Agua pura, piedra antigua

El embalse era una amplia estancia silenciosa, de piedra fría y aguas gélidas. Los Pilares Mayores se alzaban en su centro, envueltos en la oscuridad, invisibles desde el descansillo, donde la escalera de palacio se hundía en el agua. Por el borde del embalse se veían haces de luz provenientes de las aberturas enrejadas que había en lo alto proyectándose por la superficie del agua lisa como un espejo. Entre los haces luminosos se elevaban altas columnas de mármol blanco que, cual mudos centinelas, aguantaban el peso del techo, situado a casi veinte metros del suelo.

Como siempre, el agua era transparente. Sam metió la mano para ayudar a su padre a desatar la barcaza amarrada al final de la escalera de palacio. Mientras el agua se escurría entre sus dedos, comprobó que las marcas del Gremio destellaban brevemente. Toda el agua del embalse absorbía magia de los Pilares Mayores del Gremio. Más cerca del centro, el líquido elemento se componía de magia más que de otra cosa y ya no estaba frío… ni siquiera húmedo.

La barcaza era poco más que una balsa con pomos dorados en cada esquina. Había dos en el embalse: evidentemente, Sabriel se había llevado la otra. Estaría subida a ella, en el centro, donde no llegaba la luz del sol. Los Pilares Mayores brillaban con millones de marcas del Gremio que se movían sobre su superficie y en su interior, aunque casi todo el tiempo se trataba de un débil fulgor que no llegaba a rivalizar con la luz filtrada del sol. Por lo tanto, no verían el fulgor hasta haberse acercado del todo y alejado del borde bañado en luz, más allá de la tercera fila de columnas.

Touchstone desató las amarras de su lado, puso la mano en la tabla y susurró una sola palabra. Las ondas encresparon la superficie tranquila del agua cuando él habló y la barcaza comenzó a alejarse del descansillo. En el embalse no había corrientes, pero la barcaza se movía como si la hubiera, o como si unas manos invisibles la empujasen por el agua. Touchstone, Sam y Ellimere se acurrucaron en el centro, moviéndose de vez en cuando con el balanceo.

Sam se acordó de que sus tías y su abuela, desaparecidas hacía mucho tiempo, habían viajado al encuentro de sus muertes del mismo modo. Tal vez incluso en aquella misma barcaza, ahora rescatada, reparada y remozada; habían ido confiadas, hasta que sufrieron la emboscada de Kerrigor. Aquel ser despreciable les había rebanado el cuello para recoger su sangre en un cáliz dorado. Sangre de la realeza. Sangre para romper los Pilares Mayores del Gremio.

Sangre para destruir, sangre para construir. Con sangre de la realeza habían destruido los pilares y con sangre de la realeza, la de su padre, habían vuelto a construirlos. Sam miró a Touchstone y se preguntó cómo lo habría hecho. Había pasado muchas semanas de duro trabajo en aquel lugar, él solo, y todas las mañanas tomaba un cuchillo de plata, producto de un hechizo del Gremio, para volver a abrirse las heridas en las palmas de las manos, las mismas que el día anterior habían cicatrizado. Heridas que habían dejado unas líneas blancas y finas que iban desde el meñique hasta la yema del pulgar. Se cortaba las manos y formulaba encantamientos de los que apenas estaba seguro, encantamientos terriblemente peligrosos para quien los formulaba incluso cuando no existía la carga y el riesgo adicional de los pilares rotos.

A Sam le intrigaba especialmente el uso de la sangre, la misma sangre que corría por sus venas. Le parecía extraño que su corazón palpitante estuviese íntimamente relacionado con los Pilares Mayores que se alzaban allá adelante. Qué ignorante se sentía, en especial, en todo lo relacionado con los grandes secretos del Gremio. ¿Por qué se consideraba que la sangre de la realeza, de los Abhorsen y las Clarvis, era distinta de la de las personas normales, incluso de la de otros magos del Gremio, y que bastaba para reparar o estropear otros pilares menores? Los tres linajes se conocían como grandes cartas del Gremio, como los Pilares Mayores que se alzaban allá adelante, y el Muro. ¿Pero por qué? ¿Por qué su sangre contenía magia del Gremio, magia que las marcas extraídas del Gremio, generalmente accesible, no podían imitar?

A Sam siempre le había fascinado la magia del Gremio, sobre todo le encantaba hacer cosas con ella, pero cuanto más la utilizaba, más se daba cuenta de lo poco que sabía. En los doscientos años de interregno se habían perdido muchos conocimientos. Touchstone había transmitido a su hijo cuanto sabía, sin embargo, su padre estaba especializado en magia guerrera, no en hacer cosas ni en los misterios más profundos. En el momento de fallecer la reina, su padre era guardia real, príncipe bastardo, no mago. Después, pasó siglos prisionero en forma de mascarón de proa de un barco, mientras el reino se hundía en el caos más absoluto.

Touchstone consiguió reparar los Pilares Mayores porque, según dijo, ellos mismos quisieron que los rehiciesen. Al principio se había equivocado muchas veces y había sobrevivido por obra y gracia del apoyo y la fuerza de los pilares, nada más. Aun así, el esfuerzo le había llevado varios meses y le había quitado varios años de vida. Antes de proceder a la reparación, el cabello de Touchstone no tenía hebras de plata.

La barcaza pasó entre dos columnas; Sam se fue acostumbrando a la extraña penumbra. Divisó a lo lejos seis Pilares Mayores, altos monolitos de color gris oscuro, sus formas irregulares eran muy distintas de las columnas suaves de mampostería y sólo tenían un tercio de su altura. Vio también la otra barcaza, flotando en el centro del círculo formado por los pilares. ¿Dónde estaba Sabriel?

El miedo le oprimió el pecho. Sam no veía a su madre y en lo único que atinaba a pensar era en que el difunto Kerrigor había recuperado su forma humana para engañar a su abuela, la reina, y conducirla a una muerte oscura y sangrienta. Cabía la posibilidad de que Touchstone no fuera de veras Touchstone sino otra cosa que había adoptado su aspecto…

Algo se movió en la barcaza, allá adelante. Sam, que había contenido el aliento de forma inconsciente, lanzó un grito ahogado al pensar que todos sus temores se estaban haciendo realidad. Aquella cosa no tenía aspecto humano, le llegaba más o menos a la cintura y no tenía brazos, ni cabeza ni forma reconocible. Donde debía haber estado su madre se veía un trozo de oscuridad cambiante…

Touchstone le dio una fuerte palmada en la espalda. Inspiró hondo y aquella cosa de la barcaza despidió una tenue luz del Gremio y destelló en el aire como una estrella permitiéndole ver que, después de todo, se trataba de Sabriel. Se había quedado tumbada, envuelta en su capa azul y acababa de incorporarse. La luz le brillaba sobre la cara y comprobaron que los recibía con una sonrisa. Sin embargo, no era la sonrisa despreocupada y plena de la felicidad completa; Sam la vio más cansada y ajada que nunca. Su piel, siempre pálida, se presentaba casi translúcida bajo la luz del Gremio, y la cubría una capa brillante de sudor. Se notaba que sufría mucho. Por primera vez, Sam descubrió canas en la cabellera de su madre y la idea de que no era eterna, de que un día envejecería, cayó sobre él como una losa. Su madre no llevaba puesta la bandolera, sino que la había depositado a su lado: los mangos de caoba de las campanas se encontraban a prudente distancia, igual que la espada y la mochila. La barcaza de Sam flotó entre dos de los pilares y entró en el círculo. Los tres pasajeros se estremecieron. Notaron una súbita descarga de energía y la fuerza de los Pilares Mayores. Acto seguido, notaron también que habían perdido parte del cansancio. Sam se dio cuenta de que el miedo y la culpa que lo habían perseguido durante todo el invierno eran sólo un vago recuerdo. Se sintió más confiado, casi casi como el que había sido siempre. Era una sensación que no experimentaba desde aquel día en que se había dirigido al punto de lanzamiento para disputar el último partido de críquet del Campeonato Juvenil.

Las dos embarcaciones se encontraron. Sabriel no se levantó, se limitó a tender los brazos. Un segundo después, abrazaba a Ellimere y a Sam con tanto entusiasmo que las barcazas estuvieron a punto de hundirse con el movimiento.

—¡Ellimere! ¡Sameth! Cómo me alegra veros, no sabéis cuánto lamento haber estado ausente todo este tiempo —dijo Sabriel, aflojando el abrazo.

—Tranquilízate, mamá —dijo Ellimere como si ella fuera la madre y Sabriel la hija—. Tú eres la que nos preocupa. Anda, deja que le eche un vistazo a esa pierna.

Iba a levantar la capa, pero Sabriel la detuvo en el mismo instante en que a Sam le llegaba un horrendo tufillo a carne podrida.

—No tiene buen aspecto todavía —se apresuró a aclarar Sabriel—. Las heridas causadas por los muertos se infectan muy deprisa, por desgracia. Con la ayuda de los Pilares Mayores he lanzado sobre ella varios encantamientos curativos y le he puesto una cataplasma de feliac. No tardará en mejorar.

—Esta vez —dijo Touchstone.

Se había mantenido alejado del ovillo formado por Sabriel, Ellimere y Sam, y miraba a su esposa desde lo alto.

—Vuestro padre está enfadado conmigo porque cree que estuve a punto de perder la vida —dijo Sabriel con una sonrisa forzada—. Y la verdad es que no entiendo su postura, sobre todo porque creo que debería alegrarse de que no fuera así.

Su comentario fue recibido en el más absoluto de los silencios, hasta que Sam preguntó tímidamente:

—¿Es muy grave la herida que te hicieron?

—Mucho —contestó Sabriel dando un respingo al mover la pierna. Debajo de la capa, las marcas del Gremio refulgieron y fueron visibles a través de la gruesa lana. Tras un momento de vacilación, Sabriel agregó—: Si no me hubiera encontrado con tu padre al regreso, tal vez no habría llegado hasta aquí.

Sam y Ellimere se miraron horrorizados. Durante toda la vida habían oído contar historias de las batallas y las victorias conseguidas con gran esfuerzo por Sabriel. La habían herido en otras ocasiones, pero nunca la habían oído reconocer que podían haberla matado; tampoco habían considerado nunca que esa posibilidad existiera, que era real. Se trataba de la Abhorsen, capaz de entrar en el Reino de la Muerte a su antojo.

—Pero he conseguido llegar y voy a ponerme bien —dijo Sabriel con firmeza—. De manera que no hay necesidad de tantas alharacas.

—Te refieres a mí, supongo —dijo Touchstone. Se sentó soltando un suspiro y en seguida volvió a levantarse de mal humor para acomodarse las espadas y la bata y se sentó de nuevo.

—El motivo por el cual hago tantas alharacas —aclaró—, es que me preocupa que durante todo este invierno alguien o algo pueda haber estado organizando de forma deliberada y astuta una serie de situaciones para ponerte en peligro. Analiza los lugares a los que tuviste que acudir, siempre había más muertos de los que hablaban los informes y criaturas mucho más peligrosas…

—Touchstone —lo interrumpió Sabriel tomándolo de la mano—. Tranquilízate. Estoy de acuerdo contigo. Y tú lo sabes.

—¡Bah! —masculló Touchstone, pero no dijo nada más.

—Es cierto —prosiguió Sabriel mirando a los ojos a Sam y a Ellimere—. Existe un plan claro y no sólo en los muertos sacados de sus tumbas con el único propósito de tenderme emboscadas. Creo que el número creciente de seres elementales producidos por la magia libre está relacionado con lo mismo y con los problemas que vuestro padre ha tenido con los refugiados sureños.

—Casi seguro que es así —acotó Touchstone con un suspiro—. El general Tindall cree que Corolini y su Partido Nuestro País reciben subvenciones en oro desde el Reino Antiguo, aunque carece de pruebas concretas. Dado que Corolini y su partido mantienen ahora un equilibrio de poderes en la Asamblea de Ancelstierre, han conseguido que se traslade a los sureños cada vez más al Norte. También han dejado claro que su objetivo último es que todos los refugiados sureños acaben instalados al otro lado del Muro, en nuestro reino.

—¿Por qué? —preguntó Sam—. Quiero decir, ¿para qué? Al fin y al cabo, la zona norte de Ancelstierre no se caracteriza precisamente por estar superpoblada.

—No lo sé bien —contestó Touchstone—. Las explicaciones que se oyen en Ancelstierre son pura basura populista que apelan al miedo del campesinado. De todos modos, tiene que haber un motivo que impulse a alguien de aquí a pagarles en oro, el suficiente para comprar doce escaños en la Asamblea. Me temo que ese motivo tiene algo que ver con el hecho de que no hemos conseguido encontrar más que una veintena de las miles de personas a las que obligaron a cruzar el mes pasado y ninguna de ellas con vida. Las demás se esfumaron…

—¿Cómo es posible que desaparezca tanta gente? Seguramente dejarían algún rastro —lo interrumpió Ellimere—. Tal vez debería ir a…

—No —dijo Touchstone con una sonrisa, divertido por la convicción de su hija de que era capaz de hacer mejor papel que él cuando se trataba de buscar algo. La sonrisa se le borró de los labios cuando siguió diciendo—: Esto no es lo que parece, Ellimere. Esto es cosa de la brujería. Tu madre cree que los encontraremos cuando menos lo deseemos y que cuando lo hagamos, no estarán vivos.

—Ahí está el quid de la cuestión —dijo Sabriel sombríamente—. Antes de que sigamos analizando el problema, creo que deberíamos tomar más precauciones para que nadie nos oiga. ¿Touchstone?

Touchstone asintió y se puso en pie. Desenvainó una de sus espadas y se concentró. Las marcas del Gremio de su espada comenzaron a brillar y a moverse, hasta que toda la hoja se llenó de luz dorada. El rey levantó la espada y las marcas del Gremio saltaron hasta el pilar mayor más cercano y se esparcieron sobre él como fuego líquido.

Nada ocurrió durante un instante. A continuación, otras marcas captaron la luz, y las llamas doradas se extendieron hasta cubrir todo el pilar y ardieron como un incendio desbocado. Otras marcas saltaron al pilar siguiente hasta que prendió fuego también y lo mismo ocurrió con el siguiente hasta que los seis Pilares Mayores quedaron envueltos en llamas y de ellos salieron torrentes de brillantes marcas del Gremio que fueron a entretejer una tracería de luces en forma de domo que cayó sobre las dos barcazas.

Sam se asomó por la borda y comprobó que el fuego dorado se había esparcido incluso por debajo del agua para formar un enloquecido laberinto de marcas que cubrían el suelo del embalse. Los cuatro quedaron envueltos por una barrera mágica alimentada por la fuerza de los Pilares Mayores. Se sintió tentado de preguntar cómo se hacía el encantamiento y cuál era su naturaleza, pero su madre ya había empezado a hablar.

—Ahora podemos hablar sin temor a que nos escuchen, ni oídos humanos ni de otro tipo —dijo Sabriel.

Tomó en las suyas las manos de Sam y Ellimere y las apretó con fuerza, tanto, que sus hijos notaron los callos de los dedos y las palmas, resultado de tantos años de empuñar la espada y las campanas.

—Vuestro padre y yo tenemos la certeza de que los sureños han sido desplazados hasta el otro lado del Muro para hallar la muerte a manos tic… a manos de un nigromante que ha utilizado sus cuerpos para albergar en ellos espíritus muertos que le deben lealtad. Sólo la brujería producto de la magia libre explica cómo los cuerpos y los demás rastros han desaparecido sin ser vistos por nuestras patrullas ni por la visión de las Clarvis.

—Yo creía que las Clarvis lo veían todo —dijo Ellimere—. Bueno, casi siempre se equivocan de fecha, pero ven el futuro. ¿O no?

—En los últimos cuatro o cinco años las Clarvis vienen comprobando que su visión está nublada y que probablemente siempre ha estado nublada en la zona que rodea las costas orientales del lago Rojo y el monte Abed —dijo Touchstone con tono grave—. Se trata de una zona amplia en la cual, no por casualidad, nuestro mandato real no se sostiene. Existe allí cierto poder que se opone tanto a las Clarvis como a nuestra autoridad, bloqueando la visión y rompiendo los pilares del Gremio que he erigido allí.

—¿No deberíamos convocar a las bandas adiestradas y llevarlas, junto con la guardia, hasta allí para solucionar el asunto de una vez por todas? —protestó Ellimere en el mismo tono que Sam imaginó que había empleado cuando estaba al frente del equipo de hockey del Colegio Wyverley en Ancelstierre.

—No sabes dónde está ni qué es —contestó Sabriel—. Cada vez que nos disponemos a rastrear la zona en busca de la fuente del problema, siempre ocurre algo en otra parte. Hará unos cinco años creímos haber encontrado la raíz de este enojoso asunto en la batalla del pueblo de Roble…

—La nigromante —la interrumpió Sam, que se acordaba bien del episodio. En los últimos meses había dedicado mucho tiempo a meditar sobre los nigromantes—. La de la máscara de bronce.

—Sí. Chlorr de la Máscara —aclaró Sabriel clavando la vista en la barrera dorada; era evidente que le traía malos recuerdos—. Era muy vieja y poderosa, por ello supuse que las dificultades con las que nos encontramos allí habían sido obra suya. Aunque ahora no estoy segura. Está claro que alguien más sigue haciendo lo posible por ofuscar a las Clarvis y causar problemas a lo largo y a lo ancho del reino. En Ancelstierre hay alguien que apoya a Corolini y es posible que incluso las guerras de los sureños. Una posibilidad es que se trate del hombre que encontraste en el reino de los muertos, Sam.

—¿El… el nigromante? —inquirió Sam.

Su voz sonó como un patético pitido; el muchacho se restregó inconscientemente las muñecas y al hacerlo, las mangas se le subieron dejando ver las cicatrices de las quemaduras.

—Debe de tener un poder inmenso si es capaz de levantar a tantos braceros muertos al otro lado del Muro —contestó Sabriel—. Y si tiene tanto poder, yo debería haber oído hablar de él, pero no es así. ¿Cómo habrá hecho para mantenerse oculto durante todos estos años? ¿Cómo se ocultó Chlorr cuando organizamos batidas en todo el Reino entero tras la caída de Kerrigor y por qué se mostró para atacar el pueblo de Roble? Empiezo a preguntarme si no habré subestimado a Chlorr. Incluso es posible que consiguiera eludirme la última vez que nos enfrentamos. La obligué a cruzar la Sexta Puerta, pero yo estaba tan exhausta que no la seguí todo el trayecto hasta la Novena. Debería haberlo hecho. Tenía un no sé qué de extraño, algo más que la mácula habitual que dejan la magia libre o la nigromancia…

Se interrumpió, sus ojos recorrieron el vacío con aire ausente. Tras parpadear, añadió:

—Chlorr era vieja, lo bastante vieja para que otros Abhorsen se hayan cruzado con ella en el pasado y sospecho que ese otro nigromante también tiene muchísimos años. Sin embargo, en la Casa Real no he encontrado ningún registro que se refiera a ellos. Cuántos datos se perdieron en el incendio del palacio, y muchos más con el simple paso del tiempo. Y aunque las Clarvis lo guardan todo en esa Gran Biblioteca suya, rara vez encuentran algo útil en ella. Tienen la mente muy fija en el futuro.

»Me encantaría echar un vistazo a mí también, pero se trata de una tarea que llevaría meses, incluso años. Creo que Chlorr y ese otro nigromante estaban conchabados y puede que todavía sigan estándolo, si Chlorr ha sobrevivido. No queda claro quién manda y quién obedece. Temo también que descubramos que no están solos. Sea quien fuere o lo que quiera que actúa en contra de nosotros, debemos asegurarnos de que sus planes acaben en agua de borrajas.

La luz fue mermando a medida que Sabriel hablaba y el agua se lleno de ondas como si una brisa indeseada hubiese conseguido saltarse la protección del dorado fulgor que despedían los pilares.

—¿Qué planes? —preguntó Ellimere—. ¿Qué es lo que esos seres… o esas cosas… se proponen hacer?

Sabriel intercambió con Touchstone una mirada cargada de incertidumbre antes de contestar.

—Creemos que tienen pensado traer a los doscientos mil refugiados sureños al Reino Antiguo para… para matarlos —susurró Sabriel como si temiera que, pese a las precauciones tomadas, alguien pudiera oírla—. Doscientas mil muertes por envenenamiento en un solo minuto con el fin de construir una avenida hacia el reino de los muertos que permita llegar a todos los espíritus que vagan allí, desde el primer recinto hasta el precipicio de la Novena Puerta. Y así, reunir las huestes de muertos más numerosas que jamás han hollado el reino de los vivos. Unas huestes a las que nos resultará imposible derrotar aunque fuera posible que a ellas se opusieran todos los Abhorsen que han sido.