Colin telefoneó a Heather.
—¿Has hablado con la madre de Roy? —preguntó ella.
—Sí. Y he conseguido más de lo que esperaba.
—Cuéntamelo.
—Es demasiado complicado para explicártelo por teléfono. Tienes que oír la cinta.
—¿Por qué no la traes aquí? Mis padres estarán fuera todo el día.
—Estaré ahí en quince minutos.
—No vengas por la entrada principal. Podría ser que Roy estuviera en el cementerio que hay al otro lado de la calle; nunca se sabe. Ve por el callejón y entra por el patio trasero.
Se aseguró de que no lo seguían y, cuando llegó allí, Heather lo estaba esperando en el patio que había detrás de la casa. Entraron en la alegre cocina amarilla y blanca, se sentaron ante la mesa y escucharon la grabación de la conversación sostenida con la señora Borden.
Cuando Colin desconectó el aparato, Heather dijo:
—Es horrible.
—Lo sé.
—Pobre Roy.
—Ya sé lo que quieres decir —replicó Colin, malhumorado.
—Me arrepiento de todo lo malo que he dicho de él. No puede evitar ser como es.
—A mí me ha afectado de la misma manera. Pero no podemos sentir demasiada tristeza por él. Aún no. No nos podemos aventurar. Tenemos que recordar que es peligroso. Tenemos que recordar que se sentiría muy feliz si pudiera matarme a mí, y violarte y matarte a ti, si creyera que podía hacerlo impunemente.
El reloj de la cocina hacía un tictac sordo.
—Si dejáramos que la policía escuchara esta cinta, podríamos convencerlos —sugirió Heather.
—¿De qué? ¿De que Roy es un hijo maltratado? ¿De que lo maltrataron tanto que creció malo? Sí. Es posible que los convenciéramos de eso, de acuerdo; pero eso no probaría nada. No probaría que Roy asesinó a aquellos dos muchachos ni que trató de hacer descarrilar un tren la otra noche ni que está intentando matarme. Necesitamos algo más. Tenemos que seguir adelante con el resto del plan.
—Esta noche.
—Sí.