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La citación X vuela hacia el sur justo por debajo de la velocidad del sonido cuando Lucy envía archivos a una red virtual privada protegida por tantos cortafuegos que ni siquiera pueden penetrar en ella los de Homeland Security.[2]

Por lo menos, está convencida de que su infraestructura de información es segura. Tiene la certeza de que ningún pirata informático, ni siquiera el Gobierno, puede controlar las transmisiones de datos clasificados que genera el sistema de gestión de bases de datos Transacción de Imágenes Heterogéneas, cuyas siglas son TIH. Ella misma desarrolló y programó el TIH. El Gobierno desconoce su existencia, de eso está segura. Pocas personas lo conocen, de eso también está segura. El TIH es software de su propiedad y podría venderlo fácilmente, pero no le hace falta el dinero, puesto que ya hizo fortuna hace años con otro software, con varios de los mismos motores de búsqueda que está dirigiendo a través del ciberespacio en este momento, intentando localizar muertes violentas que hayan tenido lugar en un comercio, del tipo que sea, del sur de Florida.

Aparte de los homicidios cometidos como era previsible en tiendas de licores y de comida rápida, salones de masajes y locales porno, no ha encontrado ningún crimen violento, resuelto o no, que coincida con lo que le ha contado Basil Jenrette a Benton. Sin embargo, había hace algún tiempo un comercio llamado La Tienda de Navidad, en la confluencia entre la A1A y el paseo de Las Olas, junto a una zona de boutiques horteras para turistas, cafés y chiringuitos de helados de la playa. Hace dos años La Tienda de Navidad fue vendida a una cadena llamada Chulos de Playa especializada en camisetas, ropa de baño y souvenirs.

A Joe le cuesta trabajo creer los muchos casos en que ha trabajado Scarpetta a lo largo de una carrera relativamente breve. Los patólogos forenses rara vez consiguen su primer trabajo antes de cumplir los treinta años, eso suponiendo que su ardua trayectoria de formación sea continua. Además de los seis años de los estudios de Medicina, Scarpetta cursó tres más de Derecho. A los treinta y cinco era la jefa del sistema forense más importante de Estados Unidos. A diferencia de la mayor parte de los jefes de dicho sistema, ella no era simplemente una administradora; ella hacía autopsias, miles de autopsias.

La mayoría está en una base de datos a la que se supone que únicamente ella puede acceder, e incluso ha recibido varias subvenciones federales para llevar a cabo diversos estudios sobre la violencia: violencia sexual, violencia relacionada con las drogas, violencia doméstica, toda clase de violencia. En bastantes de sus antiguos casos el investigador principal fue Marino, detective local de homicidios en la época en que ella era jefa. De manera que en su base de datos guarda también los informes de él. Es como una tienda de golosinas. Es una fuente que mana champán del bueno. Es orgásmico.

Joe está repasando el caso C328-3, el suicidio por medio de la policía que servirá de modelo para la reconstrucción de esta tarde. Pincha otra vez en las fotografías del lugar del crimen, pensando en Jenny. En el caso real, la hija que tan alegremente apretó el gatillo está tumbada boca abajo en un charco de sangre del cuarto de estar. Recibió tres disparos: uno en el abdomen y dos en el pecho, y Joe reflexiona sobre el modo en que iba vestida cuando mató a su padre en el cuarto de baño y después hizo una pantomima delante de la policía antes de sacar de nuevo su pistola. Murió descalza, con unos vaqueros azules desteñidos y una camiseta. No llevaba bragas ni sujetador. Joe pincha en las fotografías de su autopsia, no tan interesado por la incisión en forma de Y de la chica como por su aspecto, allí desnuda, sobre la mesa de frío acero. Cuando la policía la mató tenía sólo quince años, y Joe piensa en Jenny.

Levanta la vista y le sonríe desde el otro lado de la mesa, donde ella ha estado aguardando pacientemente, a la espera de instrucciones. Joe abre un cajón y extrae una Glock nueve milímetros, desliza hacia atrás el percutor para cerciorarse de que la recámara está vacía, deja caer el cargador y por último empuja el arma sobre la mesa, hacia la chica.

—¿Alguna vez ha disparado un arma? —le pregunta a su nueva alumna predilecta.

Jenny tiene una preciosa naricita respingona y unos enormes ojos de color chocolate con leche. Joe se la imagina desnuda y muerta, igual que la chica de la fotografía que tiene en la pantalla.

—Me crié entre armas —responde ella—. ¿Qué es lo que está mirando, si no le importa que se lo pregunte?

—El correo electrónico —responde Joe. Nunca lo ha turbado no decir la verdad.

Más bien le gusta no decirla, le gusta mucho más que le disgusta. La verdad no es siempre la verdad. ¿Qué es lo cierto? Es lo que él decide que lo es. Todo es cuestión de puntos de vista. Jenny tuerce el cuello para ver mejor lo que hay en la pantalla.

—Genial. Veo que la gente le envía por correo electrónico casos enteros.

—A veces —responde él pinchando una fotografía distinta; enseguida se pone en marcha la impresora en color que tiene detrás de la mesa—. Esto es material clasificado —agrega—. ¿Puedo fiarme de usted?

—Por supuesto, doctor Amos. Entiendo perfectamente lo que es el material clasificado. Si no lo entendiera, no estaría preparándome para esta profesión.

En la bandeja de la impresora aparece la fotografía en color de una muchacha muerta tendida en un charco de sangre de la sala dee star. Joe se da la vuelta para tomarla, le echa un breve vistazo y se la pasa a Jenny.

—Ésta es la persona que va a ser usted esta tarde —le dice.

—Espero que no literalmente —bromea ella.

—Y ésta es su arma. —Mira la Glock que descansa sobre la mesa, frente a Jenny—. ¿Dónde se propone ocultarla?

Jenny mira la fotografía sin inmutarse y contesta:

—¿Dónde la ocultó ella?

—En la fotografía no se ve —responde Joe—. En un libro de bolsillo que, a propósito, debería haber sido una pista para alguien. La chica encuentra a su padre muerto, presuntamente, llama a emergencias, abre la puerta cuando llega la policía y lleva en la mano el libro de bolsillo. Está histérica, en ningún momento ha salido de casa; así pues, ¿por qué va andando por ahí con ese libro de bolsillo?

—Eso es lo que quiere que haga yo.

—La pistola está dentro del libro. En un momento dado, usted busca pañuelos de papel, porque está llorando, y entonces saca la pistola y empieza a disparar.

—¿Algo más?

—A continuación le dispararán. Procure estar guapa.

Ella sonríe.

—¿Algo más?

—La forma en que va vestida la chica. —Joe la mira intentando transmitirle con los ojos qué es lo que quiere.

Ella se da cuenta.

—No llevo exactamente lo mismo —contesta jugando un poco con él, haciéndose la ingenua.

Jenny es cualquier cosa menos ingenua, probablemente lleva follando desde que iba a la guardería.

—En fin, Jenny, haga lo que pueda para parecerse lo más posible. Pantalón corto, camiseta, sin calcetines ni zapatos.

—No lleva ropa interior, me da la impresión.

—Ahí está.

—Parece una furcia.

—Está bien. Entonces parézcase a una furcia —dice Joe.

Jenny lo encuentra muy gracioso.

—Quiero decir, que usted es una furcia, ¿no es así? —le pregunta él mirándola con sus ojitos oscuros—. Si no, se lo pediré a otra. Para esta reconstrucción hace falta una furcia.

—No necesita a nadie más.

—Oh, no me diga.

—Se lo digo.

Jenny se vuelve a mirar la puerta cerrada, como si le preocupara que pudiera entrar alguien. Joe no dice nada.

—Podríamos tener problemas —dice.

—No los tendremos.

—No quisiera que me expulsaran —dice ella.

—Porque quiere ser investigadora forense de mayor.

Jenny afirma con la cabeza sin dejar de mirarlo, jugando tranquilamente con el primer botón de su polo de la Academia. Le queda muy bien. A Joe le gusta cómo llena la prenda.

—Ya soy una chica crecidita —dice Jenny.

—Usted es de Tejas —dice entonces Joe, observando cómo se le pega al cuerpo el polo, cómo se le pega el pantalón ajustado de color caqui—. En Tejas crecen mucho las cosas, ¿verdad?

—¿Por qué me dice cosas tan groseras, doctor Amos? —pregunta ella con retintín.

Joe se la imagina muerta. Se la imagina en un charco de sangre, muerta de un disparo. Se la imagina desnuda sobre la mesa de acero. Una de las mentiras de la vida es que los cadáveres no tienen atractivo sexual. Pero un desnudo es un desnudo si la persona es atractiva y no lleva mucho tiempo muerta. Decir que un hombre nunca ha tenido pensamientos acerca de una mujer hermosa que casualmente está muerta es un chiste. Los policías pinchan fotos en sus tableros, imágenes de víctimas femeninas con un cuerpo excepcional. Los forenses varones dan charlas a los policías y les muestran determinadas fotos, escogen deliberadamente las que saben que les van a gustar. Joe lo ha visto, sabe que lo hacen.

—Si hace bien su papel de muerta en el lugar del crimen —le dice a Jenny—, la invitaré a cenar a mi casa. Soy un experto en vinos.

—Y también está comprometido.

—Ella está en Chicago, en una conferencia. Es posible que la retenga la nieve.

Jenny se levanta. Consulta el reloj y después mira al doctor Amos.

—¿Quién era su alumna predilecta antes de serlo yo? —le pregunta.

—Usted es especial —responde Joe.