Ella no lo creyó. Se negó a avisar a la policía y a molestar a los Borden con una llamada telefónica a aquellas horas.
A las nueve y media de la mañana siguiente, Weezy habló por teléfono con Roy y, después, con su madre. Insistió en hablar en privado, así que Colin no pudo ni siquiera oír su parte de la conversación.
Después de hablar con los Borden quiso que Colin se retractara de lo que había dicho. Cuando él se negó a hacerlo, se puso furiosa.
A las once, tras una discusión agotadora, ella y Colin fueron al cementerio de chatarra. Ninguno de ellos articuló palabra durante el camino.
Aparcó al final del camino de tierra, cerca de la cabaña. Salieron del vehículo.
Colin estaba inquieto. Los ecos del terror de la noche anterior todavía reverberaban en su mente.
Su bicicleta estaba tumbada cerca de los peldaños del porche delantero. La bicicleta de Roy, por supuesto, había desaparecido.
—¿Lo ves? Estuve aquí.
Ella no dijo nada. Llevó la bicicleta a la parte trasera del coche.
Colin la siguió.
—Ocurrió exactamente como te conté.
Ella abrió la cerradura del maletero.
—Ayúdame.
Levantaron la bicicleta y la metieron en el maletero del coche, pero no encajaba bien, así que no lograron cerrar y dar la vuelta a la llave. Ella encontró un rollo de alambre en la caja de herramientas y usó un trozo para atar la tapa del maletero.
—¿Es que la bicicleta no prueba nada? —preguntó Colin.
Ella se volvió hacia él.
—Prueba que estuviste aquí.
—Es lo que te dije.
—Pero no con Roy.
—¡Intentó matarme!
—Él me ha dicho que anoche estuvo en su casa desde las nueve y media.
—¡Bueno, es lógico que diga eso! Pero…
—Eso es también lo que me ha dicho su madre.
—No es cierto.
—¿Estás llamando embustera a la señora Borden?
—Bueno, probablemente ella no sabe que está mintiendo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Seguramente Roy le dijo que estaba en casa, en su habitación, y se lo creyó.
—Ella sabe que estaba en casa no porque se lo dijera nadie, sino porque también se encontraba allí anoche.
—¿Pero habló realmente con él?
—¿Qué?
—Anoche. ¿Habló con él? ¿O dio por supuesto que estaba arriba en su habitación?
—No la interrogué con detalle sobre…
—¿Llegó a verlo ayer por la noche?
—Colin…
—Si no lo vio —siguió él, excitado—, no puede estar segura de que estuviera arriba en su habitación.
—Eso es ridículo.
—No. No lo es. En esa casa no hablan mucho unos con otros. No se prestan atención. No se andan buscando para entablar una conversación.
—Ella debió de ver que estaba allí cuando subió a darle las buenas noches.
—Pero es eso lo que precisamente estoy tratando de decirte. Su madre nunca haría algo así. Jamás sube a darle las buenas noches. Lo sé. Apostaría a que es así. No se comportan como la demás gente. Hay algo extraño en su manera de actuar. En esa casa ocurre algo raro.
—¿Y tú qué crees que es? —preguntó enfadada—. ¿Acaso son invasores procedentes de otro planeta?
—Por supuesto que no.
—¿Como en alguno de esos malditos libros que siempre estás leyendo?
—No.
—¿Hemos de llamar a Buck Rogers para que venga a salvarnos?
—Yo sólo… trataba de decirte que no parecen querer a Roy.
—Eso que dices es terrible.
—Estoy bastante seguro de que es cierto.
Ella agitó su cabeza con asombro.
—¿No se te ha ocurrido alguna vez pensar que quizá seas demasiado joven para comprender plenamente una emoción tan compleja como el amor y mucho menos las formas que puede tomar? ¡Dios mío, sólo eres un muchacho de catorce años sin experiencia! ¿Quién te crees tú para juzgar a los Borden en un tema como éste?
—¡Si vieras la forma en que se comportan! ¡Si oyeras cómo se hablan! Y nunca hacen nada juntos. Hasta nosotros hacemos más cosas juntos que los Borden.
—¿Hasta nosotros? ¿Qué quieres decir con eso?
—Bueno, no hacemos muchas cosas juntos, ¿no es verdad? Quiero decir, como familia.
En los ojos de su madre había algo que no deseaba ver. Apartó la mirada.
—Por si lo has olvidado, estoy divorciada de tu padre. Y, además, por si ya no te acuerdas, fue un divorcio doloroso. Un infierno. Así pues, ¿qué diablos esperas? ¿Crees que de vez en cuando tendríamos que ir los tres de excursión?
Colin movió los pies, restregándolos en la hierba.
—Me refiero a ti y a mí. Los dos. No nos vemos mucho, y los Borden ven a Roy todavía menos.
—¿Cuándo tengo tiempo, por el amor de Dios?
Él se encogió de hombros.
—Trabajo mucho —añadió.
—Lo sé.
—¿Crees que a mí me gusta trabajar tanto?
—Lo parece.
—Pues no es así.
—Entonces, ¿por qué…?
—Estoy intentando construir un futuro para nosotros. ¿Eres capaz de entenderlo? Quiero asegurarme de que nunca tengamos que preocuparnos por el dinero. Deseo conseguir seguridad. Una gran seguridad. Pero tú no lo sabes apreciar.
—No es verdad. Sé que trabajas mucho.
—Si apreciaras lo que estoy haciendo por nosotros, por ti, entonces no habrías tratado de inquietarme con toda esa gilipollez de que Roy ha intentado matarte y…
—No es una gilipollez.
—No digas esa palabra.
—¿Qué palabra?
—Ya sabes lo que quiero decir.
—¿Gilipollez?
Le dio una bofetada.
Asombrado, Colin se llevó una mano a la mejilla.
—No sonrías de ese modo tan cínico —dijo ella.
—No lo he hecho.
Weezy se alejó. Anduvo unos cuantos pasos por la hierba y contempló durante unos momentos el cementerio de chatarra. Colin casi se puso a llorar. Pero no quería que ella lo viera llorando, de modo que se mordió el labio y contuvo las lágrimas. Después de un rato, en vez de herido y humillado, se sintió rabioso y, entonces, ya no tuvo que volver a morderse el labio.
Cuando su madre recobró la compostura, se reunió con él.
—Lo siento —se disculpó.
—No pasa nada.
—He perdido los estribos, y eso no es precisamente dar un buen ejemplo.
—No me ha dolido.
—Me has hecho enfadar mucho.
—No era mi intención.
—Me has hecho enfadar porque sé lo que está sucediendo. —Colin esperó—. Ayer viniste aquí en bicicleta, sólo que no con Roy. Yo sé con quién viniste. —Él siguió callado—. Oh, no sé cómo se llaman, pero sé la clase de chicos que son.
Él parpadeó.
—¿De qué estás hablando?
—Sabes muy bien a qué me refiero. Me refiero a esos otros amigos tuyos, esos listillos que ves hoy en día de pie en las esquinas de las calles, esos gamberros subidos en sus monopatines que intentan tirarte de la acera cuando pasas junto a ellos.
—¿Tú crees que esa clase de chicos quiere saber algo conmigo? A mí me tirarían de la acera.
—Estás siendo evasivo.
—Te estoy diciendo la verdad. Roy era el único amigo que tenía.
—Tonterías.
—No me resulta fácil hacer amigos.
—No me mientas. —Colin permaneció en silencio—. Desde que nos trasladamos a Santa Leona, te has mezclado con chicos indeseables.
—No.
—Y anoche viniste aquí con algunos de ellos porque probablemente éste es un lugar popular, y en realidad parece el sitio ideal, para escabullirse y fumar algún tipo de droga y hacer… todo tipo de cosas.
—No.
—Anoche viniste aquí con ellos, te tomaste unas píldoras, Dios sabe de qué tipo, y luego te quedaste colocadísimo.
—No.
—Confiésalo.
—No es verdad.
—Colin, sé que básicamente eres un buen muchacho. Antes nunca te habías metido en ningún lío. Ahora has cometido un error. Has permitido que otros chicos te hagan ir por el mal camino.
—No.
—Si lo admites, si te enfrentas a ello, no me enfadaré contigo. Te respetaré por aceptar tu castigo. Te ayudaré, Colin, si me das la oportunidad de hacerlo.
—Dame tú a mí una oportunidad.
—Te tomaste un par de píldoras…
—No.
—… y durante unas cuantas horas estuviste ido, bajo los efectos de las píldoras.
—No.
—Y, cuando finalmente se te pasó el efecto, te diste cuenta de que habías vuelto a la ciudad sin tu bicicleta.
—¡Jo!
—No estabas seguro de cómo regresar aquí y recoger tu bicicleta. Tenías las ropas rasgadas, sucias, y era la una de la madrugada. Sentiste pánico. No sabías cómo explicarlo, así que te inventaste esa historia estúpida acerca de Roy Borden.
Apenas pudo contenerse y no gritar.
—¿Quieres escucharme?
—Te escucho.
—Roy Borden es un asesino. El…
—Me decepcionas.
—¡Mira lo que soy, por todos los demonios!
—No hables así.
—¿No me ves?
—No me chilles.
—¿No puedes verme tal como soy?
—Eres un muchacho que se ha metido en un lío y que cada vez se está complicando más.
Colin estaba furioso con ella porque le estaba obligando a mostrar una faceta que antes nunca había exteriorizado.
—¿Tengo el aspecto de uno de esos chicos? ¿Tú crees que se dignarían saludarme? Ni siquiera se molestarían en escupirme. Para ellos no soy más que un imbécil delgaducho, tímido y miope. —Las lágrimas empezaron a resbalarle por los ojos. Se odiaba por ser incapaz de contenerlas—. Roy era el mejor amigo que yo tenía. Era mi único amigo. ¿Por qué tendría yo que inventarme una historia tan absurda sólo para meterlo en un lío?
—Estabas confuso y desesperado. —Lo contempló como si su mirada fuera a penetrarlo y a revelar la verdad tal como ella imaginaba que era—. Y, en lo que respecta a Roy, estabas furioso con él porque se negó a venir aquí contigo y con los demás.
Colin la miró atónito.
—¿Quieres decir que Roy te ha explicado todo esto? ¿Que toda esa estupidez de que tomo drogas proviene de Roy?
—Anoche ya lo sospeché. Cuando se lo mencioné a Roy me confirmó que yo estaba en lo cierto. Me dijo que estabas muy enfadado con él porque no quiso ir a la fiesta…
—¡Trató de matarme!
—… y porque no quiso poner dinero para comprar las píldoras.
—No hubo píldoras.
—Roy dice que sí, y eso explica muchas cosas.
—¿Nombró siquiera a uno de esos salvajes drogadictos con los que se supone que voy?
—Ellos no me importan. Eres tú el que me preocupas.
—¡Jo!
—Estoy preocupada por ti.
—Pero por un motivo que no es el correcto.
—Jugar con drogas es estúpido y peligroso.
—No he hecho nada de eso.
—Si deseas que te traten como a un adulto, debes empezar a actuar como tal —dijo ella en un tono pedante que lo exasperó—. Un adulto admite sus errores. Un adulto siempre acepta las consecuencias de sus actos.
—La mayoría de los adultos que conozco no.
—Si sigues con ese intento obstinado de…
—¿Cómo puedes creerlo a él y no a mí?
—Es un muchacho muy agradable. Él…
—¡Si solamente has hablado con él un par de veces!
—Lo suficiente para saber que es un muchacho muy formado y maduro para su edad.
—¡No lo es! No es así en absoluto. ¡Está mintiendo!
—Su historia suena más verosímil que la tuya. Y me da la impresión de que es un muchacho sensato.
—¿Tú crees que yo no soy sensato?
—Dime, Colin, ¿cuántas noches me has sacado de la cama porque estabas convencido de que algo estaba reptando por el desván?
—No demasiado a menudo —murmuró.
—Sí. Muy a menudo. Demasiado. ¿Y encontramos algo en alguna ocasión cuando fuimos a mirar?
Él suspiró.
—¿Encontramos algo? —insistió ella.
—No.
—¿Cuántas noches has estado completamente seguro de que algo estaba rondando furtivamente fuera de la casa, tratando de colarse por tu ventana?
No contestó.
Su madre aprovechó la ventaja:
—¿Crees que los muchachos sensatos se pasan todo el tiempo construyendo maquetas de plástico de los monstruos que salen en las películas?
—¿Es por eso por lo que no me crees? ¿Porque veo muchas películas de terror? ¿Porque leo novelas de ciencia ficción?
—¡Basta ya! No intentes hacer que parezca una imbécil.
—Mierda.
—También estás aprendiendo palabrotas de esa gente con quien vas, y eso no voy a permitirlo.
Colin se alejó y se internó en el cementerio de chatarra.
—¿Adónde vas?
—Puedo enseñarte pruebas —dijo, a la vez que se alejaba.
—Nos vamos.
—Pues vete.
—Hace una hora que tendría que estar ya en la galería.
—Puedo mostrarte una prueba si te molestas en mirarla.
Atravesó el cementerio de coches hacia el punto en que la colina descendía hasta la vía del tren. No estaba seguro de si ella lo seguía, pero trató de actuar como si no tuviera ninguna duda de ello. Creía que mirar atrás sería un signo de debilidad, y tenía la impresión de haber sido un apocado durante demasiado tiempo.
La noche anterior, la colección de chatarra del Ermitaño Hobson le pareció un laberinto siniestro. A la luz del día, aquél era solamente un lugar triste, muy triste y solitario. Entrecerrando un poco los ojos se podía ver a través de aquella superficie estéril y llena de hoyos, a través del presente triste, y descubrir el pasado que brillaba en todo aquello. En otros tiempos, esos automóviles estuvieron relucientes y eran bonitos. La gente invirtió trabajo, dinero y sueños en aquellas máquinas y todo se había convertido en una cosa: herrumbre.
Cuando Colin llegó al extremo oeste del cementerio, le costó creer lo que sus ojos veían con claridad. La prueba que quería mostrarle a Weezy había desaparecido.
La camioneta destartalada todavía estaba a unos tres metros del borde de la cima de la colina, en el lugar donde Roy se vio obligado a abandonarla, pero las tiras de metal acanalado habían desaparecido. Si bien, cuando la camioneta se detuvo, las ruedas delanteras se habían hundido en la porquería, las ruedas traseras permanecieron en los carriles. Colin lo recordaba con toda claridad. Y, sin embargo, las cuatro ruedas descansaban sobre la tierra desnuda.
Se dio clara cuenta de lo ocurrido y supo que tendría que haberlo previsto. La noche anterior, cuando logró con éxito esconderse de Roy en el cauce seco del río situado al oeste de la línea del ferrocarril, Roy no se apresuró a regresar inmediatamente a la ciudad para esperarlo en su casa, sino que dio por finalizada la persecución y volvió allí a borrar todas las huellas de su plan para hacer descarrilar el tren. Se había llevado de allí todos los tramos de metal utilizados para construir los carriles improvisados para la camioneta. Incluso había levantando las dos ruedas traseras del Ford con un gato, para recuperar las dos últimas planchas metálicas incriminatorias.
La hierba de detrás de la camioneta, la cual seguramente resultó aplastada cuando el vehículo pasó por encima, aparecía casi tan alta y lozana como la que cubría el resto del cementerio de chatarra. Se mecía suavemente con la brisa. Roy habría consumido mucho tiempo enderezándola, para eliminar así las huellas en paralelo de las ruedas de la camioneta. Al examinar el terreno más de cerca, Colin vio que las flexibles hierbecitas apenas habían sufrido daño alguno. Unas pocas estaban rotas, dobladas unas cuantas más y algunas aplastadas. Pero aquellos signos sutiles no suponían prueba suficiente para convencer a Weezy de que la historia era cierta.
Si bien se hallaba a unos seis metros más cerca del borde de la cima que los demás coches, parecía como si la camioneta hubiera estado en ese mismo lugar, sin que nadie la tocara, durante años y años.
Colin se arrodilló junto al vehículo y alargó la mano hacia la parte de atrás de una de las ruedas oxidadas. Sacó un montón de grasa.
—¿Qué haces? —preguntó Weezy.
Colin se volvió y levantó su mano cubierta de grasa.
—Esto es todo lo que te puedo enseñar. Ha hecho desaparecer todo lo demás, todas las otras pruebas.
—¿Qué es eso?
—Grasa.
—¿Y qué?
No había nada que hacer.