Capítulo 20

DENNY Strong apareció al lado de Charlotte Boyer.

—Hola Appleton —le saludó con voz átona.

—Hola —dijo Nick con voz ronca.

Recordaba vívidamente cómo Denny y Charlotte se habían peleado. Y esta vez no había ningún Earl Zeta que le ayudase a salir de allí, si aquellos dos empezaban a golpearle.

Pero Denny estaba tranquilo. ¿No era esto lo que les sucedía a los adictos al alcohol? Una oscilación entre la borrachera asesina y la cortesía ordinaria de las horas diurnas. Ahora Denny se hallaba en la fase más baja de la oscilación.

—¿Cómo sabías que yo estaría aquí? —quiso saber Charley—. ¿Cómo sabías que volvería junto a Denny y que haríamos las paces?

—No podía buscarte en ninguna otra parte —respondió Nick, sombríamente.

Naturalmente, ella debía regresar junto a Denny. Todo aquello, incluso el haberla ayudado, fue tiempo perdido. Y, probablemente, ella lo había sabido desde el principio. Nick había sido un peón de ajedrez usado por Charley para castigar a Denny. Bueno, pensó, si todo ha terminado, si ella ha vuelto, yo ya no hago ninguna falta.

—Me alegro de que todo se haya solucionado entre vosotros —murmuró.

—Eh —exclamó Denny—. ¿Se ha enterado de la Amnistía? ¿Y de la apertura de los Campos? ¡Viva! —su rostro, ligeramente hinchado, estaba excitado. Los ojos, casi desorbitados, bailaban cuando le azotó a Charley el trasero—. Y Provoni casi está…

—¿Quieres entrar? —le preguntó Charley a Nick, rodeando la cintura de Denny con un brazo.

—No, creo que no.

—Oiga, amigo —intervino Denny, doblando las rodillas como para hacer ejercicio—, el ataque no suele cogerme muy a menudo. Tardo mucho en volverme loco. El hecho de que descubriesen este apartamento tuvo la culpa de todo —retrocedió al interior del piso y se sentó en el sofá—. Siéntese —le invitó en voz baja—. Tomaremos una lata de cerveza Hamm, y la repartiremos entre los tres.

Alcohol, pensó Nick. Beberé con ellos y los tres enloqueceremos.

Por otra parte, no tenían más que una lata. ¿Cómo podrían emborracharse con un tercio de lata cada uno?

—Sólo estaré un minuto —dijo, consciente de que lo que le animaba a quedarse no era la cerveza, sino la presencia de Charley.

Ansiaba mirarla mientras le era posible hacerlo. Le resultaba amargo que hubiese vuelto con Denny; es decir, que ella le rechazase, que rechazase a Nicholas Appleton. Nunca antes Nick había experimentado semejante emoción: celos. Celos y furor contra ella por traicionarle; al fin y al cabo, él había abandonado a su esposa y a su hijo, los había repudiado, marchándose con Charley. Y habían estado juntos en la Imprenta de la avenida Decimosexta… Y ahora, por haber sido bombardeada la Imprenta, ella había vuelto a su apartamento, como una gatita enferma, había vuelto a lo que conocía y comprendía, por espantoso que fuese.

Estudiando su rostro, Nick observó ahora una diferencia. Tenía la cara rígida, como si se hubiese aplicado el maquillaje encima de una superficie metálica o de cristal, sobre algo inorgánico. Sí, era eso. Aunque sonriente y amistosa, Charlotte parecía tan quebradiza y firme como el cristal, y por eso usaba tanto maquillaje, para esconder aquella cualidad, aquella falta de humanidad.

Denny, tras golpearse la ingle, sonrió.

—Eh —exclamó—, ahora tenemos unos seiscientos polis en torno a este apartamento y no pasa nada. Bueno, no tenemos que preocupamos por un asalto. ¿No has visto aún a los prisioneros de los Campos?

Claro que los había visto atestando las aceras. Delgados, cadavéricos, todos idénticos con sus harapos de color oliváceo. También había visto las cocinas de la Cruz Roja, alimentándolos con sopa. Estaban en todas partes, vagando como fantasmas, como incapaces de volver al nuevo ambiente. Bueno, no tenían dinero, ni trabajo ni sitio donde vivir; eran unos parias. Y, como había dicho Denny, la Amnistía General los había liberado a todos.

—Pero a mí no me atraparon —prosiguió el joven con agresivo orgullo—. Sin embargo, a vosotros dos os pillaron al asaltar la Imprenta de la avenida Decimosexta. —Se volvió hacia Charley, juntando las manos ante sí, y meciéndose atrás y adelante—. A pesar de que hiciste todo lo posible para que no os cogiesen. —Cogió la lata de cerveza de la mesita, y asintió después de probarla—. Sí, está bastante fría. Bien, entremos en la región de los sueños. Tú primero —dijo, arrancando la tapa metálica de la lata—. Sírvete.

—Sólo quiero un poco —respondió Nick, tomando un sorbo.

—Adivine lo que le ocurrió a Charley —continuó Denny, bebiendo un buen trago—. Probablemente piensa que vino directamente aquí desde la Imprenta. Pues no es así. Llegó hace sólo una hora. Estuvo huyendo y escondiéndose.

—Willis Gram —pronunció Nick roncamente.

Una vez más, le dominaba el miedo, poniéndole en tensión y sintiéndose terriblemente helado.

—Porque —aclaró Denny burlonamente— posee esas camas en filas en lo que él llama el «Edificio de la enfermería», aunque en realidad…

—Basta ya —le ordenó Charley, hablando por entre sus apretadas mandíbulas.

—Gram le ofreció una «cama de reposo». ¿No sabía que Gram pertenece a esa clase de hombres?

—Sí —asintió Nick.

—Pero huí —continuó Charley, riendo malévolamente—. Había cuatro agentes de la Policía Militar y me escapé. —Dirigiéndose a Denny le dijo—: Ya sabes cómo me pongo cuando me enfurezco. Ya lo viste tú, Nick, cuando nos conocimos. También viste cómo nos peleamos Denny y yo. Fue espantoso, ¿verdad?

—O sea que Gram te cogió —resumió Nick.

Y yo vuelvo a verte, reflexionó.

Claro que, en realidad, no la estaba viendo, sino que la veía al lado de Denny, otra vez de vuelta a sus disfraces y a sus formas postizas. La legalidad ha vuelto a tu trabajo, pero quedan las costumbres. Quieres ser elegante, al menos con la elegancia que tú concibes, y deseas subir de nuevo a la Morsa Púrpura, experimentar las grandes velocidades, las grandes actitudes, altitudes y velocidades capaces de desintegrar el autocohete. Pero antes de que esto suceda tendrás una gran diversión. Y los dos entraréis en un salón de plástico o en un fumadero o un drugbar, donde todos pensarán que eres una chica estupenda. Y a tu lado, Denny presumirá, como diciéndoles a todos: «¡Mirad con qué maravilla me acuesto!». Y la envidia general será enorme, por decirlo de algún modo.

—Bien, he de irme —murmuró, levantándose. Dirigiéndose a Charley añadió—: Me alegro que te libraras de Gram. Sabía que te deseaba y supuse que te conseguiría. Ahora me siento mucho mejor.

—Aún puede conseguirla —gruñó Denny, bebiendo cerveza.

—Entonces, marchaos de este apartamento —les aconsejó Nick—. Si yo he podido encontrarla, también ellos la encontrarán.

—Pero ellos ignoran sus señas —replicó Denny, colocando los pies sobre la mesa.

Llevaba unos zapatos de piel auténtica que, probablemente, le habrían costado mucho. Pero ¿qué ganaba con entrar en los fumaderos más elegantes del planeta, incluyendo los de Viena?

Era esto. Los dos jóvenes estaban peinados y vestidos para hacer una gira por los drugbars y fumaderos más elegantes del planeta. La cerveza no era lo único… era otra de las cosas ilegales. Fumar lúpulo era legal, lo mismo que permitiéndose algunas trampas, el maquillaje, y por eso podían circular con la crema de un mundo del que participaban los Nuevos Hombres y los Inusuales. Todo el mundo, incluidos los trabajadores del gobierno, deseaba el nuevo derivado del opio, que llamaban «escenera» por su descubridor, Wade Escenera, un Nuevo Hombre. Se había convertido, como las «estatuitas» de Dios, en miniaturas de plástico, en la moda de todo el planeta.

—Como ve, Appleton —dijo Denny, dándole la lata de cerveza casi vacía a Charley—, ella lleva unas tarjetas de identidad totalmente falsas, todas las ofíciales —hizo un gesto indolente—, las que es necesario poseer, y no, por ejemplo, la tarjeta de crédito de la Unión Petrolífera. Están tan bien falsificadas que entran perfectamente en las pequeñas ranuras de esas cajas electrónicas que los granujas llevan consigo. ¿No es cierto, putita mía?

—Sí, soy una puta —asintió Charley—. Y gracias a esto pude huir del Edificio Federal.

—La encontrarán aquí —repitió Nick.

Con arrogancia, y al mismo tiempo exasperado, Denny exclamó:

—Se lo explicaré. Cuando les pillaron a ambos en la Imprenta…

—¿A nombre de quién va este apartamento? —quiso saber Nick.

—Mío —respondió Denny. Su expresión se iluminó—. Ellos no lo saben… Para ellos yo no existo. Oiga, Appleton, usted tiene que ser más valiente; usted es un crío llorón, un perdedor. Caramba, si yo estuviese en el cielo, seguro que no querría tenerle alrededor.

Se echó a reír, pero esta vez con una carcajada insultante, denigrante.

—¿Está seguro de que su nombre no ha estado nunca relacionado con este apartamento? —quiso asegurarse Nick.

—Bueno, ella pagó el alquiler un par de veces con un cheque, pero no veo cómo…

—Si firmó un cheque —comentó Nick— por este apartamento, su nombre quedó registrado automáticamente en la computadora de Nueva Jersey. Y no sólo el nombre, sino que la máquina debió recibir y archivar de dónde procedía el nombre de Charley. Y, como todos nosotros, ella tiene una ficha en la Seguridad Pública. La computadora de Nueva Jersey dirá todo lo que hay sobre ella, lo compararán con la ficha de la Policía. ¿Estaban los dos en la Morsa Púrpura cuando fueron citados?

—Sí, íbamos a gran velocidad —asintió Denny.

—O sea, que también le cogieron a ella el nombre como testigo.

—Sí —volvió a asentir Denny, con los brazos cruzados y retrepándose en el sofá.

—Esto es todo lo que necesitan —confirmó Nick—. Tienen la conexión entre los dos y con este apartamento, y a saber lo que habrá además en la ficha de Charley.

El rostro de Denny mostró una expresión consternada, con una sombra moviéndose de derecha a izquierda. Los ojos le brillaron con suspicacia y excitación; era la misma expresión de la primera vez que lo había visto. La mezcla de miedo y odio hacia la autoridad, los símbolos paternos. Denny reflexionaba a toda velocidad; la expresión de su semblante cambiaba a cada segundo.

—Pero ¿qué pueden tener contra mí? —preguntó ásperamente—. Dios… —se frotó la frente—. Estoy embotado por la cerveza, no puedo pensar… ¿No podría despejarme? Maldición… He de tomar algo —desapareció hacia el cuarto de baño, en busca del pequeño botiquín—. Metanfetamina hidroclórica —continuó, cogiendo un frasco—. Esto me despejará el cerebro. Si quiero librarme de esto, he de aclarar el cerebro.

—O sea, que el alcohol te hace perder la cabeza —comentó Charley.

—No me riñas —le gritó Denny, volviendo al salón—. No lo soporto, me pone como loco. —Dirigiéndose a Nick le dijo—: Llévesela de aquí. Charlotte, te quedarás con Nick, y no trates de volver a este apartamento. Nick, ¿tiene bastantes pops encima? ¿Lo bastante para llevársela a un motel por un par de días?

—Creo que sí —asintió Nick, sintiendo que una gran alegría invadía su ánimo. Había logrado cambiar la animosidad de Denny en campechanía.

—Bien, buscad un motel. Y no me llaméis por fono, ya que posiblemente habrán intervenido la línea. Probablemente, están muy cerca.

—Paranoico —murmuró simplemente Charley. Miró a Nick y…

Y dos policías negros, dos policías negros de uniforme, «unos meones negros», como los llamaban, entraron en el apartamento sin girar el pomo de la puerta ni tocar al timbre o usar una llave. La puerta se abrió ante ellos.

—¿Es éste un retrato suyo, señor? —le preguntó el meón negro de la izquierda, enseñándole uno.

—Sí —asintió Nick, contemplando la foto.

¿Cómo la habrían obtenido? La foto, una instantánea, estaba guardada en un cajón inferior del armario de su casa.

—¡No me pillarán! —chilló Charley—. ¡No me pillarán! —Corrió hacia ellos y levantó más la voz—. ¡Fuera de aquí!

El meón negro se llevó la mano a la pistolera donde tenía su pistola de rayos láser. El otro hizo lo mismo.

Denny se abalanzó sobre el meón y juntos rodaron, como gatos en una pelea, por el suelo: una sierra circular en movimiento.

Charley pateó al primer policía en la ingle, y luego, levantando el brazo y llevándolo hacia atrás, le dio un golpe en la tráquea con su huesudo codo, a tanta velocidad que para Nick sólo fue un movimiento borroso. De pronto, el policía estaba en el suelo, sin apenas poder respirar, jadeando, buscando en vano una bocanada de aire.

—Debe de haber más —se asustó Denny, separándose del otro policía—. Probablemente abajo o en el campo de aterrizaje del tejado. Bien, probemos por el tejado; si logramos coger el autocohete podremos distanciarnos de sus otras naves. ¿Lo sabía, Appleton? Puedo distanciarme de una nave de la Policía. Puedo ir a una velocidad increíble.

Se encaminó a la puerta y Nick le siguió, ofuscado.

—No iban tras de ti —le dijo Denny a Charley, yendo hacia el ascensor—. Iban detrás de aquel, el señor Limpio.

—Oh… —exclamó ella con expresión aliviada—. O sea que le hemos salvado a él, y no él a nosotros. Pero él no tiene importancia.

—No habría luchado contra ellos —le confesó Denny a Nick—, de haber comprendido que era a usted a quien buscaban. Pero vi que uno de ellos iba a sacar su pistola, y reconocí que pertenecían a un comando especial. Por lo tanto, comprendí que habían venido a matar a alguien. —Sonrió con una sonrisa líquida, luminosa, en sus grandes ojos sensuales—. ¿Sabe lo que he conseguido? —Sacó del bolsillo trasero una diminuta pistola—. Un arma defensiva. Fabricada por Colt. Dispara proyectiles del 22 corto, pero a una velocidad terrible. No tuve tiempo de usarla, no estaba preparado, pero ahora sí lo estoy.

Sostuvo la pistola en la mano hasta que llegaron al tejado.

—No salgas —le previno Nick a Charley.

—Yo saldré primero —se ofreció Denny—, ya que llevo la pistola. —Indicó un lugar—. Allí está la Morsa. Bueno, si han cortado los cables del encendido… O arranca el autocohete o bajaré para liquidar a esos dos polis.

Salió del ascensor.

Un policía negro se hallaba parapetado detrás del vehículo aparcado y apuntó contra Denny su tubo láser.

—¡No te muevas!

—Eh, occífero —exclamó el joven amigablemente, enseñando sus manos vacías. Tenía la pistola dentro de la manga—. ¿Qué pasa? Voy a dar una vuelta, nada más. ¿Todavía intentáis atrapar a los cordonitas? Como sabes…

El policía negro disparó contra él el tubo láser.

Charley tocó un botón del panel de control del ascensor y se cerraron las puertas. Después, apretó el botón de emergencia exprés. El ascensor cayó en picado.