A dos manzanas de su casa, Roy Borden giró a la izquierda, se metió en otra calle, dejando atrás la casa de los Borden, y Colin, por un momento, tuvo otra vez la sensación de que el otro muchacho estaba tratando de despistarlo. En cambio, Roy penetró en un sendero de entrada situado en mitad de la manzana y dejó la bicicleta. Colin se detuvo a su lado.
La casa se hallaba bien cuidada, era blanca y tenía postigos de color azul oscuro. Un Honda Accord de dos años de antigüedad estaba aparcado en el garaje abierto, encarado hacia fuera, y había un hombre inclinado bajo la capota levantada, reparando algo. Se encontraba a unos nueve metros de Colin y de Roy y no se dio cuenta inmediatamente de que tenía compañía.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Colin.
—Quiero que conozcas al entrenador Molinoff —contestó Roy.
—¿A quién?
—Es el entrenador de los alevines del equipo de fútbol americano de la escuela. Quiero que lo conozcas.
—¿Por qué?
—Ya lo verás.
Roy se dirigió hacia el hombre que trabajaba bajo la capota del Honda.
Colin lo siguió a regañadientes. Se sentía incómodo cuando le presentaban a alguien. Nunca sabía qué decir ni cómo actuar. Tenía la seguridad de que siempre producía una primera impresión pésima y le daban pánico las situaciones como aquélla.
El entrenador Molinoff alzó la vista del motor del Honda cuando oyó acercarse a los muchachos. Era un hombre alto, ancho de espaldas, con cabellos de un color rubio rojizo y ojos azul grisáceo. Sonrió al ver a Roy.
—Hola, ¿qué hay de nuevo, Roy?
—Entrenador, éste es Colin Jacobs. Es nuevo en la ciudad. Ha venido de Los Ángeles. En otoño ingresará en la escuela, en la Central, en el mismo curso que yo.
Molinoff tendió una mano grande y callosa.
—Me alegro de conocerte.
Colin aceptó el saludo un tanto incómodo, a la vez que su mano desaparecía dentro de aquella manaza. Los dedos del entrenador estaban ligeramente grasientos.
—¿Cómo te sienta el verano, muchacho? —le preguntó Molinoff a Roy.
—De momento, bien. Pero básicamente me dedico a matar el tiempo, esperando a que empiecen los entrenamientos de pretemporada a finales de agosto.
—Vamos a tener un año estupendo —comentó el entrenador.
—Ya lo sé —asintió Roy.
—Si sigues haciéndolo tan bien como el año pasado, el entrenador Penneman podría dejarte jugar alguna vez en el último cuarto de partido en el equipo titular cuando la temporada esté más avanzada.
—¿Lo crees en serio? —preguntó Roy.
—No te me quedes mirando tan pasmado. Eres el mejor jugador del equipo de alevines y lo sabes. La falsa modestia no es ninguna virtud, muchacho.
Roy y el entrenador se pusieron a hablar sobre estrategias de fútbol y Colin se limitó a escuchar, incapaz de contribuir en modo alguno a la conversación. Nunca había demostrado mucho interés por los deportes. Si le preguntaban algo relacionado con ellos, siempre respondía que lo aburrían y que prefería los libros y las películas estimulantes. En realidad, aunque los libros y las películas le proporcionaban placeres sin límites, algunas veces lamentaba no poder compartir la camaradería especial de la que los deportistas parecían disfrutar. Para un muchacho como él, que lo veía desde fuera, el mundo de los deportes era fascinante y atractivo; de todos modos, no perdía mucho tiempo soñando, porque era completamente consciente de que la naturaleza no le había proporcionado las dotes naturales suficientes para lograr el éxito en una carrera deportiva. Con su miopía, sus piernas esqueléticas y sus brazos como palillos jamás podría llegar a ser en el deporte más de lo que era en ese momento: un oyente, un observador, pero nunca un participante.
Molinoff y Roy hablaron de fútbol durante unos minutos y después Roy preguntó:
—Entrenador, ¿qué hay de los ayudantes del equipo?
—¿Qué pasa con ellos?
—Bueno, el año pasado teníamos a Bob Freemont y a Jim Safinelli. Pero los padres de Jim se trasladaron a Seattle, y Bob será uno de los ayudantes del equipo titular la temporada próxima. Así que necesitas un par de chicos nuevos.
—¿Has pensado en alguien? —quiso saber Molinoff.
—Sí. ¿Por qué no darle a Colin una oportunidad?
Colin parpadeó sorprendido.
—¿Sabes lo que eso implica, Colin? —dijo el entrenador mientras lo examinaba.
—Tendrás tu propia chaqueta del equipo —explicó Roy—. Te sentarás en el banquillo con los jugadores en cada partido. Y viajarás con nosotros en el autocar del equipo a todos los partidos que se jueguen fuera de la ciudad.
—Roy solamente te ha explicado el lado bueno del trabajo —añadió el entrenador—. Ésas son las ventajas de ser ayudante. También tendrás deberes. Como pueden ser el recoger y empaquetar los uniformes para llevarlos a la lavandería. Y encargarte de las toallas. Tendrás que aprender a dar correctamente masajes a los jugadores en el cuello y en los hombros. Me tendrás que hacer los recados. Y muchas otras cosas. Deberás asumir bastantes responsabilidades. ¿Crees que puedes hacerlo?
De repente, por primera vez en su vida, Colin pudo imaginarse a sí mismo dentro en lugar de fuera, moviéndose en los círculos adecuados, mezclándose con algunos de los muchachos más populares de la escuela. En su interior sabía que el ayudante del entrenador no era más que un chico de los recados glorificado, pero apartó todos los pensamientos negativos de su mente. Lo importante —lo más increíble— era que formaría parte de un mundo que hasta entonces había estado fuera de su alcance. Lo aceptarían los jugadores, al menos en parte; sería uno de ellos. ¡Uno de los chicos! Su imagen mental de la vida como ayudante del entrenador era deslumbrante, enormemente atractiva, puesto que siempre había sido un marginado. No se acababa de creer que aquello le estuviera ocurriendo de verdad a él.
—¿Y bien? —preguntó el entrenador Molinoff—. ¿Crees que serías un buen ayudante para el equipo?
—Sería perfecto —se adelantó Roy.
—Por supuesto que me gustaría intentarlo —respondió Colin. Tenía la boca seca.
Molinoff lo contempló, mientras sus ojos azul grisáceo calculaban, sopesaban, juzgaban. Luego, le lanzó una mirada a Roy.
—Supongo que tú no recomendarías a nadie que fuera un completo desastre.
—Colin sirve para ese trabajo —le aseguró Roy—. Es de fiar.
Molinoff miró nuevamente a Colin y finalmente asintió con la cabeza.
—De acuerdo, ya eres un ayudante del entrenador, hijo. Ven con Roy al primer entrenamiento. Será el veinte de agosto. ¡Y prepárate a trabajar duro!
—Sí, señor. Gracias, señor.
Mientras se dirigía con Roy hacia donde estaban las bicicletas, al final del sendero de entrada, se sentía más alto y más fuerte que tan sólo unos minutos antes. Estaba sonriendo.
—Te gustará viajar en el autocar del equipo —comentó Roy—. Nos lo pasaremos muy bien.
—Roy, yo…, bueno…, creo que eres el mejor amigo que cualquiera podría desear —dijo Colin cuando se montó en su bicicleta.
—Oye, no lo he hecho sólo por ti, sino también por mí. A veces esos viajes que hacemos para jugar fuera de la ciudad son muy aburridos. Pero si estamos tú y yo juntos en el autocar, no habrá ni un minuto de aburrimiento. Venga, vamos a mi casa. Te quiero enseñar esos trenes.
A continuación se alejó pedaleando.
Mientras seguía a Roy por el pavimento sombreado por las palmeras y moteado de rayos del sol, entusiasmado y algo aturdido, se preguntó si el trabajo de ayudante del entrenador sería la causa por la que Roy lo ponía a prueba. ¿Era el secreto que había estado escondiendo durante la última semana? Reflexionó sobre aquello durante unos momentos y, cuando llegaron a casa de los Borden, decidió que su amigo ocultaba además alguna otra cosa, algo muy importante que Colin todavía no había demostrado ser digno de compartir con él.