CANTÓN - III

n la parte opuesta del rio, llamado Honam, hay unos jardines, que visitaremos, por no quedarnos sin verlo todo; pero no porque merezca la pena de perniquebrarse al pasar aquellos carcomidos puentes, ni de atrapar unas fiebres palúdicas por intentar en vano reflejar nuestra imagen en el impuro seno de unas charcas cenagosas. La flora es rica, pero descuidada; y como esta excursión no es científica, suprimo por inoportuno lo que habla a la inteligencia y callo por inexistente lo que halaga los sentidos. No saldremos, sin embargo, de allí sin entonar un himno de asombro a la camelia de Cantón, rarísima variedad, que sólo florece de dos en dos años y cuya forma es una verdadera maravilla. Redúcese a una estrella de varias puntas, cada uno de cuyos radios está compuesto de pétalos sobremontados, que disminuyen hacia las extremidades con una simetría y proporción geométricas. Estos pétalos, que son de color de rosa pálida, doblan sus bordes hacia fuera, presentando una fimbria de matiz más fuerte, que dan a la flor, como dejo dicho, el aspecto de una estrella de escamas, con círculos concéntricos festoneados de rojo.

No salgamos del slipper boat, toda vez que nos hallamos en el río; y desafiando su impetuosa corriente, dirijámonos de nuevo a las márgenes de la ciudad china, en busca de los tan afamados botes de flores, donde los celestiales comparten los placeres nocturnos con los teatros y los culaus; bodegones sobre los que vale más callarse, y espectáculos de que es preferible no volver a decir una palabra.

Constituyen aquellas mansiones de la alegría unas enormes barcazas flotantes, que en nada difieren entre si, a pesar de su número. Vista una, vistas todas. Alegremente pintadas al exterior, ocupa el puente un salón alumbrado por linternas y amueblado con sitiales y mesillas. Unos canastillos de flores penden del techo: y allí se come, se bebe y se fuma, mientras unas cuantas mujeres de jalbegado rostro, con los pómulos y los párpados cubiertos de almazarrón (aristocrático afeite del bello sexo), bien vestidas y mejor peinadas (pero nunca limpias), cantan, al parecer acompañadas de instrumentos músicos, muy semejantes para nosotros a los de tortura, preparan las pipas de los consumidores y les dan conversación. Todo ello sin algazara expansiva, pacíficamente y sin ulteriores consecuencias. Los hombres pagan y no riñen; y a las cantantes les dura el peinado intacto una semana, que es lo que tarda en volver la peinadora. No hay propinas.

Se me olvidaba consignar que los europeos deben ir provistos de algún frasco de esencia con que preservar el olfato de ciertas emanaciones, porque además de los perfumes urbanos, existen los fluviales, despedidos por unas góndolas que constantemente están cruzando el río cargadas con materias para el abono de sus fértiles tierras de labor, y a las que los habitantes de Shameen han bautizado con el nombre, de tigres, no sé si por el aliento que exhalan o por el terror que inspiran: lo cierto es que se las presiente y se las huye.

Saltemos a tierra. ¿Pero qué es esto? ¿Tocan somatén? ¿Hay algún incendio? Toda la gente mira hacia arriba, y provistos de gongs, cacerolas, latas de petróleo o simples pedazos de bambú, grandes y chicos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres golpean y gritan a quien mete más ruido. ¡Ah! No hay que asustarse. Es que hay eclipse, y como según la astronomía china, este fenómeno tiene lugar porque la luna riñe con el sol, y en la contienda lleva la casta Selene la mejor parte, pues empieza ya a comerse al astro del día, los moradores de la tierra la obligan por aquel medio a soltar el bocado, a fin de no quedarse sin luz y sin calor; lo que consiguen siempre, porque aquí no tiene el mismo significado que en Europa lo de ladrar a la luna.

Verifícanse en Pekín y en Cantón alternativamente los exámenes anuales para los diversos grados de mandarín. Los ejercicios se hacen por el sistema celular; es decir, que cada examinando queda recluso y tabicado durante unos días, con el objeto de escribir su tesis sin el auxilio de bibliotecas ni consultores; y a este fin se destina un edificio conocido con el nombre de las once mil celdas, que mas propiamente deberían llamarse chiqueros. No es, pues, una universidad, porque la enseñanza es libre y a domicilio; y tampoco es una pocilga, porque son miles de ellas. Con saber las máximas de Confucio, los comentarios de Mencio, la cronología de los emperadores y contar hasta diez mil, sale de allí un hombre con aptitud para general, almirante, presidente del Supremo, obispo, ministro de la música (existe un ministerio ad hoc) o cualquier otro cargo en armonía con sus aficiones o al alcance de sus recursos, pues importa saber que en China la administración del Estado se concede a la puja. Luego nos extenderemos sobre este particular. Recordemos antes a los lectores que lo hayan puesto en olvido, que existe una lotería llamada Vaisen (desterrada del imperio y acogida al pabellón portugués en Macao), reducida a jugar sobre el nombre de los examinandos que se presume que han de ganar el curso. Cuál sea el número de los jugadores dedúzcase de lo que el monopolizador paga al gobierno del establecimiento lusitano, que en la última subasta trienal satisfizo la enorme suma de seiscientos cuarenta mil duros. Así es que cuando la opinión se inclina por tal o cual estudiante de reconocida aplicación e incontestable inteligencia, el concesionario, ante la probabilidad de tener que satisfacer grandes premios, procura sobornar a los examinadores para que desahucien al candidato, o corromper a éste con dádivas para que abdique del éxito.

Volvamos a lo de la puja. Cantón, capital de los dos Kuanes (Kuan-tung y Kuan-si) es la sede de un a modo de gobierno de provincia; con la sola diferencia de que el gobernador tiene el título de virrey y ejerce jurisdicción sobre cuarenta millones de habitantes en una extensión de 435,000 kilómetros cuadrados. Pues bien; cuando el gabinete de la metrópoli, o más propiamente hablando, el emperador —y en su defecto el regente, si como acontece ahora, el soberano está aún en la menor edad— trata de proveer el cargo, elige un mandarín de la más elevada categoría; pero siendo muchos los aspirantes, opta por aquel que ofrece mayor suma de rendimientos al Estado. Por supuesto que el monarca repite, como Luís XIV, el Estado soy yo. Una vez el agraciado en el ejercicio de sus funciones, saca sus cuentas y dice: «Seis que me cuesta el destino y seis que yo quiero ganar son doce, que corresponden a los contribuyentes. Dividiendo estos doce por tres, que son los años que ha de durar mi ejercicio, tocan a cuatro anual». Y en efecto; llama a los mandarines sufragáneos, y suma por aquí, multiplica por allá, él se las arregla de modo que le salgan los cuatro. Pero ¿qué acontece? Que, como las autoridades inferiores han escalado sus destinos por igual procedimiento, apelan a los mismos recursos económicos; y pídales lo que les pida el virrey, se lo dan, pues toda la operación se reduce a aumentar la derrama entre sus administrados. No hay más ley que el capricho, y es inútil quejarse, porque al que protesta se le confiscan los bienes, y al que se resiste lo decapitan.

Para muestra basta un botón. El general de las fuerzas militares de Cantón, a quien tuve el gusto de conocer, y que entre varias cosas notables me preguntó si España estaba junto al Perú, responde de un contingente de doscientos mil soldados, pues el efectivo apenas llega a la mitad; los restantes figuran sólo nominalmente en los cuadros del ejército, y el pré se cobra pero no se paga. El día que hay una revista general, lo que ocurre de higos a brevas, se echa mano de los coolies de los oficiales, de los cargadores, mozos de esquina, vagos y mendigos, y hasta la otra. Este espectáculo, que tiene mucho de curioso (y no en la acepción de limpio), se divide en dos partes.

Es la primera una parodia de táctica al estilo europeo, en que las voces de mando son sustituidas por golpes de gong y las descargas dirigidas por los banderines de las secciones. Los movimientos resultan a discreción, sin duda para corresponder al calzado de la tropa, que es también discrecional. Unos llevan borceguíes viejos de señora con bigotera de charol, otros botas de hombre con la caña por fuera, algunos los usan de gendarme francés montado, y la generalidad caret utroque. En fusiles los hay desde el arcabuz hasta el de aguja, largos y cortos, y que apuntan y no tiran.

La parte nacional comprende el tiro al blanco con arcos de un peso y de una tensión excepcionales; la esgrima de lanza, en la que agotan todos los recursos de la gesticulación para hacerse miedo; y las maniobras hípicas con jinetes, que montan y desmontan a la carrera, se tienden sobre el caballo, que es poco mayor que una rata gorda, y ejecutan, en fin, todas las habilidades propias de los clowns.

Ahí van algunos datos curiosos.

Según la estadística de Behm y Wagner de 1874 a 76, las veinticinco provincias en que se divide el Imperio del medio, contando la China propiamente dicha y los países tributarios, miden una superficie de 10.466,655 kilómetros cuadrados, y tienen una densidad de 434.446,514 habitantes. Pero vaya usted a saber la verdad en un país donde no hay censo y en el que es preciso sacar las cuentas como las presupuestaba de las obras municipales aquel arquitecto de Soria, que, preguntándole lo que podría costar un matadero, respondía: «De quinientos a sesenta mil duros».

Los ingresos de la nación, según los ingleses, que son los más versados en la contabilidad china, ascienden por el presupuesto de 1875 a 79.500,000 taels(cada tael valiendo peso y medio), y se descomponen así:

Por territorial … 18.000.000
Impuesto sobre mercancías … 20.000.000
Renta de aduanas … 15.000.000
Sal … 5.000.000
VENTA DE CATEGORÍAS … 7.000.000
Ingresos eventuales … 1.000.000
Ganados, agricultura y demás productos naturales y en especie 13.100.000
TOTAL … 79.100.000

En 1874 emitió el gobierno chino el primer empréstito exterior por 15.691,875 francos, dando en garantía la renta de aduanas.

Careciendo de administración civil, no es para extrañarse que tampoco la tenga militar. Verdad es que el mismo vacío se nota en ingenieros y estado mayor; y aun me atrevería a decir en el ejército en absoluto, si no vinieran a desmentirlo los siguientes datos de Klaprotz, de que él no sale garante, ni yo tampoco, pues están adquiridos en los cuadros mitológicos del ya conocido contingente ideal.

Infantería regular … 300.180 hombres
Caballería regular … 227.000
Artillería … 17.000
Reserva … 30.000
Oficiales del ejército regular … 6.000
Infantería irregular … 400.000
Caballería irregular … 273.000
Oficiales del ejército irregular … 5.200
Marina 32.410
TOTAL … 1.290.820

Si yo fuera ministro de la Guerra en China, pondría una nota al pie de mi presupuesto departamental, como la de los antiguos billetes de diligencia en las observaciones sobre los equipajes, diciendo: «No se responde de robos por fuerza mayor». Como no lo soy, y me alegro, me limito a consignar que el efectivo del ejército celeste depende del resultado de las cosechas generales.