Un destello en la nieve

Mientras Sanar y Ryelle dirigían del cortejo, Lirael pensó que las vería hacer lo que se suponía que marcaba el protocolo cuando estás ante el rey y su reina, que a su título de soberana sumaba el honor de ser la Abhorsen.

Sin embargo, Sabriel y Touchstone no esperaron a ser recibidos según las normas protocolarias. Salieron al encuentro de Sanar y Ryelle y, tras haberse calzado los anteojos en la frente y quitado las bufandas, las abrazaron y las besaron en ambas mejilla. Una vez más, Lirael se inclinó hacia adelante para escuchar mejor lo que decían. El viento seguía soplando en dirección contraria, pero había amainado un poco, de manera que le llegaba parte de la conversación.

—Dichosos los ojos que os ven, primas —dijeron Sabriel y Touchstone con una sonrisa.

Ahora que al fin les veía las caras, a Lirael le pareció que estaban muy cansados.

—Os vimos anoche —dijo Sanar, o tal vez fuera Ryelle, Lirael no estaba segura—. Pero tuvimos que adivinar la hora por el sol. Espero que no os hayamos hecho esperar mucho.

—Apenas unos minutos —comentó Touchstone—. Lo suficiente para estirar las piernas.

—Sigue sin gustarle mucho esto de volar —dijo Sabriel sonriendo a su marido—. No confía en el piloto.

Touchstone se encogió de hombros, lanzó una carcajada y respondió:

—Con la práctica vas mejorando.

Lirael tuvo la impresión de que no se refería únicamente a pilotar papelonaves. Era como si entre Touchstone y Sabriel hubiese una especie de lazo secreto. Compartían algo invisible, algo que contribuía a que los ojos de Sabriel estuvieran siempre risueños.

—En la visión que tuvimos no os quedabais —continuó Sanar—. Supongo que no nos equivocamos, ¿verdad?

—En efecto —contestó Sabriel y sus ojos se ensombrecieron de repente—. Hay problemas en el Oeste y no podemos entretenernos. Sólo lo suficiente para recibir vuestro consejo. Si es que tenéis alguno que darnos.

—¿Otra vez el Oeste? —preguntó Sanar dirigiendo una mirada preocupada a Ryelle, al tiempo que las Clarvis que iban detrás de ella daban muestras de inquietud—. No llegamos a ver todo el Oeste. Hay algún poder que sólo nos permite brevísimos atisbos. Sin embargo, sabemos que será del Oeste de donde partirán los problemas. De modo que muchos futuros muestran fragmentos de esos problemas, pero no los suficientes para lograr una interpretación útil.

—También hay muchos problemas en el presente —dijo el rey con un suspiro—. En los últimos diez años he levantado seis pilares del Gremio alrededor de Borde y el lago Rojo. Sólo quedan dos en pie, y ya no dispongo de tiempo para reparar los otros. Iremos hacia allí ahora e intentaremos poner fin al problema actual, sea cual fuere, pero no abrigo demasiadas esperanzas de que lo consigamos. Sobre todo si es lo bastante fuerte para sustraerse a la visión de las Clarvis.

—No siempre es la fuerza la que oscurece nuestra visión —observó una de las Clarvis, la mayor de las allí presentes—. Ni siquiera el mal. Hay poderes sutiles que desvían nuestra visión por motivos que sólo podemos adivinar; por otra parte, no olvidemos el hecho de que vemos demasiados futuros, durante espacios brevísimos. Tal vez, lo que nos enceguece cerca del lago Rojo no sea más que eso.

—Si lo es, entonces también rompe los pilares de piedra con la sangre de los magos del Gremio —dijo Touchstone—. Y atrae a los muertos y a la magia libre como nada en el mundo. En todo el reino, la región del lago Rojo y de las estribaciones del monte Abed es la que más se resiste a nuestro gobierno. Hace catorce años Sabriel y yo prometimos reconstruir los pilares rotos y volver a fundar las aldeas para que la gente pudiera continuar con sus vidas y sus oficios, sin temor a los muertos y a la magia libre. Lo hemos conseguido desde el Muro hasta el desierto del Norte. Pero no conseguimos derrotar a lo que fuere que se nos opone en el Oeste. Dejando de lado el propio pueblo de Borde, esa parte del Oeste continua siendo el páramo en que Kerrigor la convirtió hace doscientos años.

—Las obligaciones del reino te dejan exhausto —dijo de repente la Clarvi anciana y tanto Touchstone como Sabriel asintieron.

Sin embargo, mantenían las espaldas erguidas y, pese a que reconocían su cansancio, no daban señales de rechazar la carga.

—No tenemos descanso —le comentó Touchstone—. Siempre surgen problemas, algún peligro que sólo el rey o la Abhorsen pueden resolver. A Sabriel le toca la peor parte, porque todavía quedan muchos muertos en el extranjero, y demasiados imbéciles dispuestos a abrirle más puertas a la muerte.

—Como el que está sembrando la confusión cerca de Borde —dijo Sabriel—. Al menos eso dicen los mensajes. Una nigromante o hechicera de la magia libre, una que lleva una máscara de bronce. Porque se trata de una mujer, según nos informan, y en compañía de vivos y muertos arrasan las haciendas y granjas desde Borde hacia el Este, y llegan incluso hasta el pueblo del Roble. Sin embargo, no hemos tenido noticias vuestras. Seguramente lo habréis visto, ¿no?

—Rara vez vemos nada cerca del lago Rojo —contestó Ryelle frunciendo el ceño con preocupación—. Aunque normalmente no tenemos problemas en las zonas más alejadas de ese punto. En este caso, lamento no haberte advertido de lo ocurrido, pero no puedo ofrecerte guía alguna para lo que vendrá.

—Una compañía de la guardia partió a caballo desde Qyrre —dijo Touchstone—. Tardarán al menos tres días en llegar. Nosotros tenemos pensado estar en el pueblo del Roble por la mañana.

—Con suerte, el cielo estará despejado —añadió Sabriel—. Si los informes son ciertos, esta nigromante tiene bajo su control a muchos braceros muertos. Tal vez los suficientes para atacar un pueblo al abrigo de la noche o en un día muy nublado.

—Creo que si fuera a producirse un ataque al pueblo del Roble, lo veríamos, vamos, estoy casi segura —dijo Ryelle—. Y no hemos visto nada.

—Es un alivio —dijo Touchstone, aunque Lirael notó que no las creía del todo.

Ella misma estaba asombrada, porque nunca había oído comentar que el don de la visión pudiera quedar bloqueado, ni que hubiese algún lugar que las Clarvis no pudiesen ver. Exceptuando el otro lado del Muro que rodeaba Ancelstierre, claro está, pero eso era distinto. En Ancelstierre no funcionaba ningún tipo de magia, ni menos cuando te ibas muy al sur del Muro. Eso contaban las leyendas. Lirael no conocía a nadie que hubiese estado en Ancelstierre, aunque se rumoreaba que Sabriel se había criado allí.

El viento comenzó a soplar con más fuerza mientras Lirael reflexionaba sobre lo que acababa de oír, de manera que se perdió parte del diálogo siguiente. Sin embargo, vio que las Clarvis hacían una reverencia y que Sabriel y Touchstone les indicaban que se levantaran.

—¡No os pongáis formales conmigo! —exclamó Touchstone—. Es imposible que lo veáis todo, del mismo modo que es imposible que nosotros lo abarquemos todo. De algún modo, hasta ahora nos hemos arreglado y seguiremos haciéndolo.

—«Seguiremos haciéndolo» es el lema de este año y de los precedentes —dijo Sabriel con un suspiro—. Por cierto, más nos vale que giremos la papelonave y volvamos a emprender vuelo. Quiero pasar por la Casa Real de camino al pueblo del Roble.

—¿Para pedirle consejo a…? —inquirió Ryelle. Y el resto de su pregunta no llegó a oídos de Lirael porque una ráfaga de viento se la llevó lejos. La muchacha se inclinó un poco más procurando no mover la nieve que le cubría el gorro.

Sabriel le contestó algo, pero Lirael sólo consiguió enterarse de las últimas palabras.

—… sigue durmiendo gran parte del año gracias a Ratina… —Se perdió las frases siguientes cuando todos se arremolinaron alrededor de la papelonave y la giraron en sentido contrario. Lirael se estiró lo más posible haciendo que la nieve cayera de su cara. La enfurecía verlos y oír palabras sueltas sin poder entender el sentido general. Por un momento se sintió tentada de lanzar un encantamiento para mejorar su sentido del oído. Había visto referencias a este tipo de hechizos, pero no conocía las señales necesarias. Además, Sabriel y los demás advertirían casi con toda certeza la presencia de magia del Gremio. El viento amainó de pronto y Lirael volvió a oír con claridad—. Siguen en la escuela, en Ancelstierre —decía Sabriel respondiendo a una pregunta que le había formulado Sanar—. Vendrán para las vacaciones. Dentro de tres…, no, de cuatro semanas. Si logramos salir con bien de esta emergencia, es posible que lleguemos a tiempo al Muro para recibirlos. Habíamos planeado pasar unas semanas juntos en Belisaere. Aunque me temo que se produzcan nuevos contratiempos que reclamen la presencia de al menos uno de nosotros y entonces tendrán que regresar.

A Lirael le pareció que decía estas últimas palabras con tristeza. Touchstone debió de pensar lo mismo, porque la tomó de la mano para infundirle ánimos.

—Al menos allí están a salvo —le dijo, y Sabriel asintió dejando entrever una vez más el cansancio.

—Los hemos visto cruzar el Muro, aunque puede tratarse de la próxima vez, o de la siguiente —afirmó Ryelle—. Ellimere se parece… se parecerá mucho a ti, Sabriel.

—Por suerte —observó Touchstone echándose a reír—. Aunque a mí se parece en otras cosas.

Lirael se dio cuenta de que hablaban de sus hijos. Sabía que tenían dos. Una princesa más o menos de su misma edad y un príncipe algo menor, aunque no sabía exactamente cuántos años le llevaba. Se notaba que Sabriel y Touchstone se preocupaban mucho por ellos y que los echaban de menos. Eso la hizo pensar en sus padres, que no se preocuparon demasiado por ella. Recordó otra vez el tacto fresco y suave de aquella mano. No obstante, su madre la había abandonado y a lo mejor su padre ni siquiera se había enterado de su nacimiento.

—Será reina —dijo un voz muy gruesa que sacó a Lirael de sus pensamientos—. No será reina. Puede que sea reina.

Era una de las otras Clarvis, una anciana que hablaba con la voz de la profecía y veía algo muy distinto del montón de hielo donde había clavado la vista. Lanzó un grito ahogado y dio un traspié tendiendo las manos para amortiguar la caída.

Touchstone reaccionó de inmediato, la cogió antes de que tocara el suelo y volvió a ponerla en pie. La mujer se balanceó algo insegura, la mirada enloquecida y soñadora.

—Un futuro lejano —dijo con una voz a la que le faltaba el extraño timbre de la profecía—. Un futuro en el que tu hija Ellimere era mayor que tú ahora y reinaba como reina. Pero también vi muchos otros futuros posibles, uno al lado del otro, en los que no hay más que humo y cenizas y el mundo es pasto de las llamas y la destrucción.

Un escalofrío recorrió a Lirael de pies a cabeza al oír lo que la anciana Clarvi predecía. Había tanta convicción en su voz, que Lirael llegó incluso a ver las ruinas desoladas. ¿Pero cómo podía el mundo ser pasto de las llamas y la destrucción?

—Futuros posibles —intervino Sanar, aparentando calma—. Muchas veces recibimos atisbos de futuros que jamás serán. Ésa es parte de la carga que supone tener el sentido de la visión.

—Pues entonces me alegro de no estar dotado de él —dijo Touchstone, mientras dejaba que Sanar y Ryelle se ocuparan de la temblorosa Clarvi. Levantó la vista hacia el sol y luego miró a Sabriel que le hizo un gesto afirmativo con la cabeza—. Cuánto lo siento, hemos de partir aprovechando el viento.

Sabriel y él sonrieron al percatarse de la rima espontánea; volvieron la cabeza para no delatarse y desde su escondite, Lirael fue la única que los vio. Touchstone se quitó las espadas y las guardó en la cabina de mando e hizo otro tanto con la de Sabriel. La Abhorsen se quitó la bandolera con las campanas y la depositó con suavidad, tratando de no agitarlas. Lirael se preguntó por qué se habrían molestado en sacarlas, si iban a quedarse tan poco tiempo. Cayó entonces en la cuenta de que vivían tan inmersos en el peligro que para ellos era como un acto reflejo tener las armas a mano. Igual que los guardias de los mercaderes que había visto esa mañana en el refectorio. Saber que la Abhorsen y el rey no se fiaban de la protección de las Clarvis obligó a Lirael a pensar que ella también estaba desarmada. ¿Qué iba a hacer si llegaban a atacarla cuando todos se hubiesen marchado? No estaba segura de que su llave abriese desde fuera la portezuela. Al subir, ni siquiera había pensado en ese detalle.

Lirael apartó la vista de la papelonave y se dejó invadir por el pánico cuando imaginó que pasaba la noche ahí fuera y una garra monstruosa la arrastraba por la nieve. La perspectiva de una muerte no deseada no la seducía nada. En ese instante, un movimiento brusco captó su atención. Sabriel, ya instalada en la papelonave, estaba señalando. ¡Señalaba directamente hacia el escondite de Lirael en la nieve!

—Será mejor que investiguéis qué es ese destello verde —sugirió Sabriel. Sus palabras se oyeron bien nítidas por primera vez—. Creo que lo que hay sepultado debajo es inofensivo, pero nunca se sabe. Adiós, primas de las Clarvis. Espero que volvamos a vernos pronto y que podamos quedarnos un poco más.

—Y nosotras esperamos ser de más ayuda —dijo Sanar mirando hacia donde Sabriel le indicaba—. Y que veamos con más claridad, tanto en el Oeste como debajo de nuestras propias narices.

—Adiós —se despidió Touchstone agitando la mano desde la parte posterior de la papelonave.

Sabriel silbó una nota pura cargada de magia. El silbido se elevó en el viento haciéndolo rolar y bajar para que levantara la papelonave y la deslizara por la terraza. Sabriel y Touchstone saludaron con la mano; la nave roja y dorada salió despedida al final de la terraza, y se perdió de vista.

Lirael contuvo el aliento y luego inspiró aliviada al comprobar que la papelonave surcaba el cielo. Volando en círculos se fue elevando más y más, luego viró al Sur y siguió viaje a toda velocidad, cuando Sabriel invitó al viento a que soplara por la cola.

Lirael se quedó mirando un segundo y luego trató de hundirse más en la nieve. A lo mejor la tomaban por una nutria de los hielos. Sin embargo, aunque desapareciera en el montón de nieve, sabía que de nada iba a servirle. Las siete Clarvis avanzaban hacia su escondite con cara de pocos amigos.