De Stilkens y magias extrañas
En la amplia cámara de las flores, el silencio recibió a Lirael con su misteriosa profundidad. Aparte del suave crujido de sus pasos al pisar las margaritas, no se oía nada más.
Poco a poco, dando vueltas en redondo cada tres o cuatro pasos para asegurarse de que nada la atacaría por la espalda, Lirael cruzó la caverna y llegó a la puerta de la luna en cuarto creciente. Seguía entreabierta, pero la muchacha no osó entrar por temor a que el stilken la encerrara dentro en caso de que siguiese oculto en el campo.
El árbol es el escondite más probable para la criatura, pensó Lirael, y se imaginó al stilken enroscado a una rama como una serpiente. Oculto entre las verdes hojas, sus ojos plateados seguirían cada uno de sus movimientos.
Bajo la extraña luz, el roble no era más que una gran mancha en sombras. El stilken podía incluso ocultarse detrás del tronco y dar vueltas a su alrededor para que el árbol se interpusiera entre él y la muchacha. Lirael no apartaba la vista del roble y abrió los ojos todo lo posible, como si así pudieran captar más luz. Nada se movía, de modo que comenzó a caminar hacia el árbol, con pasos cada vez más cortos mientras el estómago se le iba encogiendo de miedo.
Tan concentrada estaba en el árbol que chapoteó en el borde del estanque antes de darse cuenta de que había llegado hasta él. Las ondas brillantes, que reflejaban la falsa luz de la luna, se expandieron un momento y de inmediato el agua volvió a ser un espejo inmóvil.
Lirael retrocedió, sacudió los pies y empezó a bordear el estanque.
Empezaba a ver el roble con más claridad, a distinguir las hojas y las ramas, aunque persistían grandes manchas de sombra que podían ser cualquier cosa. Cada vez que apartaba la vista del roble, creía ver movimientos en la oscuridad.
Decidió que había llegado el momento de alumbrarse, aunque al hacerlo, delataría dónde estaba. Se zambulló en el Gremio y las señales necesarias comenzaron a fluir en su mente y se perdieron en cuanto el stilken surgió de improviso del estanque, a su lado, y atacó con sus feroces garras.
De alguna forma, Sojuzgadora las recibió con una lluvia de blancas chispas envueltas en vapor y una estocada que a punto estuvo de dislocarle el hombro a la muchacha. Retrocedió a trompicones lanzando un grito de furia guerrera y de pánico, e instintivamente se puso en guardia. Volaron más chispas y el agua rebulló cuando el stilken contraatacó; sus garras fueron rechazadas apenas a tiempo por Lirael y Sojuzgadora.
Sin detenerse a reflexionar, Lirael se replegó en dirección al roble. De su cabeza desaparecieron todos sus conocimientos de hechizos para someter y vincular así como el contacto que la unía al Gremio. Lo único que importaba en ese momento era sobrevivir, colocar la espada en el sitio adecuado para impedir el asalto asesino del monstruo.
La bestia golpeó bajo, a la altura de las piernas. Lirael atajó el golpe y se sorprendió al comprobar que los músculos, no del todo adiestrados en esas lides, tomaban las riendas. Lanzó una estocada directa al torso de la criatura. La punta de Sojuzgadora dio en el blanco y le abrió un tajo en el vientre del que partió una nube de chispas que dejaron el chaleco de Lirael como un colador.
Pese a todo, el stilken no parecía malherido, sólo furioso. Atacó otra vez y cada embate de sus garras obligaba a Lirael a retroceder varios pasos. La muchacha agitaba con desesperación a Sojuzgadora, y con cada estocada sentía que se le sacudían todos los huesos del cuerpo. El peso de la espada comenzaba a debilitarla. Nunca había sido una buena espadachina y jamás lo había lamentado… hasta ese momento.
Retrocedió un poco más, con el pie notó una ligera resistencia, dio entonces un paso más amplio de lo necesario y acabó metida en un agujero. Lirael perdió el equilibrio y cayó de espaldas justo cuando una garra afilada cortaba el aire a escasos centímetros de su garganta.
En la caída, el tiempo pareció detenerse. El golpe de parada que acababa de lanzar salió demasiado abierto cuando empezó a girar los brazos como un molino de viento para recuperar el equilibrio. Las garras del stilken continuaron cortando el aire, cada vez más cerca de la muchacha, a punto de alcanzarla a la altura de la cintura.
Lirael cayó con un golpe seco y apenas notó el dolor. De inmediato volvió a rodar hacia un lado, y en una fracción de segundo descubrió que acababa de tropezar en un hueco entre dos raíces y que el suelo estaba plagado de ellas y se le hundían en el cuerpo.
A medida que rodaba y veía tierra, flores, el techo allá en lo alto y sus luces del Gremio como estrellas lejanas, más tierra, más flores, el cielo artificial, Lirael esperaba en todo momento captar los ojos plateados del stilken y sentir el dolor ardiente de sus garfios. Pero no los vio y el golpe mortal no llegó nunca. A la sexta rodada se detuvo y se lanzó hacia adelante, y los abdominales le dieron un tirón dolorosísimo cuando se puso en pie de un salto.
Sojuzgadora seguía firme en su mano y el stilken trataba de sacar el garfio izquierdo de donde se le había enganchado, a bastante profundidad, en una de las raíces principales del roble. Lirael dedujo enseguida que la garra había errado el golpe y en lugar de clavarse en la presa, se había hundido en la raíz.
El stilken la miró, los ojos plateados echaban chispas y del fondo de su garganta partió un horrible glugluteo. Su cuerpo comenzó a cambiar, el peso pasó de la pata izquierda, atrapada en la raíz, al lado derecho del cuerpo. Se volvió más rechoncho y los músculos se movieron debajo de la piel, aparentemente humana, como babosas en una hoja en dirección de la pata atascada. Antes de que acabara aquella operación, comenzó a tirar tratando de soltarse para ir tras Lirael.
La muchacha sabía que aquélla era su oportunidad y no debía desaprovechar esos pocos segundos. Las marcas del Gremio refulgieron en la hoja de Sojuzgadora cuando Lirael las invocó para unirlas a otras extraídas de las cartas del Gremio. Necesitaba cuatro marcas maestras, pero para utilizarlas, antes debía protegerse con marcas menores.
Sojuzgadora la ayudó y, poco a poco, las marcas fueron formaron una cadena en su mente, mientras el stilken glugluteaba y haciendo fuerza iba desenterrando el garfio centímetro a centímetro. El roble daba la impresión de estar tratando de mantener atrapada a la criatura, al menos eso creyó notar Lirael con aquella parte de su cerebro no concentrada en el hechizo del Gremio. Le llegaron la crepitación y los crujidos del árbol mientras pugnaba por mantener cerrado el corte de su raíz principal y evitar que la garra se liberara.
La última marca fluyó en Lirael con gracia, sin esfuerzo. Dejó que el hechizo saliera y notó su fuerza bullirle en la sangre y en la médula de todos los huesos mientras se fortificaba contra las cuatro marcas maestras que debía pronunciar.
La primera de estas marcas maestras floreció en su mente en el preciso instante en que el stilken consiguió arrancar el garfio atascado en medio de un descomunal gemido del roble y una lluvia de savia blancoverdosa. Pese a estar rodeada del encantamiento protector, Lirael no dejó que la marca maestra se demorara demasiado en su mente. La lanzó fuera obligándola a recorrer la hoja de Sojuzgadora, donde se extendió cual mancha de brillante aceite hasta que se encendió y la espada quedó envuelta en doradas llamas.
El stilken, que ya se disponía a atacar, intentó apartarse. Demasiado tarde. Lirael dio un paso al frente y Sojuzgadora salió impulsada en una brillante parada que atravesó el cuello de la bestia. El fuego dorado ardió lanzando por el aire estelas de chispas como la cola de un cohete; la criatura quedó inmovilizada, a escasa distancia de la muchacha, sus garras a punto de aferrarla de ambos lados.
Lirael invocó la segunda marca maestra que también recorrió la espada. Al llegar al cogote del stilken, desapareció. Poco después, la piel de la criatura comenzó a resquebrajarse y a arrugarse proyectando una luz blanquísima y cegadora a medida que el cuerpo se le iba cayendo a pedazos. Poco después, el stilken había perdido su apariencia semihumana para convertirse en una columna informe de intensísima luz blanca traspasada por una espada.
La tercera marca maestra abandonó a Sojuzgadora y penetró la columna. Al instante, lo que quedaba del stilken fue menguando más y más hasta convertirse en una mancha de luz de pocos centímetros de diámetro en la que Sojuzgadora quedó clavada.
Lirael sacó la botella de metal del bolsillo del chaleco, la puso en el suelo y utilizó la espada para meter dentro los restos del stilken. Sólo entonces retiró el acero, lo dejó a un lado y le puso el corcho a la botella. Poco después, la selló con la cuarta marca maestra que se enroscó al corcho y la botella con un destello.
La botella dio unos cuantos brincos, se retorció en la mano de Lirael y luego se quedó quieta. La muchacha se la guardó otra vez en el bolsillo y se sentó al lado de Sojuzgadora con la respiración entrecortada. Todo había terminado. Había conseguido dominar al stilken. Ella sólita.
Se echó hacia atrás y dio un respingo al notar infinidad de sitios doloridos en la espalda y los brazos. Un breve fulgor en algún lugar cerca del árbol captó su atención. Al instante volvió a estar alerta, la mano se acercó rápida a Sojuzgadora y los dolores pasaron al olvido. Levantó la espada y fue a investigar. No podía tratarse de otro stilken. ¿O acaso había escapado en el último momento? Revisó la botella; estaba completamente sellada. ¿No habría parpadeado por una fracción de segundo en el preciso momento en que acudía a ella la cuarta marca?
La luz volvió a brillar suave y dorada cuando Lirael se acercó y suspiró con alivio. Tenía que tratarse de magia del Gremio, de manera que estaba a salvo. El fulgor salía del agujero en el que había tropezado.
Cautelosa, Lirael metió en él la punta de Sojuzgadora y apartó un poco de tierra. Comprobó que el fulgor provenía de un libro encuadernado en pieles o una especie de cuero peludo. Utilizando la espada como palanca, sacó el libro. Había visto al árbol tratar de retener al stilken, no quería que la agarrara a ella también.
Cuando logró separarlo de las raíces, levantó el libro. Las marcas del Gremio de la cubierta le resultaban familiares, un encantamiento lo mantenía limpio y libre de lepismas y polillas. Lirael se metió el grueso volumen debajo del brazo y en ese momento cayó en la cuenta de que estaba empapada en sudor, cubierta de tierra y pétalos de flores, completamente exhausta y llena de morados. El chaleco era el único con desperfectos permanentes: estaba tan lleno de agujeros allí donde habían caído las chispas que daba la impresión de haber sufrido el ataque de polillas incendiarias.
La perra se levantó de entre las flores y salió al encuentro de su ama cuando ésta se dirigió hacia la salida. Llevaba la vaina de Sojuzgadora en la boca y no la soltó cuando Lirael envainó el acero.
—Lo he conseguido —dijo Lirael—. He sometido al stilken.
—Uy, Uy, Uy —dijo la perra levantándose sobre las patas traseras. Depositó la espada con cuidado y añadió—: Sí, señora mía. Sabía que lo conseguirías. Con razonable certeza.
—¿Ah, sí? —Lirael se miró las manos, empezaban a temblarle. Y a continuación le tembló todo el cuerpo y tuvo que sentarse hasta que se le pasara. Apenas notó el cuerpo caliente de la perra apoyado contra su espalda ni los lametones en la oreja con que pretendía infundirle coraje.
—Yo devolveré la espada —se ofreció la perra cuando Lirael dejó de temblar—. Descansa aquí hasta que vuelva. No tardaré nada. Estarás a salvo.
Lirael asintió con la cabeza, incapaz de articular palabra. Le dio unas palmaditas en la cabeza a su mascota, se echó encima de las flores y se dejó envolver en su aroma al tiempo que notaba la suavidad de los pétalos contra la mejilla. Su respiración se fue haciendo más acompasada, parpadeó dos o tres veces y… cerró los ojos.
La perra esperó hasta estar segura de que Lirael se había dormido. Soltó un ladrido breve. Salió de la boca del can acompañado de una marca del Gremio que flotó en el aire, encima de la muchacha dormida. La perra inclinó la cabeza y la miró con ojo experto. Satisfecha, levantó la espada con sus poderosas mandíbulas y salió a paso vivo, rumbo a la espiral principal.
Cuando Lirael despertó era de día, o al menos la luz de la caverna volvía a ser brillantísima. Por un instante tuvo la impresión de que había una marca del Gremio encima de su cabeza, pero era evidente que se trataba de un sueño, porque cuando despertó del todo y se incorporó, no vio nada.
Se notaba muy entumecida y le dolía todo el cuerpo, pero no se encontraba peor que al día siguiente de uno de los exámenes anuales de esgrima y boxeo. El chaleco ya no tenía arreglo, menos mal que disponía de otros de repuesto; por lo demás, no veía más signos físicos de su combate con el stilken. Nada que precisara de una visita a la enfermería. La enfermería… Filris. Lirael se sintió triste de no poder contarle a su tatarabuela que había logrado derrotar al stilken.
Además, a Filris le habría gustado la Perra Canalla, pensó Lirael, y echó un vistazo al animal que descansaba cerca de ella. Estaba ovillada, la cola enroscada a las patas traseras le llegaba casi al hocico. Roncaba con suavidad y de vez en cuando se movía espasmódicamente, como si soñara que perseguía liebres.
Lirael iba a despertar a la perra cuando notó que el libro le daba un toquecito. Con más luz descubrió que no estaba encuadernado en pieles o cuero sino que la cubierta era una especie de entablillado unido por un tejido de punto bien cerrado, algo muy extraño, la verdad.
Lo levantó, lo abrió por la carátula y antes de leer la primera palabra, adivinó que se trataba de un libro de poderes. Todo él estaba saturado de magia del Gremio. El papel estaba cubierto de marcas, lo mismo la tinta y las puntadas del lomo.
La carátula rezaba simplemente Con piel de león. Lirael pasó la página con la esperanza de encontrar un índice, pero comenzaba directamente en el primer capítulo. Empezó a leer después de las palabras «Capítulo uno», pero las letras se volvieron borrosas y brillantes. Parpadeó, se restregó los ojos, y cuando volvió a mirar la página en ella se leía «Prólogo», aunque estaba segura de no haber pasado la página. Volvió hacia atrás y ahí estaba otra vez la carátula.
Lirael frunció el ceño y siguió hojeando. Seguía diciendo «Prólogo». Antes de que la palabra volviera a transformarse en otra, se puso a leer.
«La confección de pieles del Gremio», leyó:
… permite a las magas adquirir algo más que la apariencia de una bestia o una planta. Una piel del Gremio correctamente tejida, colocada de la forma estipulada, otorga a las magas la forma deseada, con todas las peculiaridades, percepciones, limitaciones y ventajas de esa forma.
Este libro es un tratado teórico del arte de confeccionar pieles del Gremio, un manual práctico para portadoras de formas principiantes, un compendio completo de pieles del Gremio, incluidas las de león, caballo, sapo saltimbanqui, paloma gris, fresno y gran variedad de otras formas utilísimas.
El estudio disciplinado y minucioso de este curso teórico dotará a las magas aplicadas de los conocimientos necesarios para confeccionar una primera piel del Gremio en un plazo de tres a cuatro años.
—Sí que es útil ese libro —dijo la perra que acababa de despertarse e interrumpió la lectura de su ama metiendo el hocico entre las páginas y exigiéndole sin lugar a dudas que la rascara entre las orejas.
—Mucho —convino Lirael, tratando de seguir leyendo con la perra encima aunque sin ningún éxito—. Parece ser que si estudio este manual ordenadamente, dentro de tres o cuatro años podré adoptar otra forma.
—Dieciocho meses —bostezó la perra, soñolienta—. Dos años si eres perezosa. Aunque lleves una piel del Gremio, no cambias tu propia forma. Asegúrate de empezar por una piel del Gremio que te sirva para explorar. Ya sabes, una que te permita colarte por agujeritos y cosas así.
—¿Por qué? —preguntó Lirael.
—¿Por qué? —repitió la perra con incredulidad al tiempo que apartaba la cabeza de la mano de su ama—. ¡En este lugar hay montones de cosas para ver y oler! ¡Niveles enteros de la biblioteca en los que nadie ha puesto los pies desde hace siglos, milenios! Cuartos llenos de antiguos secretos cerrados con llave. ¡Tesoros! ¡Conocimientos! ¡Diversión! ¿No querrás ser una auxiliar tercera de la bibliotecaria toda tu vida?
—No exactamente —contestó Lirael con frialdad—. Quiero ser una Clarvi hecha y derecha. Quiero tener la visión.
—Bueno, a lo mejor encontramos algo que despierte en ti el don —sentenció la perra—. Sé que tienes que trabajar, pero quedan muchos ratos libres que no debemos desperdiciar. ¿Qué podría ser mejor que caminar por sitios donde nadie ha pisado desde hace miles de años?
—Supongo que puedo intentarlo —convino Lirael.
Su imaginación ya se había echado a volar tras oír las palabras de la perra. Había muchas puertas que deseaba abrir. Estaba el extraño agujero en la piedra, por ejemplo, justo donde la espiral principal termina abruptamente…
—Además —añadió la perra interrumpiendo los pensamientos de Lirael—, en este lugar hay fuerzas que quieren que utilices el libro. Algo liberó al stilken y la presencia de la criatura ha despertado otros embrujos. El roble no habría soltado el libro, si no hubieses estado decidida a tenerlo.
—No, supongo —admitió Lirael.
Le disgustaba la idea de que el stilken recibiera ayuda para escapar de su prisión. Eso significaba que había una fuerza superior del mal que estaba en los niveles antiguos o que algún poder venido de lejos podía meterse en el Glaciar de las Clarvis, pese a las defensas mágicas.
Si en la biblioteca había algo como el stilken, algún ente muy poderoso de la magia libre, Lirael consideraba su deber encontrarlo. Tenía la opinión de que al haber derrotado al stilken, sin quererlo había dado el primer paso para asumir la responsabilidad de destruir cualquier otra cosa como aquella criatura que pudiese amenazar a las Clarvis.
La exploración llenaría sus horas muertas y la distraería. Lirael se dio cuenta entonces de que en los últimos meses ya no pensaba tanto en las ceremonias del despertar, ni en el don de la visión. Crear a la perra y descubrir cómo derrotar al stilken habían mantenido su mente muy ocupada.
—Aprenderé a hacer una piel del Gremio útil —declaró—. ¡Y exploraremos, perrita!
—¡Estupendo! —dijo la perra; para celebrarlo soltó un ladrido cuyo eco resonó en toda la caverna—. Será mejor que te des prisa, que te laves y te cambies, antes de que Imshi se pregunte dónde estás.
—¿Qué hora es? —preguntó Lirael, sorprendida.
Alejada de los inaplazables golpes de silbato de Kirrith en la Residencia de jóvenes y de los toques del reloj del salón de lectura, había perdido la noción de la hora. Calculaba que estaba a punto de amanecer porque ya empezaba a tener sueño.
—Serán más o menos las seis y media de la mañana —contestó la perra después de levantar la oreja como si estuviese escuchando un carrillón lejano—. Minuto más, minuto menos…
Se quedó con la palabra en la boca porque Lirael había echado a correr a trompicones y ya estaba lejos. La perra suspiró y en cuatro saltos con los que estiró el cuerpo entero, alcanzó a su ama antes de que llegara a la puerta.