Pero era ofensivo y parecía personal que alguien me interrumpiera en una reunión, hablara más fuerte y de manera más resuelta que yo y se atribuyera después el crédito de mi idea. Parecía personal que no se me ofreciera un ascenso o una oportunidad de desarrollo y que en cambio se promoviera a hombres más jóvenes que yo y que otras mujeres. Me sentí excluida cuando en la compañía se suspendieron los juegos mixtos de softbol y, junto con el director general, todos los hombres se inscribieron en una liga exclusiva para hombres. Así, me puse a estudiar el juego de los negocios, y gran parte de lo que aprendí resultó útil y bueno: cómo negociar un mejor salario, promover y vender productos y servicios, usar el poder de la formación de redes, trabajar con personas difíciles, entender los estados financieros, manejar a la competencia, hablar en público y contratar y supervisar a otras personas. Aprendí que era importante apalancar los talentos propios y crear múltiples flujos de ingreso residual. Pero tal como se practica en la actualidad, hoy no ganan ese juego suficientes personas. Demasiadas permanecen estancadas en empleos mal remunerados y de salario mínimo, y muchas son mujeres. Añádase a esto la realidad de que las mejores decisiones de ganancias no son siempre las mejores para la gente. En un episodio tristemente memorable, a finales de la década de 1960 los ejecutivos de Ford Motor Company calcularon que les costaría menos pagar indemnizaciones que gastar en la reparación de los defectos de diseño que provocaban que el tanque de gasolina del Pinto explotara en colisiones. Cuando 85 personas ganan y 3 500 millones pierden, el juego es un desastre. A lo largo de la historia, cuando disparidades como esa se vuelven demasiado grandes, a la larga, las numerosas masas en la parte inferior de la escala se rebelan. Un elemento clave de la Revolución Francesa fue la aglomeración de las mujeres de París que no podían comprar pan para su familia. Se habían hartado. Marcharon a Versalles, tomaron prisioneros al rey y la reina y ese fue el principio del fin de la monarquía en Francia. Luis XV lo vio venir cuando hizo la célebre exclamación: "Después de mí, el diluvio", pero no hizo nada para impedirlo. |