Capítulo 22

¡AL cuerno con la autoridad! —exclamó Charlotte Boyer—. Iré a Times Square cuando aterrice —consultó su reloj—. Dentro de dos horas.

—No puedes ir —le dijo Nick—. Los Militares y los de la Seguridad Pública…

—Oí las noticias —explicó Charley—. Igual que tú: «Una masa muy densa y enorme de Antiguos, tal vez un millón, se ha dirigido a Times Square y…». Veamos, ¿cómo lo dijeron? «Y para su protección, han sido trasladados, con helicópteros y globos, a lugares más seguros». Sí, como Idaho, por ejemplo. ¿Sabes que no es posible conseguir una comida china en Boise, Idaho? —la joven se puso de pie y empezó a pasearse por la habitación—. Lo siento —le dijo a Ed Woodman, el dueño del apartamento en el que residían ella y Nick—. ¿Qué decías?

—Mira la pantalla —repitió Ed Woodman—. Llevan a todos los que se acercan a Times Square hacia esos inmensos transportes 4-D, y se los llevan volando fuera de la ciudad.

—Pero va llegando más gente —intervino su esposa Elka—. En realidad, llega más gente que la que se llevan.

—¡Yo quiero ir! —gritó Charley.

—Míralo por televisión —le aconsejó Ed.

Era un hombre mayor, de unos cuarenta años, de buen carácter, bastante corpulento, pero siempre alerta. Nick sabía que sus consejos eran inapreciables.

«Hay rumores —anunció el locutor de la televisión—, según los cuales han trasladado el gran sistema láser de Baltimore a Times Square. Hacia las diez de esta mañana, hora de Nueva York. Era un objeto muy grande que, según los observadores, era un sistema láser completo que han traído por el aire y han dejado en el tejado del Edificio Shafter de Times Square. Si, y repito el si, las autoridades intentan usar esos poderosísimos rayos láser contra Provoni o la nave de Provoni, ése sería el sitio más adecuado para el emplazamiento de la máquina».

—¡Ellos no me impedirán que vaya allí! —declaró Charley.

—Claro que pueden impedírtelo —replicó Ed Woodman, girando su butaca hacia la muchacha—. Están usando pistolas tranquilizantes, echan de allí a todo el mundo y los meten en esos transportes 4-D como ovejas.

«Está claro —proseguía el locutor de la televisión—, el momento del enfrentamiento llegará cuando, tras aterrizar la nave, suponiendo que lo haga, Provoni salga de la nave y se exhiba ante lo que espera sea un público reverente. ¿Será muy profundo su desengaño al no hallar ante él nada más que policías y barricadas? —el locutor sonrió amablemente—. Tu turno, Bob».

« —asintió Bob Grizwald. Era otro de los locutores, entre el interminable ejército que tenía la emisora—. A Provoni le aguarda una gran desilusión. A nadie, repito, a nadie se le permitirá acercarse a su nave».

«Esa máquina de rayos láser montada en el tejado del edificio Shafter —continuó el primer locutor—, le dará la bienvenida».

Nick no había captado el nombre de ese locutor, pero eso no tenía la más mínima importancia ya que los locutores eran intercambiables, todos muy correctos, todos bien vestidos, incapaces de perder la calma ante cualquier catástrofe. La única emoción que se permitían expresar era una débil sonrisa. La que exhibían ahora.

—Espero que Provoni —deseó Charley— barra toda Nueva York.

—¿Y a setenta millones de Antiguos? —dijo Nick irónicamente.

—Eres demasiado salvaje, Charlotte —la recriminó Ed Woodman—. Si los alienígenas vienen para destruir las ciudades, destruirán a más Antiguos que a Nuevos Hombres, ya que los primeros están por el campo dentro de esas balsas flotantes. Y esto no coincide con los deseos de Provoni. No, no son las ciudades lo que quieren, sino el aparato. El Gobierno y a los que gobiernan.

—Si usted fuese un Nuevo Hombre, Ed —preguntó Nick—, ¿estaría ahora muy nervioso?

—Estaría nervioso —respondió Ed— si esa máquina láser no alcanzara a Provoni. En realidad, estaría nervioso de cualquier manera. Pero no nervioso como un Nuevo Hombre, no, no. Si yo fuese un Nuevo Hombre o un Inusual y viese que apuntan el láser contra Provoni, buscaría una zanja en la que esconderme. Claro que no podría huir muy deprisa, lo cual sería una lástima. Probablemente, ellos no piensan de igual manera; llevan tanto tiempo gobernando, han detentado durante tantos años el poder, que huir hacia una zanja, literal y físicamente, no puede ocurrírseles nunca.

—Si dieran todas las noticias —intercaló Elka con gravedad—, mencionarían cuántos Nuevos Hombres e Inusuales han abandonado Nueva York en las últimas ocho o nueve horas. Podéis verlo desde aquí.

Señaló el ventanal. El rascacielos estaba oscurecido por un enjambre de puntos. Eran autocohetes en el aire que salían de aquel sector de la ciudad, con los familiares ruidos de petardeo.

«Prestando atención a otras noticias —iba diciendo el locutor—, se ha informado oficialmente que el notabilísimo teórico y constructor del Gran Oído, el primer aparato electrónico telepático del mundo, el Nuevo Hombre Amos Ild, ha sido nombrado para un cargo especial por el Presidente del Consejo, en calidad de Consejero del Presidente del Consejo. Según fuentes internas del enorme Edificio Federal de Washington…».

Ed Woodman apagó el televisor.

—¿Por qué lo ha nombrado? —preguntó Elka, muy alta y esbelta, vestida con pantalones estilo globo hinchado y su blusa de malla, el cabello rojizo cayéndole por la nuca.

Nick observó que, en cierto modo, Elka se parecía a Charley. Según le dijeron, eran amigas desde su época escolar, casi desde la clase A, que era la de los párvulos.

—Amos Ild —repitió Ed—. Esto sí que es extraño. Llevo años interesándome por ese hombre. Sí, lo consideran uno de los tres o cuatro tipos más inteligentes de todo el Sistema Solar. Nadie entiende su pensamiento, excepto uno o dos de su misma clase, o casi de su misma clase. Es un chiflado.

—Oh, no… —exclamó Elka—. Simplemente, no podemos entender su neutrología.

—A Einstein le ocurrió lo mismo —comentó Nick— con su «Teoría del Campo Unificado».

—La gente entendía la «Teoría del Campo Unificado» de Einstein, pero éste tardó veinte años en demostrarla.

—Bueno, pues cuando terminen el Gran Oído conoceremos a Ild —razonó Elka.

—Le conoceremos mucho antes —objetó Ed—. Le conoceremos por las medidas que adopte en esta crisis de Provoni.

—Tú nunca fuiste un Subhombre —observó Nick.

—Me temo que no, soy demasiado cobarde.

—¿No sientes deseos de luchar? —inquirió Charley, metiéndose en la conversación.

—¿Luchar? ¿Contra el Gobierno? ¿Contra la Seguridad Pública y los Militares?

—Sí, teniendo ayuda a nuestro lado —indicó Nick—. La ayuda de los extraterrestres. La ayuda que trae Provoni, o que asegura traer.

—Probablemente la trae —afirmó Ed—. De nada le serviría volver con las manos vacías.

—Coge la chaqueta —le ordenó Charley a Nick—. Vamos a volar a Times Square. O vienes o hemos terminado para siempre.

Charley se puso su chaqueta de cuero sin curtir, se dirigió a la puerta del apartamento, la abrió y esperó.

—Bueno —intervino Ed—, podéis volar hacia allí, y un helicóptero del Ejército o de la Seguridad Pública os atrapará y os hará bajar. Y buscarán el nombre de Nick en sus computadoras y descubrirán que los de la Brigada Especial lo tienen en su lista negra. Entonces le matarán y tú, Charley, volverás aquí.

Dando media vuelta, como sobre un eje, Charley volvió a entrar en el apartamento y colgó la chaqueta. Sus labios estaban fruncidos, en una mueca de enfado, pero cedió a la lógica. Al fin y al cabo, por eso se habían escondido en el apartamento, por eso estaban con unos amigos a los que no había visto en siete años.

—No lo entiendo —confesó la joven—. ¿Por qué quieren matar a Nick? Si me quisiesen matar a mí, cosa que todos pensábamos, lo comprendería, porque aquel viejo hipopótamo quería meterme en una de las camas de su enfermería para chicas convalecientes… Pero a Nick… Le dejó marchar cuando lo tuvo en su poder. Entonces no sintió la necesidad de matarle, sino que pudo salir de aquel edificio tan libre como el aire que respiramos.

—Creo que sé el motivo —dijo Ed—. Lo dejó ir per se, pero sabía adónde iba, a buscarte, Charley. Y tenía razón, ambos estáis juntos.

—Ella estaba con Denny —objetó Nick—. Si Denny…

Prefirió no terminar la frase. Si Denny viviera, ella estaría con él, no con Nick. Eso no le complacía lo más mínimo. Sin embargo, ésta era su oportunidad y muchos individuos en su misma situación se habrían aprovechado de ello. Era una parte de la batalla librada por la posesión sexual, por el «mira a quién le hago el amor», llevado a su conclusión más lógica: la oposición queda eliminada. Pobre Denny, pensó Nick. Denny estaba tan seguro de que una vez los tres en el interior del autocohete lograrían escapar, los tres juntos. Tal vez lo habrían conseguido, pero jamás lo sabrían porque habían decidido no dejarse tentar por la Morsa Púrpura. Por lo que él y Charley sabían, el aparato seguía en el tejado del edificio de apartamentos, donde Denny lo dejara.

Resultaba demasiado peligroso volver a allí. Habían huido a pie, perdiéndose entre los ingentes grupos de Antiguos y los liberados de los Campos de Concentración. En los últimos dos días, Nueva York era una masa de humanidad que ondulaba, rodaba, bajaba y subía como una marea, hacia Times Square, masa quebrada contra las rocas que eran las barricadas del Ejército y la Seguridad Pública, y que entonces retrocedía.

O se los llevaban volando a algún lugar ignorado. Al fin y al cabo, Willis Gram sólo había prometido abrir los Campos antiguos, pero no había dicho nada de no inaugurar otros.

—Tendremos que verlo por la tele ¿verdad? —inquirió Charley, agresivamente.

—Claro —asintió Ed Woodman, inclinándose hacia delante y cruzando las manos por entre sus rodillas—. Perdérselo está fuera de toda cuestión. Tienen cámaras en todos los tejados de la zona. Esperemos que Provoni no decida bloquearlo todo otra vez.

—Ojalá lo haga —exclamó Elka—. Me gustaría oírle hablar de nuevo.

—Estará en el aire —aseguró Nick; lo creía firmemente—. Lo veremos y oiremos todo, pero no tal como lo tienen programado en las emisoras.

—¿No hay una ley que impide bloquear las emisoras de televisión? —preguntó Elka—. Bueno, creo que en realidad Provoni quebrantó la ley cuando habló desde su nave.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Charley, riendo, con una mano sobre sus ojos—. No me importa, pero es muy gracioso. Después de diez años, Provoni vuelve con un monstruo de otro Sistema Estelar para salvarnos, y es arrestado por bloquear la recepción televisiva. De esta manera podrán deshacerse de él. ¡Sí, es posible que por eso esté en busca y captura como un vulgar delincuente!

Ya falta menos de hora y media, pensó Nick.

Constantemente, mientras el Dinosaurio Gris se aproximaba a la Tierra, le enviaban misiles a la nave. Claro que eso no se lo decían a la gente, pues sabían que los misiles no hacían mella alguna en la nave de Provoni. Pero existía una posibilidad, por mínima que fuese, una posibilidad matemática, de que un misil lograse traspasar la protección de la nave, fuera de la clase que fuese esa protección, ya fuese porque la criatura que lo envolvía se cansara, o por cualquier otro motivo… Tal vez sólo por un instante, y que en aquel instante, por muy breve que fuese, se desintegrase completamente el Dinosaurio.

Al menos, el Gobierno lo está intentando, continuó pensando Nick. Es su obligación, claro.

—Pon en marcha la tele —le pidió Charley a Ed.

Ed Woodman obedeció.

En la pantalla, una vieja nave interestelar, con los retrocohetes petardeando, descendía hacia el centro mismo de Times Square. Una nave anticuada, abollada, corroída, con piezas metálicas sobresaliendo de su estructura: los restos de los aparatos sensores fuera ya de todo funcionamiento.

—¡Los ha engañado! —gritó Ed—. ¡Ha llegado con una hora y media de adelanto! ¡Aún no tienen a punto el cañón láser! ¡Sí, les ha fastidiado el programa! Se creyeron a pies juntillas la historia de las treinta y dos horas.

Los helicópteros y los autocohetes de la Policía huían como mosquitos zumbantes para esquivar el impacto de los retrocohetes. En tierra, los occíferos de la Seguridad Pública y los soldados huían en busca de algún refugio.

—El rayo láser —dijo Ed Woodman con sus ojos fijos en la pantalla—. ¿Dónde está?

—¿Quieres que te lo enseñen? —se burló Elka.

—Más pronto o más tarde hará impacto en la nave —exclamó Ed—. Ahora viene la gran prueba. Pobres chicos, deben de estar escurriéndose por el tejado del edificio Shafter como hormigas.

Desde el tejado del edificio Shafter un rayo rojo muy fuerte se proyectó directo a la nave ya aparcada. Por televisión podían oír su furioso zumbido, la intensidad del cual iba poco a poco aumentando. Nick pensó que debía estar ya en su máximo estruendo…, y la nave permanecía intacta.

Algo inmenso y muy feo se materializó en torno a la nave, y Nick comprendió lo que era. Estaban viendo a un ser alienígena. Era casi como un caracol. Ondulaba ligeramente, extendió dos pseudópodos, fluyó más directamente hacia el camino del rayo láser y, cuando éste le alcanzó, se hizo más y más grande, más y más palpable. Se alimenta con el rayo, pensó Nick. Cuanto más tiempo le envíen el rayo, más crecerá.

«Parece como si estuviese nutriéndose con el rayo láser —exclamó el locutor de la televisión, por primera vez en su vida desconcertado».

«Es un ser de otro sistema estelar —añadió su compañero—. Es imposible creerlo, pero ahí está. Debe de pesar miles de toneladas. Se lo ha tragado la nave…».

La escotilla de la nave se abrió, deslizándose a un lado.

Thors Provoni, que llevaba puesto un traje gris, como una prenda interior, surgió sin armas ni casco.

El rayo láser, redirigido por los técnicos, enfocó a Provoni.

No ocurrió nada. Provoni continuó tan tranquilo como antes.

Nick divisó una estructura como una telaraña colocada sobre Provoni por el alienígena. Los técnicos del láser no estaban de suerte.

—No era mentira —musitó Elka—. Ha traído a un ser extraño.

—Y tiene un inmenso poder —agregó Ed—. ¿Conocéis la fuerza del rayo láser? Calculado en ergios…

—¿Qué harán ahora? —le preguntó Charley a Nick—. Ahora que el rayo láser no sirve para nada…

El locutor de la televisión se vio interrumpido en mitad de una frase. De pie, al lado de la nave, Thors Provoni se llevó un micrófono a los labios.

«Hola» saludó, y su voz surgió del televisor; obviamente, Provoni no confiaba en las emisoras, y una vez más había bloqueado todos los canales, pero esta vez sólo en su parte audio. La imagen seguía siendo emitida por las cadenas televisivas.

—Hola, Provoni —le correspondió Nick—. Ha sido un largo viaje.