Capítulo 14

DE manera que tenemos el 3XX24J —refunfuñó el Director Barnes, observando la pantalla de televisión.

—¿Qué es eso? —inquirió irritadamente Gram.

—En esa habitación, ese individuo con la chica. Los dos que acaba de dormir el policía. Se trata de la persona que la computadora pensó que…

—Intento ver a algunos de mis antiguos compañeros —exclamó Gram, acallando al otro—. Calle y mire, solamente mire. ¿O es pedirle demasiado?

—La computadora de Wyoming —respondió sobriamente Barnes— le eligió como el modelo de los Antiguos que, a causa del anuncio de la ejecución de Cordon, se pasaría a los Subhombres. Y ahora le hemos atrapado, aunque todo parece un poco extraño, pues no creo que ésa sea su mujer. Bien, lo que dijo la computadora de Wyoming… —Empezó a pasearse—. ¿Cuál sería su respuesta al hecho de cogerle? Que nos hemos apoderado del representante de los Antiguos que…

—¿Por qué dice que no es su mujer? —preguntó Gram—. ¿Piensa que está con una ramera, que no sólo se ha convertido en un Subhombre sino que ha abandonado a su esposa y ha buscado otra mujer? Bien, pregúnteselo a la computadora y vea qué responde.

La chica es bonita, pensó, aunque un poco hombruna. Hum…

—¿No puede intentar que no le hagan daño a la jovencita? —le espetó a Barnes—. ¿Puede comunicarse con los Equipos de Comandos de la planta impresora?

—El Capitán Malliard, por favor —pidió Barnes, sacando del cinto un micrófono y llevándoselo a los labios.

—Sí, aquí Malliard, Director —respondió una voz agitada y tensa.

—El Presidente del Consejo me pide que traten de que el hombre y la chica…

—Sólo la chica —le interrumpió Gram.

—… que la chica de la habitación donde ha entrado un policía con un rifle tranquilizante B-14 Hopp sea protegida. Veamos, intentaré establecer las coordenadas —Barnes contempló de soslayo la pantalla—. Coordenadas 34, 21 y 9 o 10.

—Eso está a mi derecha y un poco más adelante de mi posición —dijo Malliard—. De acuerdo, me encargaré de ello ahora mismo. Hemos realizado un buen trabajo, Director… En veinte minutos nos hemos apoderado virtualmente de la planta, con una pérdida mínima de vidas por ambos lados.

—Vigilen a la chica —le advirtió Barnes, volviendo a colocar el micrófono en su cinto.

—Está usted conectado con tantos instrumentos como un reparador de teléfonos —comentó Gram.

—Ya vuelve a hacerlo —replicó Barnes fríamente.

—¿Qué?

—Mezclar su vida privada con su vida pública. Esa chica…

—Tiene una cara extraña. Retraída.

—Presidente del Consejo, nos enfrentamos con una invasión por parte de unas formas de vida alienígenas; nos enfrentamos con una insurrección masiva que podría…

—Una chica como ésa sólo se ve cada veinte años —le atajó Gram.

—¿Puedo pedirle un favor? —preguntó Barnes.

—Oh, claro.

Willis Gram se sentía a gusto; le complacía la eficacia de la Policía al apoderarse de la planta impresora de la avenida Decimosexta, y su libido se había despertado al contemplar a la chica.

—¿Qué favor?

—Quiero que usted, estando yo presente, hable con ese hombre, el del 3XX24J. Deseo saber si sus sentimientos dominantes son positivos, si saben lo de Provoni, y si éste trae ayuda consigo, o si su moral se ha resquebrajado al ser atrapado por la Policía. Dicho de otro modo…

—Una muestra del hombre medio de la calle —resumió Gram.

—Sí.

—De acuerdo. Le echaré un vistazo, pero mejor que sea pronto, antes de que llegue Provoni. Todo tiene que estar hecho antes de que lleguen Provoni y sus monstruos. Monstruos… —repitió, meneando la cabeza—. Vaya renegado. Un renegado despiadado, inferior, egoísta, hambriento de poder, ambicioso y sin principios. Sin duda, la historia le aplicará esos calificativos. —Le gustaba esa descripción de Provoni—. Anótelo —le dijo a Barnes—. Haré que lo pongan, tal como lo he dicho, en la próxima edición de la Enciclopedia Británica. Palabra por palabra.

Suspirando, el Director de Policía Barnes sacó su bloc y penosamente anotó los adjetivos.

—Añada —prosiguió Gram— mentalmente perturbado, radical fanático, una criatura, anótelo bien, una criatura, no un hombre, que cree que el fin justifica los medios, sean cuales sean éstos. ¿Y cuál es el fin en este caso? La destrucción de un sistema que coloca la autoridad en manos de los construidos físicamente a propósito para poder gobernar. La Tierra está gobernada por los más competentes, no por los más populares. ¿Qué es mejor, la competencia o la popularidad? Millard Fillmore fue popular. Lo mismo que Rutherford B. Hayes, Churchill y Lyons. Pero ellos eran incompetentes. ¿Me comprende?

—¿En qué sentido fue Churchill incompetente?

—Abogó por los bombardeos en masa de las zonas residenciales, de poblaciones civiles, en lugar de propugnar blancos clave. Prolongó un año más la Segunda Guerra Mundial.

—Sí, lo entiendo —asintió Barnes.

No necesito lecciones cívicas, pensó. Y Gram captó inmediatamente el pensamiento. Y otras cosas también.

—Veré a ese tipo del 3XX24J a las seis de esta noche, horario nuestro —decidió Gram—. Que lo traigan aquí. Que vengan los dos juntos… la chica también.

Captó más pensamientos no muy agradables de Barnes, pero los ignoró. Como la mayoría de los telépatas, había aprendido a ignorar la mayor parte de los pensamientos de la gente: hostilidad, aburrimiento, disgusto, envidia. Muchos de esos pensamientos los ignoraba también el individuo que los tenía. Un telépata tenía que aprender a tener una piel muy gruesa. En esencia, tenía que aprender a relacionar los pensamientos positivos y conscientes de los individuos, no la mezcla vagamente definida de sus procesos inconscientes. En esa región, casi todo podía encontrarse… y en casi todo el mundo. Todos los mecanógrafos que pasaban por su despacho tenían pensamientos fugaces de destruir a su superior y ocupar su lugar, algunos apuntaban más alto todavía; algunos de los hombres y también mujeres albergaban fantásticos sistemas ilusorios de pensamiento; en su mayoría se trataba de Nuevos Hombres.

Algunos, que tenían pensamientos verdaderamente desviados, habían sido hospitalizados, por el bien de todos, especialmente de ellos mismos. Ya que, varias veces, Gram había captado ideas de asesinato, y esto por parte de personajes de categoría y de personas de índole inferior. Una vez, un Nuevo Hombre técnico, mientras instalaba una serie de videos conectados entre sí en su despacho particular, estuvo meditando sobre la conveniencia de matar a Gram, y había llevado consigo la pistola para hacerlo. Una y otra vez ocurría lo mismo: era un tema interminable, declarado cuando, cincuenta y ocho años antes, las dos nuevas clases de seres humanos se habían manifestado. Ya estaba acostumbrado a ello… ¿o no? Tal vez no. Pero había vivido con ello toda su vida, sin prever que pudiese perder su capacidad para adaptarse a esta última jugada de la partida, a este momento en que Provoni y sus amigos no humanos iban a intervenir en su línea vital.

—¿Cómo se llama el tipo del apartamento 3XX24J? —le preguntó a Barnes.

—Tendré que buscarlo.

—¿Y está seguro de que la chica no es su esposa?

—Por lo que vimos en la cinta de video de la cámara instalada en su apartamento, distinguí algunos rasgos de su mujer: gruesa, elegante, astuta. La cámara instalada en su apartamento era una normal 243, como las que tenemos en casi todos esos apartamentos modernos.

—¿A qué se dedica él?

Barnes contempló el techo y se pasó la lengua por el labio inferior.

—Es tallador de neumáticos en un taller de autocohetes usados.

—¿Qué diablos es eso?

—Bueno, cogen un autocohete, y su examen demuestra que tiene los neumáticos desgastados. Ese tipo coge un hierro ardiendo y talla nuevas muescas en los neumáticos.

—¿No es algo ilegal?

—No.

—Pues ahora lo es —tronó Gram—. Acabo de dictar la ley, tome nota. Tallar de nuevo unos neumáticos es un delito, porque es algo muy peligroso.

—Sí, Presidente del Consejo.

Mientras meditaba, garabateó unas palabras en su bloc de notas. Estamos a punto de ser invadidos por esos seres alienígenas y en lo que piensa Gram es en la talla de neumáticos.

—No es posible olvidarse de los asuntos menores en medio de los más importantes —rezongó Gram, que había leído sus pensamientos.

—Pero en momentos como éste…

—Que impriman ahora mismo un cartel sobre este delito —le ordenó Gram—. Que quede pegado, bien pegado, en todos los talleres de autocohetes, lo más tarde el viernes.

—¿Por qué no inducimos a esos alienígenas a aterrizar —indicó Barnes sarcásticamente—, y hacemos que ese individuo talle de manera tan profunda sus neumáticos que cuando traten de rodar sobre la superficie de la Tierra los neumáticos estallen y ellos mueran en el accidente?

—Eso me recuerda una historia relativa a un inglés —observó Gram—. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno italiano estuvo terriblemente preocupado, y con razón, respecto al desembarco inglés en Italia. De modo que sugirieron que en todos los hoteles donde había ingleses dijeran que estaban atestados. Los ingleses eran demasiado corteses para quejarse, por lo que, en lugar de abandonar los hoteles, abandonarían Italia. ¿No conocía esa historia?

—No.

—Nos hallamos en un lío terrible —murmuró Gram—, aunque hayamos matado a Cordon y hayamos asaltado esa Imprenta de la avenida Decimosexta.

—Así es, Presidente del Consejo.

—No conseguiremos apoderarnos de todos los Subhombres y, por otra parte, esos alienígenas pueden ser como los marcianos de «La Guerra de los Mundos», de H. G. Wells, que se tragaron Suiza de un bocado.

—Reservemos las especulaciones hasta que los tengamos delante —observó Barnes.

Gram captó varios pensamientos de éste, pensamientos de fatiga, de un largo descanso y, al mismo tiempo, pensamientos por los que sabía que no habría ningún descanso, ni largo ni corto, para ninguno de ellos.

—Lo siento —murmuró Gram, contestando a los pensamientos de Barnes.

—No es culpa suya.

—Tal vez debería dimitir —masculló Gram, malhumorado.

—¿En favor de quién?

—Deje que encuentren a alguien de doble cúpula. De su tipo.

—Eso debería ser objeto de un Consejo.

—No —objetó Gram—, no pienso dimitir. Ni habrá ninguna reunión del Consejo para discutirlo.

Captó un pensamiento fugaz de Barnes, rápidamente reprimido. Tal vez lo haya. Si no puedes manejar a esos alienígenas, ni las revueltas internas…

Tendrán que matarme para echarme de este despacho, pensaba Gram. Tendrán que buscar la manera de eliminarme. Y es difícil eliminar a los telépatas.

Aunque, posiblemente, buscarían la manera, decidió.

No, no era un pensamiento agradable.