Prólogo del autor a la edición digital

Recuerdo que fue en un tren de Madrid a Barcelona, camino de mi primer Sant Jordi, cuando Wilhelm cobró vida en mi cabeza. Aparentemente no era más que otro personaje secundario de los muchos que poblaban el primer libro, pero pronto comprendí lo equivocado que estaba. En cuanto me puse a tirar de la madeja que era su historia, descubrí que en realidad se trataba de una pieza fundamental para la trama. De repente, el argumento que había esbozado vagamente para La Maldición de las Musas adquirió una nueva perspectiva cuando coloqué sobre el tablero las figuras de este príncipe condenado convertirse en cuervo y de sus seis hermanas.

A partir de este libro, la historia comienza a complicarse y a retorcerse hasta adquirir unas dimensiones que apenas llegamos a vislumbrar en Encantamiento de luna. Los personajes se multiplican, se descubren muchos más reinos y los protagonistas se enfrentan a peligros que son incapaces de comprender, y de los que no saben si lograrán salir airosos.

Además, por primera vez, sabía que estaba escribiendo algo que se iba a publicar, que la gente iba a leer, con la consiguiente presión que ello suponía. Los lectores que se habían adentrado en el universo de Bereth se contaban ya por miles, y no había día que no me escribiera alguien para darme su opinión sobre el primer volumen. Mi sueño de convertirme en escritor estaba haciéndose realidad ante mis ojos, y no podía sentirme más feliz. Con todo, también tuve que aprender a relativizar las críticas, a tener en cuenta las opiniones y a descubrir cómo mejorar sin dejar de trabajar y manteniéndome fiel a la historia que yo necesitaba contar.

Por suerte, cuando escribes porque disfrutas y lo necesitas, como es mi caso, en el momento en el que te enfrentas a la página en blanco todo lo demás queda relegado a un segundo plano, y lo único que importa es dar vida al universo que solo existe en tu imaginación.

Así pues, te deseo una feliz lectura, que descubras todos los secretos que esconden los bosques del Continente y que las Musas siempre, siempre, sean bondadosas con tu Poesía…

Javier Ruescas