En el Laboratorio de Armas de Fuego y de Marcas de Herramientas, Joe Amos abrocha una cazadora Harley-Davidson de cuero negro alrededor de un bloque de gelatina de treinta y cinco kilos. Encima hay otro bloque más pequeño, de nueve kilos, con unas gafas de sol Ray-Ban caladas y un pañuelo negro con unas tibias y una calavera.
Joe da un paso atrás para admirar su trabajo. Está complacido pero un poco cansado; anoche se acostó muy tarde por culpa de su nueva alumna predilecta. Bebió demasiado vino.
—Está gracioso, ¿verdad? —le dice a Jenny.
—Gracioso pero ridículo. Más vale que no se entere; tengo entendido que no es alguien con quien convenga meterse —contesta Jenny tomando asiento sobre un mostrador.
—La persona con quien menos conviene meterse soy yo. Estoy pensando en ponerle un poco de colorante alimentario. Para que parezca más sangre.
—Genial.
—Y también un poco de marrón y así parecerá que está en descomposición. A lo mejor encontramos algo que huela mal.
—Tú y tus reconstrucciones de crímenes.
—Mi mente nunca descansa. Me duele la espalda —se queja, admirando su trabajo—. Me he hecho daño en la maldita espalda y pienso demandarla.
La gelatina, un material transparente y elástico fabricado con hueso animal desnaturalizado y colágeno de tejido conjuntivo, no resulta fácil de manipular. Los bloques que ha disfrazado han sido dificilísimos de transportar desde los contenedores de hielo hasta la pared posterior acolchada de la galería de tiro. La puerta del laboratorio está cerrada con llave. La luz roja que hay en la pared, encendida, advierte de que la galería se está utilizando.
—Vestido de arriba abajo para no ir a ninguna parte —comenta Joe a la poco atractiva masa de gelatina.
Más conocido como hidrolizado de gelatina, se usa también para fabricar champús y acondicionadores, barras de labios, bebidas proteínicas, fórmulas para aliviar la artritis y otros muchos productos que Joe no piensa volver a probar en lo que le quede de vida. Ni siquiera besará a su prometida si lleva los labios pintados, nunca más. La última vez que la besó cerró los ojos cuando ella pegó los labios a los suyos y de repente se imaginó una enorme olla en la que hervía mierda de vaca, de cerdo y de pescado. Ahora lee las etiquetas. Si hay entre los ingredientes proteína animal hidrolizada, el artículo va a parar a la basura o vuelve a su sitio en la estantería.
Correctamente preparada, la gelatina de reglamento simula la carne humana. Es un medio casi tan bueno como el tejido de cerdo, que Joe preferiría usar. Ha oído hablar de laboratorios de armas de fuego en los que disparan a cerdos muertos para comprobar la penetración y la expansión de la bala en una multitud de situaciones distintas. Joe preferiría dispararle a un puerco. Preferiría vestir el cadáver de un puerco grande que se pareciera a una persona y dejar que los alumnos lo cosieran a balazos desde distancias diferentes y con armas y munición diferentes. Eso sí que sería una buena reconstrucción de un crimen. Para hacerla más horrible todavía habría que dispararle a un puerco vivo, pero Scarpetta no consentiría algo así. Ni siquiera aceptaría la sugerencia de disparar contra uno muerto.
—Demandarla no te servirá de nada —está diciendo Jenny—. También es abogada.
—Me importa una mierda.
—Bueno, por lo que me has contado, ya lo intentaste en otra ocasión y no conseguiste nada. Sea como sea, la que tiene todo el dinero es Lucy. Me han dicho que es una persona importante. Yo no la conozco. No la conoce ninguno de nosotros.
—No os perdéis nada. Uno de estos días alguien la pondrá en su sitio.
—¿Como a ti?
—Es posible que yo ya lo esté. —Sonríe—. Voy a decirte una cosa: no pienso marcharme de aquí sin llevarme lo que me corresponde. Me merezco algo, después de toda la mierda por la que me han hecho pasar. —Vuelve a pensar en Scarpetta—. Me tratan como a una mierda.
—A lo mejor conozco a Lucy antes de graduarme —dice Jenny pensativa, sentada en el mostrador y con la mirada fija en él y en el muñeco de gelatina disfrazado de Marino.
—Son todos escoria —dice Joe—. La puta trinidad. Bueno, pues tengo una sorpresita para ellos.
—¿Cuál?
—Ya lo verás. A lo mejor te la cuento.
—¿De qué se trata?
—Pienso sacar algo de esto, digámoslo así. Ella me subestima y eso es una gran equivocación. Al final del día va a haber muchas risas.
Una parte de la beca de Joe está supeditada a ayudar a Scarpetta en el depósito de cadáveres del condado de Broward, donde ella lo trata como a un trabajador corriente, obligándolo a suturar los cadáveres después de las autopsias, a contar las píldoras que contienen los frascos de medicamentos que vienen con el muerto y a catalogar los efectos personales, como si Joe fuera un humilde ayudante y no un médico. Le ha asignado la responsabilidad de pesar, medir, fotografiar y desvestir los cadáveres, así como de hurgar en cualquier material repugnante que pudiera quedar en el fondo de la bolsa en la que llega envuelto el cadáver, sobre todo si se trata de un ahogado pútrido, infestado de gusanos y empapado de agua sucia, o de la carne y los huesos rancios de restos parcialmente esqueletizados. Más insultante aún es la tarea de mezclar un diez por ciento de gelatina de reglamento para los bloques de Balística que emplean los científicos y los alumnos.
—¿Por qué? Dame una buena razón —le dijo a Scarpetta cuando ella le encargó aquel cometido el verano pasado.
—Forma parte de tu formación, Joe —contestó ella, como siempre imperturbable.
—Intento ser patólogo forense, no técnico de laboratorio ni cocinero —se quejó él.
—Mi método consiste en formar a forenses partiendo de cero —le explicó ella. No tiene que haber nada que tú no debas poder o querer hacer.
—Oh. Y supongo que vas a decirme que tú has hecho bloques con la gelatina de reglamento, que los hacías cuando empezaste —dijo él.
—Los sigo haciendo, y estoy muy contenta de pasarle a otro mi receta favorita. Yo prefiero Vyse, pero sirve igualmente Kind & Knóx Type 250A. Hay que empezar siempre con agua fría, entre 7 y 10°C, y añadir la gelatina al agua, no al revés, sin dejar de remover, pero no muy vigorosamente para no incorporar aire a la mezcla. Luego se agregan 2,5 ml de Foam Eater por cada bloque de 9 kg, cerciorándose de que el molde esté más limpio que una patena. Para la piece de résistance hay que añadir 0,5 ml de aceite de canela.
—Eso sí que es curioso.
—El aceite de canela impide la proliferación de hongos —explicó ella.
Escribió en un papel su receta personal y una lista de equipo, a saber: una balanza de tres varas, una probeta graduada, disolvente, una jeringuilla hipodérmica de 12 cm3, ácido propiónico, manguera de plástico, papel de aluminio, una cuchara grande, etcétera. Acto seguido le hizo una demostración práctica en la cocina del laboratorio, como si con eso fuera a resultar mucho más elegante tomar cucharadas de polvo animal de unos tambores de once kilos y pesar, cuajar, levantar o arrastrar recipientes enormes y meterlos en los contenedores de hielo o en la cámara frigorífica y después asegurarse de que los alumnos se reúnan en la galería de tiro o en el campo de tiro al aire libre antes de que esas malditas cosas se estropeen, porque se estropean. Se derriten igual que la mermelada, así que lo mejor es servirlas antes de que hayan pasado veinte minutos desde que los sacas de la cámara frigorífica, dependiendo de la temperatura ambiente del entorno de pruebas.
Saca una malla de ventana de una alacena y la coloca pegada a los bloques de gelatina vestidos con la cazadora Harley. A continuación se pone orejeras y gafas. Con un gesto de la cabeza, indica a Jenny que haga lo mismo. Acto seguido toma una Beretta 92 de acero inoxidable, una pistola de doble acción, la mejor de su gama, provista de mira frontal de tritio. Inserta un cargador de munición Speer Gold Dot de 147 granos con seis indentaciones alrededor de la punta hueca para que el proyectil se expanda o estalle como una flor incluso después de atravesar el grosor de cuatro capas de ropa de algodón o una cazadora de cuero como las de los moteros.
Lo que va a ser distinto en esta prueba de tiro es el dibujo que se producirá cuando la bala atraviese la malla antes de desgarrar la cazadora Harley y perforar limpiamente, como un taladro, el pecho de Manolo Gominola, como llama él a los muñecos de gelatina que utilizan para estas pruebas.
Desbloquea el arma y dispara quince tandas, imaginándose que Manolo Gominola es en realidad Marino.