Una salus victis nullam sperare salutem.

(La única salvación de los vencidos es no

esperar salvación alguna.)

VIRGILIO, Eneida, II, 354

Virgilio era un hombre sabio, y tal vez por eso su cita ha llegado hasta nosotros. Y nos viene de perlas, porque no somos más que vencidos. Derrotados por una sociedad que aplasta nuestra cultura y la condena al olvido. Un admirador de Virgilio, Silo Itálico, nos advirtió que abandonar toda esperanza de salvación resulta un estímulo formidable. Al escribir esta novela, doy por perdidas mis esperanzas, pero no así el propósito de honrar cuanto pueda a mis antepasados. Gracias, pues, a ellos, a los que vencieron y a los que fueron derrotados. Gracias a celtas, iberos, romanos, visigodos, andalusíes, cristianos… Gracias a quienes se alzaron contra la injusticia y a quienes se mantuvieron fieles a sus juramentos. Gracias a Homero, por presentarme a Héctor y Andrómaca, y a quienes escribieron durante milenios para preservar mi pasado. Gracias a Ambrosio Huici Miranda, el arabista que empeñó años de su vida para traernos, a mí y a millones como yo, el conocimiento de los siglos pretéritos. Gracias a quienes me acompañan en la derrota constante de la vida. Gracias a mi familia, por supuesto. Sobre todo a Ana y Yaiza, mis banderas de batalla más allá de patrias y leyes. Gracias a mis compañeros del grupo literario del Cuaderno Rojo, que me leen, aconsejan y animan, y especialmente a Marina López, de la Universidad Jaime I de Castellón, por las horas de sueño perdido con el manuscrito de esta novela y por contagiarme su entusiasmo. Gracias a los impagables consejos del wanax Josep Asensi. Gracias a las mesnadas que me ayudaron a aguantar los embates enemigos en la Biblioteca Pública de Valencia, en la Biblioteca Valenciana de San Miguel de los Reyes, en el Archivo del Reino de Valencia, la Biblioteca de Humanidades de la Universidad de Valencia, el Instituto de Estudios Turolenses y el Archivo Histórico Provincial de Teruel. Gracias a los recreacionistas de Fidelis Regi, Feudorum Domini, A. C. H. A., Aliger Ferrum y Arcomedievo, que me mostraron otras formas de usar mis armas. Gracias a mis compañeros de trabajo, los que se baten en vanguardia día a día y que disculpan mis ausencias medievales. No espero salvación alguna para ninguno de ellos, y por eso he escrito esta novela.