Llegaron a Santa Leona a las once menos cuarto y se detuvieron en una gasolinera de Broadway. El lugar ya estaba cerrado; la única luz que había allí provenía de la máquina de refrescos.
Roy se metió la mano en el bolsillo para buscar algunas monedas.
—¿Qué quieres tomar? Yo invito.
—Tengo algo de dinero.
—Tú ya has pagado la cena.
—Bueno…, de acuerdo. Quiero un zumo de uva.
Durante un rato permanecieron callados sorbiendo ruidosamente sus bebidas. Finalmente, Roy dijo:
—Esta es una noche estupenda, ¿verdad?
—Sí.
—¿Te estás divirtiendo?
—Claro que sí.
—Yo me lo estoy pasando bomba, ¿y sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque tú estás aquí.
—Claro —asintió Colin, despreciándose a sí mismo duramente—. Suelo ser siempre el alma de la fiesta.
—Lo digo de verdad. Eres el mejor amigo que un tío pueda desear.
Esta vez, Colin se ruborizó tanto de orgullo como de vergüenza. En realidad —añadió Roy—, eres el único amigo que tengo y el único que necesito.
—Tienes cientos de amigos.
—Sólo son conocidos. Existe una gran diferencia entre un amigo y un conocido. Antes de que tú llegaras a la ciudad estuve mucho tiempo sin tener un amigo de verdad.
Colin no sabía si Roy le decía la verdad o estaba tomándole el pelo. Carecía de experiencia para poder juzgar, porque nadie le había hablado jamás como acababa de hacerlo él.
Roy dejó a un lado la botella de cola a medio terminar y sacó una navaja del bolsillo.
—Creo que es el momento de hacerlo.
—¿De hacer qué?
De pie bajo la suave luz de la máquina de refrescos, Roy abrió la navaja, apoyó la punta afilada contra la parte carnosa de la palma de su mano y apretó lo suficiente para hacer brotar la sangre: una gota espesa, semejante a una perla escarlata. Estrujó la diminuta herida hasta que empezó a salir más sangre y a resbalarle por la mano.
Colin estaba horrorizado.
—¿Por qué has hecho eso?
—Extiende la mano.
—¿Te has vuelto loco?
—Haremos como los indios.
—¿Que vamos a hacer qué?
—Seremos hermanos de sangre.
—Ya somos amigos.
—Ser hermanos de sangre es mucho mejor.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Cuando se haya mezclado nuestra sangre, seremos como una sola persona. En el futuro, cualquier amigo que yo tenga se convertirá automáticamente en tu amigo. Y tus amigos serán los míos. Siempre estaremos juntos, nunca nos separaremos. Los enemigos de uno serán los enemigos del otro, así que seremos el doble de fuertes y el doble de inteligentes que cualquier otra persona. Nunca lucharemos en solitario. Seremos tú y yo contra todo el maldito mundo. Y será mejor que el mundo se ande con cuidado.
—¿Y todo eso ocurrirá sólo porque nos demos un apretón de manos sangriento?
—Lo importante es lo que simboliza el apretón de manos. Simboliza la amistad, el amor y la confianza.
A Colin le era imposible apartar la vista del hilo escarlata que atravesaba la palma de la mano y la muñeca de Roy.
—Dame la mano.
A Colin lo excitaba la idea de ser hermano de sangre de Roy, pero al mismo tiempo sentía un poco de aprensión.
—La navaja no parece estar muy limpia.
—Lo está.
—De un corte sucio se puede envenenar la sangre.
—Si hubiera habido una posibilidad de eso, ¿me habría hecho yo primero el corte? —Colin vacilaba—. ¡Por el amor de Dios! El agujero no será mayor que el pinchazo de un alfiler. Venga, dame la mano.
A regañadientes, Colin extendió la mano derecha con la palma hacia arriba. Estaba temblando.
Roy la asió con firmeza y acercó la hoja de la navaja a la piel.
—Solamente será un segundo —le aseguró Roy.
Colin no se atrevió a hablar por temor a que se le quebrara la voz.
El dolor fue rápido, agudo, pero no duró más que un instante. Colin se mordió el labio, decidido a no gritar.
Roy cerró la navaja y la guardó.
Con dedos temblorosos, Colin apretó la herida hasta que empezó a fluir la sangre.
Roy puso su mano sangrante sobre la de Colin. Su presión fue firme.
Colin apretó a su vez con todas sus fuerzas. La carne mojada produjo un chasquido seco, casi inaudible, mientras se daban el apretón de manos.
Estaban de pie delante de la gasolinera desierta, bajo el aire frío de la noche que olía a gasolina, mirándose a los ojos, cada uno respirando el aliento del otro, sintiéndose fuertes, especiales y salvajes.
—Hermano mío —dijo Roy.
—Hermano mío.
—Para siempre.
—Para siempre.
Colin se concentró en el pinchazo de su mano, tratando de sentir el momento en que la sangre de Roy empezara a fluir por sus propias venas.