19

Scarpetta oye a lo lejos el rugido de una motocicleta provista de tubos de escape muy ruidosos.

Procura concentrarse a medida que la motocicleta va aproximándose y pasa por delante del edificio camino del aparcamiento del profesorado. Piensa en Marino y se pregunta si tendrá que despedirlo. No está segura de poder hacerlo.

Está explicando que dentro de la casa de Laurel Swift había dos teléfonos y que los dos habían sido desconectados y estaban sin cable. Laurel había dejado el móvil en el coche y afirma que no consiguió encontrar el de su hermano, así que no tenía forma de llamar para pedir socorro. Presa del pánico, huyó y paró un taxi. No regresó a la casa hasta que llegó la policía y, para entonces, la escopeta había desaparecido.

—Ésta es información que he recibido del doctor Bronson —dice Scarpetta—. He hablado varias veces con él y siento decir que no tengo más detalles.

—Los cables de los teléfonos. ¿Han llegado a aparecer?

—No lo sé —responde Scarpetta, porque Marino no la ha informado al respecto.

—Podría haberlos quitado Johnny Swift, para cerciorarse de que nadie pudiera llamar pidiendo socorro en caso de no morir inmediatamente, suponiendo que se trate de un suicidio. —Joe ofrece otra de sus creativas situaciones hipotéticas.

Scarpetta no contesta porque no sabe nada de los cables telefónicos aparte de lo que le ha dicho el doctor Bronson a su manera ambigua y un tanto deslavazada.

—¿Falta algo de la casa? ¿Alguna otra cosa aparte de los cables telefónicos, el móvil del fallecido y la escopeta? Como si eso fuera poco.

—Tendrá que preguntárselo a Marino —responde Scarpetta.

—Creo que está aquí. A no ser que alguien más tenga una motocicleta que arma más ruido que el transbordador espacial.

—Me sorprende que Laurel no haya sido acusado de asesinato, si quieren saber mi opinión —dice Joe.

—No se puede acusar de asesinato a una persona cuando aún no se ha determinado cómo murió la víctima —dice Scarpetta—. La forma de la muerte sigue sin estar clara y no hay pruebas suficientes para determinar si fue suicidio, homicidio o accidente, aunque desde luego yo no acierto a comprender cómo se puede considerar esto un accidente. Si la muerte no se resuelve a la satisfacción del doctor Bronson, éste terminará por declararla indeterminada.

En ese momento se oyen unas fuertes pisadas en la moqueta del pasillo.

—¿Qué pasa con el sentido común? —dice Joe.

—No se determina la forma de una muerte basándose en el sentido común —contesta Scarpetta. Ojalá Joe se guardara para sí sus inoportunos comentarios.

Se abre la puerta de la sala de juntas y entra Pete Marino cargado con un maletín y una caja de donuts Krispy Kreme, vestido con unos vaqueros negros y botas y chaleco de cuero negro con el emblema de Harley en la espalda, su indumentaria habitual. Hace caso omiso de Scarpetta, se sienta en su sillón de costumbre, a su lado, y deja la caja de donuts sobre la mesa.

—Me gustaría que pudiéramos analizar la ropa del hermano para ver si hay en ella residuos del disparo, hacernos con las prendas que llevaba cuando le dispararon a Swift —dice Joe recostándose en su asiento como hace siempre que se dispone a pontificar, y tiende a pontificar más de lo habitual cuando está presente Marino—. Echarles un vistazo por rayos X blandos, Faxitrón, SEM/espectrometría.

Marino se lo queda mirando como si fuera a sacudirle un guantazo.

—Naturalmente, es posible encontrar pequeños restos en una persona provenientes de fuentes que no sean una escopeta. De material de fontanería, pilas, grasa de automóviles, pinturas. Como en mis prácticas de laboratorio del mes pasado —dice Joe al tiempo que toma un donut de chocolate aplastado, con la mayor parte del chocolate pegada a la caja—. ¿Saben qué ha sido de ellas?

Se lame los dedos con la mirada fija en Marino, al otro lado de la mesa.

—Fueron unas verdaderas prácticas —comenta Marino—. A saber de dónde sacó la idea.

—Lo que pregunto es si saben qué ha pasado con la ropa del hermano —dice Joe.

—Me parece que ha visto usted demasiadas películas de forenses —responde Marino con su enorme cara orientada hacia él—. Demasiado Harry Potter en ese televisor suyo de pantalla plana. Se cree patólogo forense, o casi, abogado, científico, investigador del lugar del crimen, policía, capitán Kirk y el Conejito de Pascua, todo en uno.

—A propósito, la reconstrucción de ayer fue un éxito rotundo —dice Joe—. Es una lástima que se la perdiera.

—Bien, ¿cuál es la historia esa acerca de la ropa, Pete? —le pregunta Vince a Marino—. ¿Sabemos lo que llevaba Laurel cuando encontró el cadáver de su hermano?

—Lo que llevaba, según él, era nada —contesta Marino—. Por lo visto entró por la puerta de la cocina, dejó la compra encima de la mesa y, acto seguido, se fue directamente al baño a mear. Supuestamente. Después se dio una ducha porque aquella noche tenía que trabajar en su restaurante y, por casualidad, miró hacia la puerta y vio la escopeta en la alfombra, detrás del sofá. En aquel momento estaba desnudo, eso afirma él.

—A mí todo eso me parece un montón de mierda. —Joe habla con la boca llena.

—Mi opinión personal es que probablemente se trate de la interrupción de un robo —dice Marino—. O de la interrupción de algo. Un médico rico que tal vez se enredó con quien no debía.

¿Alguien ha visto mi cazadora Harley? Es negra, con unas tibias y una calavera en un hombro y una bandera americana en el otro.

—¿Dónde estabas la última vez que la llevaste?

—Me la quité en el hangar el otro día, cuando Lucy y yo estuvimos haciendo un ejercicio aéreo. Cuando volví, ya no estaba.

—Yo no la he visto.

—Yo tampoco.

—Mierda. Me costó una pasta. Y los adornos eran hechos de encargo. Maldita sea. Si me la ha robado alguien…

—Aquí nadie roba —dice Joe.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué me dice de los que roban ideas? —Marino lo mira furioso—. Eso me recuerda —se dirige a Scarpetta— que ya que estamos con el tema de las reconstrucciones de crímenes…

—No estamos con ese tema —lo interrumpe Scarpetta.

—Esta mañana traigo unas cuantas cosas que decir a ese respecto.

—En otra ocasión.

—Algunas son muy buenas, te he dejado un expediente en tu despacho —le dice Marino—. Para que tengas algo interesante en lo • que pensar durante las vacaciones. Sobre todo teniendo en cuenta que probablemente te quedarás retenida por la nieve. Supongo que volveremos a vernos ya en primavera.

Scarpetta controla su irritación, procura mantenerla a raya en un lugar oculto donde espera que no la vea nadie. Marino está desbaratando adrede la reunión de personal y tratándola a ella igual que hace quince años, cuando era la nueva jefa forense de Virginia, una mujer en un mundo sin mujeres, una mujer con personalidad propia, según llegó a la conclusión Marino, porque tenía un título de Medicina y la carrera de Derecho.

—Pienso que el caso Swift sería muy bueno para una reconstrucción del lugar del crimen —afirma Joe—. Los residuos del disparo y la espectrometría de rayos X y otros hallazgos cuentan dos historias diferentes. A ver si los alumnos descubren algo. Seguro que no tendrán ni idea de lo que es el efecto bola de billar.

—No he preguntado al público del gallinero. —Marino alza la voz—: ¿Alguien me ha oído preguntar al público del gallinero?

—Bueno, ya sabe cuál es mi opinión acerca de su creatividad —le dice Joe—. Francamente, resulta peligrosa.

—Me importa una mierda su opinión.

—Tenemos suerte de que la Academia no esté en quiebra. Habría sido un acuerdo tremendamente caro —continúa Joe, como si en ningún momento se le hubiera ocurrido que uno de estos días Marino puede mandarlo al otro extremo de la sala de un puñetazo—. Realmente es una suerte, después de lo que hizo usted.

El verano pasado, una de las escenificaciones de crímenes de Marino traumatizó a una alumna, que abandonó la Academia y amenazó con llevarlos a juicio y de la que, afortunadamente, no se volvió a saber. Scarpetta y su plantilla están paranoicos en lo concerniente a permitir que Marino participe en la formación de los alumnos, ya sea con reconstrucciones de crímenes, desagradables o no, o siquiera impartiendo clase en un aula.

—No crea que lo que sucedió no me viene a la cabeza cuando planeo la reconstrucción de un crimen —sigue diciendo Joe.

—¿Que usted planea? —exclama Marino—. ¿Se refiere a todas esas ideas que me ha robado a mí?

—Me parece que eso se llama envidia. Yo no necesito robarle las ideas a nadie, y mucho menos a usted.

—¡No me diga! ¿Cree que no sé reconocer lo que es mío? Usted no sabe lo suficiente para idear las cosas que ideo yo, doctor Casi Forense.

—Ya está bien —interviene Scarpetta y luego alza la voz—: Ya basta.

—Resulta que tengo un caso muy interesante, un cadáver hallado en lo que a todas luces es el lugar donde se ha producido un tiroteo desde un coche —dice Joe—, pero cuando se recupera la bala se descubre que tiene un insólito dibujo cuadriculado, o de malla, en el plomo, porque en realidad a la víctima le han disparado a través de una rejilla de ventana y después han arrojado su cadáver…

—¡Eso es mío! —exclama Marino descargando el puño sobre la mesa.