Pero a veces me aburro, y tengo que ponerle un poco de sabor a mi vida. En esos momentos, me gusta dejar de ser cautelosa, escapar de los límites de la frugalidad ¡y derrochar en diversiones, emociones, viajes y cenas deliciosas!

Antes creía que los animalitos de mi jardín nunca hacían eso porque parecían entregados a buscar comida, hacer un nido y atraer a una pareja. Sin embargo, los pájaros se posan a veces en los árboles a cantar, sin otro motivo, al parecer, que deleitarse en su canto. Pienso que la lección de eso es: cuando se ha tenido éxito, ¡hay que darse un momento para cantar!

A veces estamos tan atrapadas en nuestras cuentas obligatorias que olvidamos cuidar de nosotras mismas gastando dinero en algo divertido de vez en cuando.

No tiene por qué tratarse de una suma grande o una compra ostentosa; puede ser algo pequeño, como un helado a medio día, salir a cenar a su restaurante favorito, comprar ese precioso collar que la hace sentirse millonaria o tomarse una mañana para jugar una ronda de golf (si es un día hábil, tendrá el placer extra de haberse ido de pinta).

No permita que la autocensura se interponga en el camino de su satisfacción. ¡Su deber es experimentar a plenitud y disfrutar de su dicha y placer!

Este es un regalo que se da a sí misma. Usted trabaja mucho, vela por su familia y amigos, enfrenta problemas y vence retos. También tiene que relajarse y divertirse.

Pero, ¿y el futuro?

Mi madre no trabajaba fuera de casa, así que oficialmente no se retiró, pero murió a los 67 años; muy joven, pienso yo (idea que reafirmo más y más con cada año que pasa).

Pero ella no esperó a retirarse para pasarla bien; salía a cenar con papá y la familia, hacía fiestas, se daba sus escapadas de fin de semana con sus amigas y de semanas de verano en la playa, vacacionaba por el país para visitar a sus parientes, viajaba y jugaba golf.