Capítulo 2

KLEO Appleton, en su diminuto apartamento, echó una ojeada a su reloj y se puso a temblar. Era muy tarde. Y tan poco por hacer… Tal vez no regresarían; tal vez les comunicasen alguna inconveniencia y se los llevarían a uno de esos Campos de Concentración de los que tanto se hablaba.

—Es un tonto —le dijo al televisor.

Y por el altavoz del aparato surgió un coro de palmadas como si un público irreal aplaudiese.

—La señora Kleo Appleton —anunció el locutor—, de North Plate, Idaho, dice que su esposo es un tonto. ¿Qué piensa de esto, Ed Garley?

En la pantalla apareció una cara redonda y gruesa, en tanto la personalidad televisiva de Ed Garley meditaba una respuesta ingeniosa.

—Diría que es completamente absurdo imaginar, aunque sólo sea por un instante, que un hombre mayor sea…

Con un gesto de la mano ella apagó el aparato.

Del fogón, situado en la pared opuesta del saloncito, le llegó el olor del pastel de manzana. Había gastado la mitad de su ración semanal de cupones, además de tres sellos amarillos de ración, para hacerlo. Y no están aquí para comérselo, se dijo. Aunque supongo que, comparado con todo lo demás, esto carece de importancia. Quizá éste era el día más importante en la vida de su hijo.

Mientras esperaba, necesitaba hablar de ello con alguien. Esta vez no le servía de nada el televisor.

Salió del apartamento, cruzó el pasillo y llamó a la puerta de la señora Arlen.

La puerta se abrió y apareció la señora Arlen. Era una mujer de mediana edad de cabellos revueltos, parecida a una tortuga.

—Oh, señora Appleton…

—¿Todavía tiene al señor Aspirador? —preguntó Kleo Appleton—. Deseo tenerlo todo limpio cuando vuelvan Nick y Bobby. Sí, Bobby se examina hoy. ¿No es maravilloso?

—Hacen trampa —replicó la señora Arlen.

—Eso es lo que murmura la gente —objetó Kleo—, la gente que no aprueba el examen, o los que se hallan relacionados con ella. Innumerables personas aprueban todos los días, la mayoría son chicos como Bobby.

—Seguro…

—¿Tiene al señor Aspirador? —repitió Kleo con frialdad—. Tengo derecho a usarlo tres horas cada semana y esta semana no lo he utilizado en absoluto.

A regañadientes, la señora Arlen desapareció y regresó empujando al pomposo y orgulloso señor Aspirador, el hombre de mantenimiento interno del edificio.

—Buenos días, señora Appleton —saludó con su voz sutil y silbante el señor Aspirador al verla—. Aunque me enchufe, me encanta volver a verla. Buenos días, señora Appleton. Aunque me enchufe…

Lo empujó a través del pasillo hasta su apartamento.

—¿Por qué se muestra tan hostil conmigo? —le preguntó después a la señora Arlen, volviendo a atravesar el pasillo—. ¿Qué le he hecho a usted?

—No me muestro hostil —negó la señora Arlen—. Intento hacerle ver la verdad. Si los exámenes fuesen justos, nuestra hija Carol habría aprobado. Puede oír los pensamientos, al menos un poco, ya que es una auténtica Inusual, tanto como cualquiera de los clasificados en el Servicio Civil. Muchos Inusuales clasificados pierden su habilidad porque…

—Lo siento, he de hacer la limpieza —dijo la señora Kleo cerrando la puerta de su apartamento, y dio media vuelta buscando dónde podía enchufar al señor Aspirador…

Se paró en seco, completamente inmóvil.

Un individuo bajito y de aspecto rollizo, con una nariz ganchuda y delgada, facciones normales, que llevaba una arrugada chaqueta de tela y unos pantalones sin planchar, estaba frente a ella. Había entrado en el apartamento mientras ella hablaba con la señora Arlen.

—¿Quién es usted? —preguntó Kleo, mientras el corazón le palpitaba de miedo.

Intuía un ambiente raro en torno a aquel hombre que parecía dispuesto a desaparecer… Sus ojillos, estrechos y oscuros, miraban nerviosamente por todas partes como si, pensó ella, quisiera conocer todas las posibles salidas del apartamento.

—Me llamo Darby Shire —se presentó el individuo. Luego, la contempló fijamente, y en su rostro aumentó la expresión de acoso—. Soy un viejo amigo de su marido. ¿Cuándo estará en casa? ¿Puedo quedarme hasta que llegue?

—Estará en casa dentro de muy poco —explicó ella.

Seguía sin moverse, lo más apartada posible de Darby Shire, si éste era realmente su nombre.

—Tengo que limpiar el apartamento antes de que vuelvan —explicó.

Pero no enchufó al señor Aspirador. Mantuvo inalterable su mirada, su escrutinio de Darby Shire. ¿De qué tenía miedo?, se preguntó. ¿Acaso le persiguen los del Servicio de Seguridad Pública? En tal caso, ¿qué es lo que ha hecho?

—Quisiera una taza de café —pidió Shire.

Inclinó la cabeza como para evitar la realidad suplicante de su voz. Como si no le gustase tener que pedirle algo a aquella mujer, algo que, sin embargo, necesitaba, que debía conseguir.

—¿Puedo ver su marbete de identidad? —le pidió Kleo.

—Con mucho gusto —Shire rebuscó en los abultados bolsillos de la chaqueta, sacó un puñado de tarjetas de plástico y las arrojó sobre una silla que había al lado de Kleo—. Coja la que quiera.

—¡Tres marbetes de identidad! —exclamó ella con incredulidad—. No puede tener más de uno. Más de uno va contra la ley.

—¿Dónde está Nick? —preguntó Shire, sin contestar directamente.

—Está con Bobby en el Departamento Federal de Calificaciones Personales.

—Ah, tienen un hijo —Shire sonrió torvamente—. Para que vea cuánto tiempo hace que no veo a Nick. ¿Qué es el chico, un Nuevo? ¿Un Inusual?

—Un Nuevo —respondió Kleo.

Se dirigió al v-fono. Levantó el aparato y empezó a marcar.

—¿A quién llama? —se interesó Shire.

—Al Departamento, para saber si Nick y Bobby ya han salido de allí.

—No se acordarán —le dijo Shire, dirigiéndose hacia el v-fono—, ni sabrán de qué les habla. ¿No comprende cómo son? —Alargó la mano y cortó el circuito del v-fono—. Lea mi libro.

De nuevo buscó en sus bolsillos y sacó un libro en rústica, doblado, con las páginas arrugadas y manchadas, la portada destrozada, y lo tendió hacia ella.

—Oh, no, no lo quiero —rechazó Kleo con cierta revulsión.

—Cójalo. Léalo y comprenda por qué debemos deshacernos de la tiranía de los Nuevos y los Inusuales, que destrozan nuestras vidas, que se burlan de todo lo que intentan hacer los hombres —hojeó el mugriento y casi destrozado libro, buscando una página en concreto—. ¿No podría tomar una taza de café? —preguntó con voz quejosa—. Bueno, no encuentro la referencia que busco; a lo mejor tardaré un poco.

Tras meditar unos momentos, Kleo se dirigió a la cocina resuelta a calentar el agua para preparar el café instantáneo.

—Puede quedarse cinco minutos —le espetó Kleo a Shire—. Y si para entonces no ha vuelto Nick, tendrá que irse.

—¿Tiene miedo de que me sorprendan aquí con usted? —quiso saber Shire.

—Yo… Bueno, estoy un poco tensa —confesó ella.

Porque sé lo que eres, pensó inmediatamente. Y ya he visto otros libros doblados y destrozados como éste, libros terribles que van de un sitio a otro dentro de sucios bolsillos, pasados de mano en mano con gran secreto.

—Usted es un miembro del RID —exclamó después.

—El RID es demasiado pasivo —volvió a sonreír él—. Quieren lograrlo todo por medio de las votaciones. —Encontró la referencia que buscaba, pero parecía ya demasiado fatigado para enseñársela; se limitó a quedarse allí, sosteniendo el libro— pasé dos años en la Prisión gubernamental —dijo al fin—. Déme un poco de café y me iré; ya no quiero esperar a que Nick regrese. Probablemente no podrá ayudarme.

—¿Qué cree que podría hacer Nick por usted? No trabaja para el Gobierno, ni tiene ninguna…

—No es eso lo que necesito. Estoy fuera de la legalidad. Cumplí mi condena. ¿Podría quedarme aquí? No tengo dinero ni sitio adónde ir. Pasé revista a todos los que podrían ayudarme y de pronto, por un proceso de eliminación, me acordé de Nick. —Aceptó la taza de café, y le dio a Kleo el libro a cambio—. Gracias —dijo, bebiendo el café con avidez—. ¿Sabe que toda la estructura del poder en este planeta se derrumbará desde la raíz? La raíz interna… Algún día podremos derribarlo con un simple palo. Algunos hombres clave… Antiguos, tanto de dentro como de fuera del aparato del Servicio Civil y… —Efectuó un ademán violento, de barrido—. Todo está en mi libro. Guárdelo y léalo; lea cómo los Nuevos Hombres y los Inusuales manipularon a la gente por medio del control de todos los medios de comunicación y de…

—¡Usted está loco! —exclamó Kleo.

—Ya no —Shire movió la cabeza, arrugando marcadamente sus ratoniles facciones, como un repudio emocional a aquellas palabras—. Cuando me arrestaron, hace tres años, yo estaba legal y clínicamente loco. Paranoia, dijeron; pero antes de que me soltaran tuve que pasar por diversas pruebas psíquicas, y ahora puedo demostrar mi cordura —volvió a rebuscar en sus bolsillos—. Incluso tengo un documento oficial que siempre llevo encima.

—Volverán a buscarle —le dijo Kleo.

¿Es que no va a volver nunca Nick?, pensó.

—El Gobierno —continuó Shire— planea un programa de esterilización de todos los Antiguos varones. ¿Lo sabía?

—No lo creo. —Había oído muchos rumores falsos, pero si uno resultaba cierto…, o la mayoría—. Dice esto para justificar la fuerza y la violencia, sus actividades ilegales.

—Tenemos una xerocopia del documento firmado por diecisiete Concejales…

«Boletín de noticias —anunció el televisor después de dejar oír un chasquido—. Unidades avanzadas del Tercer Ejército informan que el Dinosaurio Gris, la nave con la que el ciudadano Thors Provoni abandonó el Sistema del Sol, ha sido localizado dando vueltas en torno a Próxima, sin señales de vida. En estos momentos, comandos del Tercer Ejército se hallan dedicados a apoderarse de dicha nave, donde se cree que dentro de unas horas se descubrirá el cuerpo de Provoni. No se aparten del televisor porque daremos nueva información».

Una vez emitido el mensaje, el aparato se apagó por sí solo.

Un estremecimiento extraño, casi convulsivo, recorrió el cuerpo de Darby Shire, el cual hizo un mohín, se cogió el brazo derecho y lo agitó salvajemente en el aire; luego, le brillaron los ojos y se volvió hacia Kleo.

—Nunca le cogerán —exclamó por entre sus apretados dientes—. Y le diré por qué. Thors Provoni es un Antiguo, el mejor de nosotros, superior a todos los Nuevos Hombres y a los Inusuales. Regresará a este Sistema con ayuda, tal como prometió. En algún lugar del Universo existe ayuda para nosotros y, aunque para ello tarde ochenta años, la encontrará. No busca un mundo que se pueda colonizar, sino que los busca a ellos. —Miró escrutadoramente a Kleo y prosiguió—: No lo sabía, ¿verdad? Nadie lo sabe… Nuestros gobernantes controlan toda la información referente a Provoni, pero ésta es la verdad: Provoni no dejará que sigamos estando solos y tampoco bajo el control de los oportunistas mutacionales que explotan sus presuntas capacidades como pretexto para tener el poder en la Tierra y detentarlo eternamente.

Jadeó ruidosamente y su rostro se desencajó; sus pupilas destellaban su fanatismo.

—Ya entiendo —murmuró Kleo.

Se apartó de él con revulsión.

—¿Me cree? —preguntó Shire.

—Creo —asintió Kleo— que es usted un devoto de Provoni, sí, eso es lo que creo.

Y creo, pensó, que vuelves a estar legal y clínicamente loco, como hace un par de años.

—¡Hola!

Nick, con Bobby detrás, entró en el apartamento. De pronto, vio a Darby Shire.

—Eh, ¿quién es éste? —inquirió.

—¿Aprobó Bobby? —quiso saber Kleo.

—Creo que sí —respondió Nick—. Nos lo comunicarán por correo la semana próxima. De haber fallado nos lo habrían dicho inmediatamente.

—Fallé —aseguró Bobby distraídamente.

—¿No te acuerdas de mí? —intervino Darby Shire, dirigiéndose a Nick—. Claro, ha pasado ya tanto tiempo… —los dos hombres se estudiaron mutuamente—. Yo sí te reconozco —continuó Shire con tono esperanzado, como invitando a Nick a que le reconociera—. Hace quince años, en Los Ángeles, en el edificio de archivos del Condado. Los dos éramos ayudantes administradores de Horse Faced Brunnell.

—Darby Shire —exclamó Nick de pronto y alargó la mano. Se dieron un apretón.

Este hombre, pensó Nicholas Appleton, ha envejecido mucho. ¡Qué cambio más terrible! Aunque quince años son muchos años.

—Tú no has cambiado en absoluto —añadió Darby Shire. Le mostró a Nick el estropeado libro—. Recluto gente. Sin ir más lejos, estaba intentando reclutar a tu esposa.

—Es un Subhombre —proclamó Bobby al ver el libro. Luego, excitadamente agregó—: ¿Puedo verlo?

Alargó la mano hacia el ejemplar.

—¡Sal de aquí! —casi le gritó Nick a Darby Shire.

—No creerás que puedes… —tartamudeó Shire.

—Ya sé quién eres —le interrumpió Nick frenéticamente. Le agarró por la hombrera de su raída chaqueta y le empujó hacia la puerta—. ¡Sé que te escondes de los de la Seguridad Pública! ¡Fuera!

—Necesita un sitio donde estar —intervino Kleo—. Y quería quedarse aquí algún tiempo.

—¡No! —se negó Nick—. ¡Jamás!

—¿Tienes miedo? —preguntó burlonamente Darby Shire.

—Sí —confesó Nick.

A todo el que atrapaban en posesión de propaganda de un Subhombre, y a cualquiera asociado con él, quedaba automáticamente privado de su derecho a examinarse para los Servicios Civiles. Si los de la Seguridad Pública sorprendían a Darby Shire en su casa, la vida de Bobby quedaría destrozada. Y además, podían multarlos a todos y enviarlos a uno de los Campos de Rehabilitación por un tiempo indefinido, no sujetos a revisión judicial.

—No tengas miedo —le dijo Darby Shire en voz baja—. Ten esperanza.

Cuando se irguió en toda su estatura, Nick pensó que era muy bajo. Y feo también.

—Recuerda las promesas de Thors Provoni —prosiguió Shire—. Y recuerda esto también: tu chico no obtendrá ninguna calificación del Servicio Civil. De modo que no tienes nada que perder.

—Podemos perder nuestra libertad —gritó Nick.

Después vaciló. No podía empujar a Darby Shire fuera del apartamento, hacia el pasillo público. Supongamos que Provoni vuelve, se dijo a sí mismo, como ya había pensado otras muchas veces. Aunque no lo creo, pues a estas horas ya lo habrán atrapado.

—No —repitió—. No quiero tener nada que ver contigo. Arruina tu vida; guárdala para ti. Y lárgate.

Empujó al individuo bajito hacia el vestíbulo, y luego fuera, al pasillo. Ya se habían abierto algunas puertas y los inquilinos, a algunos de los cuales conocía, mientras que a otros no, contemplaban con interés lo que sucedía.

Darby Shire le miró y luego, tranquilamente, se llevó una mano al bolsillo interior de su maltrecha chaqueta. Ahora parecía más alto, más seguro de sí mismo… y de la situación.

—Me alegro, ciudadano Appleton —exclamó, sacando una cajita negra y plana, que abrió—, de que hayas adoptado esta actitud. Estoy efectuando comprobaciones en este edificio, selecciones al azar, por decirlo de algún modo. —Le enseñó a Nick su marbete de identidad oficial: relucía un poco, realzado por un fuego artificial—. Soy el occífero Darby Shire, del Servicio de Seguridad Pública.

Nick experimentó en su interior un frío que lo dejó casi entumecido. Guardó silencio. No se le ocurría nada que decir.

—¡Dios mío! —musitó Kleo desmayadamente. Se acercó a Nick, lo mismo que, al cabo de un momento, hizo Bobby—. Pero dijimos lo que debíamos, ¿verdad? —le preguntó a Shire.

—Así es —asintió éste—. Sus respuestas han sido uniformemente adecuadas. Buenos días.

Volvió a depositar su marbete de identidad en el bolsillo interior de la chaqueta, sonrió fugazmente y, sin dejar de sonreír, pasó por entre el grupo de mirones. Un momento después había desaparecido. Sólo quedaba el grupo de inquilinos y Nick, su esposa y su hijo.

Nick cerró la puerta del apartamento y se encaró con Kleo.

—Uno nunca puede estar tranquilo —se enojó.

Cuán cerca habían estado de… Un momento más y… Tal vez le hubiese dicho que se quedara. En recuerdo de los viejos tiempos. Al fin y al cabo, años atrás le conoció.

Supongo, pensó, que precisamente por eso le escogieron para comprobar mi lealtad y la de mi familia. ¡Dios mío!

Estaba aterrado y tembloroso. Con pasos inciertos se dirigió al cuarto de baño, al armarito de las medicinas donde guardaba su suministro de píldoras.

—Un poco de flufenazina hidroclórida —murmuró, cogiendo el frasco sedante.

—Hoy ya has tomado tres —le recordó Kleo prudentemente—, son demasiadas.

—Me sentarán bien —replicó Nick.

Llenó el vaso de agua y rápidamente se tragó la píldora.

En su interior experimentaba una gran cólera. Era como una chispa de rabia transitoria contra el sistema, contra los Nuevos Hombres, contra los Inusuales y contra el Servicio Civil… Y de repente, la flufenazina hizo su efecto. El enfado desapareció, aunque no por completo.

—¿Crees que tenemos micrófonos escondidos en el apartamento? —le preguntó a Kleo.

—¿Micrófonos? —repitió su esposa—. Evidentemente, no. O ya nos habrían visitado hace mucho tiempo, por culpa de las terribles cosas que suele decir Bobby.

—Creo que no podré resistirlo —murmuró Nick.

—¿Qué? —quiso saber Kleo.

Nick no contestó. Pero en su interior ella sabía lo que quería decir. Bobby también lo sabía. Ahora estaban juntos, pero ¿por cuánto tiempo pensaré como ahora? Esperaré a saber si Bobby ha aprobado el examen, pensó. Después decidiré lo que debo hacer. ¿Qué estoy pensando? ¿Qué me ocurre?

—El libro lo ha dejado aquí —exclamó Bobby. Se inclinó y cogió el estropeado libro de bolsillo que se había dejado Darby Shire—. ¿Puedo leerlo? —le preguntó a su padre mientras lo hojeaba—. Parece auténtico. La Policía debió cogérselo a algún Subhombre que atraparon.

—Está bien, léelo —rezongó Nick rabiosamente.