Una carta de Nicholas
Esa noche, Sam abandonó el embalse con la jarra de vino vacía, una bandolera de campanas, el corazón apesadumbrado y mucho que meditar. Ellimere fue con él, pero Sabriel se quedó porque debía permanecer hasta el amanecer dentro del círculo de los Pilares Mayores del Gremio y así acelerar su curación. Touchstone también se quedó; los dos jovencitos comprendieron que sus padres deseaban estar a solas. Tal vez para hablar de los puntos flacos de su hijo, pensó Sam mientras subía las escaleras con dificultad llevando el paquete de campanas en la mano.
Cuando estuvieron ante los aposentos de Ellimere, su hermana le dio las buenas noches en tono amistoso, pero Sam no se fue a la cama. Subió otro tramo de escaleras hasta su taller de la torre y pronunció la palabra que hizo encender las luces del Gremio. Colocó las campanas en otro armario distinto del que contenía el libro y cerró la puerta para no verlas más, aunque no consiguió quitárselas de la cabeza. Después, sin mucho entusiasmo, trató de continuar trabajando en el jugador de críquet, combinación de mecánica y magia del Gremio, un bateador de quince centímetros de alto. Tenía pensado confeccionar dos equipos para hacerlos competir, sin embargo, ni la magia ni la mecánica acababan de satisfacerlo.
Alguien llamó a la puerta. Sam no contestó. Si se trataba de un sirviente, insistiría o acabaría marchándose. Si se trataba de Ellimere, entraría como un vendaval.
Volvieron a llamar, se oyó un bisbiseo y, acto seguido, Sam sintió que deslizaban algo debajo de la puerta y unos pasos que bajaban la escalera, en el suelo había una bandeja de plata y en ella una carta completamente arrugada. A juzgar por el estado en que se hallaba, debía de venir de Ancelstierre y seguramente sería de Nicholas.
Sam suspiró, se puso los guantes de algodón blancos y cogió unas pinzas. Abrir una de las cartas de Nick tenía más de ejercicio forense que de otra cosa. Recogió la bandeja, la llevó a su mesa donde las marcas del Gremio brillaban con más intensidad y se puso a despegar el papel y a colocar los trozos podridos en orden.
Media hora más tarde, cuando el reloj de la Torre Gris daba las doce campanadas de medianoche, la carta estaba lista para ser leída. Sam se inclinó sobre ella y el ceño se le fue frunciendo a medida que leía.
Querido Sam:
Gracias por conseguirme el visado para el Reino Antiguo. No sé por qué vuestro cónsul en Bain se mostró tan reticente a otorgármelo. Menos mal que eres príncipe y consigues lo que te propones. De este lado no he tenido problema alguno. Mi padre llamó a tío Edward y éste utilizó todas sus influencias. Prácticamente nadie de Corvere sabía que se podía obtener un permiso para cruzar la Frontera. En fin, supongo que esto viene a demostrar que Ancelstierre y el Reino Antiguo no son tan diferentes. Todo es cuestión de tener los contactos adecuados.
En cualquier caso, mi intención es partir mañana desde Awengate, y si los trasbordos de trenes no fallan, llegaré a Bain el sábado y cruzaré el Muro el día 15. Sé que me anticipo a la fecha convenida, de manera que no podrás ir a recibirme, pero no iré solo. He contratado a un guía, un ex explorador del Paso Fronterizo con quien me topé en Bain. Y lo digo literalmente. Él cruzaba el camino para evitar una manifestación de los seguidores del Partido Nuestro País, chocamos y casi me voltea. Fue un encuentro casual, la verdad, el hombre conoce el Reino Antiguo como la palma de su mano. Me confirmó también algo que he leído sobre el curioso fenómeno denominado «celada de rayos». Él lo ha visto y no me cabe duda de que es digno de ser estudiado.
De manera que creo que iremos a echarle un vistazo a esa celada de rayos de camino a tu indudablemente encantadora capital de Belisaere. Por cierto, a mi guía no pareció sorprenderle lo más mínimo que yo te conociera. ¡Tal vez la realeza lo deje tan frío como a algunos de nuestros ex compañeros de estudios!
En cualquier caso, la celada de rayos se produce, aparentemente, cerca de un pueblo llamado Borde que, si no me equivoco, se encuentra cerca de la ruta al Norte que seguiremos para llegar a ti. ¡Sería de agradecer que en tu tierra confiaran en los mapas normales y no en la memoria casi mística ayudada por papeles en blanco!
Tengo muchas ganas de verte en tu entorno natal, casi tantas como de investigar las curiosas anomalías de tu Reino Antiguo. Por sorprendente que parezca, es muy poco lo que se ha escrito sobre este asunto. La biblioteca del colegio sólo dispone de unos pocos textos antiguos, altamente supersticiosos, y en la de Radford tampoco disponen de mucho más. En los periódicos tampoco se habla de este asunto, salvo de pasada, cuando Corolini desvaría en las reuniones de la Asamblea sobre la posibilidad de enviar a «indeseables y sureños» a lo que él llama «el extremo Norte». ¡Espero ser la avanzadilla de lo que, según sus términos, es un «indeseable»!
Todo lo referido al Reino Antiguo parece estar rodeado por una conspiración de silencio, de modo que estoy seguro de que un joven y ambicioso científico como yo, encontrará muchas cosas por descubrir y revelar al mundo.
Espero que te hayas recuperado por completo. Yo no acabo de estar fino, he tenido dolores en el pecho, según parece, debidos a una especie de bronquitis. Y aunque resulte increíble, se agudizan cuando me encuentro más al Sur, en Corvere no había modo de soportarlos, probablemente se debe a que allí el aire es pura suciedad. He pasado este último mes en Bain y casi no los he notado. Sin duda, tendré ocasión de mejorar todavía más en tu Reino Antiguo, donde el aire debe de ser absolutamente impoluto.
En cualquier caso, espero verte pronto, un abrazo de tu fiel amigo:
NICHOLAS SAYRE
P. D. No me creo que Ellimere mida casi dos metros y pese ciento veinte kilos. Me lo habrías comentado antes.
Sameth dejó la carta sobre la mesa poniendo cuidado de no romper lo poco que quedaba de ella.
Cuando terminó de acomodarla, volvió a leerla con la esperanza de que las palabras hubiesen cambiado. No podía ser que Nick cruzara hacia el Reino Antiguo acompañado de un solo guía que, seguramente, sería de poco fiar. ¿Acaso no se daba cuenta de lo peligrosas que eran las Tierras Fronterizas que rodeaban el Muro? Sobre todo para un ancelstierrano que carecía de marca del Gremio y de dones para la magia. Nick ni siquiera podría comprobar si su guía era un hombre de verdad, un portador contaminado del Gremio o un engendro de la magia libre con poderes suficientes para cruzar la Frontera sin que lo detectasen.
Sam se mordió los labios mientras meditaba sobre todo aquello, visiblemente preocupado y, tras consultar su almanaque, comprobó que el quince había sido hacía tres días, de manera que Nick ya debía de haber cruzado el Muro. Por tanto, era demasiado tarde para ir a recibirlo, incluso en papelonave, y para buscar un halcón mensajero y enviarlo con ordenes para la guardia. Nick disponía de un visado para él y un sirviente, de manera que no lo detendrían en el puesto de Barhedrin. En esos momentos debía de estar en las Tierras Fronterizas, en dirección a Borde.
¡Borde! Sam se mordió el labio con más fuerza. El pueblo de Borde se encontraba demasiado cerca del lago Rojo y se trataba de la región donde la nigromante Chlorr había destruido los pilares y donde en ese momento se ocultaba el enemigo para pergeñar sus planes contra el reino. ¡Era el peor lugar al que Nick podía haberse dirigido!
En ese instante llamaron a la puerta. Sam interrumpió sus pensamientos y se mordió el labio con tanta fuerza que notó el sabor de la sangre. Irritado, gritó:
—¡Sí! ¿Quién es?
—¡Yo! —contestó Ellimere entrando como una tromba—. Espero no interrumpir alguno de tus procesos creativos.
—No —contestó Sameth con cautela.
Señaló con un leve ademán su banco de trabajo y se encogió de hombros para darle a entender a su hermana que no había avanzado nada en sus inventos.
Ellimere miró a su alrededor con interés, pues Sam tenía por costumbre echarla en cuanto intentaba entrar. Sameth había recibido la pequeña habitación de la torre al cumplir los dieciséis y desde entonces la utilizaba con frecuencia. En ese momento, los dos bancos de trabajo estaban repletos de herramientas de joyero y muchos otros útiles que a la muchacha le resultaban desconocidos. También vio dos figuritas de jugadores de críquet, delgados lingotes de oro y plata, rollos de alambre de bronce, unos cuantos zafiros desperdigados y una pequeña fragua humeante construida en lo que había sido el hogar de la habitación.
Todo el cuarto estaba impregnado de magia del Gremio. Las imágenes diluidas que dejaban las marcas del Gremio en el aire brillaban por todas partes, se deslizaban lentas por las paredes y el techo y se apelotonaban al lado de la chimenea. Era evidente que Sameth no estaba creando joyas para adornar trajes, ni las raquetas de tenis prometidas.
—¿Qué estás haciendo? —inquirió Ellimere, llena de curiosidad.
Algunos de los símbolos del Gremio, o mejor dicho, los pálidos reflejos que de ellos quedaban, eran sumamente poderosos. Se trataba de marcas que ella misma no se habría atrevido a utilizar.
—Cosas —contestó Sameth—. Nada que pueda interesarte.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ellimere. Surgió entre ambos la consabida oleada de resentimiento.
—Juguetes —le soltó Sam, levantando el pequeño bateador que, de repente, revoleó el bate diminuto y luego volvió a su inmovilidad de antes—. Estoy construyendo juguetes. Sé que no se trata de una ocupación a la altura de un príncipe y que debería dormir para poder mañana enfrentarme descansado a mis clases de baile y las sesiones del Tribunal Inferior, pero… no logro conciliar el sueño —concluyó con tono cansado.
—Yo tampoco —dijo Ellimere, más amable. Se sentó en la otra silla y añadió—: Estoy preocupada por mamá.
—Dijo que se pondría bien. Los Pilares Mayores la sanarán.
—Esta vez. Necesita que la ayuden con su trabajo, Sam, y tú eres el único que puede hacerlo.
—Ya lo sé —dijo Sam. Apartó la vista y contempló la carta de Nick—. Ya lo sé.
—En fin —prosiguió Ellimere, incómoda—, sólo quería decirte que estudiar para ser el Abhorsen es lo más importante, Sam. Si necesitas más tiempo, no tienes más que decírmelo y te reorganizo enseguida los horarios.
Sam la miró con cara de sorpresa.
—¿Quieres decir que no dedicaríamos tantas horas al pájaro del amanecer y a esas fiestas vespertinas con las tontas de las hermanas de tus amigos?
—Oye, que no son… —comenzó a protestar Ellimere, se lo pensó mejor, inspiró hondo y dijo—. Sí. Ahora las cosas han cambiado. Ahora sabemos lo que está pasando. Yo también dedicaré más tiempo a la guardia. Y a prepararme.
—¿Prepararte? —preguntó Sam con nerviosismo—. ¿Tan pronto?
—Sí —contestó Ellimere—. Aunque mamá y papá salgan airosos en la misión de Ancelstierre, habrá problemas. Quien esté detrás de todo esto no esperará sentado a que nosotros desbaratemos sus planes. Algo pasará y debemos estar preparados. Tú debes estar preparado, Sam. Es cuanto quería decirte.
Se levantó y se marchó. Sam se quedó mirando el vacío. No tenía a quien recurrir. Se había convertido en un verdadero Abhorsen en ciernes. Debía contribuir a luchar contra el enemigo, fuera quien fuese. Es lo que todos esperaban de él. Todos dependían de él.
Incluido Nicholas. Debía ir en busca de Nicholas, salvar a su amigo antes de que se metiera en líos, porque nadie más podría hacerlo.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Sam sintió una gran determinación, una valentía que no quiso analizar a fondo. Su amigo estaba en peligro y él debía salvarlo. Estaría alejado de El libro de los muertos y de sus deberes principescos durante pocas semanas. Tal vez consiguiera encontrar a Nick rápidamente y ponerlo a salvo, en especial, si lo autorizaban a llevar consigo a una decena de hombres de la Guardia Real. Como había dicho Sabriel, no había demasiadas posibilidades de que los muertos hicieran mucho con los deshielos en curso.
En su fuero interno, una vocecilla le decía que en realidad estaba huyendo. Pero él se encargó de acallarla con otros pensamientos más importantes y ni se molestó en buscar en los armarios donde estaban guardados el libro y las campanas.
Una vez tomada la decisión, Sam sólo se dedicó a pensar en cómo lograr lo que se proponía. Ellimere nunca lo dejaría marchar, estaba seguro. De manera que debía pedirle permiso a su padre, lo cual implicaba levantarse antes del amanecer para ver a Touchstone en sus aposentos.