UNA vez hubo recobrado el conocimiento, Nick Appleton se encontró tumbado sobre un suelo verdoso. Verdoso: el color de los canallas de la Policía Estatal. Estaba en un Campo de Concentración de la Seguridad Pública, probablemente en uno temporal.
Levantó la cabeza y miró a su alrededor. Treinta, cuarenta individuos, vendados, con cortes y sangrando.
Supongo que soy uno de los afortunados, decidió.
Charley estaría con las mujeres, elevando su voz hasta la estridencia para insultar a sus captores. Seguramente lucharía bravamente; les propinaría patadas en los testículos cuando fuesen en su busca para trasladarla a un Campo de Reeducación.
Naturalmente, no volveré a verla, se dijo. Ah, continuó pensando, resplandecía como una estrella. La amaba, sí. Incluso en tan poco tiempo, me enamoré de ella. Es como si hubiese tenido un destello, como si hubiese visto más allá del telón de la vida mundana, viendo cómo y qué necesitaba para ser feliz.
—¿No tienes pastillas contra el dolor? —le preguntó un joven que estaba a su lado—. Tengo rota una pierna y me está causando un dolor de mil demonios.
—No, lo siento —negó Nick, volviendo a sus pensamientos.
—No seas pesimista —le aconsejó el joven—. No permitas que esos canallas te amarguen la vida ni que se te metan aquí dentro —añadió, tocándose la cabeza.
—Saber que puedo pasar el resto de mi vida en un Campo de Reeducación de la Luna o en el sudoeste de Utah me impide sonreír —replicó Nick sarcásticamente.
—Pero —le dijo el joven con una sonrisa radiante— ya habrás oído las noticias sobre la vuelta de Provoni y la ayuda que trae —a pesar del dolor de la pierna, los ojos le brillaban—. No habrá más Campos de Reeducación. «El velo de la tienda está rasgado, y los cielos se enrollarán como un papiro».
—Desde que escribieron esa frase hemos estado esperando más de dos mil años —objetó Nick—. Y todavía no ha sucedido.
No llevo ni un día entero como Subhombre y mira ya cómo pienso, se dijo. ¿En qué me he convertido?
Un hombre alto y escuálido, que estaba cerca en cuclillas, con una profunda herida sin curar en su ojo derecho, intervino:
—¿Sabe alguno de vosotros si han captado el mensaje de Provoni en alguna de las otras plantas impresoras?
—Oh, seguro —exclamó el joven, con las pupilas encendidas por la confianza y la fe—. Lo han sabido al instante; todo lo que tenía que hacer el operador de comunicaciones era conectar la red —les sonrió a Nick y al individuo alto—. ¿No es maravilloso? Incluso esto —señaló a los otros hombres del calabozo mal iluminado y peor ventilado—. ¡Es magnífico! ¡Es estupendo!
—¿Esto te transforma? —le preguntó Nick.
—Oh, no estoy familiarizado con la literatura de los siglos anteriores —respondió el joven, desdeñando el anacronismo de Nick—. ¡Sé vivir con ello! Todo esto es mío. Hasta que desembarque Thors. No tardará, y los cielos…
Un oficial de Policía uniformado se aproximó a ellos y consultó unas hojas de papel.
—¿Tú eres el visitante del 3XX24J? —le preguntó a Nick de sopetón.
—Soy Nick Appleton.
—Para nosotros, tú eres el individuo que visitó un apartamento en cierto momento de cierto día. Por tanto, eres el 3XX24J, ¿no es verdad? —Nick asintió—. Levántate y sígueme.
El policía echó a andar a buen paso. Con cierta dificultad Nick consiguió ponerse de pie y, poco a poco, siguió al policía preguntándose, con miedo, qué ocurría.
—Mucha suerte, hermano —le espetó uno de los hombres sentados en el suelo, cuando el policía abrió la puerta del calabozo, usando un complicado sistema electrónico de ruedecitas, que hizo girar a gran velocidad los números del cerrojo de seguridad.
—Los medios de comunicación acaban de dar la noticia —explicó el individuo que estaba junto al que acababa de hablar, mostrando un transistor que tenía junto al oído—. Han matado a Cordon. Sí, le han matado, lo han hecho realmente. Han dicho que falleció de una dolencia crónica del hígado, pero no es verdad… Cordon no padecía del hígado… Le han matado de un tiro.
—Vamos —urgió el policía, y con sorprendente ímpetu salió del calabozo por la abertura de la puerta, que instantáneamente volvió a cerrarse.
—¿Es cierto lo de Cordon? —le preguntó Nick al policía, el canalla verde.
—No lo sé —fue la respuesta—. Pero si lo han hecho, ha sido una buena idea. No sé por qué lo han tenido en Brightforth durante tanto tiempo. ¿Por qué no se decidían de una vez? Bueno, esto es lo que sucede cuando se tiene a un Inusual como Presidente del Consejo.
Continuó por el corredor, siempre seguido por Nick.
—¿Sabe que Thors Provoni regresa? —preguntó Nick de improviso—. ¿Y con la ayuda prometida?
—Nosotros nos ocuparemos de ellos.
—¿Por qué lo cree?
—Calla y sigue andando —le apremió el policía, balanceando ominosamente su cabeza grande y su cráneo expandido de Nuevo Hombre.
Se mostraba enfadado y agresivo, buscando una oportunidad para usar contra alguien su porra de metal, y Nick pensó que si pudiese le mataría allí mismo, sin compasión. Pero tenía que cumplir alguna orden que ahora ignoraba.
Sin embargo, le asustaba el policía: cuando Nick le habló de Provoni había odio concentrado en su semblante. Y se dio cuenta de que habría lucha, una lucha cruenta. Al menos, si aquel policía era un representante de los sentimientos colectivos.
El policía pasó por una puerta; Nick le siguió y divisó, de un solo vislumbre, el centro nervioso de la maquinaria policíaca.
Centenares de pequeñas pantallas de televisión con un policía manejando cada grupo de cuatro pantallas. Del centro surgía una cacofonía de ruidos, chasquidos, zumbidos, que inundaban la vasta cámara; la gente, hombres y mujeres, se afanaba por doquier, ejecutando órdenes como la que impulsaba al policía Nuevo Hombre que le acompañaba. ¡Menudo ajetreo había allí! El Departamento de la Seguridad Pública iba deteniendo a todos los Subhombres que descubría; y esto sólo ya ponía una carga excesiva en el equipo neurológico-electrónico y en quienes lo manejaban.
En aquel breve instante, Nick intuyó su cansancio. No parecían triunfantes ni dichosos. Por lo visto, no les había animado el asesinato de Eric Cordon, pero miraban al futuro, lo mismo que los Subhombres. Lo esencial, el bombardeo y asalto de las Imprentas, el acorralamiento de los Subhombres, todo eso debía efectuarse en un corto espacio de tiempo, probablemente en tres días.
¿Por qué tres días?, se preguntó. Evidentemente, los dos mensajes no habían permitido fijar la situación de la nave y, no obstante, todos parecían pensar en ese plazo: les quedaban muy pocos días, nada más. Pero suponiendo que faltase todavía un año… O cinco años.
—3XX24J —dijo de pronto el policía—, voy a entregarte a un representante del Presidente del Consejo. Estará armado, así que no te hagas el héroe.
—Está bien, amigo —dijo Nick, sintiéndose como un cordero dispuesto al sacrificio a causa de los sucesos que tan rápidamente se desarrollaban a su alrededor.
Un individuo con un traje ordinario de mangas color púrpura, anillos, y zapatos con la puntera elevada, se le acercó. Nick le examinó. Falso, dedicado a su trabajo…, era un Nuevo Hombre. Sobre su corpachón se balanceaba su enorme cabeza; no usaba el acostumbrado soporte del cuello, la especie de abrazadera que tan de moda estaba entre los Nuevos Hombres.
—¿Eres el 3XX24J? —preguntó el recién llegado, examinando una fotocopia de un documento que llevaba.
—Soy Nick Appleton —respondió Nick, atónito.
—Sí, esos sistemas que graban los números no funcionan bien —comentó el representante del Presidente del Consejo—. Tú trabajas… o trabajabas… como… —frunció el ceño y al fin levantó su gran cabeza—. ¿En qué?… ¿Eras tallador de neumáticos? ¿Es correcto?
—Sí.
—Y ahora te has unido a los Subhombres gracias a tu amo, Earl Zeta, a quien creo que la Policía vigilaba desde hace meses. Tú eres ése, ¿es así? He de estar seguro de que eres el hombre que busco. Tengo aquí tus huellas dactilares; las enviaremos electrónicamente a los archivos. Cuando te vea el Presidente del Consejo ya habremos comprobado tus huellas. —Dobló el documento y lo metió cuidadosamente en su bolsa—. Vamos.
Una vez más, Nick estudió la gran cámara inundada de centenares de televisores. La gente se desliza por aquí como peces, pensó; peces color púrpura, hombres y mujeres, tropezando entre sí de vez en cuando, como moléculas de un líquido.
De repente tuvo una visión del infierno. Vio a la gente como espíritus ectoplásmicos, sin cuerpo real. Los policías que iban y venían cumpliendo órdenes hacía tiempo que habían perdido la vida, y ahora, en lugar de vivir, absorbían la vitalidad de las pantallas que manejaban… o, mejor aún, de las personas que salían en las pantallas. Los primitivos nativos de Sudamérica pudieron creer, tal vez, que cuando alguien tomaba una fotografía de una persona le robaba el alma. ¿Qué era esto, si no un millón, un billón, una procesión infinita de esas fotografías? Se dijo que estaba desmoralizado, que pensaba en términos de superstición, de terrible temor.
—Esa cámara —le explicó el representante del Presidente del Consejo— es la fuente de datos de la Seguridad Pública de todo el planeta. Fascinante, ¿verdad? Tantas pantallas, y ahora no ves más que una fracción de ellas; estrictamente hablando, estás viendo el Anexo, fundado hace dos años. Desde aquí no resulta visible el Complejo Neurocentral, pero acepta mi palabra: es tremendamente grande.
—¿Tremendamente? —repitió Nick, preocupado ante la elección de aquella palabra.
Intuía que el representante del Presidente del Consejo experimentaba cierta simpatía hacia él.
—Casi un millón de policías están contemplando esas pantallas. Una enorme burocracia.
—Pero ¿les ayudó? —inquirió Nick—. ¿Hoy? ¿Cuándo iniciaron el asalto y las detenciones?
—Oh, sí, este sistema funciona. Aunque resulta irónico que mantenga sujetos a tantos hombres durante tantas horas, si se considera que la idea original fue que…
Al lado de los dos hombres apareció un occífero de uniforme.
—¡Fuera de aquí! Lleva a este tipo ante el Presidente del Consejo —gruñó con tono de enojo.
—Sí, señor —asintió el representante, y condujo a Nick por un corredor hasta una puerta de plástico transparente—. Era Barnes —murmuró el representante, arrugando la frente con innata dignidad—. Barnes es el hombre más próximo al Presidente del Consejo —explicó—. Willis Gram tiene un Consejo de diez hombres y mujeres, pero ¿a quién consulta? Siempre a Barnes. ¿Te parece que esto es un proceso cerebral adecuado?
Otro caso de un Nuevo Hombre que, en realidad, era un Inusual, comprendió Nick, pero no hizo el menor comentario cuando subieron a un autocohete de color rojo, decorado con el sello oficial del gobierno.