CAPÍTULO SIETE

Debes de estar bromeando —dijo Mallory cuando Simon le explicó lo que pretendía.

—Morirán si no lo hacemos —insistió Simon—. El grifo se está desangrando.

—¿El grifo también? —preguntó Jared.

Lo de los gatos encerrados en las jaulas le parecía comprensible, pero ¿un grifo?

—¿Cómo vamos a ayudar a esa cosa? —quiso saber Mallory—. ¡No somos veterinarios de seres sobrenaturales!

—Debemos intentarlo —aseguró Simon.

Jared tuvo que acceder: se lo debía a Simon.

Después de todo, lo había pasado muy mal por su culpa.

—Podemos usar la lona que hay en la cochera.

—Sí —intervino Simon—, y entonces podríamos arrastrar al grifo hasta allí. Hay espacio de sobra.

Mallory puso los ojos en blanco.

—Eso será si nos deja —dijo Jared—. ¿Viste lo que le hizo a ese trasgo?

—Vamos, chicos —suplicó Simon—. Yo solo no puedo tirar de él.

—Vale —cedió ella—, pero no pienso ponerme cerca de su cabeza.

Jared, Simon y Mallory desfilaron hacia la cochera. Aunque la luna llena les proporcionaba luz suficiente para orientarse en el bosque, tomaron precauciones, dando un rodeo al arroyo. En el límite del jardín, Jared vio que las ventanas de la casa estaban iluminadas y que el coche de su madre estaba aparcado en el camino de grava. ¿Estaría preparando ya la cena? ¿Habría llamado a la policía? Jared deseaba entrar y decirle a su madre que todos estaban bien, pero no se atrevía.

—Vamos, Jared. —Simon había abierto la puerta de la cochera y Mallory estaba quitando la lona al viejo automóvil—. Eh, mirad esto.

Simon agarró una linterna de uno de los estantes y la encendió. Por suerte, ningún haz de luz brilló hasta el otro lado del jardín.

—Se le habrán acabado las pilas —señaló Jared.

—Dejad de jugar —dijo Mallory—. No queremos que nos pillen.

Llevaron la lona a rastras de regreso por el bosque. Ahora andaban mucho más despacio, discutiendo sobre cuál sería el camino más corto.

Jared daba un respingo cada vez que percibía lejanos ruidos nocturnos. Incluso le parecía que el croar de las ranas no presagiaba nada bueno. No podía evitar preguntarse qué más habría oculto en las sombras. Quizás algo peor que los trasgos y los trols. Sacudió la cabeza e intentó convencerse de que era imposible tener tan mala suerte en un solo día.

Cuando por fin dieron con el campamento de los trasgos, Jared se sorprendió al ver a Cerdonio sentado al calor del fuego. Estaba rechupeteando un hueso, y soltó un eructo de satisfacción cuando se acercaron.

—Supongo que estás bien —comentó Jared.

—¿Ésa es forma de hablarle a quien salvó tu pellejo de langostino?

Jared quería protestar —casi los matan por culpa del estúpido trasgo—, pero Mallory le agarró el brazo.

—Ayuda a Simon con los animales —le indicó—. Yo vigilaré al trasgo.

—No soy un trasgo —replicó Cerdonio—. Soy un trasno.

—Lo que tú digas —contestó Mallory, sentándose sobre una roca.

Simon y Jared comenzaron a trepar a los árboles para liberar a los animales de las jaulas. En su mayoría se alejaban corriendo rama abajo o saltaban al suelo, tan temerosos de los niños como de los trasgos. Un gatito se quedó acurrucado al fondo de una jaula, maullando lastimosamente. Jared no sabía qué hacer con él, así que lo metió en el bolsillo de su chaqueta y siguió adelante. No encontró el menor rastro de Tibbs.

Cuando Simon vio al gatito, se empeñó en adoptarlo. Jared esperaba que hubiese decidido quedarse con él en vez de con el grifo.

A Jared le pareció que la mirada de Cerdonio se volvía más tierna cuando la posaba en el gatito, pero sospechaba también que podía ser a causa del hambre.

Una vez que las jaulas quedaron vacías, los tres hermanos se acercaron al grifo, que los observaba con recelo, sacando las garras.

Mallory dejó caer el extremo de la lona que sostenía.

—¿Sabéis qué? A veces los animales heridos atacan sin más.

—Pero a veces no —repuso Simon, dirigiéndose hacia el grifo con las manos abiertas—. A veces te dejan que los cuides. Una vez encontré una rata así. Sólo me mordió cuando ya se había recuperado.

—Sólo una panda de pirados se pondría a hacer el tonto con un grifo herido. —Cerdonio partió otro hueso para chupar la médula—. ¿Queréis que os cuide al gato mientras tanto?

—¿Te apetece seguir a tus amigos hasta el fondo del río? —le preguntó Mallory frunciendo el entrecejo.

Jared sonrió. Era bueno tener a Mallory de su lado.

Entonces algo le vino a la mente.

—Ya que estás tan generoso, ¿por qué no le ofreces un poco de saliva de trasgo a mi hermana?

—Es saliva de trasno —puntualizó Cerdonio altivamente.

—Caray, gracias —dijo Mallory—, pero paso.

—No, verás... Te da el don de la Visión. Además, tiene sentido —afirmó Jared—. Es decir, si el agua del baño de un hada funciona, esto también puede funcionar.

—Jamás encontraré las palabras para expresar lo repugnantes que me parecen las dos posibilidades.

—Bueno, si se va a poner así... —Aparentemente Cerdonio intentaba hacerse el ofendido.

«No voy a hacerte daño.»

«No voy a hacerte daño.»

A Jared no le pareció muy convincente, pues al mismo tiempo mordisqueaba otro hueso.

—Vamos, Mallory. No puedes llevar una piedra atada a la cabeza todo el tiempo.

—Ésa es tu opinión —replicó ella—. ¿Tienes una idea aproximada de cuánto duran los efectos del escupitajo?

En realidad Jared no se lo había planteado. Miró a Cerdonio.

—Hasta que alguien te saque los ojos —respondió éste.

—Vaya, eso es estupendo —comentó Jared, intentando recuperar el control de la conversación.

—Vale, de acuerdo —suspiró Mallory, sacándose el anteojo y poniéndose de rodillas.

Cerdonio escupió con gran delectación.

Al levantar la vista, Jared se percató de que Simon ya se había aproximado al grifo. Y estaba acuclillado junto a él, susurrándole.

—Hola, grifo —le decía en el tono más tranquilizador de que era capaz—. No voy a hacerte daño. Sólo queremos ayudar a curarte. Vamos, sé bueno.

El grifo emitió un gañido que sonó como el silbido de una tetera. Simon acarició suavemente sus plumas.

—Ya podéis extender la lona —musitó Simon.

El grifo se irguió ligeramente, abriendo el pico, pero al parecer las caricias de Simon lo calmaron y depositó de nuevo la cabeza sobre el asfalto.

Desenrollaron la lona detrás de él.

Simon se arrodilló junto a su cabeza, arrullándolo en voz baja. Daba la impresión de que el grifo lo escuchaba, erizando el plumaje como si los susurros de Simon le hicieran cosquillas.

Mallory se acercó sigilosamente a un lado y, con mucho cuidado, le sujetó las zarpas delanteras, mientras Jared se ocupaba de las traseras.

—Una, dos, tres —contaron por lo bajo, e hicieron rodar al grifo sobre la lona.

El animal soltó un graznido y agitó las patas, pero ya se encontraba sobre la lona.

A continuación lo levantaron como pudieron y acometieron la ardua tarea de arrastrarlo hasta la cochera. Pesaba menos de lo que Jared esperaba. Simon aventuró que quizá tenía los huesos huecos, como un pájaro.

—Hasta otra, papatostes —les gritó Cerdonio.

—Sí, adiós, ya nos veremos —se despidió Jared. Casi deseaba que el trasno los acompañara.

Mallory puso los ojos en blanco.

El grifo no disfrutó con el viaje. Como no podían alzarlo en vilo, se vieron obligados a arrastrarlo sobre desniveles y arbustos. Chirriaba y graznaba mientras batía su ala buena. No les quedó otro remedio que detenerse y esperar a que Simon lo tranquilizara antes de continuar andando. El camino se les hizo eterno.

Una vez dentro de la cochera, tuvieron que abrir la puerta doble de atrás y arrastrar al grifo hasta uno de los compartimentos para caballos. El animal se acomodó sobre un viejo montón de paja.

En la cochera

En la cochera

Simon se puso de rodillas para limpiar las heridas del grifo lo mejor posible, con la única ayuda de la luz de la luna y del agua de la manguera. Jared tomó un balde y lo llenó de agua para el grifo, que bebió agradecido.

Incluso Mallory colaboró. Encontró una manta apolillada con la que tapar al animal. Presentaba un aspecto casi manso, vendado y soñoliento en el interior de la cochera.

A pesar de que Jared opinaba que había sido una locura llevar allí al grifo, tuvo que reconocer que empezaba a sentir un poco de afecto por él. En todo caso, más del que sentía por Cerdonio.

Era ya muy tarde cuando Jared, Simon y Mallory llegaron agotados a la casa. Mallory todavía estaba mojada a causa de su chapuzón en el arroyo, y Simon iba hecho una piltrafa, con desgarrones por todas partes. Jared tenía manchas de hierba en los pantalones y raspones en los codos que se había hecho huyendo por el bosque. A pesar de todo, aún conservaba el libro y la pieza ocular, Simon llevaba en brazos un gatito de color café con leche y los tres estaban vivos. Desde el punto de vista de Jared, se podía considerar un gran éxito.

Mamá estaba hablando por teléfono cuando entraron. Tenía el rostro arrasado en lágrimas.

—¡Están aquí! —Colgó el aparato y los miró fijamente—. ¿Dónde estabais? Es la una de la madrugada —gritó, apuntando a Mallory con el dedo—. ¿Cómo podéis ser tan irresponsables?

Mallory se volvió hacia Jared. Simon, al otro lado, lo miró también y apretó al gato contra su pecho. De pronto, Jared cayó en la cuenta de que estaban esperando que se le ocurriese una excusa.

—Pues... Había un gato subido a un árbol —empezó a decir Jared. Simon le dedicó una sonrisa de aliento—. Este gato. —Jared señaló al animalito que Simon sostenía—. ¿Sabes? Y Simon trepó al árbol pero el gatito se asustó. Trepó aún más alto y Simon no sabía cómo bajar. Entonces corrí a buscar a Mallory.

—Y yo intenté subir al árbol para ayudarlo a bajar —terció Mallory.

—Exacto —prosiguió Jared—. Ella subió también. Entonces el gato saltó a otro árbol y Simon trepó tras él, pero la rama se rompió y él cayó en un arroyo.

—Pero si no lleva la ropa mojada... —observó mamá con el ceño fruncido.

—Lo que Jared quiere decir es que yo caí en el arroyo —precisó Mallory.

—Y a mí se me cayó el zapato —añadió Simon.

—Sí —asintió Jared—. Entonces Simon atrapó al gato, pero teníamos que bajarlos del árbol sin que el gato lo arañara demasiado.

—Sí, eso nos llevó un buen rato —dijo Simon. Su madre miró a Jared de un modo extraño, pero no alzó la voz.

—Los tres estáis castigados para el resto del mes. Nada de jugar fuera y nada de pretextos.

Jared abrió la boca para objetar, pero no se le ocurría nada que decir.

Mientras los tres subían en fila escaleras arriba, Jared se disculpó, diciéndole a su hermana en voz baja:

—Lo siento. Supongo que era una excusa de lo más patética.

Mallory sacudió la cabeza.

—No podías decir gran cosa. No ibas a explicarle lo que sucedió en realidad.

—¿De dónde venían esos trasgos? —preguntó Jared—. Al final no hemos averiguado lo que querían.

—El cuaderno —respondió Simon—. Es lo que quería decirte antes. Creían que lo tenía yo.

—Pero ¿cómo...? ¿Cómo saben que lo hemos encontrado?

—No creerás que Dedalete se lo dijo, ¿verdad? —preguntó Mallory.

Jared negó con la cabeza.

—De entrada, nos advirtió que no jugásemos con el libro.

—Entonces ¿cómo...? —suspiró Mallory.

—¿Y si había alguien vigilando la casa, esperando a que encontrásemos el libro?

—Alguien o algo —sugirió Simon, preocupado.

—Pero ¿por qué? —preguntó Jared en voz un poco más alta de lo que pretendía—. ¿Por qué es tan importante ese libro? Es decir... ¿Sabían leer siquiera esos trasgos?

Simon se encogió de hombros.

—No me explicaron por qué. Sencillamente lo querían.

—Dedalete tenía razón. Nos lo advirtió.

Jared abrió la puerta de la habitación que compartía con su hermano gemelo.

La cama de Simon estaba pulcramente hecha, con las mantas dobladas hacia fuera y la almohada mullida. Sin embargo, la cama de Jared estaba patas arriba. Parte del colchón colgaba sobre el bastidor, con las plumas y el relleno desparramados. Las sábanas estaban hechas jirones.

—¡Dedalete! —exclamó Jared.

—Te lo dije —le reprochó Mallory—. Nunca debiste quitarle la piedra.