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La nieve ha dejado de caer y el caldo de pollo borbotea. Scarpetta mide dos tazas de arroz italiano Arborio y abre una botella de vino blanco seco.

Se acerca a la puerta y llama a Benton:

—¿Puedes bajar?

—¿Puedes tú subir aquí, por favor? —contesta la voz de él desde el despacho que hay en lo alto de las escaleras.

Scarpetta pone un poco de mantequilla en una cazuela de cobre y empieza a dorar el pollo. A continuación vierte el arroz en el caldo. Suena el móvil. Es Benton.

—Esto es ridículo —protesta, mirando las escaleras que conducen al despacho del segundo piso—. ¿Puedes bajar, por favor?, estoy cocinando. En Florida se están complicando mucho las cosas. Necesito hablar contigo.

Toma una cuchara y rocía el pollo con un poco de caldo.

—Y yo necesito que eches un vistazo a esto —responde Benton.

Qué extraño se hace oír su voz arriba y por el teléfono al mismo tiempo.

—Esto es ridículo —dice otra vez.

—Déjame que te haga una pregunta —dice la voz de Benton por teléfono y desde el piso de arriba, como si fueran dos voces idénticas hablando a la vez—. ¿Por qué la víctima tenía astillas entre los omóplatos? ¿Por qué iba a tenerlas alguien?

—¿Astillas de madera?

—Hay una zona arañada de la piel con astillas clavadas. En la espalda, entre los omóplatos. Y quisiera saber si tú puedes distinguir si se le clavaron antes o después de la muerte.

—Si la arrastraron por un suelo de madera, o si la golpearon con un objeto de madera a lo mejor. Puede haber varios motivos, supongo. —Da vueltas al pollo con ayuda de un tenedor.

—Si la arrastraron y fue así como se le clavaron las astillas, ¿no las tendría también en otras partes del cuerpo? Suponiendo que estuviera desnuda cuando la arrastraron por un suelo viejo y astillado.

—No necesariamente.

—Quisiera que subieras aquí.

—¿Presenta heridas de haberse defendido?

—¿Por qué no subes?

—En cuanto tenga controlada la comida. ¿Agresión sexual?

—No hay pruebas de ello, pero desde luego había una motivación sexual. De momento no tengo hambre.

Scarpetta remueve un poco más el arroz y deja la cuchara sobre una servilleta de papel doblada.

—¿Hay alguna otra posible fuente de ADN? —pregunta.

—¿Como cuál?

—No sé. Quizá la víctima le dio un mordisco en la nariz o en un dedo y han encontrado ese trozo en su estómago.

—Hablo en serio.

—Saliva, pelo, sangre —contesta Scarpetta—. Espero que le hayan pasado el algodón de arriba abajo y se hayan puesto a analizarlo todo a conciencia.

—Por qué no hablamos de esto aquí arriba.

Scarpetta se quita el delantal y, sin dejar de hablar por el móvil, va hacia las escaleras pensando en lo tonto que es estar en la misma casa y comunicarse por teléfono.

—Voy a colgar —dice una vez que ha llegado arriba, mirando a Benton.

Está sentado en su sillón de cuero negro y las miradas de ambos se encuentran.

—Me alegro de que no hayas llegado hace un minuto —dice Benton—, porque estaba hablando por teléfono con una mujer increíblemente hermosa.

—Y menos mal que tú no estabas en la cocina para oír con quién hablaba yo.

Scarpetta acerca una silla y mira una fotografía que aparece en la pantalla del ordenador: una mujer muerta, boca abajo sobre una mesa de autopsias. Se fija en las huellas de manos de color rojo que tiene en el cuerpo.

—Puede que se las hayan pintado sirviéndose de una plantilla, seguramente con un aerosol —comenta.

Benton amplía la zona de piel que queda entre los omóplatos y Scarpetta estudia la profunda abrasión.

—Para responder a una de tus preguntas —le dice—, sí, es posible distinguir si una abrasión llena de astillas se ha producido antes o después de la muerte. Depende de si hay o no reacción de los tejidos. Y supongo que no tenemos el análisis histológico.

—Si hay dispositivas, yo no estoy informado —contesta Benton.

—¿Thrush tiene acceso a un SEM-EDS, un microscopio electrónico de barrido provisto de un sistema de energía dispersiva de rayos X?

—En los laboratorios de la policía estatal tienen de todo.

—Lo que me gustaría sugerirle es que obtuviera una muestra de las supuestas astillas, las ampliara de cien a quinientas veces y viera cómo son. Y también sería buena idea que buscara restos de cobre.

Benton la mira y se encoge de hombros.

—¿Por qué?

—Es posible que lo encontremos por todas partes. Hasta en el almacén de la antigua tienda de artículos de Navidad. Posiblemente procede de fumigaciones.

—La familia Quincy estaba metida en el negocio de la jardinería. Cabe suponer que muchos cultivadores de cítricos con fines comerciales usan cobre para fumigar. Tal vez la familia se lo llevó al almacén trasero de La Tienda de Navidad.

—Y es posible que haya también pintura para el cuerpo en el almacén donde hemos encontrado sangre.

Benton guarda silencio, algo más se le está ocurriendo.

—Es un común denominador de los asesinatos de Basil —dice—. Todas las víctimas, por lo menos aquellas cuyos cuerpos se recuperaron, tenían restos de cobre. En los cadáveres había cobre y también polen de cítricos, lo cual no quiere decir gran cosa dado que en Florida hay polen de cítricos por todas partes. A nadie se le ocurrió lo de las fumigaciones con cobre. A lo mejor Basil se llevó a sus víctimas a algún sitio en el que se fumigaba con cobre, algún sitio donde había cítricos.

Benton se asoma por la ventana para mirar el cielo gris y ve una máquina quitanieves trabajando ruidosamente en su calle.

—¿A qué hora tienes que salir? —Scarpetta pincha una fotografía de la zona de la espalda que presenta la abrasión.

—No tengo que hacerlo hasta esta tarde. Me toca Basil a las cinco.

—Estupendo. ¿Ves lo inflamada que está justo esta zona? —La señala—. Es una zona donde se ha levantado la capa epitelial frotándola con alguna superficie rugosa. Y si la amplías —hace lo propio— verás que antes de lavar el cadáver había fluido serohemático en la superficie de la abrasión. ¿Lo ves?

—De acuerdo. Tiene un poco el aspecto de una costra. Pero no en toda la zona.

—Si una abrasión es lo bastante profunda, se produce una pérdida de fluido de los vasos. Y tienes razón, no en toda la zona hay costra, lo cual me hace pensar que la abrasión está formada en realidad por varias abrasiones de diferente antigüedad, lesiones causadas por un contacto repetido con una superficie rugosa.

—Eso es raro. Estoy intentando imaginarlo.

—Ojalá tuviera la histología. Los glóbulos blancos polimorfo-nucleares indicarían que la herida tiene quizás entre cuatro y seis horas. Y por lo que se refiere a las costras de color pardusco, por lo general empiezan a verse cuando ha transcurrido un mínimo de ocho horas. La víctima vivió un rato después de que le hicieran estas heridas, estas raspaduras.

Scarpetta estudia más fotografías examinándolas detenidamente. Va tomando notas en un cuaderno.

Luego dice:

—Si te fijas en las fotografías 13 a 18, verás, aunque con dificultad, áreas de lo que parece una hinchazón roja y localizada en la cara posterior de las piernas y en las nalgas. A mí me parece que son picaduras de insectos que han empezado a curarse. Y si volvemos a la fotografía de la abrasión, vemos que hay hinchazón localizada y una hemorragia petequial apenas visible, lo cual puede asociarse con picaduras de araña.

»Si no me equivoco, por el microscopio se verá una congestión de los vasos sanguíneos y una infiltración de glóbulos blancos, principalmente eosinófilos, dependiendo de la reacción. No es muy exacto, pero podríamos analizar también los niveles de triptasa, por si tuvo una reacción anafiláctica. Pero me sorprendería. Desde luego, esta mujer no murió de una picadura de insecto. Ojalá tuviera el maldito análisis histológico, aquí podría haber mucho más que astillas. Pelos urticantes. Las arañas, concretamente las tarántulas, los lanzan, forman parte de su sistema de defensa. El templo de Ev y Kristin está al lado de una tienda de animales en la que venden tarántulas.

—¿Picores? —pregunta Benton.

—Si la araña le lanzó un pelo, seguramente sufrió unos picores tremendos —contesta Scarpetta—. Es posible que se frotara contra algo hasta despellejarse.