En mi caso, mis dos hermanas tenían empleos de tiempo completo, pero, en festividades y reuniones familiares importantes, ellas eran quienes decoraban la casa, ponían la mesa, hacían de comer y después limpiaban la cocina. (Admito que los hombres de mi familia cumplían otros deberes importantes, ¡y que son individuos maravillosos!) Pero, al parecer, ellas seguían los roles de género estereotipados en relación con las labores del hogar; los mismos que aprendimos de mamá y papá cuando éramos niñas. No obstante, mamá no tenía un empleo de tiempo completo fuera del hogar. En ocasiones, cuando la conversación de sobremesa era muy interesante, yo no ayudaba a levantar la cocina, sino que me quedaba con los hombres y seguía platicando. Mis hermanas jamás me dijeron nada al respecto, pero yo siempre me sentía culpable cuando no las ayudaba, así que no lo hacía con tanta frecuencia. Cuando cuestionamos lo que parece natural —y lo parece solo porque eso es a lo que estamos acostumbradas—, con frecuencia nos sentimos mal, incómodas. Pero cuando seguimos conductas de roles basadas en el género, damos a nuestros hijos instrucciones no verbales acerca de la "forma correcta" de hacer las cosas. Linda Babcock cuenta que aunque ella ganaba más que su esposo, permitía que él manejara las finanzas cuando salían, pagara cenas, etc. Una tarde fue a la farmacia con su hija de tres años. La niña vio un muñeco de peluche y preguntó: "¿Tienes dinero para comprármelo, mamá? ¿También las mujeres tienen dinero, o solo los hombres?". Babcock se aterró, desde luego. Un hábito familiar simple y en apariencia inocuo le había comunicado a su hija que los hombres tienen dinero, pero las mujeres no. |