(Estamos en la tienda del chocolatero Fernández. Mariana ordena los botes de las lejas junto al mostrador mientras canturrea una tonadilla. Parece contenta. En un campanario cercano suenan las cinco de la tarde. Coincidiendo con la última campanada, se abre la puerta de la calle y entran Guillot, Labbé, Delon y Maleshèrbes).
GUILLOT: ¡Por fin estamos aquí, señores! ¡Pasad, pasad! (A Mariana). Querida, os presento a los mejores chocolateros de Francia, llegados para conocer el artilugio que vuestro marido inventó.
MARIANA: (Inclinando la cabeza a modo de saludo). Bienvenidos.
DELON, LABBÉ, MALESHÈRBES: (Correspondiendo con el mismo gesto). Señora…
MARIANA: (Mostrando la chocolatera de porcelana blanca que tiene sobre el mostrador). ¿Deseáis una tacita de chocolate? Está recién hecho.
LABBÉ: (Más distendido). Yo no os diré que no.
DELON: Yo tampoco. Con este frío, apetece.
MALESHÈRBES: (A Guillot). ¿Por qué no nos habíais dicho que nos aguardaba una ninfa? ¡Qué belleza! ¡Qué suerte que el marido esté ausente!
MARIANA: Habréis de perdonarme, solo dispongo de una silla. Se os cansarán las piernas de estar de pie.
MALESHÈRBES: ¡Estaría aquí incluso cabeza abajo!
MARIANA: (Deja tres tazas sobre el mostrador y sirve el chocolate, vaciando del todo la chocolatera). Tres tacitas. Ni más ni menos. ¿Vos cómo lo deseáis, monsieur Guillot?
GUILLOT: He tenido unas horas difíciles y tengo el estómago en los pies. Como vos queráis servirlo estará bien.
MARIANA: (A los tres chocolateros). La chocolatera es un regalo de madame Adélaïde. ¿No es preciosa?
LABBÉ: Ya decía yo que me resultaba familiar.
MARIANA: (Sonriendo, encantadora). Probad el chocolate, caballeros. Y decidme si es de vuestro gusto.
LABBÉ: (Bebe). El sabor es muy interesante.
DELON: (Bebe). Está bastante bien.
MALESHÈRBES: (Apura la taza de un sorbo). ¡Delicioso! ¡Sublime! ¡Muy dulce! ¡El mejor chocolate que he probado jamás!
MARIANA: Y ahora que habéis engañado un poco a vuestras barrigas, querréis ver la máquina, me figuro.
LABBÉ: Para eso exactamente hemos recorrido tan larga distancia, señora.
MALESHÈRBES: Aunque veros a vos habría sido también un estupendo motivo.
DELON: Si me lo permitís, yo deseo dedicar unas palabras a nuestra anfitriona. Sois muy amable al querer mostrarnos el ingenio en ausencia de vuestro esposo, señora.
MARIANA: ¿El señor Guillot os ha contado que…?
DELON: Que está de viaje.
MARIANA: Ah. Mejor. (Se dirige a la trastienda). Por aquí, señores.
MALESHÈRBES: Siempre detrás de vos.
GUILLOT: Yo también voy.
(Mariana y los cuatro hombres desaparecen en la trastienda. Entra Mimó, gritando como un energúmeno, en compañía de dos guardias).
MIMÓ: (Gritando). ¡Mariana! ¿Hay alguien ahí? ¡Mariana! ¡Sal y recibe como es debido!
MARIANA: ¿Quién va? (Con cara de espanto en cuanto ve a Mimó y los demás). Ah, eres tú. Si lo llego a saber, no salgo.
MIMÓ: ¡Quita de en medio! Venimos a llevarnos la máquina.
MARIANA: ¿Cómo dices?
MIMÓ: Nos la llevamos.
MARIANA: ¡Por supuesto que no!
MIMÓ: ¡Por supuesto que sí! Queda confiscada.
MARIANA: ¡Ni hablar!
MIMÓ: Será mejor que no te resistas. El aparato es ahora nuestro.
MARIANA: ¿Vuestro de quién?
MIMÓ: (Con orgullo). Del Ilustre Gremio de Chocolateros de la Ciudad de Barcelona.
MARIANA: ¡Ni lo sueñes!
MIMÓ: No me iré con las manos vacías. La ley está de mi parte.
MARIANA: Ya hemos hablado de esto muchas veces. La ley me ignora y yo a ella.
MIMÓ: (Con una sonrisa cínica). Sabía que no entrarías en razón, porque has osado rechazar ofertas mucho mejores. Por eso esta vez no he venido solo.
(El capitán general González de Bassecourt entra en la tienda).
MARIANA: ¿Señor González? ¿Vos?
CAPITÁN GENERAL: Lo lamento mucho. No me queda otro remedio.
MARIANA: ¡Pero si hace solo dos días estabais ahí mismo, tomando chocolate a mi costa y disfrutándolo!
CAPITÁN GENERAL: Sí, sí, tenéis razón, os pido disculpas. Soy un gran admirador de vuestro chocolate y de vuestra persona.
MARIANA: Entonces tenéis un modo bien extraño de demostrarlo.
CAPITÁN GENERAL: No puedo contravenir la ley. Mimó tiene razón, mal que me pese: las normas dicen que una mujer sola no puede dirigir un negocio.
MARIANA: ¿Cómo tengo que deciros que no soy una mujer sola? ¡Estoy casada! Mi marido está de viaje.
MIMÓ: (Con ironía). Debe de haber ido al fin del mundo…
CAPITÁN GENERAL: Lo lamento de verdad, Mariana. Tendré que cerraros la tienda hasta que vuestro marido regrese.
MARIANA: Ya veo. Y permitís que me roben la máquina.
MIMÓ: ¡Con-fis-ca-da! ¿Es que no escuchas? La máquina queda confiscada como garantía. Cuando paguéis la deuda que tenéis con el Gremio, tal vez os la devolveremos.
MARIANA: (A Mimó, en voz baja). Eres un mal hombre, Mimó. Mi marido lo supo desde siempre. Por eso nunca se fio de ti. Aunque aún eres peor chocolatero que persona. Por eso tienes que recurrir a tan malas artes.
MIMÓ: ¿Son imaginaciones mías o hablas de tu marido en pasado? ¿Lo ves? Tú también sabes que no volverá.
MARIANA: (Al capitán general). ¿Y vos no decís nada? Estas personas entran en mi casa, me atropellan, ¿y vos lo consentís? ¿Os han sobornado? ¿Os da igual que me quede sin modo de subsistencia? ¿De qué he de vivir si me dejan sin máquina y sin negocio?
MIMÓ: Pide limosna. Con tus virtudes, no tendrás problemas para encontrar quien te mantenga.
MARIANA: (Apretando los puños). ¡Sal de mi casa!
MIMÓ: Esta vez no me echarás, mujer. Vengo a llevarme lo que me pertenece. Déjame pasar.
MARIANA: ¡No!
MIMÓ: Como quieras. Me obligas a hacer lo que no quiero hacer.
(Mimó aparta a Mariana con malas maneras y entra en la trastienda).
VOZ DE MIMÓ: Caballeros, ¿qué hacéis aquí? ¿Dónde está la má…?
VOZ DE MALESHÈRBES: (Muy alterado). ¿Voooos? ¡Bendición del cielo! ¡A vos quería yo encontrar precisamente! ¡Tomad! ¡Y tomad más!
(Se oyen golpes y mucho ruido de porcelanas al hacerse añicos. Sale Mimó, con la mano en la nariz, que le chorrea sangre).
MIMÓ: (De ahora en adelante con voz nasal). ¿Qué está haciendo este hombre aquí? ¿Y dónde está la máquina?
MALESHÈRBES: (Saliendo de la trastienda, señalando a Mimó). ¡Es él! ¡El ladrón que nos lo robó todo! ¡Sinvergüenza! ¡Imbécil!
CAPITÁN GENERAL: ¿De quién habláis? ¿Del prohombre del Gremio?
MALESHÈRBES: (Al capitán general, pero con el puño listo para propinar otro puñetazo a Mimó). ¡Detenedlo o le descuartizo!
LABBÉ: (Saliendo de la trastienda, asustado, a Maleshèrbes). Amigo, sed razonable. Es más menudo que vos.
MALESHÈRBES: ¿Y qué? ¡Si eso fuera un argumento, nunca podría pegar a nadie!
DELON: (Saliendo también). ¡Dios bendito! Es un espectáculo muy desagradable.
CAPITÁN GENERAL: (Alzando la voz). Señor, os ruego que os calméis.
MALESHÈRBES: (Propinando otro puñetazo a Mimó). ¿Dónde está nuestro dinero? ¡Confesad, cretino, o pienso aplastaros como si fuerais un grano de cacao!
MIMÓ: ¡Por favor! ¡Yo no he hecho nada!
MALESHÈRBES: (Lanza otro puñetazo al mismo sitio). ¡Y aún mentís! ¡Os trituro!
CAPITÁN GENERAL: Señor, os ordeno que os detengáis.
MIMÓ: ¡Socorro! ¡Señor González, quitadme de encima a este animal! ¡Quiere matarme!
CAPITÁN GENERAL: (Desenvainando la espada). ¡Quieto todo el mundo!
(Todos le hacen caso. Mimó gime, tumbado en el suelo, con la nariz rota. Mariana observa la escena escondida entre los brazos de Guillot. Labbé y Delon son observadores expectantes. Maleshèrbes está colorado como un tomate y deseoso de pegar a Mimó una vez más).
MALESHÈRBES: Di dónde tienes nuestras cosas. ¿Dónde escondes nuestro dinero, sabandija?
MIMÓ: Yo no tengo nada, señor. Os lo juro.
MALESHÈRBES: No jures mentiras, ladrón. (Lanzándose sobre Mimó). ¡Lo pulverizo! ¡Lo hago manteca!
MIMÓ: (Muerto de miedo). Por piedad, escuchadme. Tengo algo que contaros, pero no puedo si me pegáis todo el tiempo.
MALESHÈRBES: No tengo interés en escucharos.
CAPITÁN GENERAL: (A Maleshèrbes). Señor, debo pediros que os reportéis y permitáis expresarse al lad…, quiero decir, al señor Mimó.
MALESHÈRBES: A mí nada de lo que este diga me interesa un rábano.
CAPITÁN GENERAL: Señor, si no os reprimís, tendré que mandaros detener.
LABBÉ: (Sujetando a su compañero). Maleshèrbes, amigo, calmaos un poco.
MALESHÈRBES: ¡No puede ser! ¡No lo consigo!
DELON: De este modo, es difícil entenderse.
MARIANA: (Con voz trémula, a Maleshèrbes). Hacedlo por mí.
MALESHÈRBES: (A regañadientes). Está bien. Porque vos me lo pedís.
CAPITÁN GENERAL: (A Mimó). Tenéis la oportunidad de explicaros, Mimó. Todos os escuchamos.
MIMÓ: Lo cierto es que dos colegas del Gremio y yo mismo os robamos todo cuanto teníais. (Se produce una exclamación de furia general). Lo hicimos por error. Un embajador anónimo, del que no hemos vuelto a saber, nos anunció que una embajada inglesa había llegado a la ciudad con la intención de llevarse la máquina de Fernández. Nos proporcionaron la dirección del hostal donde se alojaban, que era el de Santa María, y allí la embajada inglesa resultó francesa, aunque lo supimos demasiado tarde. Nos tendieron una trampa, señores. Nosotros solo pretendíamos evitar que otros se llevaran la máquina. Los extranjeros se enamoran siempre de todo y sus bolsillos rebosan dinero. Representaban una amenaza que no podíamos permitir. Esta máquina debe ser nuestra, por lo menos hasta que Fernández nos pague lo que nos debe.
MARIANA: (A Mimó, con rabia). ¡Mal hombre! ¿Por qué no les explicas también que deseas conseguirme a mí también, como si fuera un objeto? ¿Que te llevas la máquina porque yo no he consentido en entregarme?
MALESHÈRBES: (Otra vez encendido, va hacia Mimó). ¡Lo desmigajo! ¡Lo trincho! ¡Lo pico en el mortero!
(Tres hombres sujetan a Maleshèrbes para que Mimó pueda terminar).
MIMÓ: Os robamos, es verdad, ya lo he reconocido. Después de emborracharos con ratafía.[9] Solo unos días más tarde, alguien nos robó a nosotros y se llevó todo el botín. Debe de haber sido cosa de aquel informador anónimo del que nada sabemos. Nos utilizó, eso es todo. Es por eso que no tenemos nada de lo que os robamos, señores. Me creáis o no, esta es la verdad.
MALESHÈRBES: (Luchando por liberarse de los hombres que le sujetan). ¡Pues no creo ni media palabra!
CAPITÁN GENERAL: Un momento, monsieur Maleshèrbes. Yo sí os creo. (A Mimó). ¿Estáis confesando que sois un ladrón?
MIMÓ: ¿Es ladrón quien roba una sola vez y para salvar a los suyos?
CAPITÁN GENERAL: Sí, señor, como todos los demás.
MIMÓ: ¡Por supuesto que no! Aquellos ingleses querían la máquina que solo puede ser de los chocolateros barceloneses. ¿No entendéis que actué por el bien del comercio y la industria de la ciudad?
CAPITÁN GENERAL: Mimó, estáis detenido.
MIMÓ: ¿Cómo? Vos no podéis…
CAPITÁN GENERAL: ¡Ya lo creo que puedo! Soy la autoridad, por eso me habéis pedido que venga. (A sus hombres). Lleváoslo.
MIMÓ: ¿Qué hacéis? Esto no tiene sentido. ¿Es una maniobra tuya, Mariana? ¿Dónde tienes la máquina? ¿La has escondido? No está donde siempre…
MARIANA: ¿A mí qué me cuentas? Estaba aquí ayer cuando me fui a la cama. Tal vez la habéis robado tú y tus compinches esta madrugada, como tantas veces has amenazado que ibas a hacer.
MIMÓ: Claro que no. ¡Confiesa dónde está!
MARIANA: No te creo, mal hombre. Y los jueces tampoco te creerán.
MIMÓ: No digas tonterías.
MARIANA: Acabas de reconocer que eres un ladrón. ¿Quién va a creerte a partir de ahora?
CAPITÁN GENERAL: (Asintiendo con gravedad). La señora tiene toda la razón. Cuando el juez sepa que habéis confesado un crimen delante de mí y de todos estos testigos, no le pareceréis muy inocente. Los crímenes suelen venir acompañados de otros crímenes y los criminales suelen encontrar gusto en que así sea. Los jueces suelen estar al corriente de ello.
MIMÓ: Nunca había tenido que escuchar un puñado de sandeces mayor. ¡Yo no tengo la maldita máquina!
MARIANA: Ah, entonces deben de haberla robado los ingleses. No tienen mucha paciencia negociando.
MALESHÈRBES: Y también podríamos haber sido nosotros, ¿a que sí? También la queremos. ¡Todo esto es muy divertido!
CAPITÁN GENERAL: He aquí un complicado caso de sospechosos múltiples. ¡Lo que me faltaba!
MIMÓ: (Gritando). Mariana, ¡te vas a acordar de esto el resto de tu vida!
MARIANA: Yo también lo creo. ¿No es fantástico que por una vez nos pongamos de acuerdo?
CAPITÁN GENERAL: Sacad al escandaloso, haced el favor. Llevadle a la cárcel de la plaza del Ángel.
(Los dos guardias salen a la calle arrastrando a Mimó, seguidos de los hombres que le acompañaban, y todos se pierden de vista).
GUILLOT: ¡Una nariz de patata menos! (Pensativo). Es enojoso tener que marcharse antes de averiguar por qué las gentes de esta tierra no quieren comer patatas. ¿Vos tenéis alguna explicación, señor González?
CAPITÁN GENERAL: No lo había pensado. Pero conociendo a los catalanes, no me extrañaría que fuera porque los franceses están muy empeñados en que deben hacerlo.
GUILLOT: Ah, tal vez, tal vez. ¿Solo por llevar la contraria?
CAPITÁN GENERAL: Llevar la contraria es aquí una religión.
GUILLOT: Resulta de lo más interesante. Alguien debería estudiar lo que decís.
CAPITÁN GENERAL: (A Mariana). Querida, no sabéis cuánto me perturba todo lo que os ocurre.
MARIANA: ¿Aún queréis cerrarme la tienda?
CAPITÁN GENERAL: (Tristón). No quiero, pero por desgracia voy a tener que hacerlo. Hay demasiadas denuncias contra vos. Las acusaciones son graves. Tenéis enemigos entre los prohombres de tres gremios: chocolateros, molineros, boticarios, ¡todos contra vos! ¡Y sois proveedora de la Real Casa! Me temo que, a menos que vuestro marido pueda arreglarlo, no tendré otro remedio que actuar según lo previsto.
MARIANA: (Piensa). Bueno, supongo que era previsible. ¿Y tiene que ser ahora mismo?
CAPITÁN GENERAL: De inmediato.
MARIANA: Está bien. Entonces, tomad. (Le entrega una llave). Salid y cerrar por fuera. Y haced lo que tengáis que hacer.
CAPITÁN GENERAL: No sabéis cuánto lo lamento…
MARIANA: Sí, sí, eso ya lo habéis dicho, señor González. Cerrad de una vez.
CAPITÁN GENERAL: ¿Y vos? ¿Y vuestros invitados?
MARIANA: Saldremos ahora mismo por la puerta trasera.
CAPITÁN GENERAL: (Parece dudar, pero se decide). Ah, bien. Entonces, con gran dolor, cumplo con mi deber. Ya van a dar las siete y aún debo ir al puerto en busca de movimientos sospechosos. Mariana, os deseo mucha suerte.
MARIANA: También yo a vos.
CAPITÁN GENERAL: (Agitando la mano). Adiós a toda la compañía.
(El capitán general sale a la calle y comienza a cerrar los postigos de la tienda. Primero se oye la llave girando en la cerradura. Después, algunos hombres del capitán lo van cegando todo con tablas de madera, que clavan con clavos y martillos. Toda la escena a partir de ahora se desarrolla entre el repicar de los martillos. En el interior, poco a poco, va oscureciendo).
LABBÉ: No sabía que en la tienda había puerta trasera.
MARIANA: No la hay.
LABBÉ: Entonces… ¿Cómo habéis…? ¿Estamos atrapados? ¿Se puede saber cómo vamos a salir de aquí si clausuran la única puerta?
MARIANA: Saldremos. No os apuréis. Todo está tramado. ¿Verdad que sí, monsieur Guillot?
GUILLOT: Hasta el último detalle. Como en una comedia.
MALESHÈRBES: (Con cara de bobo). Yo me fío de vos plenamente, Mariana. Y todo esto me parece muy divertido y muy original.
MARIANA: Gracias, monsieur Maleshèrbes, sois de lo más amable.
MALESHÈRBES: Por favor, llamadme Augusto.
(De la trastienda llega de pronto una claridad. Sale el padre Fideo, con una caja en las manos llena de fanales encendidos).
PADRE FIDEO: Buenas tardes y que Dios os bendiga. (A Guillot). ¿La comedia ha salido como debía salir?
GUILLOT: ¡Incluso mejor! Ha habido algunos imprevistos estupendos. González ha detenido a Mimó.
PADRE FIDEO: Pues aguardad, que aún falta el desenlace. ¿Todo el mundo está preparado?
GUILLOT: Preparados y a vuestras órdenes.
PADRE FIDEO: (Repartiendo los fanales entre los chocolateros). Señores, haced el favor de sujetar esta luz para iluminaros los pies. Monsieur Guillot, que conoce el camino y lo tiene bien ensayado, irá delante. Yo cerraré la comitiva, pero antes ocultaré el paso secreto que lleva hasta el túnel. ¿Imaginabais terminar en las alcantarillas? Ya veis, los romanos nos dejaron la ciudad toda agujereada. No sé para qué querían todos estos caminos ocultos, por más que a nosotros nos sean útiles. Tened, señores, tened una luz. No olvidéis vuestras pertenencias. No tropecéis. Más vale que recojáis el vuelo de las capas. Los pasadizos subterráneos a veces no están muy limpios y podríais ensuciaros. No temáis: al otro lado os espera el señor de Beaumarchais con un coche preparado. Adelante, adelante, yo voy al punto.
(Todos salen de escena. En este orden: Guillot, Labbé, Delon, Maleshèrbes. Mariana toma la chocolatera y la envuelve en el paño de terciopelo de color turquesa en que la recibió. La sujeta con mucha delicadeza, como si fuera un bebé. Quedan a solas Mariana y el padre Fideo).
MARIANA: (Parece a punto de llorar). Padre…, ¿cómo es posible? Me estáis salvando la vida otra vez.
PADRE FIDEO: Marianita, hija, ¡qué tonterías se te ocurren! Eso solo puede hacerlo Dios. Yo solo le ayudo un poco.
MARIANA: ¿Cómo podré pagaros?
PADRE FIDEO: Yo te diré cómo. Cuando vivas lejos y todo el mundo se enamore de ti y alabe tus virtudes y todos quieran conocer a la hermosa chocolatera que cambió Barcelona por Versalles, cuando seas la más admirada y deseada y alabada de todas las mujeres de palacio, en ese mismo instante, quiero que pienses de dónde saliste y recuerdes que en este rincón insignificante del mundo tuviste a tu primer admirador, que fui yo, un pobre rector viejo con un nombre que da risa.
MARIANA: Ay, padre, qué cosas decís. ¿Qué encontraré mejor que esto? ¿A quién mejor que a vos? Os recordaré cada día de los que pase lejos de mi verdadera casa. Y volveré en cuanto pueda, os lo juro por lo que…
PADRE FIDEO: ¡Sssst! ¡No jures, que está feo! Y vamos, que nos están esperando.
(Mariana sonríe, se enjuga una lágrima y sale. El padre Fideo se queda a solas, iluminado por una lámpara de aceite. Su rostro entre la más absoluta oscuridad produce un efecto fantasmagórico. Los hombres del capitán general han acabado su trabajo, fuera cesan los golpes).
PADRE FIDEO: Ya son más de las siete y en el puerto zarpa un barco. El capitán general aún no se ha dado cuenta de que en la tienda no hay puerta de atrás. Al final del túnel subterráneo hay un carro esperando a toda la comitiva. Dentro del carro, desmontada en veintidós trozos, viaja la máquina de hacer chocolate. Mañana a estas horas los hombres y el invento se encontrarán camino de Versalles. Mariana irá con ellos, convencida todavía de que algún día volverá. Guillot, el joven enamorado, será un hombre feliz. Beaumarchais…, ah, de Beaumarchais no me atrevo a hacer un comentario. Este hombre tiene demasiados secretos, y todos son importantes. Tan solo me gustaría que respondiera a esta pregunta: señor autor, ¿al apagarse las luces se acaba la comedia o en medio de la oscuridad aún debemos esperar que algo suceda?
(El padre Fideo sale. La luz tenue que llegaba de la boca del paso subterráneo se apaga).
(OSCURO)