Rob Anderson, de Louisville, Kentucky, compró por error un billete de lotería: quería tres "cachitos" para regalar, pero el empleado juntó todo en el mismo billete, el cual reservó para sí mismo, y compró otros tres. Y adivine qué: uno de los números incluidos en el billete con el que se quedó por un error le dio a ganar la lotería Powerball, ¡por $128.6 millones USD! Cuando le preguntaron qué iba a hacer con ese dinero, Anderson contestó que compraría un auto y que pensaba hacer un viaje a Hawái (¿qué le dije?). Aunque lo primero que respondió fue: "En realidad, somos gente de principios. Mi esposa me enseñó, por así decirlo, a sacar el mayor provecho posible de cada dólar".

En otras palabras, "esto no me va a cambiar. Seguiremos recortando cupones y cazando ofertas". ¿Ve a qué me refiero?

Por todos los millonarios instantáneos que gastan a manos llenas y regalan su dinero, hay otros individuos que ahorran en forma diligente, invierten con prudencia y nunca gastan un centavo.

En noviembre de 2013, Los Angeles Times publicó un artículo acerca de una viuda que apareció en un pequeño despacho de abogados buscando asesoría. Necesitaba ayuda para administrar sus bienes. Cuando un abogado le preguntó a cuánto creía que ascendía su patrimonio, ella respondió que a unos $40 000 USD. Era callada y sencilla, y había sido maestra de primer grado durante 35 años.

Cuando falleció, en 2011, esa señora dejó más de $5 millones USD a 15 obras de caridad. Tenía tantos bienes y papeles que aquel despacho tardó dos años en deshacer la maraña. El artículo mencionaba que en un armario había una lata de avena Quaker con bonos de ahorro de las décadas de 1940 y 1950, los que resultaron valer $183 000 USD.

Nosotras podemos evitar ambos extremos; es decir, restar importancia al dinero sin dejar de creer en los aspectos buenos que este puede hacer por nosotras. Puede ser una gran fuerza para bien con la misma facilidad con que llega a convertirse en una mala influencia.