Este es un gran consejo. Yo misma he tenido algunas experiencias maravillosas, momentos de estímulo y espiritualidad en las mesas de póquer. Un día común y corriente, experimenté una increíble alegría y felicidad cuando jugaba. El ruido de las fichas y el de barajar las cartas sirvieron como música de fondo para la conversación de los jugadores. De vez en cuando, el dealer gritaba: "¡Asiento desocupado!", y un floorman21 escoltaba a otro jugador a la mesa. Los nueve jugadores en mi mesa eran de todos los tipos, tamaños y colores. Asiáticos, iraníes, algunos afroamericanos y caucásicos, como yo. Todos estábamos disfrutando el juego, tomando turnos, ganando y quejándonos un poco cuando nos vencían.

Un adulto mayor con arrugas que hablaba con cierto acento europeo estaba frustrándose un poco más que el resto de nosotros. En mi mente lo llamé "señor Gruñón", mientras aventaba sus cartas en la mesa y maldecía. "Debería aceptar sus derrotas con gracia o irse a casa", pensé para mí.

Un joven jugador atrevido llamado David que estaba sentado a mi lado perdió la paciencia. "No aviente sus cartas así", reclamó al anciano. El "señor Gruñón" le respondió gritando; mientras lo hacía, la manga de su camisa se dobló, y vi el tatuaje en su brazo. Un tatuaje azul, un número. Como los que ponían en Auschwitz, Sobibor o Bergen-Belsen. Mientras se paraba tambaleante, apoyándose en su bastón, y se alejaba, pensé en todos los horrores que este hombre había visto y los terribles momentos que de seguro soportó en los campos de concentración de la Alemania nazi.

David no se había percatado de esto, y siguió quejándose del hombre que iba hacia la puerta, arrastrando los pies.