transmitieron los medios de información… Y nosotros… —hizo una pausa y Nick pensó que estaba conferenciando con el ser alienígena—. Nosotros… —otra pausa—. El tiempo lo dirá».

Concluyó al fin, su gran cabeza inclinada hacia delante, los ojos cerrados; sus facciones se convulsionaron, como si tratase con gran dificultad, con grandísima dificultad, de recobrar el dominio de sí mismo.

—Willis Gram —murmuró Nick—. Él lo hizo. De él salió la orden. Provoni lo sabe, y sabe dónde buscarle. Esa muerte lo coloreará todo a partir de ahora, todo lo que Provoni diga y haga, todo lo que hagan sus amigos. Arruinará los círculos dominantes. Opino que Provoni es la clase de hombre que…

—No sabemos qué efecto puede ejercer sobre él el alienígena —observó Ed—. Puede moderar la amargura y el odio de Provoni. —Se volvió hacia Elka—. Cuando sondeó tu mente, ¿parecía cruel, hostil, destructivo…?

Ella meditó y, al fin, miró a Charley. La muchacha negó con la cabeza.

—No lo creo… —respondió Elka—. Fue algo…, tan raro. Buscaba algo que no encontró en mí. Y pasó de largo. Sólo tardó una fracción de segundo.

—¿Os imagináis a esa cosa —farfulló Nick—, sondeando centenares de cerebros? Tal vez millares. Todos a la vez.

—Tal vez millones —añadió Ed quedamente.

—¿En tan corto plazo? —se extrañó Nick.

—Me siento como una pulga —murmuró Charley, con irritación—. Como si me viniera el período. Creo que voy a tumbarme un poco.

Desapareció en el dormitorio, cerrando la puerta.

—Lo siento, señor Lincoln —dijo Ed Woodman—. No tengo tiempo para escuchar las notas que hizo su dirección de Gettysburg.

Su cara era dura y sardónica, y estaba rojo de ira.

—Tiene miedo —dijo Nick, refiriéndose a Charley—. Por eso ha entrado ahí. Para ella esto es excesivo. ¿No es también demasiado para vosotros? ¿No lo consideráis emocionalmente y no intelectualmente? Yo he mirado la pantalla, sé lo que he visto… pero —hizo un gesto con la mano— sólo el lóbulo frontal de mi cerebro capta lo que ve. Y lo que oye.

Fue hacia la puerta del dormitorio, la abrió y vio a Charley acostada, formando un ángulo extraño, con la cara vuelta a un lado y los ojos bien abiertos. Nick cerró la puerta a sus espaldas, se aproximó lentamente y se sentó al borde de la cama.

—Sé lo que hará —murmuró ella.

—¿De verdad?

—Sí —asintió Charley, sin expresión—. Sustituirá porciones de sus mentes y luego las retirará todas, sin dejarles nada. Un vacío. Serán como conchas vivientes y vacías. Hará como una lobotomía. ¿Recuerdas haber estudiado las estúpidas prácticas de psiquiatría que efectuaban en el siglo veinte? Los médicos descerebraron a mucha gente. Esa cosa extirpará los nódulos de Roger y más materia, y no parará hasta convertirlos en personas como nosotros. No ha afectado a Provoni porque éste le ha convencido.

—¿Cómo lo sabes? —quiso saber Nick.

—Bueno, no es una historia muy larga. Hace dos años falsifiqué una serie de exámenes G-2, con resultados satisfactorios. Gracias a eso, y por algún tiempo, tuve acceso a los archivos del Gobierno, y en cierta ocasión pedí el expediente de Provoni, el llamado archivo Provoni, y me lo llevé a casa escondido bajo la chaqueta. En realidad era un microfilm. Me pasé toda la noche leyéndolo —tras una pausa añadió—: Lo leí minuciosamente.

—¿Y cómo es Provoni? ¿Es vengativo?

—Está obsesionado. Es lo que no era Cordon; éste era un hombre racional, una figura política racional, que vivía en una sociedad en la que no se permite la menor disensión. En otra sociedad, habría sido un estadista excepcional. Pero Provoni…

—Diez años pueden haberle cambiado —sugirió Nick—. Prácticamente solo durante todo ese tiempo… Durante esos años habrá efectuado mucha introspección y autoanálisis.

—¿No quieres oírlo ahora?

—No —dijo él, rechazando la sugerencia, seguro de sí mismo.

—Perdí el empleo y me multaron con trescientos cincuenta pops, además de abrirme un expediente criminal que ha ido en aumento —calló unos instantes—. Denny también. Cayó varias veces —irguió la cabeza—. Por favor, ve a mirar la televisión. Si no vas, iré yo… y no puedo verlo, de verdad. Pero tú sí.

—Está bien.

Nick salió del dormitorio y puso su atención en el televisor. ¿Tendrá razón?, se preguntó. Respecto a Provoni. ¿Qué clase de hombre es? No es lo que hemos oído por la prensa de los Subhombres. Y si Charley piensa así, ¿cómo podía ser cordonita y vender sus folletos? Claro que eran folletos cordonitas, reflexionó. Tal vez le gustasen lo suficiente como para superar su repugnancia hacia Provoni.

En nombre de Dios, pensó. Espero que no acierte en lo que Provoni quiere hacerles a los Nuevos Hombres: lobotomizarlos… a todos… ¡A los diez millones! Y a los Inusuales. Como Willis Gram.

Algo barrió su mente, un viento como el del infierno. Cruzó las manos sobre la frente y se inclinó… ¿Era un dolor? No, no un dolor, sino una sensación extraña, como estar atisbando por un pozo oscuro, y luego, lenta, muy lentamente, un movimiento de caída se inició en su interior.

Bruscamente, la sensación desapareció.

—Acaban de inspeccionarme —anunció.

—¿Qué te hizo sentir? —se interesó Elka.

—Me mostró el Universo desprovisto de estrellas —replicó Nick—. No deseo volver a verlo mientras viva.

—Oye —dijo Ed Woodman—, en el décimo piso de este edificio vive un Nuevo Hombre de baja categoría, apartamento BB293KC. Voy a bajar —se encaminó a la puerta—. ¿Quiere venir alguien? Tal vez tú, Nick.

—Sí —accedió Nick.

Siguió a Ed por el alfombrado pasillo de la escalera.

—Está sondeando —murmuró Ed cuando llegaron al ascensor y presionó el botón.

Ed iba indicando las puertas de todos los apartamentos, las filas y filas que llenaban el edificio.

—Detrás de cada una de estas puertas está rondando la cosa —explicó—. ¿Qué les ocurrirá a muchos de ellos? Ah, por eso quiero ver a ese Nuevo Hombre. Creo que se llama Marshall. Me contó que era un G-5. Como ves, es un pez pequeño. Por eso vive en esta casa tan llena de Antiguos.

Llegó el ascensor, lo tomaron y descendieron.

—Oye, Nick —dijo Ed—. Tengo miedo. Aunque no dije nada, también a mí me sondearon. Esa cosa busca algo que no ha hallado en ninguno de nosotros cuatro, pero puede encontrarlo en otros. Y deseo saber qué hará cuando lo encuentre.

El ascensor se detuvo y salieron al pasillo.

—Por aquí —indicó Ed, yendo a paso rápido. Nick logró acompasarse a él—. Es el BB293KC. Vamos allá.

Fue hacia la puerta y se detuvo. Nick estaba ya a su lado.

Ed llamó.

No hubo respuesta.

Probó la manija. La puerta se abrió. Con cuidado, Ed deslizó el panel a un lado y luego se apartó.

En el suelo, con las piernas cruzadas, estaba sentado un hombre con una pizarra, ataviado con prendas de pelo entrecruzado.

—Señor Marshall —le llamó Ed en voz baja.

El individuo moreno y delgado levantó su cabeza inflada como un globo; los miró y sonrió. Pero no habló.

—¿Con qué está jugando, señor Marshall? —preguntó Ed, inclinándose. Se dirigió a Nick—: Una mezcladora eléctrica, hace girar las aspas —se enderezó—. Un G-5. Aproximadamente, ocho veces nuestra capacidad mental. Bien, ya no sufre.

—¿Puede hablar, señor Marshall? —inquirió Nick, acercándose—. ¿Puede decirnos algo? ¿Qué es lo que siente?

Marshall empezó a lloriquear.

—Como ves —prosiguió Ed—, tiene emociones, sentimientos, incluso pensamientos, pero no puede expresarlos. He visto a personas en los hospitales después de sufrir un ataque y sé que no pueden hablar ni comunicarse en modo alguno, y lloran de esta manera. Si le dejamos solo se repondrá.

Nick y Ed salieron del apartamento, cerrando la puerta tras ellos.

—Necesito más pastillas —musitó Nick—. ¿No puedes recomendarme algo realmente bueno?

—Desipramina hcl —respondió Ed—. Te daré de las mías. Vi que no tienes.

Fueron hacia el ascensor y presionaron el botón de subida.

—Será mejor no decirles nada a ellas —dijo Ed.

—De todos modos, no tardarán en enterarse —repuso Nick—. Lo sabrá todo el mundo. Si es que eso sucede en todas partes.

—Estamos cerca de Times Square —manifestó Ed—. Seguramente, está sondeando en anillos concéntricos. Ahora le ha tocado a Marshall, pero tal vez a los Nuevos Hombres de Jersey no les tocará hasta mañana —llegó el ascensor—, o la próxima semana —entraron en la cabina—. Tal vez tarde meses y, para entonces, Amos Ild, puesto que tiene que ser Ild, pensará algo.

—¿Quieres que Ild piense algo? —preguntó Nick, cuando salieron del ascensor.

—Eso… —murmuró Ed, centelleantes los ojos.

—Sí, es difícil tomar una decisión —reconoció Nick, terminando la frase de Ed.

—¿Y tú qué? —quiso saber éste.

—Estaría muy contento —admitió Nick.

Fueron al apartamento. Ninguno de los dos habló, como si entre los dos se interpusiera un muro. Simplemente, no tenían nada de qué hablar. Y los dos lo sabían.