Capítulo 21

EXACTAMENTE cuarenta y ocho horas más tarde, Kleo Appleton puso en marcha su televisor para ver su programa favorito de la tarde, «Marge en libertad». Era algo ideado por los Nuevos Hombres para hacer que los Antiguos pensaran que su condición no era tan mala; pero, al iluminarse la pantalla, no salió nada. Sólo lluvia y rayas borrosas y, por los cuatro altavoces, interferencias.

Probó otro canal. El resultado fue el mismo. Probó los sesenta y dos canales. Sin emisión.

Comprendió que debía ser cosa de Provoni.

Se abrió la puerta del apartamento y entró Nick, yendo directo al armario.

—Tus queridas ropas —gritó Kleo—. Sí, no te olvides de ellas. En el cuarto de baño tienes tus cosas personales. Si esperas un momento, te lo envolveré todo.

No sentía cólera, sino sólo una vaga ansiedad causada por la ruptura de su matrimonio, por las relaciones de Nick con aquella chiquilla, la Boyer.

—Eres muy amable —declaró Nick con solemnidad.

—Puedes regresar —estableció Kleo—. Tienes una llave, y puedes usarla a cualquier hora del día o de la noche. Mientras viva aquí, tendré una cama siempre dispuesta para ti; no la mía, sino otra para ti solo. De esta manera te sentirás más distante de mí. Es distanciarte de mí lo que anhelas, ¿verdad? Esa Charlotte Boyer… ¿o es Boyd?, es sólo una excusa. Tu relación más importante todavía la tienes conmigo, aunque momentáneamente sea negativa. Pero ya descubrirás que ella no te lo puede dar todo. Esa joven no es más que un muro de maquillaje; como un robot pintado como un ser humano.

—Un androide —le corrigió Nick—. No, no lo es. Es el rabo de una zorra y un campo de trigo. Y la luz del sol.

—Deja aquí algunos pares de zapatos —le aconsejó ella, tratando de disimular la súplica que encerraban sus palabras, aunque lo que hacía era suplicarle—. No necesitas diez pares. Llévate dos o tres como mucho, ¿de acuerdo?

—Lo siento —se disculpó Nick—, lamento portarme de este modo contigo. Nunca lo hice…

—Sabes que a Bobby van a examinarle de nuevo, y esta vez con un examen justo. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? Contesta, por favor, ¿te das cuenta?

Nick se quedó callado, contemplando la pantalla del televisor. De repente, soltó su bulto de ropas y fue hacia el aparato.

—En todos los canales sucede lo mismo —le informó Kleo—. Tal vez se haya roto el cable… O tal vez se trate de Provoni.

—Lo que significa que no puede estar más que a unos cincuenta millones de kilómetros de aquí…

—¿Cómo has conseguido encontrar un apartamento para ti y esa chica? —se interesó Kleo—. Toda esa gente procedente de los Campos de Reeducación, ¿no han alquilado todos los apartamentos libres que había en los Estados Unidos?

—Estamos en casa de unos amigos suyos.

—¿No puedes darme la dirección? —pidió Kleo—. O el número del fono… Por si necesito verte por algo importante. Por ejemplo, si Bobby sufre un accidente…

—Calla —murmuró Nick. Estaba agachado delante del televisor, examinando la pantalla. Acaba de cesar el ruido de las interferencias. Añadió, siempre en voz baja—: Esto significa que está en marcha un transmisor. —Todos estaban parados, callados. Provoni ahogó sus señales. Y ahora, trata de transmitir él.

Se volvió hacia su mujer, con el rostro inflamado y los ojos muy abiertos, mirándola fijamente como un niño. O como si estuviese medio loco, pensó ella alarmada.

—Ignoras lo que quiere decir esto, ¿verdad? —inquirió Nick.

—Bueno, supongo que…

—Te abandono por eso, porque no entiendes nada. ¿Qué significa para ti el regreso de Provoni? ¡El suceso más importante de toda la historia de la humanidad! Porque con él…

—La Guerra de los Treinta Años fue el suceso más importante de la historia —replicó ella.

Se había graduado en cultura occidental y sabía de qué hablaba.

En la pantalla apareció un rostro, con la barbilla protuberante, unas grandes arrugas sobre los ojos, y éstos diminutos y fieros, como agujeros hechos a través de la tela de la realidad, del envoltorio que los rodeaba, manteniéndolos en una tremenda oscuridad.

«Yo soy Thors Provoni —se presentó. La recepción era excelente y la voz llegaba aún mejor que la imagen—. Vivo dentro de un organismo consciente que…».

Kleo estalló en una carcajada.

—¡Cállate! —rugió Nick.

—Hola mundo —imitó Kleo a la voz de la pantalla—. Estoy vivo y me hallo dentro de un gusano gigante… ¡Oh, esto sí que me asombra! Esto sí que…!

Nick la abofeteó y el golpe la hizo trastabillar hacia atrás. Nick volvió a concentrarse en la pantalla del televisor.

«… aproximadamente en treinta y dos horas —decía Provoni, con voz ronca y mesurada. Parecía exhausto, tan exhausto como Nick nunca había visto a un ser humano. Le costaba grandes esfuerzos hablar como si en cada palabra perdiese un poco más de su energía vital—. Nuestra pantalla antimisiles ha rechazado más de setenta tipos de misiles. Pero el cuerpo de mi amigo rodea la nave y él… —Provoni respiró hondo—, los repele».

—Treinta y dos horas —le repitió Nick a Kleo, que estaba sentada muy erguida, frotándose la mejilla—. ¿Es ésta la hora de aterrizaje? ¿O es que sólo le faltan treinta y dos para llegar? ¿Lo has oído?

Su voz tenía un tono histérico.

Las lágrimas llenaron los ojos de Kleo, que se levantó y se marchó al cuarto de baño sin responder. Se encerró allí hasta que dejó de llorar.

Maldiciendo, Nick corrió tras ella y golpeó la puerta.

—¡Maldita sea, nuestras vidas dependen de lo que haga Provoni! ¡Y tú no quieres escucharle!

—Me has pegado…

—Bah… —rezongó Nick.

Volvió al lugar donde estaba el televisor, pero la imagen había desaparecido y de nuevo se oían las interferencias. Después, gradualmente, se pudo ver en la pantalla la transmisión normal del canal.

En la pantalla se vio a Sir Herbert London, el mejor analista de noticias de la NBC.

«Hemos estado sin salir en antena —dijo London con su calmoso, irónico y bastante juvenil estilo— durante unas dos horas. Lo mismo que todas las emisoras del mundo; es decir, no hemos podido transmitir ni oral ni visualmente, ni siquiera en los circuitos privados, como los de la Policía. Ya han oído a Provoni, o a alguien que afirma ser él, comunicándole al planeta que dentro de treinta y dos horas su nave, el Dinosaurio Gris, desembarcará en el centro de Times Square —se volvió hacia su compañero del informativo, Dave Christian, y le dijo—: ¿Verdad que Thors Provoni, si es él, parecía terriblemente, terriblemente cansado? Mientras le oía hablar y contemplaba su rostro, la señal de video no era tan fuerte como la de audio, cosa natural, tuve la impresión de que era un hombre que se había agotado a sí mismo, que está derrotado y lo sabe. No comprendo cómo podrá llevar a cabo alguna acción política por una larga temporada, sin tomarse un prolongado descanso».

«Tienes razón, Herb —asintió Dave Christian—, aunque tal vez el ser alienígena que está con él se encargue del asunto, suponiendo que éste sea el término adecuado. De todos modos, di lo que tienes que decir».

«Thors Provoni —Herbert London tomó la palabra—, por si no lo saben o lo han olvidado, zarpó hace diez años en una nave comercial modificada con un motor supra-C. La modificó él mismo, por lo que ignoramos qué velocidades puede alcanzar. Bien, ya está de vuelta y aparentemente con un ser o unos seres extraños que, según él, ayudarán a los millardos de Antiguos que, piensa, han sido tratados injustamente».

«Sí, Herbert —intervino Dave—, sus sentimientos eran muy intensos; mantenía la tesis de que los exámenes del Servicio Civil eran fraudulentos, aunque una encuesta cinta azul no logró descubrir el menor fallo. Por eso creo que podemos afirmar que son justos. Pero lo que no sabemos, y tal vez sea ésta la cuestión más vital, es si Provoni tratará de negociar con el Comité Extraordinario de la Seguridad Pública y con el Presidente del Consejo, Gram. Dicho de otro modo, si se sentarán, suponiendo que ese alienígena pueda sentarse, y lo discutirán. O si simplemente vamos a ser atacados dentro de treinta y dos horas. Provoni ha dado a entender que nuestro Gobierno ha enviado al espacio, y en su búsqueda, un buen número de misiles, pero…».

«Con tu permiso, Herb —volvió a inmiscuirse Dave—. Tal vez no sea cierto que Provoni y su ser alienígena hayan destruido semejante cantidad de misiles. El Gobierno puede negarlo. El “éxito” de Provoni al destruir esos misiles puede tratarse de simple propaganda, intentando transmitir a nuestros cerebros la idea de que posee unos poderes mayores que los de nuestra tecnología».

«Su capacidad para bloquear las transmisiones de video en todos los canales —razonó Herb—, demuestra la posesión de un cierto poder; debe de haberle costado un tremendo esfuerzo, y ello puede ser una de las causas de su gran agotamiento físico. —El locutor rebuscó entre unos papeles—. Mientras tanto, en toda la Tierra hay grupos que estarán presentes cuando Provoni aterrice. En un principio, se pensó en formar grupos en todas las ciudades, pero después de anunciar Provoni que aterrizará en Times Square, es ahí donde habrá la máxima concentración de gente, bien para demostrar la fe y las convicciones de los Antiguos en Provoni, o por simple curiosidad. Probablemente, lo último en la mayoría de los casos».

—Fíjate en el pequeño giro que le dan a las noticias —observó Nick—. Simple curiosidad. ¿No comprende el Gobierno que, con la vuelta de Provoni, ya se ha creado una revolución? Los Campos de Concentración están vacíos; los exámenes ya no son fraudulentos… —Calló al ocurrírsele una súbita idea—. Tal vez Gram capitule —añadió lentamente.

Esto era algo en lo que nadie, salvo él, había pensado. Una capitulación absoluta, inmediata. Las riendas del Gobierno entregadas a Provoni y su protector.

Claro que éste no era el estilo de Willis Gram. Gram era un luchador que, literalmente, había alcanzado la cumbre sobre un montón de cadáveres. Willis Gram estaba planeando lo que debía hacer. Dispondría de toda la capacidad militar para derrotar esa nave, esa chatarra de diez años de antigüedad…, o tal vez no era ya una chatarra. Quizá brillaba como un dios a la luz del día, como un dios visible bajo el sol.

—Me quedaré encerrada en el cuarto de baño hasta que te hayas marchado —sollozó Kleo al otro lado de la puerta.

—Está bien…

Cogiendo el bulto de ropas, Nick se dirigió a la escalera mecánica.

—Me llamo Amos Ild —dijo el individuo de elevada estatura, con su enorme cabeza blanca, desprovista de pelo, su cabeza hidrocefálica, sostenida por delgados tubos de un plástico muy resistente.

Se estrecharon las manos. La zarpa de Ild estaba fría y húmeda, como sus ojos, pensó Gram. También vio que nunca parpadeaba. Se dio cuenta de que había suprimido los párpados. Probablemente, pensó Gram, toma pastillas y trabaja las veinticuatro horas del día.

No era extraño que el proyecto del Gran Oído fuese tan bien.

—Siéntese, señor Ild —le invitó el Presidente del Consejo Gram—. Resulta muy agradable verle por aquí, sobre todo considerando el gran valor de su trabajo.

—Los oficiales que me trajeron —explicó Amos Ild con su voz estridente— dijeron que Provoni está de regreso y que aterrizará dentro de unas cuarenta y ocho horas. Con toda seguridad, éste es un asunto más importante que el del Gran Oído. Dígame, o mejor, enséñeme toda la documentación que tienen referida a esa raza tan extraña amiga de Provoni.

—Entonces, ¿cree que se trata de Provoni? —inquirió Gram—. ¿Y que realmente tiene a un ser alienígena o a un grupo alienígena consigo?

—Estadísticamente —respondió Amos Ild—, por el orden tercero de la neutrología, el análisis ya habría deducido todo esto. Probablemente es Provoni, y probablemente tiene consigo a uno, varios o muchos alienígenas. Dicen que desde su nave bloqueó todos los videos y todas las transmisiones. ¿Qué más?

—Misiles —observó Gram— que llegaron hasta su nave y no detonaron.

—¿Incluso no estando programados para detonar al contacto sino a la proximidad?

—Exacto.

—¿Y estuvo en el hiperespacio más de quince minutos?

—Sí.

—Entonces, hay que inferir que tiene consigo a un ser alienígena.

—En el programa de la televisión dijo que ese ser envolvía la nave, como protegiéndola.

—Como la gallina que protege sus huevos —comentó Amos Ild—. Tal vez todos seamos como huevos; huevos sin romper debajo de una gallina cósmica.

—Todo el mundo me aconseja que oiga su opinión a este respecto —manifestó Gram.

—Para destruirlo, concentre todo su…

—No podemos destruirlo. Lo que deseo de usted es la respuesta a cómo debemos reaccionar cuando aterrice Provoni y salga de la nave protegida. ¿Deberemos realizar una última prueba, estando él fuera? ¿Cuando el alienígena ya no pueda ayudarle? O si lo pillamos aquí, subiendo hacia mi despacho, solo, si ese ser no puede seguirle.

—¿Por qué no?

—Si envuelve la nave debe de pesar varias toneladas; no podría subir en el ascensor.

—¿No puede tratarse de una especie de mortaja? ¿O un velo? —sugirió Amos Ild, inclinándose más hacia Gram—. ¿Han calculado el peso y la masa de la nave?

—Sí, lo tengo aquí.

Gram cogió un puñado de informes, buscó uno y se lo entregó a su interlocutor.

—Ciento ochenta y tres millones de toneladas —leyó Ild. No, no es una especie de mortaja, tiene una masa enorme. Tengo entendido que aterrizará en Times Square. Las Brigadas Antidisturbios tendrán que despejar antes la zona, esto es tan obvio como necesario.

—¿Y si no puede aterrizar salvo en las cabezas de sus fanáticos? —se irritó Gram—. Saben que viene, saben que va a aterrizar mediante cohetes retroactivos. Si son tan necios como para…

—Si desea consultarme —le interrumpió Amos Ild—, debe obedecerme. No consulte con ningún otro Consejero ni se forme ninguna otra opinión. En efecto, seré y actuaré como el Gobierno hasta que haya pasado esta crisis, aunque, como es natural, todos los decretos exhibirán su firma. Particularmente, no deseo consultar al Director de Policía Barnes. Tampoco deberá usted consultar al Comité Extraordinario de la Seguridad Pública. Yo estaré con usted las veinticuatro horas del día hasta que todo haya concluido. Como habrá observado, carezco de párpados. Sí, tomo sulfato de zaramida y nunca duermo, no puedo permitirme ese lujo, hay demasiado trabajo. Usted tampoco consultará a ningún otro individuo, como suele hacer. Yo soy el único que le aconsejará, y si esto no le resulta satisfactorio, me iré para continuar con el Gran Oído.

—¡Dios mío! —gritó Gram.

Se sintonizó con el cerebro de Amos Ild, buscando más datos. Sus pensamientos internos eran idénticos a los que acababa de expresar en voz alta; la mente de Ild no funcionaba como la de las demás personas, que decían una cosa y pensaban otra.

De repente, tuvo una idea en su mente, algo que a Ild le había pasado por alto. Ild sería su Consejero, pero Ild no había estipulado que Gram seguiría todos sus consejos. No tenía la obligación de hacer más de lo que oía.

—He grabado lo que me ha dicho —le comunicó a Ild—. Lo que hemos dicho ambos. Un juramento oral es un juramento legal, según quedó establecido en el caso de Cobb contra Blaine. Juro hacer lo que usted diga. Y usted jurará que me prestará toda su atención. Durante esta crisis usted no tendrá otro amo más que yo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —asintió Ild—. Y ahora, déme toda la información relativa a Provoni. Material biográfico, todo lo que escribió en la facultad, informes de noticias… Quiero estar al corriente de todas las noticias enviadas a este edificio tan pronto como sean captadas por los medios de comunicación. Después, decidiré si deben ser televisadas o transmitidas por otros medios.

—¡Pero no puede impedir que se transmitan! —arguyó Gram—. Porque Provoni puede bloquear los canales y…

—Lo sé. Me refiero a todas las informaciones adicionales para los discursos directos realizados por Provoni por televisión —aclaró Ild—. Por favor, haga que sus técnicos pasen de nuevo la emisión de Provoni. Deseo verla inmediatamente.

Unos instantes después se iluminó la pantalla del televisor, se oyeron las interferencias y, de repente, éstas cesaron y, al cabo de unos segundos, se vio el fatigado rostro de Provoni.

«Yo soy Thors Provoni —declaró éste—. Vivo dentro de un organismo consciente que no me ha absorbido pero que me protege, lo mismo que os protegerá a vosotros muy pronto. Aproximadamente dentro de treinta y dos horas su protección se manifestará en toda la Tierra y nunca más habrá ninguna guerra física. Hasta ahora, nuestra pantalla antimisiles ha rechazado más de setenta tipos de misiles. Pero el cuerpo de mi amigo rodea la nave y él —una larga pausa— los repele».

—Cierto —murmuró Gram.

«No temáis una confrontación física —continuó Provoni—. No harán daño a nadie. Yo hablaré con vosotros… —jadeaba por el cansancio y sus ojos miraban fija, rígidamente—, dentro de poco».

La imagen se desvaneció.

Amos Ild se rascó su larga nariz.

—Ese prolongado viaje al espacio casi lo ha matado. Probablemente, el alienígena lo mantiene vivo, sin él moriría. Tal vez espera que Cordon haga algún discurso. ¿Sabe si está enterado de la muerte de Cordon?

—Puede haber interceptado algún informativo —admitió Gram.

—La muerte de Cordon fue meritoria —comentó Ild—. Asimismo, fue estupenda la apertura de los Campos y la Amnistía General… Esto ha sido más que bueno. Ha hecho que los Antiguos juzguen el pro y el contra; pensaban haber vencido, pero la muerte de Cordon ha quedado superada sobradamente con la apertura de los Campos de Concentración.

—¿Cree que ese alienígena es una de esas cosas que aterrizan como una araña en la nuca de uno, horada un agujero en el ganglio superior del sistema nervioso y le controla a uno como a una marioneta? En 1950, se editó un libro muy famoso, en el que esas criaturas hacían que…

—¿Sobre una base individual?

—¿Individual? Ah, ya entiendo, un parásito para cada anfitrión. Sí, había uno por persona.

—Evidentemente, lo que ellos hagan será en masa —reflexionó unos instantes—. Como una cinta borrada. Todo el rollo al momento, sin pasar la cinta por la cabeza borrada. —Tomó asiento, estabilizando su gigantesca cabeza con sus manos—. Yo soy —prosiguió lentamente— un hombre propenso a suponer que se trata de una mentira.

—¿O sea que no hay ningún alienígena? ¿Que no halló ninguno, que no los trae consigo?

—Sí, trae algo —objetó Ild—. Pero, hasta ahora, todo lo que hemos visto ha sido hecho sobre una base tecnológica. El rechazo de los misiles, el bloqueo de la televisión…, todo eso son trucos que ha aprendido en otro mundo, en otro Sistema Estelar. Le han reconstruido la nave para que pueda entrar en el hiperespacio, tal vez para siempre, si ése es su deseo. Pero voy a escoger la posibilidad que dicta la neutrología. Nosotros no hemos visto a ningún alienígena; por lo tanto, hasta que lo veamos supondremos que probablemente no existe. He dicho probablemente. Pero debo escoger ahora, a fin de preparar nuestras defensas.

—¡Pero Provoni dijo que no habría ninguna guerra! —le recordó Gram.

—Ninguna por su parte. Tal vez una por la nuestra. Y así será. Veamos, el mayor sistema láser de la costa oriental está en Baltimore. ¿No puede hacer que lo trasladen a Nueva York y lo instalen en Times Square en menos de treinta y dos horas?

—Supongo que sí —asintió Gram—. Sin embargo, en el espacio usamos rayos láser contra la nave sin conseguir nada.

—Los sistemas láser móviles, como los de nuestras naves de guerra —opinó Ild—, envían unos rayos comparativamente insignificantes respecto a un sistema estacionario como el de Baltimore. ¿Quiere, por favor, utilizar el fono y disponerlo todo inmediatamente? Treinta y dos horas no es mucho tiempo.

Era una buena idea. Willis Gram cogió el fono de cuatro líneas y efectuó una llamada a Baltimore, hablando con los técnicos que estaban a cargo del sistema láser.

Ante él, mientras hacía los preparativos, estaba sentado Amos Ild, dándose masaje en su cabezota, con la atención puesta en todo lo que decía Gram.

—Estupendo —alabó Ild al fin, cuando Gram colgó el v-fono—. He estado calculando las probabilidades que tuvo Provoni de descubrir una raza bastante superior científicamente a la nuestra para poder imponer su voluntad política en la Tierra. Hasta ahora, las guerras interestelares sólo han localizado dos civilizaciones más avanzadas que la nuestra, y no demasiado avanzadas, tal vez un par de cientos de años. Bien, observe que Provoni regresa en el Dinosaurio Gris; esto es importante, porque de haber encontrado una raza superior vendrían aquí en una o más de sus naves. Fíjese en el cansancio de Provoni. Virtualmente está ciego, muerto. No, la neutrología afirma que miente, y habría podido demostrar lo contrario regresando en una nave alienígena. Y —Amos casi sonrió— habría mandado una flotilla entera para impresionarnos. No, la misma nave en la que se fue, la manera cómo aparece en la pantalla…

Movió la cabezota con intensidad, dejando ver en su calvicie las venas que sobresalían, pulsando.

—¿Se encuentra bien? —se inquietó Gram.

—Sí, estoy solucionando problemas. Por favor, calle unos instantes.

Los ojos sin párpados miraban fijamente, y Willis Gram estaba cada vez más inquieto. Momentáneamente leyó en la mente de Ild, pero, como solía ocurrir con los Nuevos Hombres, halló unos procesos mentales que no podía seguir. Pero esto ni siquiera era un lenguaje, sino que adoptaba la forma de unos símbolos arbitrarios, transmutando, cambiando, modificándose… Al infierno, se dijo, abandonando el intento.

Amos Ild habló casi al momento.

—He reducido las probabilidades a cero por medio de la neutrología —dijo—. Provoni no tiene a su lado a ningún alienígena, y la única amenaza reside en los aparatos tecnológicos que alguna raza altamente evolucionada le ha suministrado.

—¿Está seguro?

—Según la neutrología, ésta es una certeza absoluta, no relativa.

—¿Puede saber esto con la neutrología? —preguntó Gram, impresionado—. Quiero decir, en lugar de expresarle en algo así como treinta-setenta o veinte-ochenta, lo expresa en los términos de un conocimiento previo que soy incapaz de entender; mi videncia sólo puede dar las probabilidades porque hay un puñado de futuros alternativos. No obstante, usted dice cero absoluto. Entonces, al único que necesitamos coger… —ahora adivinaba el motivo de tener que instalar el sistema láser en Baltimore— es sólo a Provoni. Sólo a él.

—Estará armado —le advirtió Amos Ild—. Con instrumentos muy poderosos, montados en su nave, y armas manuales al lado. Y se hallará dentro de una coraza, en una zona protectora que se mueve con él. El sistema láser de Baltimore estará apuntando a la nave hasta que consiga que los rayos penetren en dicha coraza, y Provoni morirá; los Antiguos le verán morir; Cordon ya ha muerto, por lo que no estamos muy lejos del final. Es posible que dentro de treinta y dos horas todo haya concluido.

—Y recobraré el apetito —suspiró Gram.

—A mí me parece —dijo Amos Ild casi sonriendo— como si nunca lo hubiese perdido.

En realidad, pensó Gram, no tengo mucha fe en ese cero absoluto; no me fío de su neutrología, a lo mejor es porque no la entiendo. ¿Y cómo puede afirmar que debe producirse un suceso en el futuro? Todos los videntes o precognitores con los que he hablado han afirmado que en cada punto del tiempo existen centenares de posibilidades, pero que tampoco entienden la neutrología, que es cosa propia sólo de los Nuevos Hombres.

Cogió uno de los fonos.

—Señorita Knight, deseo convocar una asamblea de precognitores para dentro de, como máximo, veinticuatro horas. Los quiero metidos dentro de una red de telépatas y, como yo mismo lo soy, contactaré con todos los precognitores y veré, trabajando al unísono, si pueden obtener una buena probabilidad. Hágalo inmediatamente, hoy mismo.

Colgó.

—Ha violado nuestro acuerdo —le acusó Amos Ild.

—Sólo he querido integrar a los precognitores por medio de los telépatas —objetó Gram—. Y conseguir su —una pausa— opinión.

—Llame de nuevo a su secretaria y cancele esa petición.

—¿Es una orden?

—No —casi sonrió Amos Ild—, pero si no la revoca, regresaré al Gran Oído y continuaré con mi labor. Usted decide.

Gram cogió otra vez el fono.

—Señorita Knight —dijo—, cancele lo relativo a los precognitores.

Colgó, sintiéndose apático y triste. Extraer información de las mentes ajenas era su principal modus operandi en la vida, y le resultaba difícil renunciar a ello.

—Si acude a ellos obtendrá probabilidades —observó Ild—, volverá a la lógica del siglo veinte, un terrible retroceso, terminando con el avance de doscientos años.

—Pero si reúno a los precognitores ayudados por telépatas…

—No sabrá tanto como le he dicho yo —terminó Amos Ild.

—De acuerdo, dejémoslo —concedió Gram.

Había elegido a Amos Ild como su fuente de información y opinión, cosa que probablemente era la más acertada. Pero diez mil precognitores… Bueno, apenas le quedaba tiempo. Veinticuatro horas, casi nada. Hubiesen tenido que reunirse en algún lugar, y un día no era suficiente para ello, a pesar del moderno transporte de superficie.

—Supongo —le dijo a Amos Ild— que no piensa quedarse sentado aquí, sin ni siquiera tomarse un respiro, mientras dura la crisis.

—Deseo obtener el biomaterial de Provoni —respondió Amos Ild, impaciente—, quiero todo lo que le he dicho.

Suspirando, Gram apretó un botón de su escritorio, poniendo en marcha todos los circuitos de todas las grandes computadoras de la Tierra. Raras veces, más bien casi nunca, usaba aquel mecanismo.

—Provoni coma Thors —pronunció con claridad—. Todo el material y un resumen en términos de importancia. A una velocidad absoluta, si es posible —reflexionó y añadió—: Esto tiene prioridad sobre todo lo demás —soltó el botón y se apartó del micrófono—. Cinco minutos —concluyó.

Cuatro minutos y medio más tarde, por la ranura del escritorio, fue surgiendo un montón de papeles. Un conjunto de informes. Y, al final, un resumen codificado en rojo de un par de hojas.

Sin mirarlo apenas, se lo entregó todo a Ild. No le llamaba la atención leer más cosas acerca de Provoni, ya que durante los últimos días había oído, leído y visto varias veces todo lo referente a aquel hombre.

Ild leyó primero el resumen a gran velocidad.

—¿Y bien…? —le preguntó Gram—. Usted hizo su pronóstico sin conocer este material. ¿Altera este conocimiento su decisión fundada en la neutrología?

—Ese individuo es un actor —respondió Ild—. Como muchos Antiguos que son inteligentes, pero no lo bastante para pasar al Servicio Civil. Es un hombre falso.

Dejó el resumen y empezó a examinar el montón de material que, como antes, leyó a gran velocidad. De pronto, frunció el ceño. Una vez más, la cabezota en forma de huevo se movió con inseguridad. Amos Ild levantó las manos reflexivamente para detener lo que casi eran giros de su cabeza.

—¿Qué sucede? —se interesó Gram.

—Un pequeño dato. ¿Pequeño? —Ild se echó a reír—. Provoni se negó a hacer un examen público. Ni siquiera hay constancia de que pasara el examen del Servicio Civil.

—Y eso indica…

—No lo sé —confesó Ild—. Tal vez sabía que iba a fallar. O quizá… —jugueteó con los papeles—, o quizá sabía que iba a aprobar. —Fijó sus inmóviles ojos en Gram—. Es posible que sea un Nuevo Hombre. Claro que no podemos saberlo con certeza. —Puso en alto todo el material, coléricamente—. No hay forma de saberlo. Falta el dato; aquí no hay ninguna prueba archivada de las aptitudes de Provoni, y nunca estuvieron aquí.

—Pero el examen necesario… —arguyó Gram.

—¿Cuál?

—El de la escuela. Allí les hacen unos exámenes obligatorios, exámenes de coeficiente mental, de inteligencia y de aptitud, para saber qué canal de educación hay que dar a cada estudiante. A partir de los tres años de edad, Provoni debió examinarse cada cuatro años.

—Aquí no hay nada —se obstinó Ild.

—Si no hay nada aquí —razonó Gram—, Provoni o alguien que trabajó en el sistema escolar con él, los extrajo.

—Entiendo —asintió Amos Ild.

—¿Piensa, pues, retirar su predicción del cero absoluto? —preguntó Gram, ávidamente.

—Sí —afirmó Amos Ild, con voz controlada y baja, después de una leve pausa.