Una oportunidad inesperada

Lirael no supo muy bien cómo consiguieron regresar tan deprisa al hangar de las papelonaves. Sabía que la habían aferrado más manos de las que correspondían a siete personas y que la hicieron recorrer la nieve a empellones, con lo que el trayecto le resultó más incómodo que si la hubiesen dejado caminar sola. Durante unos instantes creyó que estaban muy, pero que muy enfadadas con ella. Se dio cuenta entonces de que en realidad tenían frío y querían meterse dentro de una vez por todas.

Una vez en el interior del hangar, quedó claro que aunque las Clarvis no estaban realmente furiosas, tampoco se las veía encantadas de la vida. Le arrancaron el gorro, los anteojos y la bufanda sin miramientos, tirándole del pelo si hacía falta, y entonces se encontró con siete caras moradas de frío que la miraban desde arriba.

—La hija de Arielle —dijo Sanar, como quien nombra una planta o una flor entresacada de una relación—. Lirael. No figura en la lista de turnos de la guardia. Por tanto, todavía carece del don de la visión. ¿Es así?

—Pu… pues… sí —tartamudeó Lirael.

Nadie la había mirado nunca con tanta fijeza; además, siempre que podía, trataba de no hablar con nadie, sobre todo con las Clarvis hechas y derechas. Las Clarvis importantes la ponían nerviosa incluso cuando no había hecho nada de lo que avergonzarse. Y ahí delante tenía a siete de ellas dedicándole toda su atención. Deseó que la tierra se la tragara para reaparecer luego en su cuarto.

—¿Por qué te escondías ahí fuera? —preguntó la Clarvi anciana. Lirael recordó de pronto que se llamaba Mirelle—. ¿Por qué no estás en la ceremonia del despertar?

Su voz no tenía ni una pizca de calidez, era fría y autoritaria. Lirael recordó algo tarde que aquella anciana de cabellos grises y cara coriácea era, además, la comandante de las tropas de asalto de las Clarvis, encargadas de cazar y patrullar por los montes Estrella y Ocaso, el glaciar y el valle del río. Se encargaban de todo, desde viajeros perdidos hasta bandidos de pocas luces y fieras acechantes. Era mejor no meterse con ellas.

Mirelle le repitió la pregunta; Lirael no atinaba a contestarle. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero consiguió que no rodaran por sus mejillas. Cuando creyó que Mirelle estaba a punto de emprenderla a sacudones con ella para arrancarle la respuesta y frenar las lágrimas, dijo lo primero que le vino a la cabeza.

—Es mi cumpleaños. Hoy cumplo catorce años.

No supo por qué extraña razón aquello era justamente lo que debía decir. Todas las Clarvis se relajaron y Mirelle dejó de aferrarla por los hombros. Lirael dio un respingo. La anciana la había apretado con fuerza suficiente para dejarle morados.

—De manera que has cumplido catorce años —dijo Sanar, mucho más amable que Mirelle—. ¿Y estás preocupada porque la visión no ha despertado en ti?

Lirael asintió sin atreverse a hablar.

—A algunas nos llega tarde —prosiguió Sanar mirándola con ojos cálidos y comprensivos—. Ten en cuenta que cuanto más tarda, más fuerte despierta. A Ryelle y a mí no nos llegó hasta los dieciséis. ¿No te lo había dicho nadie?

Lirael abrió los ojos como platos y por primera vez su mirada se encontró con la de la Clarvi. ¡Dieciséis años! ¡Imposible!

—No puede ser. —La sorpresa y el asombro se le notaban en la voz—. ¿A los dieciséis?

—Sí —dijo Ryelle sonriendo y prosiguiendo la conversación donde Sanar la había dejado—. A los dieciséis años y medio, para ser exactas. Pensamos que nunca nos llegaría. Pero llegó. Imagino que no podías soportar el tener que asistir a otra ceremonia del despertar. Por eso subiste hasta aquí, ¿verdad?

—Sí —contestó Lirael esbozando una tímida sonrisa.

¡Dieciséis años! O sea que todavía le quedaban esperanzas. Le entraron ganas de repartir abrazos entre todas, incluida Mirelle, y de bajar la escalera del monte Estrella a todo correr, gritando de alegría.

De repente, su plan de quitarse la vida le pareció increíblemente estúpido, y su gestación, algo del pasado remoto.

—Gran parte de los problemas que tuvimos entonces se debían a que nos pasábamos todo el tiempo pensando en que carecíamos del don de la visión —comentó Sanar, a quien no se le habían escapado las señales de alivio reflejadas en el rostro de Lirael y en la postura de su cuerpo—, y por eso no formábamos parte de la guardia y no recibíamos adiestramiento en el uso de la visión. Y a nosotras tampoco nos gustaba hacer turnos extra en la lista de tareas.

—No, la verdad —se apresuró a decir Lirael. ¿A quién iba a apetecerle limpiar lavabos o fregar platos más de lo necesario?

—No era habitual que se nos asignara un puesto antes de los dieciocho años —prosiguió Ryelle—. Pero lo pedimos, y la guardia acordó que desempeñáramos un trabajo adecuado. Pasamos a formar parte del personal de vuelo de las papelonaves y aprendimos a pilotarlas. Ocurrió en la época que precedió el regreso del rey, cuando todo era mucho más peligroso e inestable, de manera que volamos con muchas más patrullas y llegamos mucho más lejos que ahora.

»Al cabo de un año de vuelos, la visión despertó en nosotras. Podía haber sido un año horrible, como lo había sido el anterior, en el que esperamos sentadas a que nos viniera el don, pero estábamos demasiado ocupadas para pensar siquiera en ello. ¿Crees que un trabajo adecuado podría ayudarte a ti también?

—¡Sí! —contestó Lirael con fervor.

Si le asignaban un trabajo fijo ya no se vería obligada a llevar la túnica infantil, podría vestirse con el uniforme de las Clarvis trabajadoras. También podría alejarse de las niñas más pequeñas y de tía Kirrith. A lo mejor, dependiendo de la tarea que fuese, incluso cabía la posibilidad de que la eximieran de participar en las ceremonias del despertar.

—La cuestión es, ¿qué trabajo se ajustaría más a ti? —caviló Sanar—. Creo que nunca has aparecido en nuestras visiones, de manera que por ahí no conseguiremos ninguna ayuda. ¿Hay algún destino que te interese especialmente? ¿Las tropas de asalto? ¿El personal de vuelo de las papelonaves? ¿La oficina de comercio? ¿El banco? ¿Obras públicas? ¿La enfermería? ¿La central térmica?

—No tengo ni idea —dijo Lirael, repasando mentalmente la gran variedad de trabajos que hacían las Clarvis, además de las tareas comunitarias.

—¿Qué se te da mejor? —preguntó Mirelle. Miró a Lirael de arriba abajo, midiéndola sin ningún complejo, para comprobar si podía reclutarla para las tropas de asalto. Levantó ligeramente la nariz en el aire, en clara señal de que el potencial de Lirael no daba para grandes alegrías—. ¿Qué tal manejas la espada y el arco?

—No muy bien —contestó Lirael sintiéndose culpable y pensando en todas las prácticas a las que había faltado en los últimos tiempos para encerrarse en su cuarto a lamerse las heridas—. Lo que mejor se me da, creo yo, es la magia del Gremio. Y la música.

—Tal vez las papelonaves serían la solución —dijo Sanar. Frunció el ceño y miró a sus compañeras—. Aunque me parece a mí que todavía eres demasiado joven. Las papelonaves pueden llegar a ser una mala influencia.

Lirael observó de reojo a las papelonaves y no pudo contener un ligero estremecimiento. Le gustaba la idea de volar, pero las papelonaves le daban un poco de miedo. Resultaba un tanto espeluznante que estuviesen vivas y tuvieran su propia personalidad. ¿Qué pasaría si se veía obligada a hablar todo el tiempo con una de ellas? Si ya le gustaba poco hablar con la gente, con las papelonaves, mucho menos aún. Tras sopesar ese detalle, Lirael dedujo cuál sería el trabajo en el que tendría menos contacto con la gente y dijo:

—Me gustaría trabajar en la biblioteca.

—La biblioteca —repitió Sanar, un tanto contrariada—. ¡Huy! Puede ser peligrosa para una chica de catorce años. Y bien mirado, también para una mujer de cuarenta.

—Sólo en parte —adujo Ryelle—. Sólo los niveles antiguos.

—No se puede trabajar en la biblioteca sin haber pasado por los niveles antiguos —comentó Mirelle con tono sombrío—. Al menos una temporada. A mí no me haría ninguna gracia recorrer ciertas zonas de la biblioteca.

Lirael las escuchaba preguntándose por lo que estarían hablando. La Gran Biblioteca de las Clarvis era un lugar inmenso, pero nunca había oído mencionar los niveles antiguos.

Conocía muy bien el plano general del edificio de la biblioteca. Tenía forma de concha de nautilo, un túnel continuo que descendía en una espiral cada vez más cerrada hasta el corazón de la montaña. Esa espiral principal era una rampa sinuosa muy larga que conducía desde las cimas más altas de la montaña hasta más abajo del suelo del valle, a varios cientos de metros de profundidad.

De la espiral principal partían incontables corredores, habitaciones, vestíbulos y extrañas salas. Muchas de ellas albergaban los registros escritos de las Clarvis, en su mayoría documentos con las profecías y visiones de generaciones de videntes. Aunque también archivaban libros y documentos de todos los rincones del reino. Libros de magia y misterio, sabidurías antiguas y modernas. Pergaminos, mapas, hechizos, pócimas, inventarios, historias, cuentos reales y sabe el Gremio qué más.

Además de todas esas obras escritas, la Gran Biblioteca albergaba otras cosas. En ella había antiguos arsenales con armas y armaduras que llevaban siglos sin utilizarse, pero que conservaban el mismo brillo y el mismo olor que si fueran nuevas. Había salas llenas de extrañísimos objetos que nadie sabía cómo utilizar. En algunas salas había maniquíes completamente ataviados con las prendas que llevaban las Clarvis de antaño y con los trajes más diversos de los bárbaros del Norte. Había invernaderos atendidos por los enviados, alumbrados con marcas del Gremio que lucían como soles. Había habitaciones completamente oscuras, que se tragaban la luz y a los incautos que osaban entrar en ellas sin preparación alguna.

Lirael había visto algunas zonas de la biblioteca en compañía de sus compañeras de curso, durante visitas cuidadosamente guiadas. Siempre había anhelado trasponer aquellas misteriosas puertas, pasar detrás de los rojos cordones que, a manera de barreras, impedían adentrarse en los corredores o túneles donde sólo se permitía el paso a las bibliotecarias autorizadas.

—¿Por qué quieres trabajar allí? —preguntó Sanar.

—Po…, porque es interesante —tartamudeó Lirael, sin saber a ciencia cierta cómo debía contestar.

No quería reconocer que la biblioteca sería el mejor sitio donde ocultarse de las demás Clarvis. Y en lo más recóndito de su cabeza, no olvidaba que en la biblioteca podría encontrar un hechizo para poner fin a su vida. Pero no para utilizarlo ahora, claro, porque sabía que algún día recibiría el don de la visión. Sino para más tarde, si los años iban pasando sin que el don llegase, viendo crecer en su interior la más negra de las desesperaciones, como le había ocurrido esa mañana.

—Es interesante —repitió Sanar—. Aunque debes tener presente que la biblioteca encierra cosas peligrosas, conocimientos nocivos. ¿No te inquieta?

—No lo sé —contestó Lirael con toda franqueza—. Depende de qué se tratara. Pero me gustaría mucho trabajar allí. —Tras una pausa, añadió en voz muy baja—: Quiero estar ocupada en algo, como dijiste, y olvidarme de que no tengo la visión.

Las Clarvis se apartaron de Lirael y formaron un corro apretado del que la muchacha quedó excluida y se pusieron todas a cuchichear. Lirael las observaba con creciente inquietud, consciente de que en su vida estaba a punto de ocurrir algo trascendental. El día había sido horrible, pero ahora volvía a abrigar esperanzas.

Las Clarvis hicieron silencio. Lirael las miró a través de la abundante cabellera, contenta de que le cubriera la cara. No quería que notasen las ganas inmensas que tenía de que la dejaran trabajar.

—Como hoy es tu cumpleaños —dijo Sanar—, y dado que consideramos que es lo mejor, hemos decidido que, tal como pides, te pondremos a trabajar en la biblioteca. Mañana por la mañana, te presentarás ante Vancelle, la bibliotecaria jefa. Si ella no te considera inadecuada por algún motivo, pasarás a desempeñarte como auxiliar tercera de la bibliotecaria.

—¡Gracias! —exclamó Lirael. La voz le salió como un ronquido, de manera que tuvo que repetir—: Gracias.

—Una cosa más —le dijo Sanar acercándose tanto que Lirael tuvo que levantar la vista para mirarla a los ojos—. Hoy has oído conversaciones de las que no deberías haberte enterado. Es más, has presenciado una visita que nunca se produjo. La estabilidad de un reino es algo frágil, Lirael, algo que se pierde con facilidad. En otros lugares, en otras circunstancias, Sabriel y Touchstone no hablarían con tanta franqueza.

—No diré nada a nadie —prometió Lirael—. En realidad, hablo muy poco.

—No lo recordarás —dijo Ryelle, que ya se había situado detrás de la muchacha para realizar el encantamiento que llevaba preparado en el hueco de la mano.

Antes de que Lirael pudiese pensar siquiera en contestarle, una cadena de brillantes marcas del Gremio cayó sobre su cabeza y se ciñó a su frente.

—Al menos hasta que no sea preciso que recuerdes —continuó Ryelle—. Recordarás todo lo que has hecho hoy menos la visita de Sabriel y Touchstone. Ese recuerdo quedará borrado y será reemplazado por el de un paseo en la terraza y un encuentro casual con nosotras. Como te vimos preocupada, conversamos sobre la posibilidad de un trabajo y sobre cuándo llega el don de la visión. Así es como has conseguido el nuevo puesto, Lirael. Así lo recordarás y de ningún otro modo.

—Sí. En la biblioteca —contestó Lirael cuyas palabras se fueron desprendiendo de sus labios con mucha lentitud, tanta que parecía borracha o muy, muy cansada—. Mañana me presentaré ante Vancelle.