A Benton le parece un poco raro que haya un taxi aparcado frente al Laboratorio de Imágenes Neuronales. Es un coche tipo SUV de color azul, y no hay nadie dentro. Quizá sea el taxi que debía recoger a Kenny Jumper en la funeraria Alfa y Omega pero ¿por qué está aparcado ahí fuera y dónde está el taxista? Junto a él se encuentra la camioneta blanca de la prisión que ha traído a Basil para su cita de las cinco. No se encuentra nada bien, dice que tiene pensamientos suicidas y que quiere dejar el estudio.
—Hemos invertido mucho en él —le dice Benton a Scarpetta mientras ambos se dirigen al laboratorio—. No tienes ni idea del trastorno que supone que estas personas abandonen. Sobre todo Basil. Maldita sea. A lo mejor tú influyes positivamente en él.
—No pienso hacer el más mínimo comentario —responde ella.
Hay dos guardias delante de la salita en la que Benton va a hablar con Basil para intentar convencerlo de que no abandone el estudio PREDATOR, de que no se suicide. Esa sala forma parte del laboratorio de IRM, es la misma que Benton ha utilizado en otras ocasiones para hablar con Basil. Le recuerda a Scarpetta que los guardias no van armados.
Ella y Benton entran en la sala de interrogatorios. Basil está sentado a la pequeña mesa. No va esposado, ni siquiera con esposas de plástico. A Scarpetta le gusta menos todavía PREDATOR, y eso que pensaba que no era posible tal cosa.
—Le presento a la doctora Scarpetta —le dice Benton a Basil—. Forma parte del equipo de investigación. ¿Le importa que nos acompañe?
—No estaría mal —responde Basil.
Los ojos de Basil dan vueltas sin parar, inspiran un poco de miedo. Se posan en Scarpetta, inquietos.
—Bueno, cuénteme qué le pasa —dice Benton tomando asiento.
—Ustedes dos están juntos —dice Basil mirando a Scarpetta—. No se lo reprocho —se dirige a Benton—. He intentado ahogarme en el retrete y, fíjese qué gracioso, los guardias ni siquiera se han dado cuenta. Sí que tiene gracia la cosa. Tienen una cámara que me espía todo el tiempo y cuando intento matarme resulta que no lo ve nadie.
Basil va vestido con vaqueros, zapatillas deportivas y una camisa blanca. No lleva cinturón ni anillos ni reloj. No es en absoluto como se lo imaginaba Scarpetta. No es corpulento sino pequeño e insignificante, de constitución menuda y cabello rubio y ralo. No es que sea feo, sino simplemente insignificante. Supone que cuando se acercaba a sus víctimas, éstas probablemente sentían lo mismo que ella ahora, por lo menos al principio. Lo único que destaca en él son los ojos. En este preciso momento tienen una expresión extraña e inquietante.
—¿Le importa que le haga una pregunta? —le dice Basil.
—Adelante. —No se muestra especialmente amable con él.
—Si me tropezara con usted en la calle y le dijera que se metiera en mi coche o de lo contrario le pegaría un tiro, ¿usted qué haría?
—Dejar que me disparase —contesta Scarpetta—. No me metería en su coche.
Basil mira a Benton y le dispara con el dedo como si fuera una pistola.
—Bingo —dice—. Sabe parar los goles. ¿Qué hora es?
En la sala no hay reloj.
—Pasan once minutos de las cinco —contesta Benton—. Tenemos que hablar de por qué tiene ganas de suicidarse, Basil.
Dos minutos después, la doctora Lane tiene la visualización con sombreado de la superficie de Helen Quincy en la pantalla del ordenador.
Y al lado tiene la visualización del presunto sujeto normal, el que se encuentra dentro del imán.
Kenny Jumper.
No hace ni un minuto que él ha preguntado por el intercomunicador qué hora era. Y, acto seguido, ni un minuto después, ha empezado a agitarse y a quejarse.
BUONG-BUONG-BUONG… es lo que se oye dentro del laboratorio mientras Josh hace rotar la cabeza de Kenny Jumper, pálida, calva y sin ojos. La imagen se interrumpe bruscamente justo por debajo de la mandíbula, como si lo hubieran decapitado, debido a que ahí termina la señal de la bobina. Josh hace rotar la imagen un poco más en la pantalla, intentando reproducir la posición exacta de la cabeza decapitada, calva y sin ojos de Helen Quincy que se ve en otra pantalla.
—Vaya, vaya.
—Me parece que necesito salir —suena la voz de Kenny por el intercomunicador—. ¿Qué hora es?
—Vaya, vaya-dice Josh dirigiéndose a la doctora Lane al tiempo que gira un poco más la imagen, mirando alternativamente a una y otra pantalla.
—Tengo que salir de aquí.
—Un poco más en esa dirección —está diciendo la doctora Lane mirando de una pantalla a la otra, comparando las dos cabezas pálidas, calvas y sin ojos.
—¡Necesito salir!
—Ya está —dice la doctora Lane—. Dios mío.
—¡Toma!
Basil se muestra cada vez más inquieto y no deja de mirar hacia la puerta cerrada. Pregunta una vez más qué hora es.
—Las cinco y diecisiete —responde Benton—. ¿Tiene que ir a alguna parte? —añade con ironía.
¿Adónde va a tener que ir Basil? En su celda no se encuentra bien. Tiene suerte de estar aquí; no se lo merece.
En esto, Basil se Saca un objeto de la manga. En un primer momento Scarpetta no distingue de qué se trata y no entiende lo que sucede, pero al instante siguiente Basil se ha levantado de la silla, se ha colocado en el lado de la mesa en que está ella y le ha puesto algo alrededor del cuello. Algo largo, blanco y fino.
—¡Si intentas cualquier cosa, apretaré! —amenaza Basil.
Scarpetta advierte que Benton se pone de pie y le chilla a Basil. Siente cómo le late el pulso. Entonces se abre la puerta. Basil tira de ella hacia el exterior. El pulso le late con fuerza. Se lleva las manos al cuello. Él se lo tiene sujeto con ese objeto largo y blanco y no deja de tirar de ella. Benton grita. También gritan los guardias.