Su casa era hermosa, de dos pisos, de colores otoñales, con muebles preciosos, arte exquisito en las paredes, y pensé que sería un gran lugar para vivir durante los 6 a 12 meses que me tomaría recuperarme (y a mi dinero).

Mis fortunas aumentaron de nuevo y mejor que nunca después de eso, pero sigo viviendo en la misma casa con Shelley. Han pasado más de 20 años; somos grandes amigas y ambas pensamos que es fabuloso compartir espacio. Un artículo de Sarah Mahoney en la revisa AARP destacó que muchas mujeres divorciadas o viudas ahorran dinero y ganan compañía al compartir vivienda. "En la actualidad cada vez hay más mujeres viviendo en la misma casa, ya sean dos, tres o a veces más. Y se ponen de acuerdo en todo, desde cómo dividir la factura de la luz hasta quién usa la cocina el sábado en la noche. De hecho, lo que al principio se pensó como una situación imposible está resultando ser una bendición para muchas mujeres", dice.

Una amiga del grupo de formación de redes me vio en una reunión y dijo: "¡Te está yendo muy bien ahora, puedes comprar tu propia casa!".

La miré como si estuviera loca. "¿Por qué querría hacer eso? —pregunté—. Si compro otra casa, después Shelley y yo tendremos que vivir solas o buscar otra compañera con quien congeniar."

—Pero es una buena inversión —insistió. (Obvio, esto fue antes del último fiasco financiero.)

—Hay muchas otras buenas inversiones —respondí—, ¡pero una buena compañera de casa es difícil de encontrar!

Un par de amigas que tomaron juntas mi taller decidieron que les encantaba nuestra idea. Compraron un dúplex juntas (una vive arriba y la otra abajo). ¡Genial!

Algunas personas son infelices porque no están viviendo el "sueño americano"; muchas más son miserables porque lo están viviendo y no se adaptan. Yo estoy viviendo mi propia versión de mi sueño, uno que creé pensando fuera de lo común.