CAPÍTULO 42

Roy se detuvo y enfocó a Colin con su linterna.

Durante unos segundos se limitaron a mirarse. Colin pudo ver el odio en los ojos de Roy y se preguntó si su propio temor era igualmente visible.

—Has venido ya, ¿eh? —comentó Roy.

—La chica está aquí arriba.

—No hay ninguna chica.

—Ven a verlo.

—¿Quién es?

—Ven a verlo.

—¿Cuál es el truco?

—No hay ningún truco. Ya te lo dije por teléfono. Quiero estar en tu bando. He intentado estar en el de ellos. No ha funcionado. No me creen. No les importo. A nadie. Los odio. A todos ellos. También a mi madre. Tenías razón respecto a ella. Es una jodida puta. Tenías razón acerca de todos ellos. Nunca me ayudarán. Nunca. No los necesito para nada. Y no quiero tener que estar huyendo de ti eternamente. No quiero tener que estar mirando por encima de mi hombro durante el resto de mi vida. Nadie te puede vencer. Tarde o temprano caería en tus manos. Eres un ganador. Siempre acabas saliendo vencedor. Ahora lo veo. Estoy cansado de ser un perdedor. Por eso deseo estar en tu bando. Quiero ganar. Necesito vengarme de ellos, de todos. Haré cualquier cosa por ti, Roy. Cualquier cosa.

—Y por eso te has agenciado una chica para nosotros.

—Sí.

—¿Cómo te las has arreglado para subirla ahí arriba?

—La vi ayer —respondió Colin, tratando de aparentar excitación, como si no hubiera estado estudiando cuidadosamente cada palabra de lo que iba a decir—. Iba montado en mi bicicleta, sólo dando un paseo, reflexionando, tratando de encontrar una manera de hacer las paces contigo. Pasé por aquí y la vi sentada en el camino principal. Tenía un cuaderno de dibujo en la mano. Le interesa el arte. Estaba haciendo un boceto de la mansión. Me detuve, me puse a hablar con ella y averigüé que llevaba unos días haciendo bocetos de la casa. Me dijo que vendría aquí a última hora de la tarde para poder dibujar la casa con las sombras del atardecer. En seguida supe que ella era lo que andaba buscando. Y sabía que, si te la entregaba, volveríamos a ser amigos. Está para pegarle un buen polvo, Roy. La tía vale la pena. Le tendí una trampa. Ahora está aquí arriba, en una de las habitaciones, atada y amordazada.

—¿Así de simple?

—¿Eh?

—Te has limitado a tenderle una trampa y te las has arreglado para atarla y amordazarla sin ninguna ayuda. ¿Ha sido así de fácil?

—¡Joder, no! No ha sido fácil en absoluto. He tenido que pegarle. La dejé inconsciente y sangró un poco. Pero la tengo. Ya lo verás.

Roy lo miró, mientras se lo pensaba y decidía si se quedaba o se marchaba. Sus ojos gélidos brillaron a la luz tenue y fría.

—¿Vienes? —preguntó Colin—. ¿O es que tienes miedo de hacerlo de verdad?

Roy subió lentamente los peldaños.

Colin se apartó del principio de la escalera y se dirigió hacia la puerta abierta de la habitación donde Heather se encontraba esperando.

Roy llegó al pasillo del segundo piso.

Los dos muchachos no estaban a más de cinco metros el uno del otro.

—Por aquí —indicó Colin.

Pero Roy se mantuvo apoyado en la pared del fondo y se dirigió a la puerta de la habitación situada frente a la que Colin quería que entrara.

—¿Qué haces?

—Quiero ver quién más hay aquí —respondió Roy.

—Nadie. Ya te lo he dicho.

—Quiero comprobarlo por mí mismo.

Sin dejar de vigilar a Colin, Roy enfocó la linterna hacia el interior de la habitación del otro lado del vestíbulo. Colin pensó en la caja de cartón que había dejado allí y su corazón empezó a latir con violencia. Sabía que, si Roy veía la botella de la salsa de tomate, descubriría el truco y todo el plan se iría a pique. Pero probablemente la caja no debía de destacar de entre los demás escombros que cubrían el suelo de la mansión ruinosa, porque Roy no entró en la habitación para examinarla. Siguió recorriendo el pasillo para comprobar si el resto del segundo piso se hallaba vacío.

Colin esperó en el umbral de la puerta hasta que Roy hubo mirado en todas las habitaciones.

—No hay nadie —constató Roy.

—Estoy siendo sincero contigo.

Roy empezó a dirigirse hacia él.

Colin volvió a entrar en la habitación y se acercó rápidamente a Heather. Se colocó de pie a su lado.

Parecía como si la muchacha se fuera a poner a gritar a pesar de la mordaza que le tapaba la boca. Colin hubiera deseado sonreírle y tranquilizarla, pero no se atrevió; el otro podía entrar en cualquier momento, darse cuenta del intercambio de miradas y descubrir la conspiración.

Roy entró cautelosamente. El haz de luz de su linterna proyectaba sombras que danzaban. Cuando vio a la muchacha se detuvo sorprendido. Se encontraba solamente a unos cinco metros de distancia y bloqueaba la única salida. Era el momento de la verdad.

—¿Es ésta…?

—Sí —contestó Colin, con voz poco clara—. ¿La conoces? ¿No vale la pena?

Roy la miró con creciente interés. Colin vio los ojos del muchacho detenerse sobre la curva de las pantorrillas suaves y brillantes de Heather, en las rodillas luego y, seguidamente, en los muslos firmes. Durante unos minutos pareció que Roy fuera incapaz de apartar su mirada de aquellas piernas esbeltas y bien contorneadas. Finalmente, levantó la vista hacia la blusa rota, hacia la redondez de los pechos, parcialmente visibles entre la tela desgarrada. Miró las cuerdas, la mordaza en la boca y los grandes ojos aterrorizados. Comprobó que estaba asustada de verdad y ese temor lo complació. Sonrió y se volvió a Colin.

—Lo has conseguido.

Colin supo que se había tragado el anzuelo. Roy no podía de ningún modo imaginarse que Heather y él le hubieran tendido una trampa sin ayuda de nadie más, sin adultos que los respaldaran. Tan pronto como Roy comprobó que realmente estaban solos en la mansión, que no había refuerzos esperando en otra habitación, quedó totalmente convencido. El Colin que él conocía era demasiado cobarde para intentar hacer algo como aquello. Pero aquel Colin ya no existía. El nuevo Colin era un desconocido.

—Realmente, realmente lo has conseguido.

—¿No te lo dije?

—¿Es sangre eso que tiene en la cabeza?

—Tuve que golpearla bastante fuerte. Estuvo un rato inconsciente.

—¡Joder!

—¿Me crees ahora?

—¿En serio que quieres follártela?

—Sí.

—¿Y luego matarla?

—Sí.

Heather protestó a través de la mordaza, pero su voz fue débil e ininteligible.

—¿Cómo la mataremos? —preguntó Roy.

—¿Llevas encima la navaja?

—Sí.

—Bien, yo también llevo la mía.

—¿Quieres decir… que la vamos a apuñalar?

—Exactamente como mataste al gato.

—Con navajas tardaremos mucho tiempo.

—Cuanto más tiempo mejor, ¿no?

—Sí, claro —admitió Roy, sonriendo.

—Entonces, ¿volvemos a ser amigos?

—Supongo que lo somos.

—¿Hermanos de sangre?

—Bueno…, de acuerdo. Claro que sí. Has compensado lo que hiciste.

—¿Dejarás de intentar matarme?

—Nunca le haría daño a un hermano de sangre.

—Antes lo intentaste.

—Porque dejaste de actuar como un hermano de sangre.

—¿No me empujarás desde un acantilado como hiciste con Steve Rose?

—Él no era mi hermano de sangre.

—¿No me rociarás con líquido de recargar encendedores y me prenderás fuego como hiciste con Phil Pacino?

—Tampoco era mi hermano de sangre —replicó Roy con impaciencia.

—Intentaste prenderme fuego.

—Fue solamente cuando creí que habías traicionado nuestro juramento. No querías ser mi hermano de sangre, así que fue un juego limpio. Pero ahora veo que quieres mantener el juramento, así que estás a salvo. Ya no quiero hacerte daño. Jamás lo haré. En realidad, deseo justamente lo contrario. ¿No lo ves? Eres mi hermano de sangre. Si fuera necesario moriría por ti.

—De acuerdo.

—Pero no te vuelvas otra vez contra mí como hiciste antes. Supongo que a un hermano de sangre se le puede conceder una segunda oportunidad. Pero no una tercera.

—No te preocupes. Estaremos juntos de ahora en adelante. Solos tú y yo.

Roy bajó la vista nuevamente hacia Heather y se lamió los labios. Se puso una mano en la entrepierna y se restregó por encima de los tejanos.

—Nos vamos a divertir, y esta putita es solamente el principio. Ya lo verás, Colin. Por fin lo entiendes. Por fin entiendes que estamos los dos juntos contra todos los demás. Vamos a reírnos en grande. Será un verdadero bombazo.

Consciente del magnetófono, el corazón de Colin estuvo a punto de estallar cuando Roy dio un paso hacia Heather.

—Si quieres, alguna noche podemos volver al cementerio de coches y empujar la vieja camioneta por las guías para que choque con el tren.

—No —replicó Roy—. Eso ya no lo podremos hacer nunca más. No después de que te chivaste a tu vieja. Ya se nos ocurrirá alguna otra cosa. —Dio otro paso hacia Heather—. Vamos. Quitémosle la mordaza de la boca. Hay otra cosa que me muero de ganas de ponerle entre esos hermosos labios.

Colin se llevó la mano a la espalda y sacó la pistola del cinturón.

—No la toques.

Roy ni siquiera lo miró. Se dirigió hacia Heather.

—¡Te volaré la cabeza, hijo de puta! —gritó Colin.

Roy estaba atónito. Al principio no comprendía nada, pero luego vio a Heather desasirse de las cuerdas que le ataban las muñecas y se dio cuenta de que, después de todo, le habían tendido una trampa. La sangre desapareció de su rostro y se puso lívido de rabia.

—Lo he grabado todo —dijo Colin—. Está todo en una cinta. Ahora conseguiré que alguien me crea.

Roy empezó a acercársele.

—¡No te muevas! —ordenó Colin, apuntándole con la pistola.

Roy se detuvo.

Heather se quitó la mordaza.

—¿Estás bien? —le preguntó Colin.

—Estaré mejor cuando salgamos de aquí —respondió ella.

Roy le dijo a Colin:

—Asqueroso hijo de puta. No tienes huevos para dispararle a nadie.

—Da un paso más y comprobarás que estás muy equivocado —le amenazó Colin, blandiendo la pistola.

Heather paralizó su gesto de desatarse las piernas.

Durante unos momentos, todos permanecieron en absoluto silencio.

Entonces, Roy avanzó un paso.

Colin le apuntó a los pies y apretó el gatillo en señal de advertencia.

Pero la pistola no disparó.

Lo intentó de nuevo.

Nada.

—Me dijiste que la pistola de tu madre no estaba cargada, ¿te acuerdas?

Una pétrea sonrisa de cólera cruzaba su rostro.

Frenética, desesperadamente, Colin, apretó el gatillo otra vez. Otra vez. ¡Otra vez!

Pero sin resultado.

Sabía que estaba cargada. Lo había comprobado. ¡Maldita sea, había visto las balas!

Recordó entonces los dispositivos de seguridad. Había olvidado desactivarlos.

Roy se abalanzó sobre él y Heather gritó.

Antes de que pudiera quitar los dos pequeños dispositivos de seguridad de la pistola, Colin cayó al suelo bajo el otro muchacho, más corpulento que él; ambos rodaron una y otra vez sobre la gruesa alfombra de polvo, Colin se dio un tremendo golpe en la cabeza con el suelo, Roy le cruzó el rostro con el dorso de la mano y, luego, le pegó una, dos, tres veces con los puños, que más parecían bloques de mármol, en las costillas y en el estómago, dejándolo sin respiración. Colin trató de utilizar la pistola como una porra, pero Roy le agarró la muñeca, hizo saltar el arma de su mano y la utilizó de la misma manera que había intentado Colin, la blandió, lo golpeó dos veces en la cabeza y, de repente, brotó la oscuridad, una oscuridad placentera, cálida, aterciopelada, inmensamente atractiva.

Colin se dio cuenta de que uno o dos golpes más lo dejarían inconsciente o lo matarían, y ya no le serviría de ayuda a Heather. Solamente podía hacer una cosa: relajar su cuerpo y hacer ver que estaba muerto. Roy dejó de aporrearlo y se sentó encima de él, jadeando. Luego, para asegurarse, golpeó una vez más el cráneo de Colin con el arma.

El dolor le estalló en el oído izquierdo, a través de la mejilla, en el puente de la nariz, como si le hubieran clavado en la cara docenas de agujas afiladas.

Perdió el conocimiento.