Capítulo 17

LOS padres, pensó Thors Provoni. Sí, eso es lo que son nuestros amigos de Frolik 8. Como si yo consiguiese contactar con el Urvater, el Padre primordial que construyó el eidos cosmos. Están trastornados y ansiosos porque algo va mal en nuestro mundo; y a ellos les importa, tienen empatía hacia nosotros; saben cuán desesperada es nuestra necesidad y lo que sentimos; saben lo que necesitamos.

Ignoraba si sus tres mensajes habrían llegado a la planta Impresora de la avenida Decimosexta donde estaban las instalaciones Receptoras y Transmisoras de radio y televisión, y si el Gobierno los habría interceptado. Y, en caso de haberlos interceptado, ¿qué habrían hecho?

Con toda seguridad una purga, aunque tal vez no. El viejo Willis Gram, si todavía ostentaba el poder, era un hombre astuto que sabía a quién y cómo exprimir para obtener información. Era telépata y podía obtener información de cualquier mente que estuviera cerca. Pero quedaba por ver a quién tenía cerca. Militantes radicales, como los ejecutivos de la Corporación McMally… Los miembros del Comité Extraordinario de la Seguridad Pública… El Director de Policía Barnes… Probablemente Barnes, era el más listo y el más sano de todos, al menos entre los de alto nivel del aparato gubernamental. También estaban los Nuevos Hombres científicos dedicados a la investigación independiente, como aquel fantasmón de Amos Ild. ¡Ild! ¿Y si Gram le consultaba? Seguramente, Ild proyectaría un escudo que protegería a la Tierra contra todo. Dios me ayude, pensó Provoni, si han buscado a Ild, a Tom Rovere o a Stanton Finch, para este asunto. Por fortuna, los Nuevos Hombres inteligentes gravitaban hacia lo abstracto, hacia los estudios académicos; eran estadísticos, físicos teóricos… Cuando huyó Provoni, Finch estaba trabajando en un sistema para duplicar el microsegundo que fue el tercero en la sucesión de la creación del Universo; finalmente, y bajo condiciones bien controladas, deseaba llegar al primer segundo y después, Dios le perdonase, llevar, en teoría y según términos matemáticos, hacia atrás el flujo entrópico hasta el intervalo, llamado el paso de una valencia, antes del primer segundo.

Pero todo en teoría.

Cuando hubiese terminado, Finch podría demostrar matemáticamente qué situación se había necesitado para la gran explosión que dio lugar al Universo. Finch trabajaba con conceptos tales como el tiempo negativo y el tiempo cero… Probablemente, ya estaría todo finalizado y Finch habría vuelto a su chifladura: coleccionar cajas de rapé del siglo XVIII.

Ahora, Tom Rovere. Había estado ocupándose del tema de la entropía, basando su proyecto en la suposición arbitraria de que la distribución de bastante descomposición y bastantes ergs a través del Universo iniciaría automáticamente un flujo de retroceso de carácter negentrópico, debido a los choques producidos entre fragmentos simples e indivisibles de energía y materia, entre sí, de los cuales surgirían entidades más complicadas. La frecuencia de posibilidades de esas entidades cada vez más complicadas estaría en proporción inversa a su complejidad. No obstante, una vez iniciado el proceso no podría volver atrás hasta estar formadas las entidades complejas como una entidad única, y únicamente compleja, que envolvería a todas las moléculas del Universo. Esto sería Dios, pero Él se descompondría y, con su descomposición, se afirmaría la fuerza de la entropía, como ocurre en las diversas leyes de la termodinámica. Así, Rovere demostraría que la época actual se hallaba ligeramente detrás de la descomposición de la entidad única, completamente esquiva, llamada Dios, y que estaba ya en marcha una creciente progresión fuera de la individualidad y la complejidad. Y continuaría hasta que tuviese lugar una distribución igual y primitiva del calor residual, o sea, mucho después de que la fuerza negentrópica se manifestase al azar, por movimientos casuales.

Pero Amos Ild era distinto, estaba construyendo, y no describiendo teóricamente, en términos matemáticos. Si a Gram se le ocurría, el Gobierno se aprovecharía de él. Sí, pensaría en eso, se dijo Provoni. Porque llevando a Ild al nivel gubernamental, la construcción del Gran Oído se retrasaría, tal vez incluso se abandonaría. Gram tardaría algún tiempo en darse cuenta de esto, pero al fin lo vería.

De modo que he de suponer, pensó Provoni, que tendremos que combatir a Amos Ild. Cuanto más inteligente y brillante sea la luz que posean los Nuevos Hombres, tanto más peligrosa será para nosotros.

—Morgo —llamó.

—Sí, señor Provoni.

—¿Puedes construir un receptor de ti mismo o de algunas partes de esta nave, por las que puedas sintonizar una banda de treinta metros a cargo de transmisores de la Tierra? Me refiero a los transmisores ordinarios, utilizados para propósitos comerciales.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Para enviar regularmente noticias a dos sitios de la banda de treinta metros. Cada hora.

—¿Deseas saber qué sucede políticamente en la Tierra?

—No —respondió Provoni con sarcasmo—. Quiero saber el precio de los huevos en Maine.

Provoni comprendió que se estaba exaltando.

—Lo siento —añadió.

—Pasa de sentirlo —observó el Frolikan.

Thors Provoni echó la cabeza atrás y rió.

Pasa de sentirlo, repitió. Así habla una masa demasiado gelatinosa de lodo protoplasmático que ha envuelto esta nave con su cuerpo fluido y que está a cada lado de mi cuerpo, como un barril. Y dice: «Pasa de sentirlo».

—Puedo formar la banda de treinta metros —afirmó Morgo—. Pero ¿servirá? Creo que hay muchas interferencias…

—Tal como la quiero no.

—¿Una banda de cuarenta metros, tal vez?

—Está bien —se irritó Provoni.

Se colocó los auriculares y puso en marcha el condensador variable de su equipo receptor. Captó conversaciones entrecruzadas y, por un instante, oyó unas noticias.

«… el fin de los Campos de Concentración… y la Luna no… que alguien con bastantes años en… Junto con esto, la destrucción de la Imprenta subversiva de la avenida Decimosexta…».

El sonido se desvaneció.

¿Lo he oído bien?, se preguntó Provoni. ¿El fin de los Campos de Concentración en la Luna y el sudoeste de Utah? ¿Todos liberados? Sólo a Barnes podía habérsele ocurrido. Pero incluso siendo idea de Barnes resultaba difícil de creer. Quizá fuese un capricho de Gram. Una momentánea reacción de pánico ante los mensajes transmitidos a la Imprenta de la avenida Decimosexta. Pero si ya estaba destruida, no recibirían los mensajes, y tal vez sólo habían captado el primero y el segundo.

Esperaba que tanto el Gobierno como los cordonitas hubiesen recibido el tercer mensaje, que decía:

«Regresaremos dentro de seis días y nos apoderaremos del Gobierno».

—Tienes que aumentar la fuerza de la transmisión y radiar el tercer mensaje una y otra vez. Puedo fabricarte una cinta o un rizo rotario —le dijo al Frolikan.

Puso en marcha el magnetófono y oyó las palabras pronunciadas con una articulación extremadamente clara, con intensa satisfacción.

—¿Con variedad de frecuencias? —preguntó Morgo.

—Con todas las que puedas diseñar. Si pudiésemos inmiscuirnos en los canales de frecuencia modulada, tal vez podríamos imprimir un video de imagen. Para transmitirla directamente a los televisores.

—Bueno, esto resultará agradable. Es un mensaje críptico; por ejemplo, no menciona que yo estoy solo y que mis hermanos se hallan a medio año-luz detrás de nosotros.

—Willis Gram ya lo sabrá cuando lleguemos a la Tierra —respondió Provoni.

—He reflexionado sobre los posibles efectos de mi presencia ante el señor Gram —dijo Morgo— y ante sus camaradas. En primer lugar, descubrirán que no puedo morir, y eso les asustará. Verán que, si estoy debidamente alimentado, puedo crecer y, además, que puedo usar como nutriente casi cualquier clase de materia. Tercero…

—Una cosa —le atajó Provoni—, tú eres una cosa.

—¿Una cosa?

—Sí, una cosa.

—¿Se refiere al efecto psicológico?

—Exacto —asintió Provoni, sombríamente.

—Creo que mi capacidad para sustituir secciones de los organismos vivos con mi sustancia ontológica será lo que más les asustará. Cuando me manifieste más pequeño, digamos como una silla, y consuma el objeto como una fuente de energía, ese hecho, en miniatura para que lo comprenda, les asustará. Como ya ha visto, puedo sustituir cualquier objeto con mi cuerpo, y no hay límites visibles a mi crecimiento, señor Provoni, mientras me alimente. Puedo convertirme en el edificio donde trabaja el señor Gram, puedo convertirme en un edificio de apartamentos para cinco mil personas. Y —Morgo vaciló—, hay más aún. Aunque por el momento no deseo discutirlo.

Provoni meditó. Los Frolikanos no tenían una forma específica; el método histórico para su supervivencia era imitar objetos u otros seres vivos. Su fuerza residía en el hecho de poder absorber criaturas vivas, convertirse en ellas, usarlas como combustible, abandonando sus estructuras vacías. Este proceso, como el del cáncer, no sería descubierto fácilmente por los aparatos detectores de Gram. Incluso cuando el proceso transformador alcanzase los órganos vitales, las criaturas imitadas podrían funcionar y sobrevivir. La muerte llegaba cuando los Frolikanos se retiraban, cuando dejaban de suministrarse pulmones, corazones o riñones. Un hígado frolikan, por ejemplo, podía funcionar igual que uno auténtico cuando era reemplazado, pero moría tan pronto como había devorado algo de valor.

Más temible era todavía la invasión frolikana del cerebro. El ser humano, u otro organismo invadido, sufría unos procesos mentales pseudopsicóticos, que no se reconocían como propios, y que al querer corregirlos resultaba imposible hacerlo. En aquel momento, el Frolikan lo abandonaba, y el ser humano cesaba de existir, vacío de su contenido psíquico.

—Por suerte —musitó Provoni—, tú sabes elegir a tus huéspedes, ya que no tienes intenciones, ni te interesa poblar la Tierra, ni dar fin a la vida de los organismos humanoides. Lo único que quieres es conocer la estructura gubernamental.

Y una vez hecho esto, pensó, te retirarás. ¿No es verdad?

—Sí —asintió el Frolikan, leyendo los pensamientos de Provoni.

—¿No mientes?

El Frolikan lanzó un gemido de dolor.

—De acuerdo —observó Provoni inmediatamente—, lo siento. Pero supongamos…

No terminó la frase, al menos no en voz alta. Pero sus pensamientos siempre llegaban a la misma conclusión: he enviado una raza de asesinos a la Tierra para que destruyan a todo el mundo.

—Señor Provoni —respondió Morgo—, por eso yo, y sólo yo, estoy aquí con usted. Queremos solucionar el asunto sin un conflicto físico, como sucedería al llegar mis hermanos, a los que no llamaremos a menos que necesitemos provocar una guerra abierta. Yo negociaré un cambio básico en el Gobierno de su planeta, y el Gobierno accederá a ese cambio. En las noticias recibidas por usted se mencionaba que han abierto los Campos de Concentración. Lo hacen para aplacarnos, ¿verdad? No por una debilidad de su parte, sino por el deseo de evitar una guerra, para presentar un frente unido. Su raza es xenofóbica. Y yo soy el último extranjero. Le aprecio, señor Provoni; aprecio a su raza, al menos por lo que les conozco a través de su mente. No haré lo que podría hacer, pero sí haré que sepan lo que soy capaz de hacer. En su sección de recuerdos mentales hay una historia Zen respecto al mejor espadachín del Japón. Dos hombres le desafiaron. Todos accedieron a irse a un islote y luchar allí. El mejor espadachín del Japón, que era un estudiante del Zen, procuró ser el último en abandonar la barca. Tan pronto como los otros saltaron a la playa, él se marchó, remando, y les dejó en el islote con espadas y todo. De esta manera no perdió su fama: ser el mejor espadachín del Japón. ¿Comprende la aplicación de mi situación? Yo puedo derribar su Gobierno, pero sin lucha, si es que sigue mis pensamientos. En realidad, será mi repugnancia a luchar lo que más les asustará. Aunque sí demostraré mi fuerza, porque no podrán imaginarse que posea tanto poder y no lo utilice. Si ellos lo tuvieran, lo usarían; me refiero a su Gobierno, a sus Nuevos Hombres, que para mí son como unas moscas zumbadoras. Si gracias a su mente obtengo una imagen de ellos, señor Provoni, los conoceré. Bueno, si usted los conoce bien…

—Los conozco —afirmó Provoni—, porque yo soy uno de ellos. Yo soy un Nuevo Hombre.