Pero hay muchas carreras que no dependen de un certificado educativo oficial. Bill Gates de Microsoft, Steve Jobs de Apple y Steven Spielberg de Dreamworks son ejemplos de esto. Nacieron con talentos, habilidades y creatividad, y despegaron por su cuenta, sin tener un título universitario ni ninguna otra clase de certificación. Solo se pusieron a trabajar y a hacer cosas.

Una vez, en una reunión de formación de redes a la que asistí, los asistentes nos turnamos para dar nuestro comercial de 30 segundos acerca de nuestro negocio. Las tres personas que se presentaron justo antes que yo hicieron énfasis en sus acreditaciones y certificados: una tenía una maestría en administración de empresas, otra era terapeuta matrimonial y familiar certificada, y la tercera tenía un doctorado.

Entonces llegó mi turno: "Mi reconocimiento a estas maravillosas personas con títulos tan distinguidos —comencé, y luego me volví a la audiencia y sonreí—. Yo, por mi parte, no tengo ninguna acreditación. Me gradué en inventar cosas. ¡Soy reductora del estrés financiero y me certifiqué a mí misma!".

Además de obtener con esto grandes carcajadas y algunas sonrisas cordiales, después se me acercaron muchas personas para conocerme. "Mi gente". La gente a quien le gustan las acreditaciones buscó a otras personas. Perfecto.

Antes de que proliferaran los institutos tecnológicos y las universidades a los que cualquiera podía asistir, la mayoría adquiría un oficio o profesión siendo aprendiz de un maestro artesano o un experto. Se ascendía con dificultad a oficial, y después a maestro. Tendemos a olvidar que hay más de un camino para ser diestros en algo.

En los veintitantos años que llevo enseñando y escribiendo acerca de finanzas, solo una vez me han preguntado por mis estudios. Una señora se había inscrito ya en mi curso cuando una amiga le preguntó cuáles eran mis credenciales. "¡No sé!", exclamó ella, y me llamó para averiguarlo.