—¿A cuántas reuniones asististe? —le pregunté. —Iba a una cada mes —contestó. (¿Solo a una?) —¿Le llamabas a alguien después de cada reunión? —inquirí. —No —dijo—. Esperaba que me llamaran si alguien requería mis servicios. Supe entonces que esta mujer no estaría en el mercado mucho tiempo. He aquí una verdad inobjetable: nuestros clientes nunca nos llamarán. ¿Por qué? Porque tienen una larga lista de pendientes y nosotras no formamos parte de ella. Y también tienen una agenda bastante apretada y tampoco estamos en ella. Nosotras, y nuestros productos y servicios, estamos al final de su lista de prioridades, si es que acaso estamos en ella. Quizás no hayan hecho aún suficientes comparaciones de precios, o deban remodelar el cuarto de huéspedes antes de saber si tienen suficiente dinero para algo más. En un momento así, todas estas ideas comienzan a resultar inquietantes, de manera que para nuestros clientes en perspectiva es más fácil olvidarse de nosotras y no hablarnos. Por nuestra parte, no les llamamos porque no queremos oír todas sus objeciones. Queremos oír sí... pero no tanto como tememos oír no. Por consiguiente, la mayoría de los dueños de pequeñas empresas no cesan de formar redes sin obtener los resultados que desean, y ganan mucho menos de lo que merecen, en especial las mujeres. |
Pidamos más dinero y todo lo que queremos |
Existen razones culturales por las cuales las mujeres continuamos ganando solo $0.77 USD por cada dólar que se le paga a un hombre. Pero esto se debe en parte a nuestra falta de conocimientos y habilidades para exigir lo que queremos. ¿Hay algo que nos permita recuperar el control de nuestras negociaciones, pedir lo que queremos y obtenerlo, sin ser prepotentes, agresivas y ofensivas? |