Regresó a casa unos minutos antes de las cinco.
Weezy entró un minuto después.
—Hola, Skipper.
—Hola.
—¿Has tenido un buen día?
—Ha estado bien.
—¿Qué has hecho?
—No gran cosa.
—Me gustaría que me lo contaras.
Él se sentó en el sofá.
—He ido a la biblioteca.
—¿A qué hora has ido?
—A las nueve de la mañana.
—Cuando me levanté ya no estabas.
—Me fui directamente a la biblioteca.
—¿Y después?
—A ningún sitio.
—¿Cuándo has vuelto a casa?
—Acabo de llegar ahora mismo.
Su madre frunció el ceño.
—¿Has estado todo el día en la biblioteca?
—¡Venga ya!
—De verdad.
Weezy dio unos pasos por el centro de la sala de estar.
Colin se tumbó boca arriba en el sofá.
—Colin, me estás haciendo enfadar.
—Te he dicho la verdad. Me gusta la biblioteca.
—Volveré a castigarte sin salir de casa.
—¿Por haber ido a la biblioteca?
—No te hagas el gracioso conmigo. —Él cerró los ojos—. ¿Adonde más has ido?
Exhaló un suspiro y dijo:
—Supongo que quieres oír una historia jugosa.
—Quiero saber a qué sitios has ido hoy.
—Bien. He bajado a la playa.
—¿Te has mantenido alejado de aquellos chicos, como te ordené?
—Tenía que encontrarme con alguien en la playa.
—¿Con quién?
—Con un traficante que conozco.
—¿Qué?
—Vende en la playa, fuera de su camioneta.
—¿Qué estás diciendo?
—Le compré un frasco de mayonesa lleno de píldoras.
—¡Oh, Dios mío!
—Luego traje aquí las píldoras.
—¿Aquí? ¿Dónde? ¿Dónde están?
—Las repartí en diez paquetitos de celofán.
—¿Dónde los has escondido?
—Me los llevé a la ciudad y los vendí de uno en uno.
—¡Oh, cielos! ¡Oh, Dios mío! ¿En qué te has metido? ¿Qué es lo que te pasa?
—Pagué cinco mil dólares por la droga y la vendí por quince mil.
—¿Cómo?
—Conseguí diez mil limpios. Ahora, si sigo obteniendo esos beneficios durante un mes, podré reunir dinero suficiente para comprarme un clíper y pasar de contrabando toneladas de opio procedente de Oriente.
Abrió entonces los ojos.
Su madre tenía el rostro enrojecido.
—¿Qué demonios se ha metido dentro de ti?
—Telefonea a la señora Larkin. Probablemente aún estará allí.
—¿Quién es la señora Larkin?
—La bibliotecaria. Ella te dirá dónde he estado todo el día.
Weezy lo miró durante un momento y se fue a la cocina a llamar por teléfono. Colin no podía creerlo. Llamaba de verdad a la biblioteca. Se sintió humillado.
—Has estado todo el día en la biblioteca —le dijo cuando regresó a la sala de estar.
—Sí.
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque me gusta la biblioteca.
—Quiero decir, ¿por qué te has inventado esa historia de que habías comprado píldoras en la playa?
—Pensé que era lo que deseabas oír.
—Supongo que piensas que tiene gracia.
—En cierto modo la tiene.
—Pues no es así. —Se sentó en un sillón—. De todo lo que hemos estado hablando durante toda la semana pasada, ¿no hay nada que te haya dejado huella?
—Todo.
—Te dije que, si querías que confiara en ti, tenías que ganarte esa confianza. Si quieres que te traten como a un adulto, has de comportarte como tal. Y, cuando parece que me estás escuchando, y yo empiezo a creer que conseguiremos llegar a alguna parte, de repente te sacas de la manga una historia estúpida como ésa. ¿Te das cuenta de lo que eso supone para mí?
—Creo que sí.
—Esa chiquillada que has hecho, inventarte la historia esa de comprar y vender píldoras en la playa… hace que desconfíe de ti todavía más.
Durante unos momentos, ambos permanecieron callados.
Por fin Colin rompió el silencio.
—¿Cenarás en casa esta noche?
—No puedo, Skipper. Tengo…
—… un compromiso de negocios.
—Así es. Pero te dejaré preparada la cena antes de marcharme.
—No te molestes.
—No quiero que comas porquerías.
—Me prepararé un bocadillo de queso. Eso no es ninguna porquería.
—Bébete también un vaso de leche.
—De acuerdo.
—¿Qué planes tienes para después?
—Oh, puede que vaya al cine —respondió, omitiendo deliberadamente mencionar a Heather.
—¿A qué cine?
—Al Baronet.
—¿Qué echan?
—Una película de terror.
—Me gustaría que dejaras de interesarte por esas chorradas.
Colin no contestó.
Ella prosiguió:
—Más vale que no te olvides de tu toque de queda.
—Iré a la primera sesión. Termina a las ocho, así que estaré de vuelta en casa antes de que anochezca.
—Lo comprobaré.
—Ya lo sé.
Weezy suspiró y se levantó.
—Será mejor que me duche y me cambie de ropa. —Se dirigió hacia el vestíbulo, se volvió y lo miró otra vez—. Si te hubieras comportado de otro modo hace un ratito, quizá no tendría que controlarte.
—Lo siento —dijo él. Y cuando se quedó solo exclamó—: ¡Mierda!