Marino aguarda para activar una serie de siluetas humanas, dianas que surgirán de detrás de unos arbustos, una valla y un árbol en la curva base, o Curva del Muerto como la llama Lucy.
Observa la manga de viento, naranja chillón, que hay en el centro del campo y verifica que el viento sigue soplando del este a una velocidad aproximada de cinco nudos. Se fija en que el brazo derecho de Lucy enfunda la Glock y se desplaza hacia la parte de atrás en busca de una enorme maleta de cuero manteniendo una velocidad estable de noventa kilómetros por hora al tomar la curva que cruza el viento y entrar en la recta con el viento a favor. Luego saca con calma una carabina Beretta Cx4 Storm de nueve milímetros.
—En acción dentro de cinco segundos —anuncia Marino.
Fabricada en un polímero negro antirreflectante y provista del mismo perno telescópico que se emplea en un subfusil Uzi, la Storm es una de las pasiones de Lucy. Pesa menos de tres kilos, tiene una culata de pistola que facilita su manejo y la eyección puede cambiarse de izquierda a derecha. De modo que es ágil y práctica. Cuando Marino activa la Zona Tres, aparece Lucy y un montón de casquillos de latón relampaguean al sol, volando por detrás de ella. Mata todo lo que hay en la Curva del Muerto, lo mata todo más de una vez. Marino cuenta quince series de disparos. Todas las dianas han caído y aún le queda una serie.
Marino piensa en la mujer que se llama Stevie, en que Lucy va a encontrarse con ella hoy, en Deuce. El número con prefijo 617 que Stevie le dio a Lucy pertenece a un tipo de Concord, Massachusetts, llamado Doug. Afirma que hace varios días estuvo en un bar de Ptown y perdió el teléfono móvil. Dice que todavía no ha dado de baja el número porque por lo visto una mujer encontró el teléfono, llamó a uno de los números que tenía en la memoria y habló con uno de sus amigos, que le dio el teléfono de su casa. La mujer lo llamó, le dijo que había encontrado su móvil y le prometió que se lo enviaría por correo.
Hasta la fecha no se lo ha enviado.
Es un truco muy hábil, piensa Marino. Si encuentras o robas un teléfono móvil y prometes enviárselo a su dueño, es posible que éste no desactive inmediatamente su clave de identificación, de modo que puedas utilizar el teléfono algún tiempo hasta que el propietario se dé cuenta. Lo que Marino no acaba de entender es por qué Stevie, quienquiera que sea, va a querer tomarse tantas molestias. Si la razón es que no desea tener un contrato con una compañía de móviles como Verizon o Sprint, ¿por qué no se compra un teléfono de tarjeta?
Quienquiera que sea Stevie, constituye un problema. Lucy lleva tiempo viviendo demasiado cerca del precipicio, ya lleva así casi un año. Ha cambiado. Se ha vuelto descuidada e indiferente, y a veces Marino se pregunta si no estará intentando hacerse daño a sí misma, y con saña.
—Acaba de salir otro coche por detrás —le transmite por radio—. Eres historia.
—Tengo munición otra vez.
—Ni hablar. —No se lo puede creer.
De alguna manera Lucy se las ha arreglado para deshacerse del cargador vacío e introducir otro nuevo sin que él se haya dado cuenta.
Lucy aminora la velocidad hasta detenerse frente a la torre de control.
Marino deja el auricular sobre la consola y, para cuando llega al pie de la escalera de madera, Lucy ya se ha quitado el casco y los guantes y está abriéndose la cremallera del traje.
—¿Cómo has hecho eso? —le pregunta Marino.
—Con trampa.
—Lo sabía.
Guiña los ojos preguntándose dónde habrá dejado las gafas de sol.
Últimamente parece que se lo va dejando todo por ahí.
—Tenía un cargador de más aquí dentro. —Lucy se palmea el bolsillo.
—Ya. En la vida real, probablemente no lo tendrías. De modo que sí, has hecho trampa.
—El que sobrevive escribe las reglas.
—¿Cuál es tu opinión acerca del Z-Rod, acerca de convertirlos todos en Z-Rod? —le pregunta Marino, sabiendo ya lo que opina ella pero preguntándoselo de todos modos, con la esperanza de que haya cambiado de opinión.
No tiene sentido aumentar aproximadamente un trece por ciento un motor ya ampliado de 1150 a 1318 centímetros cúbicos y una potencia ya rompedora de 120 a 170 caballos para que la moto pueda ponerse de cero a doscientos en 9,4 segundos. Cuanto más peso pierda la moto, mayor será su rendimiento, pero eso implica sustituir el sillín de cuero y la defensa trasera por otros de fibra de vidrio y prescindir de las maletas, y de éstas no se puede prescindir. Espera que a Lucy no le interese hacer picadillo la nueva flota de motos de Operaciones Especiales. Espera que por una vez se conforme con lo que tiene.
—Que es poco práctico e innecesario —lo sorprende Lucy—. Un motor Z-Rod tiene una vida de sólo dieciséis mil kilómetros, así que imagínate los dolores de cabeza que causaría el mantenimiento, y si empezamos a quitar cosas llamará la atención. Y no digamos lo que va a aumentar el ruido debido al incremento de la toma de aire.
—Ahora qué pasa —dice Marino con un gruñido porque suena su teléfono móvil—. Sí —contesta en tono áspero.
Escucha un instante y luego pone fin a la llamada y dice «mierda» antes de explicarle a Lucy:
—Van a ponerse a examinar el monovolumen. ¿Te importa ir empezando sin mí en casa de la señora Simister?
—No te preocupes por eso. Me llevaré a Lex.
Lucy se desengancha del cinturón una radio bidireccional y conecta.
—Cero-cero-uno a establo.
—¿Qué puedo hacer por ti, cero-cero-uno?
—Echa gasolina a mi caballo. Voy a sacarlo a la calle.
—¿Necesitas algo especial bajo la silla de montar?
—Está bien tal como está.
—Me alegro de saberlo. Enseguida estará listo.
—Nos iremos a South Beach alrededor de las nueve —le dice Lucy a Marino—. Allí te veré.
—No sé si sería mejor que fuéramos juntos —propone él mirándola, intentando adivinar qué le ronda por la cabeza.
Pero nunca lo consigue, con una cabeza como ésa. Si Lucy fuera más complicada, necesitaría un intérprete.
—No podemos arriesgarnos a que ella nos vea en el mismo coche —dice Lucy quitándose la cazadora de tiro y quejándose de que las mangas son como esposas chinas.
—Puede que se trate de una secta —dice Marino—. De una pandilla de brujas que se pintan manos rojas por todo el cuerpo. Salem está por esta zona y hay allí toda clase de brujas.
—Las brujas se reúnen en aquelarres, no en pandillas —lo corrige Lucy clavándole un dedo en el hombro.
—A lo mejor ella lo es —insiste Marino—. A lo mejor nuestra nueva amiga es una bruja que roba teléfonos móviles.
—A lo mejor voy y se lo pregunto —contesta Lucy.
—Deberías tener cuidado con la gente. Es tu único defecto, la falta de criterio para escoger a quién ligarte. Me gustaría que fueras más cuidadosa.
—Supongo que los dos compartimos la misma disfunción. Por lo visto, tu criterio en esa materia es casi tan bueno como el mío. A propósito, tía Kay dice que en realidad Reba es una persona agradable y que tú te portaste muy mal con ella en casa de la señora Simister.
—Mejor haría la doctora en no haber dicho eso. Mejor haría en no decir nada.
—Pues no es lo único que ha dicho. Además asegura que Rebaes inteligente; novata, pero inteligente. Que no es más burra que un arado ni todos esos tópicos que a ti tanto te gustan.
—Chorradas.
—Debe de ser ella la chica con la que estuviste saliendo una temporada —dice Lucy.
—¿Quién te lo ha dicho? —explota Marino.
—Tú mismo.